ALEXANDER VON HUMBOLDT, EL PADRE DE LA ECOLOGÍA

Recuerdo casi el instante de la primera luz que bañó mis ojos el día de mi nacimiento, un 14 de septiembre de 1769, en la habitación de mi madre en el castillo de Tegel, muy cerca de Berlín. Recuerdo el sonido del mecer de las hojas de las hayas centenarias que amurallaban la parte trasera del palacio, cada vez que salía a jugar con mi hermano Wilhem. El olor de los tulipanes en primavera cuando mi familia organizaba fiestas para la nobleza alemana, mi hermano y yo solíamos ausentarnos para correr por los vastos jardines hasta que fue nuestra presentación en la alta sociedad. Recuerdo mi infancia con pelos y señales y sin embargo no consigo recordar, a mis 90 años, el momento en el que se despertó mi exacerbado amor por la naturaleza. Pudo ser la fantasía de mundos lejanos, inspirada por la adaptación del Robinson Crusoe de Alejandro Dumas, que de forma magistral hizo mi ilustradísimo tutor Joaquim Campe; o quizás el crucero iniciático por el Rin que me llevó a Holanda y de ahí a Inglaterra. A mi regreso por Francia tuve la fortuna de conocer a idealistas revolucionarios. Uno no sabe lo equivocado que está hasta que descubre la verdad desde la que ver el error, y siempre estaré agradecido a mi amada madre por haberme quitado de la cabeza la estúpida idea de ir al ejército.


            No pasó un solo día durante mi formación en la Escuela de Minas de Freiberg, ni durante el aburrido trabajo para el gobierno que le siguió, en que mi mente no soñara con descubrir nuevos mundos, así que, tras la muerte de mi madre, y con una herencia tan inmensa que no pensé acabarla en 10 vidas, decidí, a mis 29 años, rogar audiencia formal con su majestad Carlos IV, rey de España, y partir hacia lo desconocido. Pese a que mi idea inicial fue Marruecos, la gran actividad científica sobre Las Américas que vi en los españoles me llevaron a partir del puerto de La Coruña hacia el nuevo mundo. Recuerdo ver empequeñecerse en la orilla el Castillo de San Antón, donde se hallaba preso por traición, dijeron las autoridades, el ilustre Don Alejandro Malaspina, uno de los más grandes exploradores que este bello mundo ha conocido. No pude evitar sentir miedo de correr la misma suerte, pero iniciaba así la gran aventura que cambió mi vida, mi mente y mi espíritu.
            Desperté un día en mi posada del puerto de Cumaná, en el norte de Venezuela. Un lugar arropado por palmeras de verde jade y flores rojo fuego, tan diferentes de las europeas, bajo un Sol que lucía como un diamante, al pie de la hermosa bahía de arena como la harina, que un agua impoluta color turquesa bañaba con mimo. Papagayos, loros, cacatúas y pájaros de mil clases entonaban una sinfonía tropical que, pese a lo ruidoso, no resultaba en absoluto molesta. Meses antes había pasado un período de adaptación en Tenerife, visitando el afamado Jardín de Aclimatación, donde uno puede familiarizarse con las nuevas especies, y ascendiendo al Teide para tomar muestras, gesta que su ilustre Charles Darwin trató de repetir décadas más tarde, pero el nuevo mundo te deja sin palabras. Mi expedición partía de Cumaná a la cueva de los Guacharos para estudiar estas misteriosas aves nocturnas y su extraña costumbre de vivir en los submundos. Pero, aunque mi vista, oído y olfato se deleitaba con este maravilloso cóctel natural, mi espíritu se horrorizaba al ver como ese mismo Sol bañaba también la piel untada en aceite de decenas de esclavos africanos, que los españoles vendían sobre esas divinas arenas. Gritos de mercaderes y clientes se mezclaban con la fauna autóctona, convirtiéndolo en un paraíso perdido. Decidí, tiempo después, partir hacia el interior, gracias a lo cual pude redescubrir el enigmático brazo Casiquiare que une la cuenca del Orinoco con el Amazonas. Y este solo fue el principio de un millón de aventuras que vinieron luego.
            En Quito, la noche anterior a mi ascensión al volcán Pichincha, sentí el poder de la madre Tierra, sacudiendo la ciudad hasta sus cimientos. Juzgaba a los ecuatorianos como irresponsables, vagos y viciosos, pero cuando en un solo segundo puedes perderlo todo, incluyendo la vida, se comprende cómo la naturaleza puede forjar el carácter de un pueblo; y la unión, que ya sospechaba que existía, de la propia vida con el planeta. No sé si por celebración o por miedo, decidí esa noche abandonarme junto a ti, mi amado amigo Carlos Montúfar, a los placeres de la ciudad de Quito. Las malas lenguas quisieron ver el nuestro como un amor impuro, dos palabras jamás conjugables. Tuviste la amabilidad de acompañarme después a descubrir el corredor de los volcanes hacia el Sur, Chile, donde aprendí que éste es un planeta vivo, y donde descubrí también la corriente oceánica del pacífico que ahora lleva mi nombre.
            Ah… mi amado amigo Montúfar, como hubiera querido que me acompañaras a las tierras del sur de Estados Unidos a las que llaman Nueva España, donde tuve el privilegio de ascender al Jorullo, emergido de las mismísimas profundidades de la Tierra tan solo 44 años antes, y todavía activo. O en mi viaje por Estados Unidos, donde el mismísimo presidente Thomas Jefferson me retuvo hasta que “accedí” a darle copias de mis mapas, que unos años después usó con fines bélicos.
            Ahora me encuentro aquí en mi residencia de Paris, dilapidada mi fortuna en la colosal edición de mi magna obra “Cosmos”. Yo, Alexander Von Humboldt, al que llaman el último científico universal, al que dicen más famoso que Napoleón y donde todo el mundo me conoce, tan solo desearía pasar mis últimos días junto a ti, mi amado amigo Carlos Montufar.


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca

JOHANNES KEPLER


LA ARMONIA DEL MUNDO DE JOHANNES KEPLER

          “Pero en medio de todo está el Sol. Porque ¿quién podría colocar, en este templo hermosísimo, esta lámpara en otro o mejor lugar que ése, desde el cual puede, al mismo tiempo, iluminar el conjunto? Algunos, y no sin razón, le llaman la luz del mundo; otros, el alma o gobernante. Trimegisto le llama el Dios visible, y Sófocles, en su Electra, el que todo lo ve. Así en realidad, el Sol, sentado en trono real, dirige la ronda de la familia de los astros.”
          Así de contundente dictaba Copérnico en su revolucionaria obra “Sobre la revolución de los orbes celestes” con la que, definitivamente, se iniciaba el heliocentrismo como un tren sin frenos. Estas palabras hicieron mella en la joven mente de Johannes Kepler que, en una época en la que se estaban removiendo los mismísimos cimientos del mundo, se declaró heliocentrista convencido. Pese a tener un pensamiento más próximo al medievo que a la era moderna, este enigmático y desconocido científico fue capaz, por fin, de darle una armonía al mundo y desentrañar los movimientos de los astros.
          Kepler nació en el seno de una buena familia venida a menos, en una pequeña localidad del sur de Alemania llamada Weil, en 1571. Ya desde pequeño, y a lo largo del resto de su vida, se vio perseguido por la mala suerte. Su tía fue quemada en la hoguera por brujería y más tarde su propia madre fue acusada por la inquisición por la misma razón; aunque afortunadamente consiguió librarse de la suerte de su hermana. Su primera esposa murió a causa de la locura y los 7 hijos que tuvo con la segunda murieron antes que él a causa de accidentes y enfermedades. No es aventurado, pues, pensar que Johannes Kepler se refugió en los cielos a la vez que en su propia mente. Platónico empedernido, se tomó como meta en la vida desentrañar los secretos del cosmos, pues una creación divina no podía sino responder a una ley tan bella como simple. Así que, lleno de determinación, emprendió un camino que ni siquiera él mismo pudo llegar a imaginarse.  Fue además un hombre capaz de trascender sus propios prejuicios, dejando a un lado las ideas preconcebidas que todavía se arrastraban de Aristóteles, para ceñirse exclusivamente al estudio de datos exhaustivos (fueran cuales fueran sus implicaciones). Y en aquella época, los datos más precisos del mundo estaban el poder de Tycho Brahe.
          Tycho Brahe fue un excéntrico noble apasionado de la astronomía que no solo perfeccionó, sino que también inventó, nuevos aparatos de medida. Su precisión en las mediciones y observaciones, siempre a simple vista, llegaron prácticamente al límite de lo que era posible antes de la invención del telescopio. No obstante, poco tiempo después, Galileo decidió utilizarlo para algo más que para la navegación y decidió apuntarlo hacia el cielo. Tycho Brahe sin embargo, era un detractor acérrimo de la teoría heliocéntrica de Copérnico y no fue capaz de aceptar la abrumadora evidencia de su trabajo le ponía ante sus ojos. No obstante, contribuyó de una forma decisiva al definitivo derrumbe de dos de los grandes pilares de la cosmología del medievo:
          1.- la inmutabilidad de los cielos, demostrando que la supernova aparecida en 1572 no era un fenómeno sublunar sino la aparición de una nueva estrella.
          2.- la existencia de las esferas cristalinas que transportaban los planetas, conclusión a la que llegó estudiando la trayectoria de los cometas.
          Kepler, atraído por la magnitud de su trabajo, quiso obtener los datos de Tycho para así poder desentrañar la armonía del movimiento planetario, de forma que el 1 de enero del año 1600 puso rumbo al observatorio de este último. La relación no fue buena, pues hablamos de dos mentalidades completamente diferentes: pensamiento moderno frente a pensamiento medieval. Lamentablemente su trabajo conjunto no llegó a dos años, Tycho Brahe murió en 1601. Kepler entonces se obcecó en conseguir los datos, viéndose obligado a robárselos a la familia Brahe.
Y éste fue el principio de todo. Kepler era un excelente matemático (recordemos que las matemáticas entonces no estaban muy desarrolladas) y utilizando todo su ingenio se lanzó a estudiar las posiciones planetarias, primero de la Tierra, pues ahora estaba en movimiento, y después de Marte, el más enigmático de todos. La enorme precisión de los datos de Tycho Brahe le permitió descubrir una pequeña excentricidad en la circunferencia de las órbitas tanto de Marte como de la Tierra, concluyendo así que las órbitas eran elipses. Nació así la primera ley de Kepler: “Las órbitas de los planetas son elipses y el Sol está en uno de sus focos”; y la segunda: “La velocidad orbital de un planeta es tal que una línea imaginaria que lo una con el Sol barre áreas iguales en tiempos iguales”. Su emoción por haber descubierto una armonía común tan hermosa lo llevó a intentar ir más allá, hallando así su tercera ley: “Los cuadrados de los periodos de los planetas son directamente proporcionales a los cubos de sus distancias medias al Sol”.
Lo más sorprendente son las conclusiones que dedujo de todos sus descubrimientos. Dedujo que del Sol emana una fuerza que, al igual que la luz, disminuye con la distancia, haciendo girar más despacio a los planetas más lejanos. Pensó entonces que la Tierra ejercía la misma fuerza sobre la Luna y que los objetos ofrecían una resistencia al movimiento proporcional a su masa, así como que los objetos se atraen entre si de una forma inversamente proporcional a sus masas… un pensamiento bastante cercano al de Newton; y muchas veces se dice que Newton simplemente resolvió el problema que había dejado Kepler… pero eso lo estudiaremos en otro artículo.

Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca


Relato de un eclipse. EEUU 2017

Hace ya más de un año que la Agrupación se puso a trabajar para preparar una expedición a EE. UU. para observar el eclipse de Sol de este pasado mes de agosto de 2017.


Un reto que se complicó en el momento en el que se abrió el plazo de preinscripción, 150 inscritos de los que al final fueron 120.
Preparar un viaje de este tipo para 120 personas se presentaba tarea harto complicada.
Debería ser un viaje atractivo sin que se disparara el precio y apto para todos los públicos. También tendríamos que complementarlo con algo más relacionado con la astronomía y había que movilizar, proporcionar alojamiento y desplazar dos autobuses simultáneamente (sólo había un eclipse y no podíamos dividir el grupo en dos turnos).
Los viajes al Oeste de EE. UU. se disparaban de precio y en los viajes al Este, aunque el tiempo era mucho más inseguro, podíamos visitar también Cabo Kennedy (Cabo Cañaveral). Finalmente se apostó por la segunda opción, aunque fuera más arriesgada y el tiempo pudiera no acompañar el día del eclipse.


¡El 16 de agosto la expedición se puso en marcha!
120 personas entre socios y simpatizantes de AAHU y socios de otras agrupaciones pusimos rumbo a Miami.



Una visita a Miami y próxima parada, nuestro segundo plato fuerte del viaje (el primero era el eclipse), visita a Kennedy Space Center de la NASA. Base que usa la NASA desde 1968 para el lanzamiento de cohetes.
El transbordador Atlantis, un Saturno V, Cápsula del Apolo XIV, trajes espaciales originales y un tour en bus por las áreas restringidas de estas instalaciones: plataformas de lanzamiento de la NASA, Space X, Boeing, edificio de ensamblaje... en fin, un sueño para cualquier aficionado a la astronomía y viajes espaciales.





Tercer y cuarto día: Orlando. A disfrutar peques y mayores con los parques temáticos: Walt Disney World, Universal Studios...


Próximo destino: Savannah. Desde allí partirá nuestra expedición para ver el eclipse (comienzan los nervios). De camino visitamos la población de San Agustín.
Día 21: Día del Eclipse.
Las previsiones meteorológicas no cambiaban desde hacía días. Un 60% de probabilidad de lluvias y, por lo tanto, nubes. La previsión de lluvias en la zona costera y despejado en el interior se alternaba caprichosamente haciendo más complicada, si cabe, la elección del lugar para la observación.
Previendo tráfico intenso y atascos, según advertían las autoridades, a las 8 AM  en los autobuses, preparados para partir en busca del eclipse.
Horror!. Todos montados y un autobús con una rueda pinchada!
No podía ser cierto!


Se tomó la decisión de salir un autobús por delante y así ver qué tiempo había en la zona y determinar qué dirección tomar, si hacia la costa o al interior.
Tomamos la interestatal 95, rumbo norte y al llegar al cruce con la 26 decidimos ir un poco hacia el interior para ver cómo pintaba el cielo. Había bastantes nubes y tormentas alrededor, pero hacia la costa parecía mucho peor. Decidimos parar en un área de servicio cerca de la localidad de Orangeburg para esperar al segundo autobús. Una zona gigantesca, con jardines, sombras, servicios, en la que ya se respiraba el ambiente del eclipse. Incluso había una caravana gigante instalada en la que se leía "Cazadores de eclipses". Buena señal!. El pinchazo nos había llevado hasta allí y la suerte estaba echada. Veríamos el eclipse de Sol desde ese lugar. No quedaba más que cruzar los dedos y esperar a que el cielo se despejara en las cuatro horas que quedaban de espera.


A la hora y media llegó el segundo autobús. Varios compañeros comenzaron a montar sus telescopios y equipos fotográficos en el lugar elegido. Los nervios estaban a flor de piel.


A las 13:14:40 comenzaba la fase de parcialidad y continuaban las nubes y claros. Se pudo hacer un seguimiento muy bueno de esta fase, pero algunas nubes amenazaban con tapar el Sol en el momento justo de la fase de totalidad.

Foto: Diego Fernandez
10 minutos para el eclipse total: pasa la última nube y el cielo queda totalmente despejado. Por fin pudimos relajarnos un poco. Un aficionado que había venido desde Alabama para ver el eclipse y también había terminado en ese lugar, portátil en mano, nos hizo una cuenta atrás.
10, 9, ... 3, 2, 1 y...oscuridad total. Gritos de alegría, abrazos, todos señalando al Sol... increíble!. Imposible describirlo con palabras, un espectáculo único!.



Ahí estaba!, la Luna, el Sol y su increíble corona, estrellas, planetas, todo a la vista a las 14:43:40.
La fase de totalidad acabó a las 14:46:03. Precioso pero corto, muy corto, pero con la satisfacción de haber conseguido el principal objetivo del viaje: ver un eclipse total de Sol. Un momento compartido por 120 compañeros de agrupación, sin duda todo un hito en AAHU.
Al día siguiente, y todavía asimilando lo que habíamos visto, continuamos nuestro viaje. Charleston, Raleigh (Museo de Ciencias Naturales), Washington (Museo Smithsonian del Aire y el Espacio, Capitolio, La Casa Blanca, Washington Monument, Jefferson Monument, Lincoln Memorial...), Nueva York (Estatua de la Libertad, Times Square, Chinatown, Metropolitan, Moma...).







Día 13: regreso a casa.
Un increíble viaje en el que la suerte nos acompañó.
AAHU ya está trabajando en su siguiente viaje: 2018, destino Madagascar (cielo austral).

Agradecimientos especiales para: Alberto Solanes, Olga Pallruelo y demás personal de la Agrupación que han hecho posible este viaje.
También agradecimientos para Marian Lopez y Jose Antonio Molina de Viajes Nautalia, agencia con la que hemos realizado este viaje.
J.A
         EL CIELO DEL MES DE SEPTIEMBRE 2017.  ASTROSOMONTANO    AAHU



COPÉRNICO EL REVOLUCIONARIO

COPÉRNICO EL REVOLUCIONARIO

            

             En muchas ocasiones, lo más admirable de la inteligencia del ser humano, no es su capacidad para encontrar la verdad, sino la de persistir en un error, y desarrollarlo hasta tal punto que acaba convirtiéndose en verdad. Solo somos capaces de conocer el mundo en la medida que nos conocemos a nosotros mismos. Cuando la humanidad se encuentra, ignorante, en uno de esos atolladeros, la observación del mundo suele estar desajustada con las herramientas de medida, y surgen correcciones que complican más y más el modelo vigente. Solo alguien con una mente superior, no solo a la de sus contemporáneos, sino también a la de su propio tiempo, alguien con una visión más allá de las ideas preconcebidas, es capaz de cambiarlo todo de forma que el mundo ya nunca vuelva a ser el mismo. En la historia de occidente solo tres personas han sido capaces de algo tan audaz: Pitágoras de Samos, Nicolás Copérnico y Albert Einstein; pero si hemos de nombrar a alguno de ellos como ejemplo de lucha contra los propios prejuicios y las ideas preconcebidas, sin duda ése es Copérnico.

            En una convulsa época donde el gélido oscurantismo medieval se iba fundiendo con la cálida luz que traía el tsunami del humanismo italiano en el S. XIV, la concepción del mundo iba poco a poco resquebrajándose inevitablemente con los mazazos de los nuevos descubrimientos. El arte demandaba un resurgir de las ideas clásicas griegas; un genovés llamado Colón, descubría un nuevo mundo; el hombre demandaba protagonismo frente a Dios; la invención de la imprenta abría una nueva era de difusión del conocimiento, hasta entonces recluido en monasterios; caía la orden teutónica, última de las órdenes de caballería medievales; Constantinopla era conquistada por los Turcos; se creó la iglesia protestante de manos de Lutero y se demostró empíricamente por primera vez que la Tierra es esférica, entre otras muchas cosas. Y en todo ese huracán, el menor de los hermanos de una familia adinerada de Torun, Polonia, ponía la guinda al pastel tras años de lucha interna, sabiendo que sus nuevas teorías podrían poner el mundo patas arriba. Por primera vez en la historia aparecía una teoría heliocéntrica explicada matemáticamente con gran detalle, que sería el principio del fin del geocentrismo. Estamos hablando del Renacimiento.

            Copérnico tuvo acceso tanto a antiguos escritos como mediciones de anteriores astrónomos como el Almagesto de Ptolomeo, las tablas alfonsíes sufragadas por Alfonso X el Sabio, o el Catálogo de las estrellas de Ulug Beg. Ahí encontró interesantes teorías como la de Aristarco de Samos, que proponía por primera vez el heliocentrismo, pero más a nivel filosófico que científico, las de Azarquiel, que adjudicaba a Mercurio una órbita elíptica en vez de circular, o Hicetas y Heráclides que creían que la Tierra rotaba sobre su eje. Promovido seguramente por el ambiente creativo e innovador de la Universidad de Cracovia y por su mentor en astronomía Domenico María de Novara, Nicolás Copérnico se vio imbuido de una curiosidad exacerbada por descubrir los entresijos de la maquinaria celeste. En el S. XV todavía no existía el telescopio, los instrumentos de medida eran todavía los mismos que habían estado usando los griegos muchos siglos antes, como el sextante, el astrolabio, la esfera armilar o el triquetrum, pero más precisos y más grandes, lo que permitía obtener datos más exactos. Y tal como decíamos al principio del artículo, el ser humano es capaz de persistir en un error sin saberlo mientras no tenga la evidencia suficiente. Copérnico se dio cuenta de que la ciencia estaba en un callejón sin salida. Había llegado el momento de abrir la caja de pandora.

            Siendo un hombre profundamente religioso y con una gran admiración por las teorías de Aristóteles y Ptolomeo, no somos capaces de imaginar la lucha interna a la que debió estar sometido mientras, año tras año, iba obteniendo nuevos datos y recopilando información en su observatorio. Iba a ser el artífice de la destrucción del mundo tal y como había sido conocido durante casi dos mil años. Tenía que estar preparado para respaldar cualquiera de sus afirmaciones. La Inquisición era extremadamente dura con todo aquel que cuestionara el sistema preestablecido, así que decidió dotar a su teoría con el mayor aparato matemático que se conoce hasta esa fecha.

            En su libro Commentariolus hace un resumen y una exposición anticipada de su visión del cosmos, y pese a haber tenido una aceptación mayor de lo que esperaba, Copérnico seguía reticente a publicarlo por lo que solo circularon copias entre sus más allegados. Pero su gran obra, la que le llevó 30 años escribir y completar, fue De Revolutionibus Orbium Coelestium (Sobre las Revoluciones de los Orbes Celestes). Una obra que le perturbaba profundamente por sus implicaciones y por sus consecuencias. Posiblemente no sería aceptada e incluso podría ser condenado por la iglesia católica, que lo había nombrado canónigo en la catedral de Fromborg en 1501. Pero lo que más le preocupaba es que podría cambiar el mundo radicalmente, incluso, pensaba él, sumirlo en el caos. Pese a todos esos prejuicios, su determinación a resolver el enigma celeste era tan fuerte que pasaba noche tras noche estudiando el cielo.

            Esta obra monumental consta de 6 libros: en el primero presenta una visión general de la teoría heliocéntrica, y una explicación corta de su concepción del mundo, en el segundo los principios de la astronomía esférica y una lista de las estrellas, el tercero está dedicado a los movimientos aparentes del Sol, en el cuarto se describe la Luna y sus movimientos orbitales y los dos últimos explican detalladamente el funcionamiento del nuevo sistema. Copérnico tuvo especial cuidado en los cálculos matemáticos y fue muy meticuloso a la hora de refutar la anterior teoría. Sentía un profundo respeto por la genialidad de Ptolomeo (su Almagesto era su libro de cabecera), así que, punto por punto, fue rebatiendo los inconvenientes que presentaba el geocentrismo y ofreciendo una alternativa que se ajustaba más a los datos obtenidos durante las observaciones. Puede considerarse sin ninguna duda la obra más importante de la historia de la ciencia y el principio del método científico.

            No solo dio al mundo la visión del cosmos que hoy sigue vigente. También contribuyó a la sociedad con la reforma del calendario, el establecimiento de una moneda polaca, un precio justo para el pan y el trigo o elaborando mapas. Fue además afamado médico en toda Europa, una de esas personas tan admiradas que parecen ir a la vanguardia del mundo, abriendo un camino entre tinieblas, tan osado que pocos se atreven a seguir después. Pero una vez plantada la semilla, el árbol acaba por crecer, y a día de hoy damos gracias a la vida por habernos mandado a un Copérnico.


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca


ALBERT EINSTEIN, EL HOMBRE.

            Max Planck tenía la responsabilidad de la edición de los Annalen der Physik, cuando, en 1905, aparecieron en la revista dos artículos fundacionales de la teoría de la relatividad. El primero de ellos apareció en junio y llevaba por título «Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento». El segundo artículo era más corto, de no más de dos páginas, titulado « ¿Depende la inercia de un cuerpo de su contenido de energía?», y en él se deducía la famosa ecuación que hoy puede verse incluso impresa en camisetas. Ambos iban firmados por un joven de 26 años nacido a orillas del Danubio, en la humilde y hermosa localidad de Ulm, Alemania, y por entonces residente y nacionalizado suizo que trabajaba en la oficina de patentes de Berna, llamado Albert Einstein. Parece ser que pasaron sin pena ni gloria, porque en los números siguientes al de su publicación no apareció ni un solo comentario, ni siquiera crítico. Un poco más tarde Einstein recibió una carta de Berlín. La remitía Max Planck, y en ella le pedía la clarificación de algunos puntos de su artículo. La carta llenó de júbilo a Einstein. No solo era un indicio de que su artículo no había pasado inadvertido, sino que venía firmada por uno de los más grandes físicos del momento y por lo tanto, tratándose de la época dorada de la física teórica, uno de los más grandes de la historia.


            Por aquel entonces Einstein no pasaba por un buen momento, sus padres no aprobaban su matrimonio con Mileva Maric, algo mayor que él, y a la que había conocido en la universidad de Zurich. La falta de trabajo en su campo (la física teórica) y el duro período de pobreza que atravesaba su familia, le hizo contemplar la posibilidad de abandonar sus aspiraciones científicas y emplearse en una compañía aseguradora. Sin embargo consiguió mantenerse en la cuerda floja haciendo malabarismos de un precario trabajo a otro: dando clases particulares, trabajos ocasionales como profesor sustituto... llegando a comer muy poco, por estas razones Einstein se vio obligado a aceptar el, ya mencionado antes, trabajo como evaluador de futuras patentes en Berna. Esto le mantuvo a flote y en actividad científica mientras la semilla de la relatividad especial, plantada en la comunidad, iba progresando.

            Si aquel joven de 16 años, que un buen día se preguntó cómo se vería el mundo montado en un rayo de luz y cómo se vería su onda electromagnética, hubiera sabido que el mismísimo Max Karl Ernest Luwdig Planck se interesaría por sus trabajos e incluso colaboraría en el desarrollo de su teoría de la relatividad general, con toda seguridad no se lo hubiera creído. Albert Einstein fue un joven humilde que creció en un ambiente innovador y muy técnico, pues su padre Hermann y su tío Jakob poseían una empresa dedicada a la ingeniería eléctrica, y su vivienda se encontraba junto a la fábrica. Desde pequeño siempre tuvo curiosidad por los ingenios mecánicos y llegaba a pasar horas con su tío Jakob, que era el motor innovador de la empresa. Siempre se pone a Einstein como ejemplo de mal estudiante, incluso de niño con dificultades en su desarrollo puesto que no empezó a hablar hasta los 2 años (y cuando lo hizo se repetía constantemente), pero a día de hoy sabemos que eso no es cierto, solía ser el primero de su clase, especialmente en matemáticas y física, y siempre demostró una curiosidad que le llevaba a cuestionar la autoridad de sus profesores y mostrar constantemente su desacuerdo con el sistema educativo alemán. Seguramente fue ésta la razón que lo movió a emigrar a Suiza para ingresar en la Escuela Politécnica de Zurich. Irónicamente, en 1913, el mismo Planck que acabada de ser nombrado rector de la Universidad de Berlín, apareció para gran sorpresa de un admirado Einstein, en Zurich (aparentemente en viaje familiar), rogándole que volviese a Alemania para continuar ahí sus estudios. Obviamente Einstein aceptó.

            Pero no es solo relatividad todo lo que reluce en la vida de Albert, muchas otras contribuciones (y no solo científicas) brillan a día de hoy en nuestro mundo de hoy en día. En 1922 ganó el premio Nobel, no por la relatividad, sino por su demostración del efecto fotoeléctrico, que constata la naturaleza cuántica-corpuscular de la luz, gracias a lo cual hoy existen las placas solares fotovoltaicas. Trató, aunque de forma infructuosa, de unificar las ecuaciones de Maxwell con sus propias ecuaciones de gravitación relativistas, posiblemente las más importantes de la historia, que explican por completo los fenómenos electromagnéticos. Fundamentó teóricamente todas las bases necesarias para el desarrollo del LASER. Predijo un quinto estado de la materia a milésimas por encima del cero absoluto, llamado el condensado de Bose-Einstein (que no pudo demostrarse experimentalmente hasta 1995). Escribió numerosos libros no científicos como «El mundo como yo lo veo» o «Mis ideas y opiniones». Demostró de forma incontestable la existencia de los átomos en sus estudios sobre el movimiento Browniano. Estableció la equivalencia entre masa y energía, sentando las bases de la energía nuclear. Contribuyó enormemente, aunque muy a su pesar, al desarrollo de la mecánica cuántica. Siempre se mostró reticente ante la naturaleza probabilística que ésta mostraba, diciendo dos famosas frases que siguen citándose (incluyendo este artículo) hasta la saciedad «El azar no existe, Dios no juega a los dados» y «Cuantos más éxitos cosecha la teoría cuántica, más ridícula parece».

            En 1933, siendo ya una estrella mundial y mediática más allá de la ciencia, y habiendo conseguido ser una leyenda en vida a la altura de Pitágoras, Galileo o Newton, volvió a renegar de su herencia alemana después de que Hitler se alzase en el poder. Emigró a Estados Unidos definitivamente, aunque ya se había convertido en un ciudadano del mundo dando conferencias sobre sus trabajos por todo el globo desde que en 1919 se constatara definitivamente como correcta su teoría de la relatividad general, cuando se comprobó cómo la acción del campo gravitatorio del Sol desviaba la luz de las estrellas que lo rodeaban durante un eclipse. Extremadamente afortunados debieron sentirse los alumnos de la universidad de Zaragoza cuando Albert Einstein impartió dos conferencias en la Facultad de Medicina y Ciencias durante los días 12 a 14 de marzo de 1923, el mismo alcalde lo llevó en su coche al Hotel Universo, y tras emocionarse viendo una rondalla y abrazar a una jotera presa del júbilo, y maravillarse ante la basílica del Pilar, acabó por decir que «solo en Zaragoza había percibido las palpitaciones del alma española».

            Parece increíble que un científico forjado en una época donde todo el universo se reducía a la Vía Láctea fuera capaz de crear una teoría tan bella como eficiente y que a día de hoy sigue abarcando todo el universo conocido. Su herencia sigue viva en prácticamente cada rincón de nuestras ajetreadas vidas: en los láseres de los lectores de BlueRay, en los GPS, en los generadores fotovoltaicos, en los viajes espaciales, en las centrales nucleares, y prácticamente en cada uno de los átomos que nos componen. Aquí parece estancarse la imagen del hombre que nos dio una nueva perspectiva del mundo, y que a nivel filosófico nos enseñó que todo punto de referencia es correcto, solo hay que tener en cuenta el ángulo desde que estamos mirando. Todo cambió aquel día de 1998 cuando su constante cosmológica, que se vio obligado a introducir en sus ecuaciones para evitar matemáticamente el colapso del universo, y a la que él mismo llamó el mayor error de su vida, volvió a resucitar tras descubrirse la expansión acelerada del universo, obligándonos a crear el concepto tan misterioso que llamamos energía oscura, y que nos ha obligado a replantearnos todos los cimientos de nuestra ciencia. Pero ésa, amigos, es otra historia.



Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.

El cielo del mes de marzo 2017





Como cada mes nuestros compañeros de AAHU en Barbastro, AstroSomontano, nos han preparado el "Vídeo del mes de marzo 2017" en el que nos dan toda la información sobre próximas efemérides astronómicas, visibilidad de los planetas, constelaciones del mes, etc.

ROBERT HOOKE, EL LEONARDO BRITÁNICO

“Debemos ver en los instrumentos científicos una prolongación de nuestros sentidos”.


 Esta sencilla y reveladora frase define a la perfección a una de las más innovadoras y creativas mentes de la historia de la ciencia, una mente que podría considerarse, sin miedo a equívoco, la primera puramente mecanicista y empírica de la historia, dejando a un lado misticismos o creencias religiosas. Estamos hablando del gran científico del S. XVII Robert Hooke, al que los registros, por fortuna o por conspiración, se han empeñado en mantener olvidado y menospreciado.


            Nacido en el seno de una familia humilde, aunque de cierta posición social, Robert Hooke siempre fue considerando como un científico de segunda por sus compañeros de profesión, al que relegaron casi desde el principio, aun habiendo aportado algunos de los conceptos más innovadores de la época, al simple puesto de ayudante en la Royal Society, de la fue cofundador y llegó a dirigir hasta el día de su muerte. Estamos hablando de una de las mentes más abiertas y privilegiadas que la ciencia ha visto en relación a su época que le hicieron adentrarse en mundos hasta el momento desconocidos.

            A la temprana edad de 10 años fue capaz de reproducir pieza por pieza un reloj que él mismo talló en madera y hacer que funcionara, a partir de otro desarmado que encontró. Fue también con esa edad, gran sorpresa de un pintor que casualmente se alojó en su casa, al ver la extraordinaria habilidad con la que el pequeño Robert copiaba a la perfección unos cuadros presentes en la casa, pese a que era la primera vez que tocaba unos utensilios de pintura artística. Así, auspiciado y recomendado por el propio pintor, saltó a Londres para iniciar sus estudios y recibir formación en pintura, aunque Robert se decantó por la ciencia, dado que dominó el arte del dibujo en muy poco tiempo y la técnica ya no tenía secretos para él.

            Su prodigiosa habilidad para construir ingenios mecánicos le valió para rescatar del olvido y potenciar enormemente el microscopio. Esto, sumado a su don innato para el dibujo, le permitieron crear una de las obras de biología más importantes del S. XVII, “Micrographia”, donde por primera vez en una obra científica se incluían detalladísimas ilustraciones del mundo de lo diminuto realizadas por él mismo, en una época en la que la mayoría de científicos tenían la vista puesta en el cielo. Fue también precursor de conceptos que aún a día de hoy resultan abstractos, como la relación directa entre energía vibrante y materia. Robert Hooke ponía de manifiesto una teoría que para entonces resultó tan absurda que no fue digna de consideración por sus contemporáneos, la idea de que la materia es realmente una manifestación sólida de la energía. Fue también, gracias a sus estudios del péndulo cónico y extrapolando de idea de fuerza centrípeta ejercida por el cordel del mismo, el que originó la idea de la gravitación como fuerza a distancia (cosa que Newton jamás reconoció). Y no acabó aquí, fue también creador de la teoría de la capilaridad, creó el concepto de partículas como elementos finales e indivisibles de la materia, inventó el primer telescopio cassigrin (a día de hoy unos de los más potentes del mundo), el resorte de muelle como mecanismo de relojería, que permitió la creación del reloj de bolsillo, la primera cámara de vacío junto a Robert Boyle (quien se llevó todo el mérito del invento), el diafragma gris, que sigue siendo a día de hoy muy utilizado en muchísimos instrumentos ópticos o diversos utensilios de medida de meteorología.

            Sin embargo, y de forma muy desmerecida, la única razón por la que conocemos y recordamos hoy a Robert Hooke, es gracias a la ley que lleva su nombre y que estudia la elasticidad de los cuerpos en estado estático y que todos estudiamos en edad más o menos temprana una vez llegados a los estudios secundarios. La ley de Hooke establece que “la fuerza que devuelve un resorte a su posición de equilibrio es proporcional al valor de la distancia que se desplaza de esa posición”, y cuya expresión matemática es:
F=-k·Δx.

Esto abrió, como ya había hecho en otros campos antes mencionados, la puerta al estudio de la elasticidad de los materiales, tan importante a día de hoy (y también entonces aunque en menor medida) para sectores tan importantes como el de la industria y la construcción.

            Y es precisamente en la arquitectura donde mayor contribución hizo Robert Hooke. Fue nombrado supervisor de la reconstrucción de Londres tras el incendio que arrasó la ciudad en 1666, y no contento con reconstruir lo que ya había, elevó nuevos edificios como el Raggley Hall o el Bethlehem Royal Hospital, de extraordinaria belleza en la época y hoy sustituido. Bien podría haber pasado a la historia además como uno de los arquitectos con más talento de la historia, pues introdujo el arco de catenaria como medida de sustentación perfecta, siendo así pionero y absoluto precursor en el uso de la matemática hiperbólica aplicada a la arquitectura, tan extendida a día de hoy y cuyo máximo exponente contemporáneo ha sido Antoni Gaudí, famoso por el uso de superficies hiperbólicas como elementos estructurales.

            Abrió las puertas también para los científicos futuros a un concepto totalmente impensable para la época. La evolución de las especies. Robert Hooke, tras estudiar diversos fósiles, llegó a la conclusión de que no eran caprichos de la geología sino seres de hace miles o tal vez cientos de miles de años que por algún proceso químico desconocido llegaron a petrificarse, y que por lo tanto podrían tener descendencia en el presente aunque tal vez con formas diferentes.

            Solo una mente completamente abierta y libre de prejuicios podría materializar tal variedad de ideas, tan diversas y tan adelantadas a su tiempo. No obstante, ninguno de sus contemporáneos llegó a valorar su trabajo de la manera que se merecía, llegando incluso a plagiarle, ignorarle o (dicen las malas lenguas) robarle parte de sus trabajos. Trataron de borrarle de la historia, extraviando retratos suyos (hoy no se conoce la existencia de ninguno), documentos, estudios o incluso robándole inventos y atribuyendo a otros obras arquitectónicas suyas. Tal es el castigo que sufre una mente demasiado adelantada a su tiempo. La fuerza del trabajo de Robert Hooke ha acabado hablando por sí misma, haciendo imposible su boicot, y a día de hoy una biografía suya cayó en las manos de este humilde aficionado a la ciencia, que se ve en la obligación de darle el homenaje que se merece.



Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.

Mitos y Leyendas de la Mitología Griega - AURIGA

El Mito del Auriga o Cochero



Vídeo realizado por AstroSomontano, de AAHU

El Cielo del Mes - Febrero 2017

Como cada mes nuestros compañeros de AAHU en Barbastro, AstroSomontano, nos han preparado el "Vídeo del mes de Febrero 2017" en el que nos dan toda la información sobre próximas efemérides astronómicas, visibilidad de los planetas, constelaciones del mes, etc.


Nikola Tesla, el mago de la electricidad

            Carlo Dossi dijo «los locos abren los caminos que más tarde siguen los sabios» y aún podríamos añadir: «detrás van todos los demás». Y es que en esta sociedad de convencionalismos lo más fácil es tildar de loco a aquel que osa intentar llegar donde nadie más se atreve, simplemente porque ve más allá de donde alcanzan los demás. Siempre que pensamos en la figura del científico loco solemos verla envuelta en un aura de misterio y romanticismo, como una trágica e incomprendida figura literaria. Pues bien, Nikola Tesla, nacido en 1856 en la pequeña localidad hoy croata de Smiljan, encarna a la perfección la imagen del científico loco, incomprendido y adelantado a su tiempo en décadas, movido por ideales y principios en vez de por dinero o fama, capaz de imaginar por completo un mundo nuevo, que aún hoy sigue pareciendo una lejana idea futurista, en su prodigiosa mente.


            El 1 de mayo de 1893, con un año de retraso, abrió sus puertas la exposición universal de Chicago. A la inauguración acudieron los reyes de España y Portugal así como otros mandatarios extranjeros, ante quienes el presidente de los Estados Unidos, Grover Cleveland, hizo girar una llave de paso dorada para encender el sistema eléctrico de Tesla y Westinghouse. Entonces, escalonadamente, se fue activando la maquinaria del recinto y se encendieron uno tras otro los diferentes pabellones gracias a las 180000 bombillas instaladas. La muchedumbre, como es lógico, quedó totalmente estupefacta ante tamaña maravilla. Finalizaba, de esta incontestable manera, la guerra de las corrientes, que le había enfrentado durante los años anteriores al gran y admirado Thomas Alva Edison, defensor aférrimo de la corriente continua. Tesla diseñó a finales del S. XIX unos sistemas de generación, distribución y transformación de corriente alterna que siguen vigentes hoy día, mucho más eficientes, más baratos y más potentes que los desarrollados por Edison. Para entonces Tesla había desarrollado una prometedora carrera en Estados Unidos gracias al magnate de la energía George Westinghouse, un declarado enemigo de Edison, con el que se había asociado para ampliar la empresa Westinghouse Electric. Pese a la agresiva propaganda de Edison (el cual se había metido a los medios en el bolsillo) en contra de la corriente alterna, llegando incluso a ejecutar un elefante en público, la corriente alterna de Tesla ganó no solo el contrato para iluminar la expo de Chicago, sino también la explotación de las cataratas del Niágara ese mismo año, demostrando que era segura, eficiente, limpia y barata, y demostrando también que Tesla era el mayor conocedor de la electricidad de su tiempo.
            Nikola Tesla tenía una mente prodigiosa, de esos genios que solo aparecen una vez cada 100 años, mezcla de científico e inventor, era capaz de visualizar en su mente cualquier ingenio o experimento que se le ocurriera igual que si lo estuviera viendo en la realidad. Tal era su capacidad que ni siquiera hacía pruebas de sus desarrollos, siempre funcionaban a la primera. Se dice que tenía visiones en ciertos períodos de crisis y por las descripciones que se han dado es muy probable que pasara por episodios sinestésicos. Siendo muy joven y mientras paseaba por un parque junto a un amigo, tuvo una de sus revelaciones y se apresuró a dibujarla con una rama que encontró en la arena del suelo. El diagrama resultante era nada más y nada menos que el motor de campo magnético rotatorio, es decir un motor trifásico de corriente alterna extremadamente eficiente, que sigue vigente hoy en día. Tras el desarrollo y comercialización de la corriente alterna, el científico no se quedó ahí. Gracias a sus investigaciones, su intuición y sobre todo el reciente desarrollo teórico que habían tenido las ecuaciones de Maxwell, pronto comenzó a interesarse por las ondas electromagnéticas y todas las posibilidades que ofrecían. A partir de ahí Tesla abrió un mundo nuevo, hoy todavía soñado.
            Siempre fue un visionario entregado al bien de la humanidad y sus ideas no siempre fueron bien recibidas en el mundo de los negocios. Por aquel entonces los grandes magnates dueños de las corporaciones americanas estaban sumidos en una guerra por el control del mercado; apellidos como Morgan, Rockefeller, Carnegie, Vandervilt o Rothchild eran ya sinónimo de poder más allá de lo imaginable. En un mercado donde se empezó a forjar la economía de «gran capitalismo» que tenemos hoy en día, la manipulación de acciones, la fusión de empresas y la búsqueda de proyectos millonarios estaban a la orden del día. Así fue como el gran Tesla consiguió engañar al todopoderoso John Pierpont Morgan, uno de los banqueros más ricos de la historia, fundador de General Electric que además de la electricidad llegó a controlar el acero, el ferrocarril, el petróleo y el carbón. Su gran estrategia era comprar empresas para reflotarlas y fundirlas en gigantescas corporaciones que hoy siguen funcionando como dueñas de los mercados. Tesla consiguió embaucarle para que financiara su gran proyecto, la transmisión inalámbrica de energía e información gratuita para todo el mundo. En su mente había creado una sociedad basada en las energías renovables limpias y sostenibles, donde todo el mundo tendría acceso gratuito a ellas en cualquier parte del mundo, donde cualquier persona podría recibir y enviar información de cualquier tipo (voz, imágenes, texto) a través de un dispositivo portátil, donde todos los transportes tendría un sistema de posicionamiento global y de ajuste horario, donde todos los teléfonos y dispositivos de comunicación del mundo estarían conectados entre sí formando una gigantesca red global. Este ambicioso proyecto lógicamente no iba a ser del agrado de alguien que pretende sacar rentabilidad de ello, así que Tesla consiguió su financiación alegando que trabajaba en un sistema de transmisión de radio. Erróneamente se atribuye la invención de la radio al italiano Marconi, pero en 1943, unos meses después de la muerte de Nikola, el gobierno estadounidense falló finalmente a favor del mismo, reconociéndole la autoría de gran parte de los elementos utilizados en su desarrollo y gracias a que en 1893 había presentado los principios de la transmisión inalámbrica. Hoy día aunque la mayoría de los libros de texto y documentación ponen a Guillermo Marconi como inventor de la radio, fue en realidad el mismísimo Nikola Tesla quien desarrolló todo lo necesario para ello. Su proyecto de la energía inalámbrica le llevó durante el camino a descubrimientos asombrosos y muy adelantados a su época, como por ejemplo el autómata teledirigido, algo tan estrambótico para el año 1898 que pasó sin pena ni gloria, o como la frecuencia de resonancia específica para la materia según su naturaleza. Descubrió también por casualidad los rayos catódicos, luego llamados rayos X y su aplicación médica, llegando a realizar una foto de su propia mano. Debido a que normalmente su tiempo lo empleaba en su gran sueño, este proyecto se quedó archivado, y fue Willhem Rontgen quien años más tarde se llevó el mérito y el premio nobel por descubrir lo mismo. Inventó la bombilla de bajo consumo ionizada por gas, precursora de los tubos de neón y fluorescentes de hoy en día, cuyo principio está basado en la ionización de gases a baja presión sometidos a voltajes y frecuencias altas. Esto le llevó a descubrir más tarde que la ionosfera era un excelente conductor así como la propia corteza terrestre, de ahí dedujo e incluso llegó a calcular matemáticamente que la Tierra podría tener su propia resonancia u ondas electromagnéticas estacionarias (que más tarde comprobaría experimentalmente gracias a una enorme tormenta), debido a que la capa de la atmósfera entre la ionosfera y la tierra actuaría como una guía de onda. Esto quedó en el olvido y no fue hasta 50 años más tarde cuando se pudo comprobar que tal frecuencia existe y que sus valores son sorprendentemente cercanos a los que Tesla calculó solo a nivel teórico. Hoy en día es llamada la Resonancia Schumann, y se aplica a ondas de radio de frecuencias extremadamente bajas.
            Para poder realizar exitosamente la transmisión de energía inalámbrica desarrolló la ya famosísima bobina que lleva su nombre, capaz de generar voltajes y frecuencias elevadísimas. Para ello consiguió un terreno en Colorado Springs donde construyó todo lo necesario. El espectáculo debía ser aterrador para la gente del pueblo cercano, que llegada la noche veían toda suerte de luces fantasmagóricas y terribles descargas eléctricas en todas direcciones. Desgraciadamente para Tesla, un sistema de transmisión inalámbrica de energía gratuita para todo el mundo no interesaba para nada a su mecenas J.P. Morgan, que por entonces también controlaba la industria del cobre, así que mediante una escueta pero contundente carta decidió cortar relaciones y por tanto la financiación del proyecto de su torre de telecomunicaciones. A partir de aquí su caída fue en picado debido a que su enorme torre, de 56 metros de altura, era un pozo sin fondo y no pudo afrontar los gastos. No obstante esto no le detuvo y continuó desarrollando inventos y conceptos innovadores como el avión de despegue vertical, cuyo concepto principal es la base a día de hoy, o la turbina Tesla, tan extremadamente eficiente que los materiales de la época no resistían la fuerza generada y se deformaban, y que ha llegado evolucionando hasta nuestros días. Sus años finales fueron desastrosos y no le quedó más remedio que declararse en bancarrota ante una asombrada sociedad que o lo veneraba como un mito o lo trataba de loco. El golpe más duro llegó cuando su gran benefactor y amigo John Jacob Astor, cuarto en el linaje de la primera familia millonaria de Estados Unidos y promotor del famosísimo Waldorf-Astoria, en el cual estaba alojado Tesla con el beneplácito de su amigo, falleció en el accidente del Titanic y se vio obligado a abandonar el hotel. Así fueron sus últimos años, viéndose obligado a mendigar alojamiento de hotel en hotel, tratando infructuosamente de conseguir nuevamente el beneplácito de una alta sociedad americana que había perdido la confianza en él, e incapaz de pagar sus deudas. Murió sólo en la habitación 3327 del hotel New Yorker un 7 de enero de 1943; dos días después el FBI confiscó toda la documentación que guardaba en esa habitación, intentando despejar las dudas que el mismo Tesla había sembrado acerca de la invención de un «rayo de la muerte» capaz de fulminar un avión a 400 km. e inevitablemente se perdieron varios de sus estudios, tras su minuciosa inspección durante varios años toda la documentación fue devuelta a su sobrino, diplomático del gobierno yugoslavo, y éste los trasladó a la fundación de Belgrado.
            Rindo así merecido homenaje con este artículo, en este mes de enero, 73º aniversario de su muerte, al gran visionario y padre de la tecnología de nuestro tiempo, Nikola Tesla, el mayor científico loco de la historia, que encarna el mito trágico del campeón de la verdad que se ve obligado a enfrentarse en solitario a enemigos monstruosos, el arquetipo de héroe que se alza contra los dioses en beneficio de la humanidad, y acaba siendo aniquilado por su osadía y excluido de la memoria de su tiempo de forma injusta, pero al que el tiempo le ha dado la razón ante la predicción que él mismo lanzó en sus últimos años: «El presente les pertenece. El futuro, para el que yo trabajo, será mío».


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.

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