21 DE DICIEMBRE: SOLSTICIO EL COMIENZO DEL INVIERNO

21 DE DICIEMBRE: SOLSTICIO
EL COMIENZO DEL INVIERNO

Agrupación Astronómica de Huesca


En la mañana del miércoles 21 de diciembre (en concreto, a las 11 horas 44 minutos), comenzará el invierno. Es el día del solsticio.

En este texto se explican de forma sencilla las características principales de un hito astronómico tan importante. Descubriremos las razones de que, siendo el solsticio de invierno el 21 de diciembre, su celebración tradicional en Nochebuena y Navidad tenga lugar dos días después.

Puesta de Sol, calle Alcoraz (Huesca)
El sol, en el solsticio de invierno, sale y se pone más al sur que ningún día, alcanza a mediodía su menor altura anual y son el día más corto y la noche más larga del año. Y se da el curioso hecho de que el comienzo del invierno, con su frío, coincide paradójicamente con el momento en que la Tierra se encuentra más cerca del Sol


1. El invierno empieza el miércoles 21 de diciembre

El invierno dará comienzo, según el horario vigente en España, el martes 21 de diciembre a las 11 horas y 44 minutos de la mañana.

La Tierra se hallará entonces en un punto de su órbita alrededor del Sol desde el que nuestra estrella se ve en la constelación zodiacal de Sagitario (mirando en dirección a Sagitario se encuentra también, aunque muy lejos –a 27.000 años luz de nosotros-, el centro de nuestra galaxia, la Vía Láctea, y el agujero negro supermasivo que se aloja en dicho centro).

Dado que la Tierra no completa su órbita anual en torno al Sol en un número entero de días, sino que tarda 365 días y un cuarto de día (unas 6 horas), el invierno comienza cada año, por lo general, unas 6 horas más tarde que el año anterior. Así, en 2014 lo hizo el 22 de diciembre a las 0 horas y 3 minutos de la noche; en el año 2015 se inició, también el 22 de diciembre, a las 5 horas y 48 minutos de la madrugada.

Sin embargo, en los años bisiestos como este, al añadirse un día en febrero, ese “avance” de unas 6 horas queda interrumpido, y el invierno empieza unas 18 horas antes que el año anterior. De esa forma, si en 2015 el invierno da inicio el 22 de diciembre a las 5 horas y 48 minutos, este año 2016, que es bisiesto, lo hará el 21 de diciembre a las 11 horas y 44 minutos de la mañana.

Puesta de Sol, calle Alcoraz (Huesca)
2. ¿Y entonces por qué Nochebuena es el día 24?

El cristianismo convirtió en fiestas sobresalientes, celebradas con tradiciones muy arraigadas y de gran antigüedad, el comienzo del verano y del invierno. El solsticio de verano se festeja la noche de San Juan y el solsticio de invierno en Nochebuena y Navidad.

¿Cuál es la razón de que el comienzo de las estaciones y sus festividades cristianas no coincidan, hallándose separados unos dos o tres días? ¿Por qué motivo el invierno da inicio el 21 - 22 de diciembre y Nochebuena y Navidad son el 24 y 25? La causa se halla en los 11 minutos de diferencia entre el ciclo solar de las estaciones y el año del calendario, que se acumulaban anualmente, hasta que dicha desviación quedó corregida en la reforma del calendario llevada a cabo por el papa Gregorio XIII en 1582.

Nuestro año de 365 días, con bisiestos, fue creado en Roma por Julio César en el año 46 antes de Cristo. En esa época, el comienzo del verano y del invierno se producían hacia al 24 de junio y el 25 de diciembre, tal y como se celebra en la actualidad, más de dos mil años después.

A partir de la época de César, sin embargo, esos 11 minutos anuales de diferencia comenzaron a actuar. Y cuando, casi 4 siglos más tarde, el concilio de Nicea se reunió el año 325 después de Cristo (el cristianismo era ya una religión tolerada y estaba próximo a convertirse en el credo oficial del imperio romano), el comienzo del verano y del invierno tenían lugar el 21 de junio y el 22 de diciembre. Los padres del concilio decidieron que tales fechas serían, en adelante, las de inicio oficial de las estaciones, pese a que su celebración, y así ha ocurrido hasta hoy, se hacía tres días después.


3. El Sol sale y se pone más al sur que en el resto del año

Todos sabemos que el Sol sale por el este y se pone por el oeste. Sin embargo, únicamente sale y se pone en los puntos del horizonte que señalan el este y el oeste dos días al año, los de los equinoccios, que marcan el comienzo de la primavera y del otoño.

Durante la primavera y el verano el Sol sale entre el este y el norte (por el noreste) y se pone entre el oeste y el norte (por el noroeste); en otoño e invierno, por el contrario, el Sol sale por el sureste y se pone por el suroeste. El solsticio de invierno, este 21 de diciembre, se caracteriza de esta forma por ser el día del año en que el Sol sale más al sureste (o sea, más cerca del punto del horizonte que señala el sur) y se pone más al suroeste. Y ello determina las otras características del solsticio invernal, que pasamos a comentar: la altura mínima que el Sol alcanza a mediodía y la duración, también mínima, de las horas de luz.


4. El Sol alcanza menor altura a mediodía que en el resto del año

El Sol llega cada día a su mayor altura sobre el horizonte a mediodía, y entonces se encuentra exactamente al sur (justo sobre el punto que señala en el horizonte el sur geográfico). La altura del Sol cada mediodía varía a lo largo del año, alcanzando su altura máxima en el solsticio de verano y la mínima en el de invierno. En estas fechas de diciembre, en que está vigente el horario de invierno y hay por tanto una hora de diferencia con la hora solar, el mediodía ocurre a la una de la tarde.

¿Cómo de alto está el Sol a finales de diciembre al mediodía? Poco. La altura mayor que un objeto celeste puede alcanzar sobre el horizonte es el cenit, el punto situado encima de nuestra cabeza. El cenit está a 90 grados de altura sobre el horizonte sur. Pues bien, el Sol llega a mediodía en Huesca, en el solsticio de verano, a 71 o 72 grados de altura sobre el horizonte sur, y solo a unos 25 grados de altura a mediodía al comienzo del invierno. Fijémonos estos días en la escasa altura del Sol, a la una de la tarde, mirando hacia el sur.


5. El día es más corto y la noche más larga que en el resto del año

Este 21 de diciembre, el Sol saldrá en Huesca a las 8 horas y 34 minutos de la mañana y se pondrá a las 17 horas y 52 minutos de la tarde. El día durará por tanto en nuestra ciudad  9 horas y 18 minutos y la noche 14 horas y 42 minutos. Se trata del día más corto y la noche más larga en tierras oscenses.

La duración del día y la noche al comienzo del invierno dependen de la latitud del lugar en que uno se encuentra. En ciudades situadas más al norte que Huesca, el día es más corto y la noche más larga que aquí. Y a la inversa, en las que están más al sur el día es más largo y la noche más corta que en nuestra ciudad.

En Zaragoza, que se encuentra algo más al sur que Huesca, la duración del día el 21 de diciembre es 3 minutos mayor, de 9 horas y 21 minutos. En Madrid el día tiene 13 minutos más que aquí (9 horas y 31 minutos). Y tal efecto se acentúa cuanto más viajamos hacia el sur: el día en el solsticio de invierno es en Sevilla de 9 horas y 40 minutos y en Rabat de 9 horas y 53 minutos.

Por el contrario, al norte de Huesca el día en el invierno es más corto y la noche más larga que en nuestra tierra. El 22 de diciembre la duración del día es en París de 8 horas y 14 minutos, en Londres de 7 horas y 49 minutos y en Estocolmo de 6 horas y 4 minutos.


6. El frío llega cuando más cerca estamos del Sol

La órbita de la Tierra en torno al Sol no es circular sino elíptica. El Sol, además, no se encuentra en el centro de dicha órbita sino en uno de sus focos, a 2 millones y medio de kilómetros del centro. Todo ello hace que, a lo largo del año, nos encontremos en unos momentos más cerca y en otros más lejos de nuestra estrella. La distancia mínima, de 147 millones de kilómetros, se alcanza el 3 de enero y la máxima, de 152 millones de kilómetros, el 4 de julio.

¿Cómo es posible que a principios de enero, cuando acaba de iniciarse el invierno y más frío hace, sea el momento en que más cerca estemos del Sol? Ello se debe a que el ciclo de las estaciones no depende de la mayor o menor cercanía de la Tierra al Sol sino a que el eje de rotación terrestre no es perpendicular a nuestra órbita alrededor del Sol (está inclinado 23 grados y medio).

Si hace frío en invierno es porque, a causa de esa inclinación del eje de rotación, en estos meses en Huesca el Sol está más bajo a mediodía y el día dura menos horas que en el resto del año. Hay por tanto menos horas de insolación y además los rayos solares, al encontrarse el Sol más bajo, caen menos perpendiculares, por lo que cada área de superficie recibe menor cantidad de radiación solar que en verano.


La fortuna o la casualidad han querido que nuestras estaciones sean más suaves que las de los países del sur. Porque ahora, en que comienza el invierno en Huesca, en Argentina, Sudáfrica o Australia se inicia el verano. Nosotros, en el norte, empezamos el invierno cuando más cerca nos encontramos de nuestra estrella y el verano cuando más lejos estamos del Sol. Por el contrario, en los países del sur el invierno coincide con la mayor lejanía y el verano con el mayor acercamiento al Sol. Sus estaciones, por esta causa, son más extremadas que las nuestras. Esta desigual situación se invertirá, en esta ocasión a favor del hemisferio sur, dentro de 13.000 años, en virtud de la precesión de los equinoccios (un ciclo terrestre de larga duración).

Carlos Garcés Manau de AAHuesca

El Mito de Tauro

Descripción de la constelación de Tauro con Las Hiades y Las Pleyades. Se narra el mito de Tauro.



Cielo del mes de diciembre 2016

Como cada mes os ofrecemos nuestro "Vídeo del mes de diciembre"
Constelaciones visibles, fases lunares, objetos messier... Toda la información astronómica del mes.


Astrosomontano y Agrupación Astronómica de Huesca lanzan su revista digital gratuita "Ventana al Universo".
Esta publicación tendrá periodicidad mensual y nos mantendrá informados con toda la actualidad astronómica. También habrá secciones como: cielo del mes, artículos, astrofotografía y mucho más.

Os dejamos enlace a nuestro primer número. Esperamos que os guste.

"Ventana al Universo"

JACA MÁS CERCA DE LAS ESTRELLAS.

Agrupación Astronómica de Huesca organiza en Jaca un Curso de iniciación a la astronomía, una de las muchas actividades que la agrupación pretende llevar a cabo en esta ciudad.

El alcalde presidente de Jaca, D. Juan Manuel Ipas y Alberto Solanes, presidente de la Agrupación Astronómica de Huesca presentaron ayer día 13 de octubre en rueda de prensa dicho curso. Pretende ser la primera iniciativa y con la que se quiere crear afición con vistas a formar un grupo de Agrupación Astronómica de Huesca en Jaca.

Alcalde presidente de Jaca, D. Juan Manuel Ipas y Alberto Solanes, presidente de la Agrupación Astronómica de Huesca
Como ha remarcado D. Juan Manuel Ipas, el ayuntamiento de Jaca tiene muchas ganas y entusiasmo en sacar adelante esta colaboración con la Agrupación Astronómica de Huesca y próximamente se firmará un convenio con dicha agrupación con el que se pretende despertar la curiosidad por la ciencia de jóvenes y mayores de esta zona. Un lugar con increíbles cielos y unos maravillosos parajes que la hacen el sitio ideal para el desarrollo de esta afición.

Alberto Solanes, presidente de la agrupación ha explicado que el convenio de colaboración en principio consistirá en una serie de actividades con periodicidad mensual de entre las cuales cabe destacar: talleres, observaciones nocturnas, charlas y conferencias en las que también se pretende traer a ponentes de renombre.
Este convenio pretende dar continuidad y mantener una afición que pueda formar un grupo de aficionados a la astronomía en la localidad. Un grupo en el que como único requisito para estar en él, sean las ganas de aprender.


Agrupación Astronómica de Huesca además de su central en Huesca, cuenta ya con sedes en Sabiñánigo, Monzón, Sariñena y Barbastro. Una agrupación sin ánimo de lucro  que cuenta con el respaldo de más de 500 socios en la provincia de Huesca.
Una agrupación por y para la divulgación de la ciencia  y la astronomía.

El curso será impartido por Carlos Garcés Manau en el Palacio de Congresos de Jaca durante los días 19, 20, 25, 26 y 27 de octubre de 19:00 a 21:00 h



Las inscripciones se realizarán en el Palacio de Congresos de Jaca, de 9:00 a 14:00 H. Precio por persona 15 €

Objetivos del curso
Acercar a los participantes, de forma didáctica y sin necesidad de conocimientos previos, las características del cielo que podemos observar cada noche, aprendiendo a distinguir las estrellas y constelaciones principales.
Y presentar los descubrimientos que la Astronomía ha realizado en los últimos siglos sobre el Sistema Solar, las estrellas, las galaxias y el Universo en expansión desde su origen en el Big Bang hace 13.800 millones de años

Clases teóricas
1. Tipos de astros visibles a simple vista (Estrellas y Constelaciones; Vía Láctea; Sol, Luna y Planetas; Eclipses; Cometas y Estrellas fugaces; Bólidos y Meteoritos).
2. Movimientos de la esfera celeste (Giro diario alrededor de la Estrella Polar; Movimiento del Sol, la Luna y los Planetas por el Zodiaco; Precesión de los Equinoccios). El Calendario (Día, Semana, Mes y Año)
3. El Universo inhumano. Los abismos de tiempo (Millones de años) y espacio (Años luz).
4. Principales descubrimientos de la Astronomía desde la Revolución Científica hasta la actualidad.
5. Los instrumentos astronómicos (Telescopios gigantes, Satélites, Naves espaciales, Detectores de rayos cósmicos, neutrinos y ondas gravitatorias y Aceleradores de partículas).

Observaciones prácticas

Descubrir y reconocer a simple vista las principales estrellas y constelaciones del cielo nocturno

MitosOctubre

El cielo del Mes de Octubre

EL ANTROPOCENO, UN PARPADEO DE LA VIDA

Siempre que oigo palabras acerca de la grandeza o la divinidad del ser humano no puedo evitar acordarme de unas palabras de Carl Sagan al respecto de la vida en la Tierra, inspiradas por la distante y famosa fotografía que la sonda espacial Voyager 1 tomó desde Saturno en 1990:
            Nuestro planeta es un solitario y minúsculo grano de arena en la gran y envolvente penumbra cósmica. En nuestra oscuridad, en toda esta vastedad, no hay ni un indicio de que vaya a llegar ayuda desde algún otro lugar para salvarnos de nosotros mismos. La Tierra es el único mundo conocido hasta ahora que alberga vida. No hay ningún otro lugar, al menos en el futuro próximo, al cual nuestra especie pudiera migrar. Visitar, sí. Colonizar, aún no. Nos guste o no, por el momento la Tierra es donde tenemos que quedarnos. Se ha dicho que la astronomía es una experiencia de humildad, y formadora del carácter. Tal vez no hay mejor demostración de la locura de la soberbia humana que esta distante imagen de nuestro minúsculo mundo. Para mí, subraya nuestra responsabilidad de tratarnos los unos a los otros más amable y compasivamente, y de preservar y querer ese punto azul pálido, el único hogar que siempre hemos conocido.
            Estas palabras, escritas en su libro «Un punto azul pálido» en 1994, han quedado relegadas a un pasado que creemos peor; y la especie humana, todavía atormentada por sus primitivos miedos, nacidos del aún no desaparecido instinto de supervivencia, parece creerse la dueña del planeta. Nos hemos olvidado que no somos ni más ni menos que una minúscula corriente en el fluido de los genes a través de la historia de la vida en el planeta Tierra. Una historia que empezó ya hace 3800 millones de años y que ha superado catástrofes millones de veces peores que nosotros. Somos al mismo tiempo el huésped más evolucionado y el más voraz que lo ha poblado hasta ahora. Y a eso se reduce todo. Somos una especie más, recién salidos del fango. Apenas hemos empezado a quitarnos las máscaras de nuestros rostros animales. No somos la única especie que se asocia en colonias para ser más fuerte; no somos la única que sabe usar herramientas ni la única capaz de razonar y resolver problemas; no somos la única que tiene algún tipo de cultura (se ha comprobado que muchas especies no humanas transmiten conocimientos de diversa índole a su descendencia), ni somos tampoco la única capaz de comprender y utilizar un lenguaje. No obstante, nos sentimos superiores e incluso desvinculados de la biosfera de la cual dependemos, nos envuelve un antropocentrismo exacerbado que nos ha desnaturalizado y «sobrehumanizado»; vivimos como si no hubiera un mañana, guiados por un pensamiento tan a corto plazo que nos impide ver los ciclos naturales de la Tierra como sistema autorregulador. Al igual que un virus, la especie primate humana se ha extendido a lo largo y ancho del planeta basando su vida en un sistema de consumo de recursos que no se diferencia en nada a cuando aquellos recolectores y cazadores decidieron, hace más de 10000 años, abandonar su zona de confort, saliendo de sus cuevas para aprender a cultivar y comenzar así a realizar las primeras modificaciones masivas del paisaje. La única diferencia es que ahora somos más de 7000 millones, y seguimos creciendo...


            Y ahí está precisamente lo que nos diferencia del resto de formas de vida, somos la primera especie del gran flujo que es la vida que ha sido capaz de dejar su huella geológica, imborrable hasta el fin de los tiempos. Tal es nuestra soberbia y nuestro egocentrismo que queremos llamar Antropoceno a la era en la que nos hemos desarrollado y evolucionado.
            Actualmente vivimos en la edad del holoceno, comenzada hace 11700 años, el fin del deshielo y los ciclos de glaciaciones característicos del pleistoceno permitieron una estabilidad en el clima y el nivel de los océanos que abrieron las puertas al desarrollo de las especies terrestres. Normalmente las edades de la tierra se miden en millones de años, pero nosotros queremos establecer ya la nuestra.
            La escala temporal geológica internacional es el marco de referencia para representar los eventos de la historia de la Tierra y de la vida ordenados cronológicamente. Establece divisiones y subdivisiones de las rocas según su edad relativa y del tiempo absoluto transcurrido desde la formación de la Tierra hasta la actualidad, en una doble dimensión: estratigráfica o referente a las rocas (eonotema, eratema, sistema, serie y piso); y cronológica (eón, era, período, época y edad). Grandes eventos son los necesarios para dejar huella a nivel planetario, como grandísimas erupciones globales, meteoritos los suficientemente grandes como para causar un desastre a nivel global, cambios significativos en la biosfera que produzcan extinciones masivas. La evolución de la vida ha sido hasta ahora el principal marcador sobre todo en las 5 grandes extinciones acaecidas hasta la fecha. Por lo general una gran extinción ocurre en un plazo temporal que si bien a nivel del entendimiento humano es extremadamente largo (del orden del millón de años), a nivel geológico es muy rápido. A día de hoy estamos viviendo la sexta gran extinción, también llamada Gran Extinción del Holoceno, resultado del deshielo del final del pleistoceno; y el ser humano, cómo no, está siendo influyente en su aceleración. Ninguna de las grandes extinciones del pasado ha dejado registros de una velocidad tal en la desaparición de especies. El ser humano tiene un irracional miedo a desaparecer, pero si algo nos enseña la geología, la astronomía o la propia vida es que eso es inevitable. Por mucho que pensemos que la humanidad puede convertirse en dueña de su propio destino nada está más lejos de la realidad. Nuestra duración en este planeta es finita y no será más que un parpadeo en la historia. Pero pase lo que pase, tanto si nos autodestruimos como si sobrevivimos y evolucionamos más, la biosfera no desaparecerá, es más vieja y más fuerte de lo que el ser humano jamás llegará a ser. Futuras especies evolucionadas aparecerán, quizás varias al mismo tiempo, y también quizás pasen por lo mismo que nosotros, al fin y al cabo, es evolución y tenemos que pasar por ello. Una fase adolescente, donde uno se rebela contra los valores con los que ha crecido y busca su propia identidad, donde el mañana aún no existe y el pasado parece lejano. El salmo V del «Tao Te King» dice El universo no tiene sentimientos, todas las cosas son para él como perros de paja. Un simple estornudo del planeta puede acabar con nuestra existencia en un abrir y cerrar de ojos. Esas futuras civilizaciones encontrarán nuestra huella geológica en diversas formas: una extinción masiva (que quizás termine dentro de medio millón de años) provocada por los cambios químicos en la atmósfera, la hidrosfera y los ecosistemas del mundo, restos de radiactividad en nuestro estrato producto de las miles de pruebas de bombas nucleares realizadas, los residuos generados como resultado de nuestro modo de vida. Una de las características que define el grado de madurez de una civilización es el uso más o menos responsable que hace de la energía y a día de hoy nos encontramos con un derroche absurdo y sin sentido; tan solo explicable por la necesidad de rellenar un vacío interno provocado por el instinto de supervivencia. Vivimos aferrados a la idea de encontrarle un sentido a nuestra vida.

Invernaderos de Almería
            El impacto del ser humano sobre el planeta a nivel global es ya indiscutible, hemos modificado montañas, anegado playas, contaminado océanos. Partículas de plástico ya están en la cadena alimentaria, el globo está plagado de alimentos modificados genéticamente, existen sedimentos de residuos industriales ya petrificados para el resto de los tiempos prácticamente en cada país. Hemos generado productos químicos capaces de destruir nuestro propio ADN como el óxido de titanio. Sin embargo, todo mal precede a un gran bien, y aunque las cosas llegarán a ponerse mucho peor, la especie humana cambiará cuando ya no le quede más remedio. Será eso o adaptarnos a los cambios que nosotros mismos habremos producido.
            Estamos cerca de descubrir vida extraterrestre, no es una cuestión de probabilidad sino de tiempo. Es prácticamente seguro que la vida es la norma en este universo y así está evolucionando el conocimiento desde hace unas pocas décadas. Nuestra visión del mismo se amplía cada vez más y con ella nuestra mente y nuestra conciencia. Dado que somos parte inseparable de la vida, la propia vida se amplía imparablemente con el paso del tiempo. Una vez confirmemos que no somos tan especiales podremos trascender al siguiente nivel de evolución, donde descubriremos que nuestros poderes e inteligencia no nos pertenecen a nosotros en exclusiva sino a la propia vida y su conjunto. No puede ser que estemos aquí para no poder seguir y ver lo que nos depara el futuro, merecería la pena, aunque solo fuera sentarse a observar lo afortunados que somos.



Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca

Cielo del mes de septiembre. Latitud 42º Astrosomontano, Agrupación Astronómica de Huesca

Descripción del cielo del mes de septiembre. Contelaciones, Lunas del mes, mitología y mucho más.


PRÓXIMA B, COMIENZA LA EXPLORACIÓN INTERESTELAR

Hasta ahora nuestro planeta es el único mundo conocido que alberga vida. Desde los lugares con climas más extremos hasta las profundidades del océano, la naturaleza siempre demuestra su gran poder de adaptación y propagación. Existen chimeneas volcánicas en los suelos oceánicos rodeadas de agua extremadamente fría, privados de luz y a una altísima presión, donde viven bacterias gracias al calor y los gases que emanan; animales como la almeja de Islandia, que puede llegar a superar los 400 años de vida; medusas (como la Turritopsis dohrnil) que no mueren de forma natural, o lo que es lo mismo, son inmortales. Los tardígrados por ejemplo son unos microorganismos invertebrados, también llamados osos de agua, que son capaces de sobrevivir en las condiciones más extremas. Soportan presiones de 6000 atmósferas, temperaturas desde -200º hasta 150 ºC, pueden estar 10 años privados de agua y son el único organismo vivo conocido capaz de sobrevivir en el vacío del espacio. En 2013 el microbiólogo británico Milton Wainwright, junto a un grupo de científicos de la universidad de Sheffield, descubrieron mediante un globo atmosférico, unos microorganismos a 27.000 metros de altura justo después del máximo de las Perseidas. La conclusión a la que llegaron es que, dado su tamaño, no podían proceder de nuestro planeta, por lo tanto, su origen debía de ser forzosamente extraterrestre.

ESO/M. Kornmesser
            Tenemos una privilegiada posición en nuestro Sistema Solar, justo en la mitad de la zona habitable. La Tierra posee un campo magnético que la protege de las peligrosas radiaciones solares y cósmicas. Tenemos también la cantidad suficiente de agua líquida como para que se genere un complejo sistema climático y un ciclo del agua, sin el cual no sería posible tanta diversidad. Es además un planeta «vivo», en constante transformación y movimiento tectónico, y con historia suficiente como para haber desarrollado vida inteligente. Pero a pesar de poblar un planeta tan inmensamente rico como el que usted pisa mientras lee este artículo, desde tiempos inmemoriales estos animales tan curiosos llamados seres humanos han querido ir un paso más allá.
            A día de hoy nos encontramos especialmente interesados en la búsqueda de vida extraterrestre, pues tras diversos estudios se ha concluido que un astro no ha de estar necesariamente en la zona habitable para albergar vida. En nuestro sistema solar por ejemplo se está haciendo especial énfasis cuatro puntos concretos: el planeta Marte, las lunas Encelado y Titán de Saturno, y Europa, perteneciente a Júpiter. Cabe destacar que solo Marte está situado en la zona habitable de nuestro Sistema Solar, pero la intensa actividad interna de las lunas de los gigantes gaseosos hace pensar que puedan existir zonas de agua líquida bajo su superficie helada, permitiendo el desarrollo de ciertos organismos. Desde el descubrimiento del primer planeta exterior al Sistema Solar en 1995 y los posteriores estudios del telescopio espacial Kepler, que descubrieron literalmente miles de exoplanetas más, nuestros horizontes se han ampliado de una forma que no esperábamos. La conclusión es que la mayoría de estrellas, especialmente las enanas rojas, tienen planetas y muchos de ellos están en la zona habitable. Se calcula que el 73% de las estrellas de nuestra galaxia son enanas rojas, y la gran mayoría de ellas tienen planetas rocosos. Hablando en números, solo en nuestra galaxia podría haber 60.000 millones de mundos potencialmente habitables, y que podrían albergar vida. Una de esas pequeñas estrellas rojas es nuestra vecina más cercana, Próxima Centauri, tan tenue que no se ve a simple vista, y solo mediante telescopios de cierta potencia puede vislumbrarse un minúsculo punto rojo. Este pálido punto rojo se ha convertido recientemente en el centro de atención de todo el mundo. Próxima Centauri está orbitada por un planeta de tipo terrestre, en la zona habitable y de un tamaño ligeramente superior al nuestro, llamado Próxima b.
            Puede parecer algo sencillo, pues los medios de comunicación nos vomitan la información a medias. Incluso podría parecer que una «nave» haya ido a hacerle una foto, o que cualquiera con su telescopio casero podría ver dicho planeta. Nada más lejos de la realidad. La tecnología empleada para el descubrimiento de exoplanetas es la misma que hace 20 años, y ésta es la espectrografía.
            Mediante la espectrografía se pueden descubrir pequeñísimas variaciones en el brillo de una estrella, causados por el tirón gravitatorio que puede generarle un planeta. Debido al efecto Doppler la estrella sufre un corrimiento al rojo y al azul causado por el bamboleo. Gracias al extremadamente preciso espectrógrafo H.A.R.P.S. (High Accuracy Radial velocity Planet Searcher) del European Southern Observatory situado en Chile, se han podido observar estas variaciones periódicamente y descubrir, sin ningún tipo de duda, la existencia de este planeta, al que se ha bautizado como Próxima b.  
            Como hemos dicho antes, Próxima Centauri es una enana roja situada a 4,22 años luz de la Tierra, posiblemente pertenezca a un sistema estelar triple junto a Alfa Centauri A y B, aunque esto está por confirmar. Su masa es un octavo la del Sol y su radio un séptimo, lo que la hace mucho más pequeña (es algo más grande que el planeta Júpiter), pero su densidad es 40 veces mayor. Su radiación en todo el espectro electromagnético es extremadamente baja, un 0,17% la del Sol, y cae todavía más en lo referente a luz visible, un 0,0056%. Es además una estrella fulgurante, es decir, que sufre aumentos bruscos e impredecibles en su brillo y en su radiación en todo el espectro, lo que la hace peligrosa en sus proximidades.
            El descubrimiento de Próxima b orbitando esta estrella ha despertado la imaginación de todo el mundo. Se trata de un planeta 1,3 veces más masivo que La Tierra, está situado a 7,5 millones de km de la superficie de la estrella por lo tanto está en la zona habitable; se calcula que su temperatura media rondaría los 40 grados (aunque esto depende de muchos factores como la existencia o no de atmósfera y su composición), lo que permitiría la existencia de agua líquida; y que tarda en completar una órbita 11,2 días. No presenta inclinación de su eje respecto a la órbita. Dada su proximidad a la estrella, Próxima b recibe 30 veces más radiación ultravioleta que La Tierra y 250 veces más rayos X. De no tener una atmósfera adecuada y un campo magnético fuerte su superficie será un árido desierto infértil por la radiación. Según los cálculos realizados por resonancias gravitatorias puede presentar dos tipos de rotación: una mostrando siempre la misma cara a la estrella, lo cual supondría un hemisferio muy caliente y otro muy frío; y otra en relación 3:2 (3 rotaciones por cada 2 traslaciones), que suavizaría un poco más la temperatura media del planeta entero. Presentándose el primer tipo de rotación no existirían estaciones del año y harían falta como mínimo 0,6 veces la masa de agua terrestre para que ésta siempre estuviera líquida. Por debajo de dicho límite toda el agua estaría congelada en el hemisferio nocturno, creando unos muros de hielo en la zona de penumbra que recordarían a los de Juego de Tronos. Además, hay que considerar la posibilidad de que la alta actividad de su estrella en su etapa inicial haya evaporado la mayor parte del agua.
            Todo esto ha sido gracias a un gran equipo de científicos de todo el mundo liderados por el español Guillem Anglada-Escudé de 37 años de edad, profesor titular de la Universidad Queen Mary de Londres y astrofísico; y a la colaboración de diversos centros de todo el mundo: el European Southern Observatory de Chile, Las Cumbres Observatory Global Telescope Network en California, Space Observatory de San Pedro de Atacama o el BOOTES del Instituto Astrofísico de Andalucía; instituciones como la Universidad Queen Mary de Londres, el Instituto Astrofísico de Andalucía con el CSIC, la Universidad de Chile, Centro de Astrofísica de la Universidad do Porto, el Instituto de Astrofísica de la Universidad de Göttingen y la Universidad de Montpellier.
            El Dr. Guillem Anglada respondió muy amablemente a una cortísima entrevista sobre el descubrimiento: «La estrella comenzó a monitorizarse por otros grupos en 2000. Nosotros (yo y mi colega Mikko Tuomi), combinamos los datos adquiridos con dos surveys (HARPS y UVES) en 2012. Ahí es cuando la detección preliminar de la señal se detectó. Hemos estado trabajando en esto desde entonces». Respecto al arduo trabajo conjunto a nivel global Guillem tuvo la responsabilidad de liderar el equipo: «Organicé un poco de estructura con los líderes de cada observatorio. Yo manejé, coordiné y analicé los datos de HARPS, Cristina Rodriguez del IAA organizó el seguimiento con el telescopio ASH2, y Yiannis Tsappras (Heidelberg) organizó el seguimiento fotométrico con LCOGT». Cuando le preguntamos acerca de lo que supuso para el equipo la respuesta fue la siguiente: «Todos pusimos muchos esfuerzos. Esta no era una colaboración financiada explícitamente. La única recompensa era participar en el artículo si es que había algo a reportar. Todo el mundo puso muchas horas y trabajo rápido para tenerlo todo a punto para mandar a publicar en menos de un mes. Supongo que todos lo celebraron a su manera. ¡Nunca nos hemos reunido todos juntos en el mismo sitio!» Nuestra más sincera enhorabuena al Dr. Guillem Anglada y a todo el equipo que colaboró.
            Próxima Centauri ya era punto de mira desde principios del 2016 debido al proyecto Starshot, en el que participa Stephen Hawking y que pretende iniciar la era de los viajes interestelares. Consistiría en una flota de sondas minúsculas ancladas a unas gigantescas velas y que estarían impulsadas mediante láseres desde La Tierra. Esta suerte de ingenios parecidos a barcos veleros llegarían a un 20% de la velocidad de la luz, donde ya se notarían los efectos relativistas en lo referente al paso del tiempo. Para hacernos una idea de lo lejos que está hagamos una comparativa: con el proyecto Starshot se tardarían 20 años en llegar a Próxima Centauri, si usáramos la nave New Horizons que llegó a Plutón el tiempo empleado sería de casi 20.000 años y si viajásemos en el Apollo 11 que pisó la Luna por primera vez, nos costaría llegar nada menos que 202.000 años.
            Visto así ya no parece tan fácil... aún quedan muchísimas tecnologías por descubrir para poder llegar este nuevo mundo, sin embargo, es lógico pensar que se trate de nuestro primer destino en lo referente a viajes interestelares. Sea como sea ésta parece la primera misión que iniciará una generación, pero será la siguiente la que reciba los resultados. La búsqueda de vida extraterrestre sigue su curso y como decíamos al principio, la Tierra es por ahora el único mundo conocido. Si descubrimos vida en otros mundos resultará que ya no somos tan especiales y nuestro concepto de la misma cambiará radicalmente; nos daremos cuenta de que la vida podría ser la norma en el universo y que ésta aparece a la mínima oportunidad que tiene. Por otro lado, si realmente somos el único mundo con vida, o somos los primeros en aparecer en este aún joven universo, no puedo dejar de sentir una enorme responsabilidad. Tenemos la obligación de aprender a gestionar nuestra casa que llamamos Tierra, aprender a vivir todos unidos y en paz con un objetivo común, prosperar como especie inteligente que somos.



Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.

El Cielo en Agosto Latitud 42º

Breve descripción de nuesrto cielo, astronomía, mitología, etc. Vídeo realizado por Astrosomontano. Sede de Agrupación Astronómica de Huesca en Barbastro.


JAMES CLERK MAXWELL, UN ANTES Y UN DESPUÉS.

JAMES CLERK MAXWELL, UN ANTES Y UN DESPUÉS.

         El primer interés científico de James Clerk Maxwell fue matemático: desarrollar un método para dibujar óvalos usando alfileres, hilos y un lápiz. Todos sabemos que para dibujar un círculo basta con atar un hilo a un alfiler, y en el otro extremo un lápiz. Si utilizamos dos alfileres unidos por un hilo, empujamos el lápiz hacia arriba y empezamos a hacer trazos manteniendo el hilo tenso en todo momento, dibujaremos una elipse. Los lugares donde se encuentran los alfileres reciben el nombre de focos de la elipse. Si acercamos los dos alfileres, la curva dibujada se parecerá cada vez más a una circunferencia, una figura que aparece cuando ambos alfileres se encuentran en el mismo lugar, y cuanto más los separamos más pronunciada se irá haciendo la forma ovalada.

            Maxwell, a muy temprana edad, estuvo explorando la manera de dibujar curvas con dos focos con alfileres, cordel y lápiz. Este divertimento matemático derivó en su primer artículo científico, que completó cuando aún no había cumplido los quince años. Al verlo, su padre decidió enviarlo a su amigo James D. Forbes, profesor de filosofía natural en la Universidad de Edimburgo. El artículo le llamó suficientemente la atención como para comentárselo a su colega matemático Philip Kelland y ambos buscaron en la biblioteca de la universidad si alguien había hecho algo similar antes. Y lo encontraron: René Descartes. La sorpresa que se llevaron fue mayúscula: el filósofo, físico y matemático francés había estudiado las curvas bifocales pero el método de dibujo del joven Maxwell era más sencillo, y sus resultados más generales. James había deducido que podía generar toda una familia de óvalos a partir de la siguiente ecuación: m·p + n·q = s, donde m y n son dos números enteros cualesquiera, p y q las distancias focales y s la longitud del cordel. En el caso de m=n=1 lo que se obtiene es la ecuación de una elipse. Maxwell no podía saberlo, pero en años posteriores su descubrimiento tuvo una gran influencia en el campo de la óptica y en el diseño de lentes. Este artículo fue leído por el propio Forbes (pues se consideraba que James Maxwell era demasiado joven para hacerlo) en la mismísima Royal Society de Londres, y recibido con gran atención y aprobación general.
            Así se iniciaba la carrera meteórica en el mundo científico de James Clerk Maxwell, posiblemente el científico más grande y más importante que ha conocido la humanidad, No en vano Albert Einstein escribió: «Una época científica terminó y otra comenzó con él». Su teoría electromagnética, resumida en las cuatro famosas leyes de Maxwell, se mantiene como uno de los pilares de nuestro conocimiento del universo. De hecho, la teoría de la relatividad surge en gran parte por la imposibilidad de reconciliar la teoría electromagnética de Maxwell con la mecánica de Newton. Y no solo eso, sino que la teoría electromagnética que formuló en su tratado «A treatise on electricity an magnetism» («Un tratado sobre la electricidad y el magnetismo») en 1873, ha resistido los profundos cambios y revoluciones que sufrió la física a lo largo del siglo XX. Hasta ese punto es una pieza fundamental en la comprensión del mundo que nos rodea, desde las escalas más pequeñas, el mundo de los átomos, hasta las más grandes, los cúmulos de galaxias. Sus ideas eran tan diferentes de lo que se había hecho hasta entonces que sus compañeros no sabían qué hacer con ellas e incluso sus amigos más fieles creían que se estaba recreando en una fantasía. Y no era para menos dado que veníamos de un pasado basado en las teorías de grandes hombres como Ampere, Huygens y el gran Michel Faraday, correctas pero parciales, y repentinamente se vio trascendido a un nuevo nivel con una sólida base matemática.
            James estaba diciendo que el espacio que rodea a las cargas eléctricas y los imanes no está vacío, sí que contiene algo que le aporta nuevas propiedades y cuyo efecto visible es la existencia de fuerzas eléctricas y magnéticas. Aún más, que cada vez que un imán vibra o cambia una corriente eléctrica, se genera una onda electromagnética (componente eléctrico y magnético) que se esparce por el espacio del mismo modo que lo hacen las olas en un estanque tras arrojar una piedra. Y lo más asombroso de todo: que esa onda es nada más y nada menos que la luz. De este modo y de un plumazo, Maxwell unificaba electricidad, magnetismo y luz. A partir de aquí se inició una nueva era en la ciencia en la que todavía nos encontramos a día de hoy, y su enfoque del problema del electromagnetismo se ha convertido en la manera en que los físicos estudian el resto de las fuerzas fundamentales de la naturaleza, y junto con su trabajo de la cinemática de los gases abrió las puertas a las dos grandes revoluciones científicas del siglo XX, la relatividad y la teoría cuántica.
            Solo esto bastaría para que su nombre apareciera con brillantes luces de neón en la historia de la ciencia. Sin embargo, Maxwell hizo mucho más. Fue el primero en establecer una teoría cuantitativa del color y explicó cómo se podía generar cualquier luz de cualquier color a partir de tres primarios: rojo, verde y azul (cosa que comprobamos todos los días al encender la televisión); a los 18 años presentó una teoría matemática sobre los sólidos elásticos, a partir de sus investigaciones con sólidos a presión y luz polarizada; hizo la primera fotografía en color de la historia junto a Thomas Shuton a partir de tres negativos rojo, azul y verde, demostró mediante complejos cálculos matemáticos que los anillos de Saturno no podían ser una masa maciza y que tenían que estar formados por millones de aerolitos que giraban a su alrededor; introdujo los métodos estadísticos en la física creando toda una nueva disciplina que recibe el nombre de física estadística, la cual se ocupa del estudio de la materia; puso las bases de la teoría cinética de los gases, que explica el comportamiento de un gas a partir del movimiento de las moléculas que lo componen, y relacionó la velocidad y la energía que transporta cada partícula con sus propiedades macroscópicas, como la temperatura y la presión; predijo la existencia del viento solar debido a la presión que ejerce el movimiento de la luz en su entorno; también colaboró con el diseño y fue el primer director del instituto Cavendish, del que han salido una gran cantidad de premios Nobel.
            James Clerk Maxwell creía en el progreso científico, la «aproximación a la verdad», como expresó en su lección inaugural en Cambridge al hacerse cargo del laboratorio Cavendish. Aunque su marcado sentido del deber le obligaba a aceptar las responsabilidades de los cargos que ocupó a lo largo de su vida, su verdadero compromiso lo tuvo con lo que siempre fue sin decirlo, un filósofo natural, un indagador emocionado con descubrir el funcionamiento de la naturaleza. Su visión de los valores culturales de la ciencia estaba muy alejada de la corriente de laicismo que empezó a soplar a mediados del siglo XIX, sobre todo después de la publicación de «El origen de las especies» de Darwin. Profundamente religioso, pero en ningún momento dogmático o fundamentalista, señalaba que los valores morales y religiosos eran más importantes que los beneficios del progreso material. Asociaba el estudio de la ciencia con el crecimiento como persona, y avisaba del peligro que representaba creer que solo con la ciencia se podía llegar a algún tipo de iluminación intelectual. Para él había límites al conocimiento y rechazaba la arrogancia de creer que podíamos acercarnos todo lo que quisiéramos a la presciencia divina. Sin duda para Maxwell había límites para el conocimiento científico. Irónicamente su trabajo demostró que basta una mente libre de prejuicios para superar unos límites que nosotros mismos nos imponemos.
            Parecen necesarias dos largas vidas para poder concluir una trayectoria tan brillante y exitosa, pero nada más lejos de la realidad. En tan solo 48 años de vida James Clerk Maxwell cambió el mundo para siempre. Nació en Edimburgo, Escocia en 1931; en el seno de una familia de clase alta que le querían y le apoyaban, con gran interés por la ciencia y la tecnología, y murió en 1879 consumido a consecuencia de un devastador cáncer abdominal. 8 años después de su muerte sus teorías fueron finalmente reconocidas y aceptadas por la comunidad, y el nombre de James pasó a formar parte de la historia de la humanidad.


FRASES

"Las ecuaciones de Maxwell han tenido un impacto mayor en la historia de la humanidad que diez presidentes." Carl Sagan

"La completa estructura de la ciencia a veces parece un modelo minucioso de la naturaleza, y otras veces algo que ha crecido de forma natural en el interior de la mente humana." Maxwell

"La importancia de Maxwell en la historia del pensamiento científico es comparable a la de Einstein, quien se inspiró en él, y a la de Newton, cuya influencia él redujo." Ivan Tolstoy

"La teoría de la relatividad se debe en sus orígenes a las ecuaciones de Maxwell del campo electromagnético." Albert Einstein


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca

STEPHEN HAWKING, LA TEORÍA DEL TODO.

Cada generación tiene la fortuna de ver nacer a un gran científico. Uno de esos únicos en la historia que hacen avanzar un paso de gigante a la humanidad y que acaban formando parte de esa exclusiva lista de nombres que se remonta a la antigüedad. Nuestros nietos estudiarán sus teorías y sus contribuciones, y verán premios y calles con su nombre. Ese gran científico que nuestra generación ha tenido la suerte de conocer es Stephen William Hawking, una mente tan vasta que ha trascendido totalmente su muy avanzada minusvalía (causada por una esclerosis que afecta a las motoneuronas) que le priva del movimiento de la mayor parte de su cuerpo. Hoy se ve obligado a hablar a través de un ordenador que interpreta sus gestos faciales y a moverse en una silla de ruedas, lo que lo hace totalmente dependiente de los demás. Sin embargo, esto para él jamás fue una causa de desmotivación, aun cuando a la temprana edad de 20 años le dieron nada más que 2 años más de vida. Como él suele decir «por muy difícil que pueda parecer la vida siempre hay algo que podemos hacer y en lo que podemos triunfar».


            Nacido un 8 de enero de 1942 (justo 300 años después de la muerte de Galileo) en la ciudad de Oxford, Stephen se crió en una casa llena de estímulos para su mente. Sus padres formaban parte de la élite cultural de Londres, pero debido a los ataques por parte de Alemania tuvieron que emigrar a un lugar más seguro. La casa de Isobel y Frank Hawking era un hervidero de ideas, donde se debatían temas tan avanzados como el aborto. Los libros inundaban la casa y por suerte para Stephen esto resultó un ambiente perfecto donde su mente se ponía a prueba constantemente. Nunca fue el primero de la clase mientras estudiaba en el colegio, pero como él mismo dice «quiero pensar que se trataba de una clase muy inteligente». Pese a que su padre quería que se matriculase en medicina, no en vano era biólogo investigador, el verdadero interés de Stephen fueron siempre las matemáticas. Por desgracia en la universidad de Oxford no existía la carrera de matemáticas así que acordaron que estudiaría ciencias naturales en la especialidad de física. Stephen Hawking era de esos estudiantes brillantes admirados por su inteligencia, terminó los estudios con matrícula sin apenas esfuerzos, de hecho, fue miembro timonel del club de remo para matar el aburrimiento que le producía la vida del campus. En aquella época estaba muy mal visto esforzarse, tenías que ser inteligente y aprobar con el mínimo esfuerzo. Pero todo cambió cuando llegó a Cambridge para iniciar su doctorado. El diagnóstico de la esclerosis lateral amiotrófica fue devastador así que, con la amenaza de la muerte en cada despertar, decidió aprovechar su don y esforzarse al máximo. Y entonces descubrió que no solo se le daba bien, sino que le encantaba la investigación en física teórica. A partir de ahí los triunfos llegaron uno tras otro, pues no son pocas sus contribuciones a la ciencia, teniendo en cuenta lo avanzado de la física teórica a partir de la segunda mitad del siglo XX, en una época donde la competitividad ya estaba hirviendo a nivel mundial.

            Cabe decir que prácticamente todas sus contribuciones e investigaciones tienen que ver con los agujeros negros, un elemento del universo que, si bien ya se predijo su existencia poco después de las teorías de Newton, a día de hoy sigue existiendo solo a nivel teórico (puesto que su naturaleza impide su observación directa) y como modelos matemáticos. Es decir, un agujero negro es un elemento del universo que solo puede estudiarse por evidencias indirectas, como su efecto sobre el volumen circundante, y sobre el papel. Stephen Hawking ha demostrado ser un privilegiado a la hora de resolver problemas mentalmente, y como los grandes de la historia es capaz de abstraerse incluso en una sala repleta de gente, y sumergirse en sus pensamientos.

            A la temprana edad de 20 años decidió embarcarse en su primer gran reto científico de verdad. Por aquel entonces, en 1962, existían dos teorías cosmológicas, la del universo estacionario, que decía que el universo había existido y existiría para siempre de una forma estática, y el inflacionario, que apostaba por un universo en expansión. Esta última idea era normalmente rechazada en la comunidad científica, pues suponía un universo con un momento de creación, o lo que hoy conocemos como Big Bang, y eso implicaba la existencia de un dios. Stephen Hawking demostró matemáticamente, aplicando la teoría de la relatividad junto a Roger Penrose, que el momento del Big Bang fue una singularidad como la que existe en el centro de los agujeros negros (matemáticamente son lo mismo), un punto de densidad y masa infinitas donde el tiempo se detiene. Esto significa que nuestro universo se creó espontáneamente a partir de la nada, no había un tiempo ni un espacio anterior donde algo pudiera ocurrir. En otras palabras, demostró que la mano de Dios no interviene en las ecuaciones del universo.

            Esto supuso un reconocimiento internacional y su nombre empezó a tenerse en cuenta. Llegaron las becas y por lo tanto más investigaciones. Una noche de noviembre se le ocurrió una idea que solo los verdaderos cosmólogos entenderían, una idea que, si a priori parece rebuscada y obvia, sí que revelaba algunas propiedades fundamentales del universo. El problema tiene que ver con lo que ocurre cuando colisionan dos agujeros negros. La superficie del nuevo horizonte de sucesos solo puede aumentar. Llegados a este punto es necesario describir lo que es un agujero negro con más precisión, puesto que se trata de un concepto más bien abstracto. Un agujero negro no es un objeto sólido como lo podría ser un planeta o una estrella de neutrones, sino más bien una región del espacio limitada por una superficie llamada horizonte de sucesos a partir de la cual absolutamente ninguna información puede escapar, ni siquiera la luz. Así pues, se trataría de una especie de membrana unidireccional, dentro de la cual las partículas se mueven girando alrededor del centro donde se encuentra la singularidad y donde se encuentran condenadas a caer irremediablemente, donde encontrarán el fin de su tiempo. Nada de lo que cae a un agujero negro puede volver a salir, al menos en este universo. Sin darse cuenta Stephen Hawking estaba escribiendo la biblia de los agujeros negros, y obtendría con esto aún más reconocimiento internacional.

            Sin embargo, el gran descubrimiento que le encumbró fue la llamada en su honor radiación de Hawking. Tras un viaje a Moscú, donde conoció y compartió conocimientos con dos científicos llamados Alexander Starobinsky y Yakov Zeldovich, se centró en lo que ocurre en el mismo horizonte de sucesos de un agujero negro. Estos dos científicos le habían puesto sobre la pista de acuerdo con el principio de incertidumbre de Heisenberg y lo que ocurre a nivel cuántico justo en las regiones inmediatas al horizonte de sucesos. Según este principio, en el que no profundizaremos debido a su complejidad, es imposible obtener información precisa de una partícula. Si obtenemos precisión en su velocidad la perdemos proporcionalmente en su posición. Es aplicable también a los campos, con lo cual en regiones vacías (y el universo está lleno de ellas) no puede haber un campo cuyo valor sea 0, pues violaría esta propiedad intrínseca de la naturaleza. La consecuencia de esto es que constantemente se están creando partículas y antipartículas virtuales que se anulan mutuamente casi de inmediato creando valores del campo en el vacío diferentes a 0. Ahora bien, la clave está cuando esto ocurre justo en la frontera de un agujero negro. Hawking descubrió que o bien la partícula o bien la antipartícula podrían caer en el agujero negro mientras que su par saldría despedido en otra dirección, lo cual emitiría una radiación tenue en forma de calor. Para mantener la ley de la conservación de la energía el agujero negro iría poco a poco mermando su tamaño hasta que finalmente se evaporaría completamente. Por desgracia se trata de un proceso tan sumamente lento que nos es imposible observarlo, ¡la temperatura que emiten es solo de unas milésimas por encima del cero absoluto! Harían falta billones de años para que un agujero negro llegara a evaporarse, demasiado incluso para tiempo cósmico.

            Existe en esta teoría lo que sería una primera unificación, aunque a nivel parcial, de las grandes teorías de la historia, algo que se lleva décadas buscando, de hecho, ya Einstein trabajó en ello. Por un lado, tenemos los efectos relativistas ocasionados por un agujero negro en la región de espacio-tiempo próxima al horizonte de sucesos, por otro lado, tenemos la entonces joven física cuántica y también la termodinámica.

            A día de hoy estamos más cerca de una gran teoría del todo y una de las grandes candidatas es la teoría de super cuerdas a la cual Stephen también contribuyó de una forma indirecta, a través de la llamada «paradoja de la pérdida de información de Hawking».

            En 1988 y con grandísimas dificultades, pues fue la época en la que se vio privado del habla, terminó y publicó por fin su afamada obra «Breve historia del tiempo, del big bang a los agujeros negros», que se convirtió en un best seller a nivel mundial contra todo pronóstico, perdurando nada menos que 237 semanas en la lista de los más vendidos. En él se hace un compendio de las teorías científicas que hoy están en vigor, tales como relatividad, modelo estándar atómico o termodinámica, así como un resumen de sus investigaciones en agujeros negros. Es en definitiva un libro que abre la mente y acerca la ciencia al gran público.

            Stephen Hawking sigue hoy muy activo, dando conferencias por todo el mundo y divulgando la ciencia allí donde va. Puede tratarse sin ninguna duda de una de las mentes más abiertas de la ciencia. Es uno de los grandes promotores de los viajes interestelares y asegura que la humanidad tarde o temprano se verá obligada a colonizar otro sistema solar si quiere perdurar en el tiempo. Es posible que lleguemos a ver los primeros pasos de la siguiente fase de la carrera espacial, pero mientras tanto seguiremos soñando a través de la ciencia ficción.


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.

Santiago Ramón y Cajal, el sabio que abrió el camino.

Nacido en Petilla de Aragón en 1852, un enclave navarro rodeado por la provincia de Zaragoza, Santiago Ramón y Cajal destacó desde niño como un cerebro privilegiado, no en vano Severo Ochoa se refería a él como «el científico más grande de la historia de España».
La teoría neuronal de Cajal supuso la mayor revolución en el campo de la neurociencia
de todos los tiempos. Esta teoría sigue siendo el marco conceptual utilizado para
interpretar el funcionamiento del sistema nervioso y estamos tan acostumbrados a ella
que nos es sumamente difícil imaginar otra alternativa. Precisamente por esto, es considerado el padre de la neurología moderna.


            Santiago Ramón y Cajal es un científico a la altura de Galileo, Newton o Einstein, y sin embargo su legado resulta desconocido para la gran mayoría. Entre los años 1897 y 1904 publicó, en forma de fascículos, su obra magna «Histología del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados», que le valió para ganar el premio Nobel de medicina en 1906 (siendo el primer español de la comunidad científica en ganarlo) galardón que compartió con el italiano Camilo Golgi (irónicamente no estaba de acuerdo con sus tesis). De él aprendió unos novedosos métodos de tinción, que sumados a sus profundos conocimientos de la química del momento, le hicieron desarrollar un método todavía más depurado. Fue gracias a la fotografía y sus métodos químicos de procesado de imágenes como poco a poco se fueron incrementando sus conocimientos sobre diferentes sustancias que luego aplicaría a sus investigaciones. Como gran apasionado de la fotografía que era, estuvo también siempre a la vanguardia de este campo, tanto que llegó a ser nombrado presidente honorario de la Asociación Fotográfica de Madrid.

            Después de presentar su gran obra, fue conocida a partir de entonces como la «doctrina de la neurona» e introducía conceptos tan novedosos como la individualidad de las neuronas y su estructura, la ley de polarización de dinámica (unidireccionalidad de los axones y dendritas), la sinapsis, los neurotransmisores, la estructura modular y reticular del cerebro (entendido como diferentes grupos de neuronas asociadas a un mismo campo), y los hoy aún novedosos campos como la regeneración y degeneración del sistema nervioso, o la plasticidad del cerebro. Ramón y Cajal defendía que existen partes del cerebro inamovibles y otras totalmente maleables que pueden ejercitarse e incrementar sus capacidades, expandiendo o retrayendo su red dendrítica. Hoy sabemos gracias a la electrofisiología que esto es totalmente cierto.

            Recientemente el prestigioso investigador del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud, Javier García Campayo, presentaba un impactante estudio al respecto de la regeneración del sistema nervioso. En éste se muestra cómo la meditación crea un efecto altamente beneficioso en el ADN, alargando los telómeros. Los telómeros son un grupo de proteínas situadas en los extremos de los cromosomas y que resultan determinantes en el proceso de envejecimiento, retrasándolo, y por lo tanto alargando la vida. Además, ha mostrado claros beneficios en pacientes con enfermedades neurodegenerativas como el alzheimer o la esclerosis múltiple, y también resultados positivos en la regeneración de las células del sistema nervioso. No hay que confundir esto con la multiplicación de las neuronas. Cajal ya postuló que las neuronas son células tan especializadas en la transmisión de impulsos eléctricos que no eran capaces de nutrirse por sí mismas ni de reproducirse, pero durante sus investigaciones al microscopio descubrió que existen unas células que se encargan precisamente de nutrirlas, llamadas glías.

            Así pues, el cerebro es un órgano maleable, cuyas capacidades pueden incrementarse. No podemos aumentar el número de neuronas, pero sí podemos regenerar células dañadas y aumentar el número de dendritas y alargarlas, y por lo tanto crear una red más compleja y estructurada en nuestro propio cerebro, mediante la gimnasia cerebral, tal como ya predijo Cajal o mediante la meditación como revelan los estudios del Dr. Javier García Campayo. Éste último ha publicado hace dos semanas dos artículos que abren una nueva línea de investigación a nivel internacional. El primero de ellos, concluye que la meditación continuada alargaría la esperanza la vida; y el segundo, realizado con el Servicio de Oftalmología del Hospital Universitario Miguel Servet, demuestra que meditar mejora la agudeza visual. En ambos casos, el equipo aragonés ha liderado grupos de investigación con participación de varias universidades españolas y otros investigadores internacionales.

            Tal y como Santiago Ramón y Cajal publicaba en la Revista de Ciencias Médicas en 1894 “...la corteza cerebral semeja un jardín poblado de innumerables árboles, las células piramidales, que gracias a un cultivo inteligente pueden multiplicar sus ramas, hundir más lejos sus raíces y producir flores y frutos cada día más exquisitos”. Probablemente nadie ha definido con un lenguaje tan evocador la plasticidad del sistema nervioso. Hoy en día el concepto de plasticidad sináptica está firmemente establecido y una de las estructuras que está siendo más utilizada para estudiar este fenómeno son las espinas dendríticas, descritas por vez primera por Cajal en 1888.

            Pero no todo fue sencillo para Cajal, fue un niño travieso y rebelde enamorado de la pintura. Vivió su infancia entre continuos cambios de residencia por distintas poblaciones aragonesas, acompañando a su padre, que era médico cirujano. Así, con apenas dos años la familia dejó Petilla de Aragón para mudarse a Larrés, el pueblo del padre, y de allí a Luna (1855), a Valpalmas (1856) y a Ayerbe (1860). Realizó los estudios primarios con los escolapios de Jaca y los de bachillerato en el instituto de Huesca, sin embargo se reveló como un mal estudiante, y su padre decidió ponerlo a trabajar de zapatero. Pronto ganó prestigio como fabricante y reparador de zapatos, pues su cerebro privilegiado siempre le hizo desentrañar los secretos de todo aquello que emprendía. Finalmente acabó cediendo a los deseos de su padre y cursó medicina en la universidad de Zaragoza entre 1870 y 1873. Aquí encontró una salida a su frustrada vocación infantil por las artes plásticas, donde documentó todas sus observaciones con detallados y precisos dibujos hechos por él mismo. Se doctoró en 1875, ganó la cátedra de anatomía descriptiva de la universidad de Valencia en 1882 y se trasladó a Barcelona para ocupar la cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona en 1887. En 1892 ocupó la cátedra de Histología e Histoquímica Normal y Anatomía Patológica de la Universidad Central de Madrid. Logró que el gobierno creara en 1901 un moderno Laboratorio de Investigaciones Biológicas, en el que trabajó hasta 1922, año de su jubilación. A partir de entonces trabajaría en el Instituto Cajal hasta el mismo día de su muerte en 1934. También fue nombrado doctor honoris causa por las universidades de Clark, Boston, La Sorbona, y Cambridge.

            Y no solo son destacables sus logros académicos sino también aquellos que sirvieron para crear una sólida comunidad científica o mejorar en lo posible su sociedad y su nación. Fue siempre un hombre íntegro, honrado y de sólidos principios. En 1877 se encuentra documentado su ingreso en la logia masónica Caballeros de la Noche con el número de miembro 96. En el año 1932 se fundó el Instituto Cajal, que presidió también hasta su muerte. Se convirtió en miembro de la Institución Libre de Enseñanza, a partir de la cual surgiría la JAE. La Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) fue una institución creada en 1907 para promover la investigación y la educación científica en España. Se estaba así gestando una vanguardista comunidad científica apoyada por personalidades de la talla de Joaquín Costa, Leopoldo Alas (Clarín), José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Menéndez Pidal, Antonio Machado, Joaquín Sorolla, Augusto González de Linares, Santiago Ramón y Cajal o Federico Rubio, entre otras personalidades comprometidas en la renovación educativa, cultural y social de este país.

            Tras la victoria del general Francisco Franco en 1939 todo esto no sólo quedó en el olvido, sino que se inició un proceso de destrucción y transformación de todo este movimiento, considerado ateo y contrario a la ideología de la dictadura franquista, que abogaba por una «recristianización». La Junta para la Ampliación de Estudios fue desmantelada y transformada en lo que hoy es el CSIC, para intentar “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”, según su ley fundacional. El Instituto Cajal, pese a no ser cerrado, sí pasó a formar parte de esta última institución (y así sigue siendo a día de hoy). Sí se vino abajo sin embargo el Instituto Libre de Enseñanza (aunque se recuperaría en parte en 1978), y con él el asesinato, expulsión o exilio de cientos de catedráticos, científicos y estandartes de la cultura y la vanguardia social.

            Quedaban así truncados los sueños de toda una generación que repentinamente vio sesgada su libertad para aprender, enseñar y divulgar; una generación que siguió la estela que Santiago Ramon y Cajal había iniciado. No solo podemos considerarlo el padre de la neurología moderna, sino que también lo fue de la comunidad científica de este país. A día de hoy afortunadamente su legado continúa y España vuelve a ser un país con un gran reconocimiento en lo referente a medicina en la comunidad internacional. Y esperemos que así siga siendo.

            Recientemente se han iniciado los trámites para el traslado a Huesca desde Madrid de una gran cantidad de material y documentación de don Santiago Ramón y Cajal, que serán expuestas en el Archivo Histórico Provincial una vez éstos hayan finalizado. A día de hoy la fecha para su traslado está todavía sin determinar así que todavía tendremos que esperar para poder disfrutar de su legado.


Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.

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