Nikola Tesla, el mago de la electricidad

            Carlo Dossi dijo «los locos abren los caminos que más tarde siguen los sabios» y aún podríamos añadir: «detrás van todos los demás». Y es que en esta sociedad de convencionalismos lo más fácil es tildar de loco a aquel que osa intentar llegar donde nadie más se atreve, simplemente porque ve más allá de donde alcanzan los demás. Siempre que pensamos en la figura del científico loco solemos verla envuelta en un aura de misterio y romanticismo, como una trágica e incomprendida figura literaria. Pues bien, Nikola Tesla, nacido en 1856 en la pequeña localidad hoy croata de Smiljan, encarna a la perfección la imagen del científico loco, incomprendido y adelantado a su tiempo en décadas, movido por ideales y principios en vez de por dinero o fama, capaz de imaginar por completo un mundo nuevo, que aún hoy sigue pareciendo una lejana idea futurista, en su prodigiosa mente.


            El 1 de mayo de 1893, con un año de retraso, abrió sus puertas la exposición universal de Chicago. A la inauguración acudieron los reyes de España y Portugal así como otros mandatarios extranjeros, ante quienes el presidente de los Estados Unidos, Grover Cleveland, hizo girar una llave de paso dorada para encender el sistema eléctrico de Tesla y Westinghouse. Entonces, escalonadamente, se fue activando la maquinaria del recinto y se encendieron uno tras otro los diferentes pabellones gracias a las 180000 bombillas instaladas. La muchedumbre, como es lógico, quedó totalmente estupefacta ante tamaña maravilla. Finalizaba, de esta incontestable manera, la guerra de las corrientes, que le había enfrentado durante los años anteriores al gran y admirado Thomas Alva Edison, defensor aférrimo de la corriente continua. Tesla diseñó a finales del S. XIX unos sistemas de generación, distribución y transformación de corriente alterna que siguen vigentes hoy día, mucho más eficientes, más baratos y más potentes que los desarrollados por Edison. Para entonces Tesla había desarrollado una prometedora carrera en Estados Unidos gracias al magnate de la energía George Westinghouse, un declarado enemigo de Edison, con el que se había asociado para ampliar la empresa Westinghouse Electric. Pese a la agresiva propaganda de Edison (el cual se había metido a los medios en el bolsillo) en contra de la corriente alterna, llegando incluso a ejecutar un elefante en público, la corriente alterna de Tesla ganó no solo el contrato para iluminar la expo de Chicago, sino también la explotación de las cataratas del Niágara ese mismo año, demostrando que era segura, eficiente, limpia y barata, y demostrando también que Tesla era el mayor conocedor de la electricidad de su tiempo.
            Nikola Tesla tenía una mente prodigiosa, de esos genios que solo aparecen una vez cada 100 años, mezcla de científico e inventor, era capaz de visualizar en su mente cualquier ingenio o experimento que se le ocurriera igual que si lo estuviera viendo en la realidad. Tal era su capacidad que ni siquiera hacía pruebas de sus desarrollos, siempre funcionaban a la primera. Se dice que tenía visiones en ciertos períodos de crisis y por las descripciones que se han dado es muy probable que pasara por episodios sinestésicos. Siendo muy joven y mientras paseaba por un parque junto a un amigo, tuvo una de sus revelaciones y se apresuró a dibujarla con una rama que encontró en la arena del suelo. El diagrama resultante era nada más y nada menos que el motor de campo magnético rotatorio, es decir un motor trifásico de corriente alterna extremadamente eficiente, que sigue vigente hoy en día. Tras el desarrollo y comercialización de la corriente alterna, el científico no se quedó ahí. Gracias a sus investigaciones, su intuición y sobre todo el reciente desarrollo teórico que habían tenido las ecuaciones de Maxwell, pronto comenzó a interesarse por las ondas electromagnéticas y todas las posibilidades que ofrecían. A partir de ahí Tesla abrió un mundo nuevo, hoy todavía soñado.
            Siempre fue un visionario entregado al bien de la humanidad y sus ideas no siempre fueron bien recibidas en el mundo de los negocios. Por aquel entonces los grandes magnates dueños de las corporaciones americanas estaban sumidos en una guerra por el control del mercado; apellidos como Morgan, Rockefeller, Carnegie, Vandervilt o Rothchild eran ya sinónimo de poder más allá de lo imaginable. En un mercado donde se empezó a forjar la economía de «gran capitalismo» que tenemos hoy en día, la manipulación de acciones, la fusión de empresas y la búsqueda de proyectos millonarios estaban a la orden del día. Así fue como el gran Tesla consiguió engañar al todopoderoso John Pierpont Morgan, uno de los banqueros más ricos de la historia, fundador de General Electric que además de la electricidad llegó a controlar el acero, el ferrocarril, el petróleo y el carbón. Su gran estrategia era comprar empresas para reflotarlas y fundirlas en gigantescas corporaciones que hoy siguen funcionando como dueñas de los mercados. Tesla consiguió embaucarle para que financiara su gran proyecto, la transmisión inalámbrica de energía e información gratuita para todo el mundo. En su mente había creado una sociedad basada en las energías renovables limpias y sostenibles, donde todo el mundo tendría acceso gratuito a ellas en cualquier parte del mundo, donde cualquier persona podría recibir y enviar información de cualquier tipo (voz, imágenes, texto) a través de un dispositivo portátil, donde todos los transportes tendría un sistema de posicionamiento global y de ajuste horario, donde todos los teléfonos y dispositivos de comunicación del mundo estarían conectados entre sí formando una gigantesca red global. Este ambicioso proyecto lógicamente no iba a ser del agrado de alguien que pretende sacar rentabilidad de ello, así que Tesla consiguió su financiación alegando que trabajaba en un sistema de transmisión de radio. Erróneamente se atribuye la invención de la radio al italiano Marconi, pero en 1943, unos meses después de la muerte de Nikola, el gobierno estadounidense falló finalmente a favor del mismo, reconociéndole la autoría de gran parte de los elementos utilizados en su desarrollo y gracias a que en 1893 había presentado los principios de la transmisión inalámbrica. Hoy día aunque la mayoría de los libros de texto y documentación ponen a Guillermo Marconi como inventor de la radio, fue en realidad el mismísimo Nikola Tesla quien desarrolló todo lo necesario para ello. Su proyecto de la energía inalámbrica le llevó durante el camino a descubrimientos asombrosos y muy adelantados a su época, como por ejemplo el autómata teledirigido, algo tan estrambótico para el año 1898 que pasó sin pena ni gloria, o como la frecuencia de resonancia específica para la materia según su naturaleza. Descubrió también por casualidad los rayos catódicos, luego llamados rayos X y su aplicación médica, llegando a realizar una foto de su propia mano. Debido a que normalmente su tiempo lo empleaba en su gran sueño, este proyecto se quedó archivado, y fue Willhem Rontgen quien años más tarde se llevó el mérito y el premio nobel por descubrir lo mismo. Inventó la bombilla de bajo consumo ionizada por gas, precursora de los tubos de neón y fluorescentes de hoy en día, cuyo principio está basado en la ionización de gases a baja presión sometidos a voltajes y frecuencias altas. Esto le llevó a descubrir más tarde que la ionosfera era un excelente conductor así como la propia corteza terrestre, de ahí dedujo e incluso llegó a calcular matemáticamente que la Tierra podría tener su propia resonancia u ondas electromagnéticas estacionarias (que más tarde comprobaría experimentalmente gracias a una enorme tormenta), debido a que la capa de la atmósfera entre la ionosfera y la tierra actuaría como una guía de onda. Esto quedó en el olvido y no fue hasta 50 años más tarde cuando se pudo comprobar que tal frecuencia existe y que sus valores son sorprendentemente cercanos a los que Tesla calculó solo a nivel teórico. Hoy en día es llamada la Resonancia Schumann, y se aplica a ondas de radio de frecuencias extremadamente bajas.
            Para poder realizar exitosamente la transmisión de energía inalámbrica desarrolló la ya famosísima bobina que lleva su nombre, capaz de generar voltajes y frecuencias elevadísimas. Para ello consiguió un terreno en Colorado Springs donde construyó todo lo necesario. El espectáculo debía ser aterrador para la gente del pueblo cercano, que llegada la noche veían toda suerte de luces fantasmagóricas y terribles descargas eléctricas en todas direcciones. Desgraciadamente para Tesla, un sistema de transmisión inalámbrica de energía gratuita para todo el mundo no interesaba para nada a su mecenas J.P. Morgan, que por entonces también controlaba la industria del cobre, así que mediante una escueta pero contundente carta decidió cortar relaciones y por tanto la financiación del proyecto de su torre de telecomunicaciones. A partir de aquí su caída fue en picado debido a que su enorme torre, de 56 metros de altura, era un pozo sin fondo y no pudo afrontar los gastos. No obstante esto no le detuvo y continuó desarrollando inventos y conceptos innovadores como el avión de despegue vertical, cuyo concepto principal es la base a día de hoy, o la turbina Tesla, tan extremadamente eficiente que los materiales de la época no resistían la fuerza generada y se deformaban, y que ha llegado evolucionando hasta nuestros días. Sus años finales fueron desastrosos y no le quedó más remedio que declararse en bancarrota ante una asombrada sociedad que o lo veneraba como un mito o lo trataba de loco. El golpe más duro llegó cuando su gran benefactor y amigo John Jacob Astor, cuarto en el linaje de la primera familia millonaria de Estados Unidos y promotor del famosísimo Waldorf-Astoria, en el cual estaba alojado Tesla con el beneplácito de su amigo, falleció en el accidente del Titanic y se vio obligado a abandonar el hotel. Así fueron sus últimos años, viéndose obligado a mendigar alojamiento de hotel en hotel, tratando infructuosamente de conseguir nuevamente el beneplácito de una alta sociedad americana que había perdido la confianza en él, e incapaz de pagar sus deudas. Murió sólo en la habitación 3327 del hotel New Yorker un 7 de enero de 1943; dos días después el FBI confiscó toda la documentación que guardaba en esa habitación, intentando despejar las dudas que el mismo Tesla había sembrado acerca de la invención de un «rayo de la muerte» capaz de fulminar un avión a 400 km. e inevitablemente se perdieron varios de sus estudios, tras su minuciosa inspección durante varios años toda la documentación fue devuelta a su sobrino, diplomático del gobierno yugoslavo, y éste los trasladó a la fundación de Belgrado.
            Rindo así merecido homenaje con este artículo, en este mes de enero, 73º aniversario de su muerte, al gran visionario y padre de la tecnología de nuestro tiempo, Nikola Tesla, el mayor científico loco de la historia, que encarna el mito trágico del campeón de la verdad que se ve obligado a enfrentarse en solitario a enemigos monstruosos, el arquetipo de héroe que se alza contra los dioses en beneficio de la humanidad, y acaba siendo aniquilado por su osadía y excluido de la memoria de su tiempo de forma injusta, pero al que el tiempo le ha dado la razón ante la predicción que él mismo lanzó en sus últimos años: «El presente les pertenece. El futuro, para el que yo trabajo, será mío».


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.

Mito del mes de enero: Géminis

Este mes os presentamos el video sobre mitología, Mito de Géminis o de los Gemelos según la Mitología Griega


Cielo del mes de enero

Video del cielo del mes realizado por miembros del grupo Astrosomontano
Como cada mes os ofrecemos nuestro "Vídeo del mes de enero"
Constelaciones visibles, fases lunares, objetos messier... Toda la información astronómica del mes.



LA MATERIA OSCURA, UN UNIVERSO NUEVO

            En 1497, a la temprana edad de 24 años, un joven astrónomo de origen polaco, muy influenciado por antiguos eruditos como Aristarco de Samos, desarrollaba sus ideas en una Europa fuertemente dominada por la iglesia católica. Dios era el centro y la razón del funcionamiento del mundo, era indiscutible, era inamovible. El universo terminaba en la última de las esferas del cielo de Dante, y en el centro de todo estaba situada la Tierra. El Sol, los planetas y las estrellas giraban en torno a la Tierra en una suerte de ingeniosísimo artificio matemático que culminó en Aristóteles, y donde absolutamente todos los movimientos celestes quedaban, salvo algunas imprecisiones, perfectamente explicados. Tal fue la sofisticación de la teoría griega que llegaron incluso a fabricar un planetario portátil capaz de predecir eclipses, el famoso mecanismo de Anticitera. Resultaba muy osado tratar de cuestionar la voluntad de Dios y aquellos herejes que se atrevían, veían un horrible final presas de las llamas.


            El ingenio de este joven polaco no solo le llevó a construir una nueva teoría mucho más simple, la cual tardaría 25 años en demostrar y plasmar en el libro más importante de la historia, De Revolutionibus Orbium Coelestium, sino que pudo presentarla a modo de ficción, de manera que la iglesia no le prestara atención. Tras numerosos estudios de antiguos astrónomos y barajar una idea tan novedosa como ridícula, el joven comprobó que los movimientos celestes eran mucho más fáciles de predecir y mucho más precisos con un sencillo cambio; quitar a la Tierra del centro del universo y poner al Sol. Fue tal la revolución que generó su publicación que el libro fue prohibido por la iglesia durante los siguientes 300 años. Su nombre es Nicolás Copérnico y el efecto fue tan devastador que el universo y el ser humano jamás volvieron a ser los mismos. Se inició así la primera de las revoluciones copernicanas, que significó el triunfo de la razón sobre las ideas preconcebidas, cambiando el paradigma para siempre.
            Descubrir que nuestro planeta no es centro del universo solo fue el principio, después vino la segunda revolución copernicana cuando descubrimos que el Sol tampoco lo era, y que pertenecíamos a una gigantesca galaxia millones de veces más grande. Más tarde, con la tercera revolución copernicana descubrimos que el universo tenía miles de millones de galaxias como la nuestra y que además se estaba expandiendo.
            Cada uno de esos descubrimientos nos hace más y más insignificantes, y a día de hoy la cosa no ha cambiado. Vivimos la cuarta de las revoluciones copernicanas desde que se descubrió que la materia visible del universo, galaxias, agujeros negros, cuásares, púlsares, estrellas de neutrones, enanas marrones, polvo y gas intergaláctico, planetas, asteroides, cometas o materia que flota perdida en el espacio, es decir, toda aquella materia (podamos o no podamos verla desde aquí) que está formada por átomos y que interactúa con la luz, no es más que el 5% de la composición total del universo. Y las teorías científicas, que después de tantos siglos hemos refinado, realmente solo sirven para explicar esa pequeñísima porción del todo. El 95% restante, del cual apenas sabemos nada, están formados por dos misteriosos componentes, la materia oscura y la energía oscura, un 27% y un 68% respectivamente.
«La ciencia avanza mejor cuando las observaciones nos obligan a cambiar nuestras ideas preconcebidas.»
            En el año 1933, un científico de origen noruego llamado Fritz Zwicky, descubrió mientras investigaba un gran cúmulo de galaxias, llamado cúmulo Coma, que su materia visible no podía ser suficiente como para explicar las enormes velocidades de rotación observadas. Propuso la existencia de una «materia oscura» que contribuía a la masa total del cúmulo, el cual rellenaba todo el espacio entre ellas a modo de un enorme halo. Incluso produciría un efecto, ya predicho por Einstein, de lente gravitatoria. Como siempre suele pasar ante descubrimientos que se adelantan demasiado a su tiempo, la proposición de Zwicky fue tomada como una extravagancia y relegada al olvido hasta que 40 años más tarde, la americana Vera Rubin volvió a llegar a la misma conclusión, tras comprobar que las galaxias que investigó rotaban a una velocidad mucho mayor de la esperada. Para que las velocidades obtenidas por Rubin y Ford en sus observaciones concordaran con las teorías newtonianas y de Einstein se requería una masa 10 veces superior a la visible como mínimo. Empezó entonces «la caza de la materia oscura», una búsqueda que no ha concluido y que parece ir para largo.
            A día de hoy seguimos sin saber qué es exactamente la materia oscura, sin embargo, sí sabemos lo que no es. Tras varias décadas de investigaciones lo que podemos decir sobre ella es que no se trata de materia bariónica, es decir no son átomos ni ninguna clase de partícula subatómica conocida. Sabemos también que abunda en el universo en una cantidad 5 veces superior a la materia visible. Gracias a muchas observaciones sabemos que no interactúa, o lo hace de una forma extremadamente débil, con la materia conocida; y no tiene ninguna clase de interacción con la radiación electromagnética, por lo que resulta totalmente invisible, como si se tratase de una longitud de onda que no somos capaces de ver ni de imaginar siquiera. Sin embargo, sí que tiene la capacidad de deformar el espacio causando una atracción gravitatoria, y que por lo tanto toda la estructura material ordinaria del universo se agrupa entorno a esta materia oscura.
            El astrofísico David Spergel de la universidad de Princeton en New Jersey, una de las mayores autoridades a nivel mundial en lo referente a la radiación de fondo de microondas del Big Bang, asegura que, sin la materia oscura, 13.800 millones de años no habrían sido suficientes para la formación del universo. Ésta actúa a modo de andamiaje entorno a la cual se agrupan todas las galaxias y se convierte en la razón principal de por qué el universo es como es. Una de las mejores pruebas de su existencia con las que contamos es el mapa de la radiación de fondo de microondas que trazó el telescopio espacial WMap en 2001. En él se observa cómo era el universo cuando solo tenía una edad de 385.000 años y en la foto adjunta podemos vislumbrar un granulado básico fruto de las variaciones de temperatura que había de unas zonas a otras.
            A día de hoy existe una ferviente actividad entorno a la búsqueda de la materia oscura. La carrera para encontrar la partícula perdida es una de las prioridades a nivel mundial y existen numerosos experimentos orientados en este aspecto. No cabe duda de que será una revolución que nos traerá una nueva concepción del universo, pero hablaremos de ello en el próximo artículo.


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca

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