Leyendas, historias y relevancia de las misiones a la Luna

 Por Fernando Sa Ramón

Como hemos dicho en la primera entrada sobre la llegada a la Luna, la trascendencia de este acontecimiento lo ha llevado a ser objeto de teorías de conspiración, pero también de historias tan curiosas como excéntricas, y por sobre todo, más que nunca debemos reflexionar sobre su importancia para la humanidad.

La Luna sobre la Basílica del Pilar, Zaragoza. Fotografía de Íargo (AAHU). Julio de 2024.

Existen algunas historias curiosas poco claras acerca de objetos que se llevaron a la Luna y se volvieron a traer para conmemoraciones y otros actos, unos promovidos por la administración, otros no tanto.

Mucho después de esos años de misiones a la Luna, en 1998, se envió una urna funeraria con las cenizas del geólogo y astrónomo Eugene M. Shoemaker, que se hizo estrellar en el polo sur selenita. Ahora, cada día hay más funerarias que envían cenizas al espacio y que pronto lo harán a la Luna.

Otra historia que circula mucho en Estados Unidos, aunque muy poco conocida fuera del país, cuenta que Stuart Roosa llevó en el Apolo 14 un pequeño contenedor con unas 450 semillas de diversos árboles que le dio el Servicio Forestal para estudiar si se verían afectadas por la radiación o la ingravidez. Estas semillas regresaron y todas germinaron con normalidad, se plantaron en diversos lugares del país y en otros países donde fueron enviadas. Estas plantas se conocen como «árboles de la Luna», y hasta la actualidad, se pueden comprar brotes descendientes de ellos.

En una tónica más escalofriante, desde esa época de la Guerra Fría, Estados Unidos pensó en detonar armas atómicas en la Luna, a través del proyecto A119, al igual que la Unión soviética, con el proyecto Ye-4. Se desconoce quién lo ideó primero, o si las redes de espionaje entre ambos países han dado la respuesta de uno a otro, como una forma de demostrar su poderío y para que se viera desde aquí la explosión. No obstante, solo se vería un destello, puesto que no hay atmósfera ni oxígeno para formar el típico hongo atómico.

El rover Yutu 2 desde la Chang’e 4, en la cara oculta de la Luna (CNSA)

Bien se nos vale que, al parecer, se impuso la cordura o la simple suerte de que no pudieran o no quisieran hacerlo. Es probable que, debido a la baja gravedad lunar, se produjera una lluvia radiactiva y de fragmentos sobre la Tierra a los pocos días y, quizá, un anillo de polvo y rocas alrededor de la Luna y de la Tierra.

Como se ha comentado en varias ocasiones, la necesidad de resumir una historia de esta magnitud en tan pocas líneas, como muchas otras sobre la exploración espacial, es una pena y es injusto, por eso es muy recomendable investigar por cuenta propia todos estos hechos para dejarse fascinar y maravillar por algo que es mucho más complejo y amplio de lo que parece, y que da para escribir mucho más, y va desde los deslumbrantes aspectos tecnológicos, como las pruebas de motores, combustibles, aparatos y cohetes, cálculos matemáticos, antenas y telecomunicaciones (incluidas las de Robledo de Chavela, en Madrid), los trajes, los giroscopios, los ordenadores de vuelo, unos «prodigios» de su época ,de 35 kilos de peso y con 72 kilobytes de memoria (miles de veces menos que un teléfono móvil actual, hasta los seres humanos, con sus entrenamientos, los accidentes, las improvisaciones, la comida, las necesidades fisiológicas, los mareos, el descanso, las relaciones entre astronautas, las cuarentenas tras regresar a la Tierra, los recortes de presupuestos y proyectos, la oculta labor de muchas científicas, ocultas no solo por el sexismo sino también por el racismo de la época, etc.


El telescopio de ultravioletas S201 con Charlie Duke detrás, durante la misión Apolo 16. NASA.

Desde hace varios años, algunas instituciones y particulares promueven que se protejan los sitos de aterrizaje en la Luna y los artefactos que allí se encuentran, por medio de la Ley Nacional de Preservación Histórica (NHPA) de Estados Unidos y la UNESCO (como posibles lugares Patrimonio de la Humanidad), para preservarlos del posible olvido y de futuros saqueos y negocios con los restos.

Ir a la Luna no es nada fácil; volver con vida, menos todavía. Pero se puede, y se debería volver a hacer. De hecho, es muy probable que pronto lo hagan empresas privadas. Hace falta una legión de personal científico y de ingeniería; y una enorme cantidad de dinero: aproximadamente, entre la décima y la centésima parte de lo que el mundo se gasta cada año en armamento, y esto lo digo con toda la ironía posible. Enviar un satélite no tripulado a estudiar Saturno o un cometa cuesta la milésima parte del gasto en armas; construir un hospital en un país desfavorecido, la diezmilésima parte, sólo por poner unos ejemplos. Nuestros absurdos dirigentes gastan miles de veces más en armamento y en guerras que en investigación científica, sanidad o educación; y se permite. Somos una especie muy rara…


«Si les parece duro ir a la Luna, deberían probar a quedarse en casa esperando».

Barbara Jean Atchley, cuando era esposa de Eugene Cernan.

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