Basura por tierra, mar y aire… ¡y más allá!

Por Fernando Sa Ramón

El inmenso problema de la basura generada por la humanidad será uno de los retos más grandes de las generaciones futuras; lo es ahora, pero parece que no supiéramos controlarlo, a pesar de que somos una especie tecnológicamente avanzada.

Impresión artística basada en datos reales y exagerando el tamaño de los escombros con respecto de la Tierra para hacerlos más visibles. Imagen de ESA.

No toda la basura y la chatarra contaminan, pero la mayor parte sí, y otros grandes inconvenientes que conllevan son la dificultad de almacenaje, los problemas biológicos, ambientales y económicos, el despilfarro de valiosos metales y recursos, las mentiras en el reciclaje, la explotación de muchos grupos humanos, en fin…

Aunque fuese posible que quedaran pequeños reductos intactos (o casi intactos) en nuestro mundo, no hay un solo entorno o ecosistema que no se haya visto afectado en mayor o en menor grado, tanto en tierra firme como en las masas de agua dulce y salada, en las de hielo y nieve, en el aire, y sí, en el espacio también desde hace unos pocos años, tan solo un instante en términos astronómicos, geológicos o evolutivos.

Y no hablamos solo en órbitas terrestres, sino también en gran cantidad de cuerpos del Sistema Solar, por las naves que se envían para su estudio: las que funcionan, las que ya han dejado de hacerlo y las que se han estrellado por fallos diversos. De nuevo, surge irremediablemente el concepto de Antropoceno. No vamos a entrar en la discusión de si es un hecho bueno o malo, necesario o innecesario; simplemente, vamos a dejar constancia de lo que hay. Y es preocupante, como poco.

Según datos recientes de la NASA y otros organismos, la cantidad de aparatos y materiales que giran en órbitas sobre la Tierra supera las 7600 toneladas, entre las máquinas que funcionan, los aparatos obsoletos y los restos varios. Hay unos 5000 satélites, y los escombros orbitales provenientes de pruebas, choques, explosiones y naves abandonadas ofrecen unas cifras sorprendentes: unos 21 000 fragmentos de más de 10 cm, unos 500 000 de entre 1 y 10 cm, y más de 100 millones de menos de 1 cm. Abarcan desde tramos de cohetes hasta polvo y virutas de pintura, metal o plástico, pasando por motores, paneles solares, depósitos de combustible, chapas, compuertas, tornillos, aparatos electrónicos, antenas, herramientas, guantes, vidrios.

El mayor inconveniente que suponen todos estos materiales es su elevada velocidad orbital, que los hace mucho más peligrosos, y a lo que hay que añadir la amenaza de los meteoroides naturales. Repartidos por el gran volumen que ocupan en el espacio cercano no suelen dar problemas, pero ya han dado más de un susto grave a los satélites activos y a la Estación Espacial Internacional (ISS), y el asunto va a ir a peor, por supuesto. Hay varios proyectos y estudios para buscar una solición y efectuar unos trabajos de «limpieza» y otros distintos, como aprovechar esos materiales para hacer construcciones en órbita o en la Luna; pero va a ser muy difícil desde el punto de vista técnico y económico.

Representación esquemática de algunos objetos en órbitas sobre la Tierra, que abarcan órbitas bajas, geoestacionarias, geosíncronas y cementerio (foto de Armando Núñez).

Los fragmentos pequeños solo son peligrosos para los aparatos en órbita, puesto que, si caen a la Tierra, se desintegran por el rozamiento con la atmósfera; estos tienden a quedarse más tiempo en órbita debido a su poca masa. Con las naves y las piezas grandes la cosa cambia, porque tienden a caer, atraídas por la gravedad, con más facilidad. En este caso, la comunidad científica intenta otras opciones: enviarlas a órbitas superiores más lejanas, si les queda suficiente combustible, o que la reentrada sea lo más controlada posible, cosas que no siempre se logra. A veces se da el caso, debido al gran tamaño de los objetos, de que no se pueden desintegrar por completo en la atmósfera y, entonces, se procura que los restos caigan en los océanos, preferiblemente en una zona del Pacífico Sur muy alejada de áreas pobladas, alrededor del llamado Punto Nemo. Éste es uno de los denominados Polos de Inaccesibilidad (PIA), que son lugares que tienen una máxima distancia desde puntos determinados o máxima dificultad de acceso (algo así como «lo más lejos de»). 

Un Polo de Inaccesibilidad debe ser equidistante a tres puntos de línea de costa y estar a la mayor distancia posible de ellos. En tierra firme el punto más alejado de mares y océanos es el Polo de Inaccesibilidad de Eurasia (EPIA), a 2514 kilómetros, en el interior de China, cerca de Kazajstan; en los océanos, el punto más alejado de alguna costa es el Polo de Inaccesibilidad del Pacífico (PPIA o «Punto Nemo», en referencia al capitán de la novela de Julio Verne), situado a 2688 km de la Antártida y de varias pequeñas islas casi perdidas en la inmensidad azul, entre ellas las de Pascua. En él, la profundidad alcanza los 3,7 km.

Localización en un mapa del polo de inaccesibilidad (PIA) del Pacífico. El círculo marca la distrancia a la masa terrestre más cercana. Imagen de Timwi. Dominio público.

Dada la lejanía con una zona habitada y la escasez de rutas comerciales, las personas que más se acercan por allí de vez en cuando son los astronautas de la Estación Espacial Internacional, puesto que orbitan a unos 400 km de altura, mucho menos que la distancia a un sitio habitado.  

No hay una parte del planeta donde no puedan llegar, alguna vez, restos de la chatarra espacial que cae de forma constante; de hecho, varios fragmentos caídos se han confundido con meteoritos, algunas veces; pero en el fondo marino de los alrededores del Polo de Inaccesibilidad del Pacífico se han ido acumulando, a lo largo de los últimos cincuenta años, cientos de toneladas de restos de ingenios espaciales que las personas responsables de agencias espaciales del mundo han preferido hundir en este cementerio espacial para minimizar los riesgos; entre ellos, caben destacar los restos de la estación soviética MIR y de seis Salyut rusas, más de 140 naves de abastecimiento rusas, seis naves de carga japonesas y cinco de la ESA, entre otras. 

Para las naves situadas en órbitas geoestacionarias o en geosíncronas (a 35 786 km sobre el ecuador o sobre otros puntos, respectivamente, en las que su periodo orbital es igual que el periodo de rotación de la Tierra, o sea, siempre están sobre el mismo punto), el asunto es diferente, ya que se necesita mucho menos combustible para alejarlas un poco hasta unas «órbitas cementerio» al final de sus vidas útiles y evitar accidentes que para volver a acercarlas a la Tierra. Los satélites de GPS operan a unos 20 200 km.

Además, hay que sumar unas cuantas naves que se encuentran muy lejos, aproximadamente a un millón y medio de km, en los llamados puntos de Lagrange L1 y L2 del sistema Sol-Tierra. Recordemos que L4 y L5 son áreas de gran estabilidad gravitatoria situadas en la órbita de un planeta a 60 o por delante y por detrás de él, pero pueden estar llenas de peligrosos escombros naturales. L1 y L2 están en línea entre Sol y Tierra, y detrás de esta, y no son tan estables, pero los satélites se pueden mantener allí gastando poca energía para corregir sus leves desviaciones, y esas posiciones son interesantes para llevar a cabo ciertas misiones.

Como ya se vio en una entrada anterior, en la superficie de la Luna permanecen unas 175 toneladas de naves, restos y todo tipo de materiales, abandonados allí desde que la humanidad comenzó a llegar a ella; y que, en Marte, hasta ahora, «solo» hay unas 8 toneladas de naves, restos, vehículos y estaciones meteorológicas, y otras 22 toneladas en Venus. También hay desechos en Mercurio, Júpiter, Saturno de algunas naves que se enviaron para su estudio, y en el cometa 9P/Tempel 1; una nave en el asteroide Eros, otra en Titán (satélite de Saturno), cuatro pequeñas en el asteroide Ryugu, y las sondas Rosetta y Phillae en el cometa 67P/Churyumov-Gerasimenko. Y en órbitas solares o desconocidas, se encuentran numerosos fragmentos de naves y de cohetes, y naves completas ya no operativas (como la fase de ascenso LM-4 del Apolo 10), así como las que se perdieron en misiones fallidas, y el recientemente desconectado telescopio de infrarrojos Spitzer. En una órbita inestable entre la Tierra y la Luna se encuentra la fase S-IVB del Apolo 12, encontrada en 2002 por un astrónomo aficionado creyendo, al principio, que era un asteroide.

Lluvia de chatarra

En enero de 2006 cayó un pequeño fragmento de chatarra espacial en Villalobar, León; en noviembre de 2015 cayeron dos tanques de helio de algún cohete en la provincia de Murcia. Pero una de las historias más curiosas sucedió mucho antes y mucho más lejos: resumiendo bastante, en julio de 1979 el Skylab de la NASA (la primera estación espacial de Estados Unidos) cayó a la Tierra, y la mayor parte de sus 77 toneladas ardió en la atmósfera, aunque algunos trozos acabaron en el océano Índico y en Australia.

En la localidad de Esperance (Australia), donde se recogieron varias piezas, el Consejo Municipal impuso una multa de 400 dólares a la NASA «por tirar basura», que se entregó al gobierno de Estados Unidos y que nunca fue pagada, aunque el presidente Carter llamó para disculparse. En 2009, un locutor de radio de Barstow, California, conoció la historia, hizo una recaudación entre sus oyentes y envió un cheque de 400 USD a Esperance. Poco después, en el 30º aniversario del suceso, invitaron al locutor a las celebraciones y a visitar el pequeño museo local donde se guardan los restos del Skylab.

Varios fragmentos y componentes de la estación rusa Salyut 7 se encuentran en observatorios, asociaciones astronómicas y ciudades de Argentina, ya que cayeron esparcidos entre Buenos Aires y Los Andes en febrero de 1991 (trataron que cayeran en el Atlántico, pero no se logró).

Ahora sí podríamos entrar a debatir en si todo esto ha sido algo necesario o innecesario, bueno o malo: como sucede con tantas cosas de los seres humanos, ofrece un poco de todo, pero pudiera ser que no tenga mucho sentido preguntarse algo así, ya que es algo inherente a nuestra naturaleza y a la Evolución. Como especie, nuestra infinita curiosidad y capacidad de estudiar nuestro entorno nos lleva a saltar los límites constantemente y a generar situaciones negativas o peculiares mientras avanzamos, del mismo modo que las actividades humanas acaban con algunos ecosistemas (como bosques y humedales) y crean otros nuevos (como el Delta del Ebro).

Por supuesto, muchas cosas se deberían hacer mejor, pero ¿cómo salir del campo gravitatorio terrestre de otra forma? ¿Cómo podríamos tener la gran cantidad de información que se atesora de todos esos cuerpos del Sistema Solar si no es enviando naves a ellos para su estudio? ¿Cómo evitamos que una nave falle en los últimos segundos y se estrelle, a millones de kilómetros de aquí? ¿Cómo determinar qué nave o qué rover es basura y cuáles no lo son?        

Tampoco es todo negativo: existen protocolos y normas muy estrictas para que ciertas misiones espaciales no lleven contaminación biológica en las naves, para no contagiar los objetos que visitan y para que, si se busca la posible existencia de vida, los datos no resulten falsos. Un ejemplo son las sondas que han visitado Júpiter, Saturno y sus satélites, que se han introducido a propósito en esos gigantes gaseoso-líquidos al final de sus misiones para que no hubiera posibilidad de que sus intrigantes satélites resultasen contaminados por algo biológico o por la radiación de las baterías nucleares de las naves si llegaran a estrellarse en su superficie.  

Es muy posible que, en el moderno y necesario concepto de Antropoceno (a pesar de otras opiniones contrarias) haya que añadir la presencia de todos estos ingenios y restos no solo porque estén en nuestro planeta, sino porque somos la única especie que los ha puesto alrededor de él y por todo el Sistema Solar, hechos que son absolutamente asombrosos y que perdurarán durante muchas generaciones.

De todas formas, lo realmente preocupante es que no hay gobierno ni institución capaz de limpiar la basura de lugares como Yosemite, los campamentos base del Everest o del resto del Himalaya, o de cientos de costas, ríos, puertos y marismas, de Yellowstone, la Patagonia, el cabo de Gata o el Salto de Bierge; sólo lo hacen personas voluntarias y unos pocos ayuntamientos.

«No cabe la menor duda de que, la nuestra, puede muy bien llamarse la civilización de la basura».

Félix Rodríguez de la Fuente

Un cumpleaños galáctico gracias a la AAHU

Por Luis Escaned

Una semana científica muy especial fue el mejor regalo de cumpleaños que, sin saberlo, me ha dado la Agrupación Aastronómica de Huesca. ¡Fue un cumpleaños inolvidable!

El grupo que visitó el LSC con Miguel Alcubierre, 12 de junio de 2025. Foto de AAHU.

Hace poco más de un año, escribí sobre cómo, gracias a la Agrupación Astronómica de Huesca (AAHU) y sus socios, tuve la increíble oportunidad de ver y fotografiar auroras boreales desde mi propia casa en Albalate de Cinca.

Aurora boreal desde Albalate de Cinca. Mayo de 2024. foto de Luis Escaned.

Aquella experiencia fue tan emocionante que me impulsó a apuntarme a un viaje al norte de Finlandia en febrero de 2025. Allí, la suerte volvió a acompañarme y pude contemplar unas auroras impresionantes, un espectáculo que, quizás, nunca habría buscado de no ser por la pasión que despertó en mí la comunidad de la AAHU.

Aurora boreal desde Ruka, Finlandia. Febrero de 2025. Foto de Luis Escaned.

Poco después de ese viaje memorable, la emoción volvió a llamar a mi puerta cuando me enteré de que la AAHU traería al profesor mexicano Miguel Alcubierre a Huesca y Zaragoza. No solo daría varias charlas, sino que también visitaría Tardienta, el pueblo de sus ancestros. 

Inmediatamente pedí las fechas para solicitar una semana de vacaciones en mi trabajo. Son incontables las conferencias que he visto del Profesor Alcubierre en internet: sus charlas TEDx, sus clases como Gran Maestro en la UNAM, sus vídeos con Javier Santaolalla... Desde «Más rápido que la luz» (quizá su charla más famosa) hasta sus análisis sobre relatividad numérica, agujeros negros y ondas gravitacionales.

Cuando la Agrupación me confirmó las fechas, del 6 al 13 de junio, una sonrisa se dibujó en mi rostro. Parecía que los dioses relativistas me habían bendecido: el 14 de junio sería mi cumpleaños. Por supuesto, me apunté a todos los actos: la charla de Huesca, la de Zaragoza y la cena de despedida, con la esperanza de poder conocerlo. Movido por el entusiasmo, informé a la Agrupación de que me había tomado la semana libre y que estaba a su entera disposición para lo que necesitaran. Casi supliqué por ayudar.

La respuesta no tardó en llegar. Desde la AAHU me propusieron llevarlo a visitar el observatorio de Torres de Alcanadre. Acepté al instante. Hemos trabajado mucho para ponerlo de nuevo en funcionamiento, y recibir la visita del Profesor Alcubierre justo en su nueva etapa era el mayor aliciente para nuestro esfuerzo.

Poco después, mientras coordinaba esta visita, llegó el segundo regalo, me preguntaron si querría unirme también a la visita al Laboratorio Subterráneo de Canfranc (LSC) con él. Por supuesto que dije que sí. Menudo regalo de cumpleaños. ¿Qué más podía pedir?

Pero siempre hay una joya final. El viernes 6 de junio recibí una llamada de la AAHU:

—¿Podrías llevar en tu coche a Miguel Alcubierre desde su hotel en Huesca a la Universidad de Zaragoza el miércoles 11?

—¡Por supuesto! —dije, y lo siguiente que pensé fue «tengo que limpiar el coche».

Fuimos el lunes 9 con un grupo de Monzón a ver la charla «Más rápido que la luz», pero no tuve la oportunidad de hablar con él (o fui tímido para presentarme). De lo que sí me di cuenta enseguida es de lo abierto que era con la gente a pesar de la gran cantidad de fotos que le pidieron.

El martes 10 era el día en que tenía que hablar con él; vino a visitar el observatorio de Torres de Alcanadre (OATA), donde le explicamos las características del telescopio, los proyectos actuales en los que estamos inmersos y los futuros en los que queremos trabajar.



Luis Escaned muestra a Miguel Alcubierre el telescopio del Observatorio Astronómico de Torres de Alcanadre (OATA), 10 de junio de 2025. Foto de la AAHU.

El miércoles fui a recoger en con mi coche al profesor para llevarlo a la Facultad de ciencias de la Universidad de Zaragoza. No sabía realmente a qué actos iba a asistir, así que pregunte y me contaron que impartiría un taller sobre «Relatividad numérica y ondas gravitacionales». Mi siguiente pensamiento fue: «Espero que al chófer le dejen entrar; si hace falta, me presento como la seguridad privada del profesor, pero tengo que escucharlo». No solo pude verlo, sino que tuvo que usar mi portátil para la proyección porque su Apple no reconoció el proyector o viceversa; en resumen, la conferencia, en mi alma mater, la hizo con mi portátil. Ese honor fue otro regalo inesperado.

Seminario en el Salón de Actosa de Matemáticas de la Facultad de cienciasa de Unizar. La flecha señala el ordenador de Luis Escaned, usado para la presentación. Miércoles 11 de junio de 2025.

¿Cuántas sorpresas más me quedaban por abrir?

Pues alguna más hubo. Cuando fuimos al Patio de la Infanta, nos recibió el personal de la sala, sabían la expectación que había creado la charla del Profesor Alcubierre, aforo lleno, casi 400 personas. Después nos fuimos a cenar, y no sé cómo, porque no fue deliberado, terminé sentado entre el hijo del Profesor Alcubierre, Juan, y el presidente de la Federación de Asociaciones Astronómicas de España, Joaquín Álvaro Contreras, quien me asesoró para conectar la estación meteorológica de Torres con la cúpula y contactos, para entrar en el proyecto Exoclock: noche amortizada.

Un grupo de la AAHU cenando en Zaragoza luego de la conferencia en Patio de la Infanta.
Miércoles 11 de junio de 2025. Foto de la AAHU.

Nos quedaba la última jornada, el Laboratorio Subterráneo de Canfranc. Llegué el último a Canfranc y los vi andando por la calle, paré y me preguntó Alberto, presidente de la AAHU, si podía llevar al profesor y a su hijo a conocer la estación internacional de Canfranc. ¿Cómo no? Subieron a mi coche otra vez, y en esta oportunidad, obré de guía en la estación contestando sus preguntas sobre el edificio y su historia, otro regalo para mí.

Al poco nos fuimos a visitar el Laboratorio, el personal siempre atento a las preguntas nuestras y del profesor, y explicándonos los experimentos sobre detección de materia oscura y, lo más sorprendente, sobre biología: un estudio de cómo reaccionan los embriones de peces a la falta de radiación con vistas de poder desarrollar, en un futuro lejano, una piscifactoría en el espacio. Todos nos quedamos sorprendidos con ese experimento.

Esto es un resumen de como yo viví esa visita; más que un resumen de una visita de Miguel Alcubierre a la AAHU, es un resumen de sentimientos a veces encontrados.

Muchas gracias, AAHU. ¡He recibido mucho más de lo que he dado!

Rocas producidas por asteroides, rayos y la especie humana. Parte II

Por Fernando Sa Ramón

En la entrada anterior, hemos hablado sobre algunas de las rocas de origen mnás curioso que se encuentran sobre la tierra, y analizamos las ompactitas y las tectitas. Continuamos con otras rocas muy particulares.

Cala de Tunelboca, Bizkaia, con los estratos formados por los vertidos de la actividad humana y la acción del mar (beach rocks): rocas, escorias, cerámicas, ladrillos, plásticos y otros restos cementados en carbonatos de forma natural (Humberto Astibia, Universidad del País Vasco).

Entramos ahora en una clasificación un poco distinta de las anteriores, que incluye las rocas de origen humano y ciertas rocas de procedencia inquietante.

Fulguritas

Se trata de rocas fundidas y recristalizadas por el impacto de algunos rayos. Esto se produce por una fusión instantánea del terreno por donde discurre la descarga, que puede llegar a varios miles de grados, formando unos tubos huecos irregulares de interior liso y brillante, vitrificado, y exterior rugoso con fragmentos adheridos de materiales que no han llegado a fundir.

Lechatelieritas

Consisten en rocas resultantes de impactos de rayos en arena de cuarzo; por tanto, son vidrios naturales de sílice, pero no tectitas.

Rocas de origen humano

La actividad humana también produce nuevas rocas: aunque parezca incomprensible en principio, iremos viendo que es muy sencillo. Ya hace tiempo que la humanidad hace minerales de laboratorio, como las gemas artificiales (diamantes, esmeraldas, rubís, zafiros, cuarzos) y sus sustitutos (circonitas, vidrio de Swarovsky, moissanitas), así como también los compuestos ultraduros para uso industrial, abrasivos, corte, como el carburo de silicio, nitruro de molibdeno, carburo de boro, más duro que el diamante, y muchos otros.

Las rocas antrópicas (de origen humano) son, para comenzar, el hormigón (posiblemente, el hormigón asfáltico y ciertos pavimentos de roca triturada y cementada también) y las escorias de fraguas, hornos y fundiciones, y otros restos de reacciones químicas fundentes o explosivas.

En las playas de Tunelboca y Gorrondatxe, en Vizcaya, hay un estrato de varios metros de grosor formado por restos de escorias de un siglo de vertidos de los altos hornos mezcladas con ladrillos, hormigón, plásticos, vidrios, cerámica… Y ésta es solo la parte visible de la costa, en cuya plataforma continental sumergida hay unos 25 millones de toneladas de escorias, equivalente a una montaña de 200 o 300 metros. 

Orígenes inquietantes

Sin embargo, hay algunas rocas cuya procedencia es mucho más inquietante:

Trinititas

Consisten en rocas fundidas y recristalizadas en explosiones atómicas. Se denominan así porque el lugar donde se probó la primera bomba atómica se llama Trinity, en Nuevo México. Contienen mucha radiactividad. Algunas aparecen a grandes distancias, como sucede con ciertas tectitas, a las cuales se asemejan.

Chernobilita

Es uno de los numerosos productos de la fusión del núcleo tras el accidente de la central nuclear de Chernóbil, el 26 de abril de 1986: silicato de uranio y circonio con acero fundido, contaminado por otros productos de los que hablaremos a continuación. Es sumamente radiactiva.

Corio o Corium

Se trata de una lava, una mezcla fundida y recristalizada de porciones de núcleo de un reactor nuclear formada durante una fusión del núcleo por accidente. Contiene combustible nuclear, productos de fisión, barras de control, materiales estructurales de las partes construidas afectadas, productos de sus reacciones químicas con el aire, el agua y los vapores, y, en el caso que el recipiente del reactor se rompa, hormigón fundido. Es una matriz vidriosa muy radiactiva de silicatos y alumo-calcio-silicatos muy heterogénea con variadas inclusiones y aspectos, que también varía en forma y composición dependiendo del camino que ha recorrido cuando estaba fluida y a muy alta temperatura. Contiene óxidos y silicatos de U y Zr, óxidos de Na, Mg, Fe y otros metales, aleaciones de Fe-Cr-Ni , cerámicas con U, escorias, piedra pómez, metales fundidos con y sin subproductos de fisión, studtita (UO2)2 .4H2O y metastudtita (UO2)2 .2H2O solas y con agua oxigenada, formadas por radiólisis del agua (ruptura por radiación), eliantita UO3 .2H2O, rutherfordita UO2(CO)3  y, al menos, dos compuestos aún sin nombre de U, varios isótopos radiactivos de U, Th, Ru, Tc, Pd… y compuestos de Mn, Ag, Te, Sr, B, Ba, La, Sb, Sn, Cr, Nb, Mo, Ca, Ce, In, Cd, Cs...

Plastiglomerado

Es el curioso y apropiado nombre que un grupo de científicos han puesto a unas rocas formadas por basura, plásticos y desechos de todo tipo debidos a las actividades humanas. Estos los encontraron en una playa de Hawaii y publicaron el hallazgo, pero debe de haber gran cantidad por todo el planeta todavía no identificadas o de origen similar (aparte de las grandes cantidades de plásticos que contaminan los mares).

En esta playa, se hacen fuegos y hogueras en las que queman plásticos que han traído o llegan por el mar hasta la orilla; al fundirse actúan como cemento o amalgama que compacta los diversos materiales del entorno, como arena, piedras, lava, conchas, coral, ramas, telas, ceniza, restos de muchos objetos plásticos y casi cualquier cosa que podamos pensar.

Tras investigaciones, se concluye que en todo lugar donde se acumulen abundantes residuos de plástico y exista una fuente de calor enérgica (una hoguera, un incendio, un volcán activo) se puede formar plastiglomerado; y que puede perdurar mucho tiempo como otra huella del impacto del seer humano sobre la superficie del planeta. Incluso podría marcar un estrato geológico. Cuidado, no hablamos aquí de contaminación, que es peor todavía, sino de rocas, aunque, lógicamente, están muy relacionadas.

Y así, volvemos de lleno al concepto de Antropoceno

Apareció una noticia, en marzo de 2017, relacionada con el Antropoceno y con los minerales, que recalca otro marcador de dicha época: «El hombre ya ha creado 208 nuevos minerales».

En principio, el experto Robert M. Hazen y otros científicos separan, por un lado, los que se crean de forma intencionada para la tecnología: láseres, chips, materiales de construcción, imanes, y por otro, los muchos que surgen por accidente, al reaccionar algunos materiales, principalmente por actividades mineras, en escombreras, paredes de túneles, pozos, incendios de minas, filtraciones, y de otras formas también: paredes de altos hornos, tuberías geotermales, en restos arqueológicos y de naufragios, enterramientos prehistóricos, edificios abandonados, armarios de museos, vertederos de ciudades y tecnológicos, accidentes nucleares, etc.

Y debe haber muchos más sin descubrir. Es muy fácil entenderlo viendo, por ejemplo, cómo se formaron concreciones calcáreas en acueductos romanos y estalactitas de calcita por filtraciones en puentes, bodegas, arcos, túneles y otras construcciones antiguas y modernas.

También habría que estudiar (no sé si ya se ha hecho) hasta qué punto dejan huella o hay relaciones directas entre ciertos eventos astronómicos y las formaciones geológicas terrestres, como los cambios en la actividad del Sol, cambios en las influencias gravitatorias, explosiones de supernovas o de rayos gamma.

La biosfera tiene intrincadas relaciones con la Geología y la Astronomía desde hace miles de millones de años. Ahora, además, la especie humana es capaz de crear minerales y rocas, tanto intencionalmente como de forma involuntaria.

La Naturaleza sigue su curso, en la Tierra y en el espacio, con o sin el ser humano.


La promesa que encendió mi destino

 Por Luis Escaned

Este relato de ficción aborda las memorias de una científica que se jubila en la misma fecha en la que, décadas atrás, el Presidente estadounidense John F. Kennedy daba el primer discurso con el compromiso de llevar a Estados Unidos a la Luna, y muestra cómo un mensaje dado en un momento determinado puede influir en la vida de una persona.


El murmullo del brindis se extingue como una ola que se retira lentamente de la orilla. Mis colegas, figuras que han compartido conmigo incontables amaneceres y desvelos, comienzan a dispersarse en la penumbra de la noche. Mañana... mañana, 25 de mayo, la oficina, ese santuario de ideas y proyectos que ha sido mi segunda casa durante décadas, quedará atrás. Un escalofrío agridulce me eriza la piel, como una brisa inesperada que anuncia un cambio de estación en el alma. Y en ese vórtice de sensaciones, mi mente se desboca, emprende una peregrinación luminosa hacia los orígenes, mucho antes de que la ciencia me susurrara al oído.

Puedo reconocer mi casa familiar, el 25 de mayo de 1961, como si fuera una directora de cine viendo un decorado.

Un televisor en blanco y negro domina la estancia. Una niña de apenas cinco años observa la escena con los ojos muy abiertos. Mi padre de pie junto al aparato cogiendo la mano de mi madre, de la manera en la que se cogen cuando ocurre algo importante, de la manera en las que se cogen cuando se sincronizan los latidos del corazón al mismo compás.

Una voz grave, pausada pero cercana y cálida, resonaba en cada rincón; en la pantalla, un hombre de rostro decidido y mirada penetrante, John F. Kennedy, pronuncia unas palabras que, sin yo comprender del todo su significado, se grabarán a fuego en mi memoria infantil:

«Creo que esta nación debería comprometerse a lograr el objetivo, antes de que termine esta década, de llevar a un hombre a la Luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra».


Discurso de Jonh F. Kennedy en el Congreso de los EE. UU. 25 de mayo de 1961.

Después de estas palabras se instaló un silencio que se adueñó del salón.

Pero ahora, en la noche de mi despedida, nadie pareció recordar aquel discurso trascendental. Menos aún que fue pronunciado un 25 de mayo, la misma fecha que hoy marca el inicio de mi jubilación. Ironías del destino, supongo.

La visión regresa, este maravilloso flashback, y veo a esa niña con la nariz pegada al cristal de la ventana mirando la Luna. En mi imaginación infantil, era un misterio brillante suspendido en la negrura del cielo nocturno, inalcanzable, que despertaba en mí una mezcla de fascinación y respeto.

La política y las complejidades del mundo adulto escapaban a mi entendimiento, pero la emoción que impregnaba el aire esa noche, la palpable sensación de que algo extraordinario estaba a punto de suceder, eso sí lo sentía en lo más profundo de mi ser.

Mis padres, como tantos otros, veían en las palabras de Kennedy una promesa, un horizonte repleto de posibilidades ilimitadas, un futuro donde los sueños más audaces podían hacerse realidad.

Pasaron los años y me veo en el instituto, me veo segura y decidida, con la sensación de que todo es posible. La ciencia, la exploración de lo desconocido, la conquista del futuro... todo parecía estar al alcance de la mano. Y aunque el mundo se empeñara en susurrarme que las niñas debían conformarse con jugar con muñecas, yo soñaba con cohetes imponentes y constelaciones lejanas.

Revivo las animadas conversaciones con mis compañeros de clase, los libros de ciencia, como Seis piezas fáciles de Richard Feynman o Astronomy de Lloyd Motz y Anneta Duveen, que devoraba con avidez, la fascinación por el Universo que crecía imparable dentro de mí. Y cada vez que el tema del espacio surgía en una conversación, esa frase de Kennedy resonaba en mi mente con persistencia, una melodía que me impulsaba a mirar más allá de los límites de lo conocido.

Sorbo mi copa en la terraza del bar, y los recuerdos de aquellos años de instituto se agolpan; la época del instituto fue muy enriquecedora para mí y me ayudo a afrontar la universidad, aquella semilla plantada en mi infancia y abonada en el instituto floreció con una fuerza inusitada.

La universidad, los laboratorios repletos de instrumentos misteriosos, los desafíos constantes de abrirme camino en un campo dominado por hombres... No, el camino no fue fácil, pero nunca olvidé aquella voz que me había hablado a través del televisor de nuestro hogar, aquella promesa de un futuro donde los límites se desvanecían como espejismos en el desierto.



Kennedy junto a la nave espacial Friendship 7, que realizó tres órbitas a la Tierra, pilotada por el astronauta John Glenn. 23 de febrero de 1962, Cabo Cañaveral, Florida, Hangar S.
Foto de Cecil Stoughton. Dominio público.

Hoy, al cerrar este capítulo de mi vida, siento una profunda gratitud, una inmensa satisfacción. He tenido el privilegio de ser parte de un viaje increíble, de contribuir con mi granito de arena a desentrañar algunos de los enigmas más fascinantes del cosmos.

Y sé, con la certeza que da la experiencia, que, en algún rincón del mundo, quizás en este mismo instante, hay una niña con los ojos brillantes de ilusión, la mirada fija en las estrellas, lista para tomar el testigo y continuar explorando los misterios del universo. Porque el sueño de Kennedy, aquel sueño que trascendió las fronteras de una nación para convertirse en una ambición de toda la humanidad, sigue vivo. Y mientras haya seres humanos que se atrevan a mirar hacia arriba y preguntarse «¿qué hay más allá?», ese sueño seguirá ardiendo eterno.

Rocas producidas por asteroides, rayos y la especie humana. Parte I

 Por Fernando Sa Ramón

Además de los tres tipos principales de rocas conocidas y estudiadas según su origen (sedimentarias ígneas y metamórficas), existen, en menor número, rocas formadas de otras maneras y cuyo origen es más curioso. En esta entrada, analizaremos dos de ellas: las impactitas y las tectitas.


Un ejemplo de impactita en la Tierra. Impactitas del cráter de impacto de Monturaqui. CC BY 2.0.

En la corteza de la Tierra se distinguen tres tipos principales de rocas según su origen: Sedimentarias (rocas que se forman por acumulación de sedimentos procedentes de la alteración de otras rocas), Ígneas (o eruptivas, o magmáticas, rocas que se forman cuando el magma que ha aflorado se enfría y se solidifica) y Metamórficas (rocas formadas por la modificación de otras preexistentes en el interior de la Tierra, pero sin fundirse; metamorfismo). 

Sin embargo, hay más rocas formadas de otras maneras; por supuesto, su número y la superficie que ocupan son muy inferiores a las de estos tres tipos principales, y su origen es más curioso. 

Para comenzar, cuando en el suelo chocan asteroides o grandes meteoroides, la fuerza del impacto (presión) y el consiguiente gran aumento de la temperatura producen varios efectos. Por un lado, se forman nuevas rocas en el cráter y en los alrededores, y, por otro, muchos fragmentos fundidos salen despedidos como salpicaduras, produciendo vidrios naturales; algunos quedan cerca del impacto y otros pueden caer a miles de kilómetros de allí, dependiendo de la fuerza y del ángulo de la colisión.

El estudio y las clasificaciones de ambos escenarios son complicados y no están exentos de problemas, controversia y debates, más aún cuando implica a la Geología, la Astronomía, la Química, la Astrofísica… porque es una materia de estudio reciente, porque no es fácil distinguir cuáles son nuevas rocas y cuáles sólo transformadas, y porque algunas de esas rocas se han mezclado con un poco de material espacial, entre otras consideraciones. También se forman o transforman algunos minerales debido a las altas presiones, como ciertos tipos de cuarzo, microdiamantes (lonsdaleíta), silicatos y carbonatos.

El cráter de Alga en Marte es un posible sitio de vida antigua preservada,
después de la detección de un depósito de vidrio por impacto. Dominio público.

Impactitas

Son rocas originadas durante un proceso de impacto. Algunos científicos, dado lo difícil de distinguir y separar los efectos y de aunar criterios razonables, proponen:

Rocas de fundido de impacto (con clastos y vidrios debidos al choque).

Impactitas sedimentarias, de aspecto parecido al conglomerado y a las brechas: 

      Brechas monomícticas (rocas rotas, cementadas y re-formadas con trozos del mismo material).

      Brechas polimícticas (con trozos de distintos materiales).

      Generaciones de otras brechas, suevitas y otros tipos.

Impactitas cristalinas; roca fundida y recristalizada con rapidez.

(Los denominados «conos astillados» no son una roca transformada, sino una    consecuencia del choque: son fragmentos de rocas con forma más o menos cónica, y agrietados radial y longitudinalmente por la fuerza del golpe, con aspecto de abanico). 

Tectitas

Se corresponden con las impactitas cristalinas. Consisten en rocas terrestres con alto contenido en sílice, fundidas y eyectadas por el choque de asteroides y recristalizadas al volver a caer (vidrio natural). Algunas llegan a la alta atmósfera y, al reingresar, adquieren curiosas formas de vuelo.

Tectitas de China (chininitas), arriba, y moldavita de Bohemia, abajo.
(Jens Ormö y Oriol Oms, CSIC-INTA).

Actualmente se reconocen cuatro grandes áreas de distribución. Además, hay numerosas microtectitas esparcidas por todo el mundo procedentes de estos eventos y de otros parecidos:  

Área de dispersión europea: moldavitas.

Área de dispersión de Australasia: australitas, chininitas, indochininitas, y se están estudiando las irghizitas y zhamanshinitas de Kazajistán (cráter Zhamanshin), las javaítas de Java y las Muong-Nong de Tailandia.

Área de dispersión de América del Norte: bediasitas, georgiaítas.

Área de dispersión de Costa de Marfil: ivoritas.

La comunidad científica continúa recogiendo y estudiando muestras en nuevas zonas, como las tectitas de Atacama (Chile); por tanto, posibles atacamaititas.


Gráfico de la formación de tectitas.

Procesos probables y morfologías de tectitas

Para entenderlo mejor, podemos imaginar que sería como lanzar gotas de vidrio fundido para ver qué les ocurre mientras van cayendo y se van solidificando. En la gráfica de arriba hemos enumerado cada una, las que detallamos a continuación en español:

1- Impactitas.

2- Se forman las tectitas; lugar de impacto.

3- Se modelan las formas primarias en varios tamaños.

4- Se forma una fina cáscara sólida.

5- Se esculpen formas agujereadas.

6- Solidificación rápida.

7- Tectitas que aterrizan mientras permanecen fundidas (gotas más grandes cerca de la fuente).

8- Tectitas Moung Nong.

9- Se forman desconchados.

10- Tectitas que aterrizan y se deforman plásticamente.

11- Formas de gotarrón.

12- Tectitas que se abollan y retuercen, ocasionalmente se rompen.

13- Formas abolladas o torcidas.

14- Tectitas que conservan su forma al aterrizar. Sin ablación. Menos escamas y desconchados que las anteriores.

15- Formas de salpicaduras.

16- Se hacen finas fracturas en la cara delantera mientras el exterior es sólido y el interior plástico.

17- Se producen desconchados a lo largo de las roturas.

18- Se pierde la costra delantera.

19- Tectitas que, a menudo, manifiestan mucha pérdida por desconchado.

20- Salpicaduras semiplásticas.

21- Tectitas que se solidifican totalmente (en la alta atmósfera).

22- Tectitas que se desconchan creando núcleos.

23- La ablación crea rebordes (al reingresar en la atmósfera).

24- Tectitas que pueden desconcharse y perder los rebordes.

25- Tectitas que se erosionan totalmente por ablación.

26- Tectitas que muestran modificaciones por el vuelo, a veces se dan formas extremas.

27- Salpicaduras solidificadas con ablación.

28 y 29- Microtectitas.

30- Las microtectitas no sufren ablación debido a la alta relación volumen/área (son muy pequeñas).

31- En tierra la erosión química natural crea formas y surcos en V, principalmente en la cara posterior.

32- En tierra la erosión química natural aumenta las fracturas finas a surcos en U, principalmente en las superficies delanteras.


Los meteoritos son rocas procedentes del exterior de la Tierra, tanto si son restos de los asteroides que han producido impactitas como si son de los pequeños meteoroides que se rompen por el frenado en la atmósfera y solo caen al suelo sin modificarlo (los más habituales). 

La Libyan Glass, o vidrio de Libia, es una tectita formada por el impacto sobre arena del desierto (silícea); por eso es un poco diferente, más amarillenta y más clara. Es probable que haya sido tectita normal, pero, ahora, se muestra redondeada y desgastada por el transcurso de mucho tiempo de erosión en la arena del desierto. 

Como dato curioso, algunas de las rocas de la Luna que trajeron los tripulantes de la misión Apolo 14 son brechas de impacto.


Los trozos de barcos en la Luna y el Antropoceno

 Por Fernando Sa Ramón

Entre los múltiples aparatos llevados por los astronautas del proyecto Apolo a la superficie lunar, hay unos pocos que están fabricados con acero de barcos de la primera guerra mundial y no con hierro normal. Y ese acero lo llevan también algunas naves espaciales, como las Pioneer o la Galileo. ¿Por qué? Por la radiactividad que ha generado la humanidad desde la mitad del siglo XX.

Interpretación artística de la Pioneer 10 en el espacio, la primera sonda enviada por el ser humano más allá de la heliosfera (NASA).

Quizá mucha gente no sabe esto: para fabricar acero se emplea una enorme cantidad de aire, y todo el aire que envuelve a la Tierra desde después que se hicieran las primeras pruebas atómicas y las explosiones de Hiroshima y Nagasaki contiene trazas de elementos radiactivos que se trasfieren al acero.

El acero anterior a 1945 no contiene esa radiación adicional. Para construir detectores de radiactividad se necesita hierro libre de esa radiación extra, de lo contrario, darían lecturas erróneas, así que los muy sensibles detectores que se instalan en la Luna y en las sondas interplanetarias necesitan fabricarse con acero de antes de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta el momento, buena parte de ese material se ha obtenido de los barcos del Kaiser Guillermo II, hundidos en 1919 en la bahía escocesa de Scapa Flow por los propios alemanes ante el temor de que los británicos se incautaran de su flota: miles de toneladas de acero de muy buena calidad a unos pocos metros de profundidad.

Sin embargo, para usos comunes no se recupera ese acero porque resultaría muy caro comparado con fabricar acero nuevo; solo para utilizar en aparatos en los que se necesite acero libre de la radiactividad moderna es indispensable y se estudia la recuperación de otros barcos y submarinos antiguos, además de la flota imperial alemana de 1919.

Por la misma razón, la datación por Carbono 14 nos dará los años transcurridos desde la muerte de un ser vivo antiguo hasta el año 1950, por convenio, debido a que se produjeron esas severas anomalías en las concentraciones relativas de isótopos radiactivos en la atmósfera. El plomo que se usa como blindaje anti-radiación en numerosos experimentos sobre el estudio de la composición de la materia y el Universo de varios laboratorios subterráneos de diversos países (como los túneles de Canfranc, en los Pirineos; Gran Sasso, en los Apeninos; o Baksan, en el Cáucaso, y en antiguas minas de EE.UU. o de Japón) también proviene de fundiciones de hace más de ochenta años, tanto por la radiactividad moderna como por la natural de los isótopos del plomo. Por eso, en algunos casos se han utilizado lingotes recuperados de un naufragio romano ocurrido hace unos 2000 años junto a Cerdeña, un plomo que fue extraído en la Hispania romana.

Parte del experimento CUORE, bajo el Gran Sasso (Italia).
Plomo de hace 2000 años envolviendo cobre, para estudiar la materia (Yuri Suronov-LNGS/INFN).

El plomo además protagonizó otra inesperada historia desde el comienzo hasta la mitad del siglo XX al interferir, sin que se supiera entonces, en los experimentos para intentar datar la edad de la Tierra, ya que se comenzó a lanzar a la atmósfera grandes cantidades de este elemento proveniente del antidetonante tetraetil plomo de las gasolinas, desde 1923, que es muy peligroso para los seres vivos.  

¿Por qué esta radiación se relaciona directamente con la Geología?

Hoy día está aceptado oficialmente en diversos ámbitos científicos el hecho palpable de que la especie humana ya ha marcado una época geológica propia. A finales de 2016, los geólogos de la Unión Internacional De Ciencias Geológicas aprobaron el establecimiento oficial del Antropoceno o la era del Hombre, una nueva época dentro del periodo Cuaternario de la historia de la Tierra marcada por el significativo impacto global de las actividades humanas, a la espera de concretar una fecha exacta y lugares representativos (lo que se denomina «clavo dorado»), y no sólo por los marcadores radiactivos, sino también por la presencia global de aluminio, hormigón, plásticos, escorias de fundición, abonos artificiales, hollín de la quema de carbón y combustibles fósiles, vertidos industriales, mineros y de sus catástrofes (que forman nuevos estratos no naturales), vertederos de basura, de tecnología y de residuos nucleares (sean en tierra, en minas abandonadas o en los océanos), extinción de especies...

Podría ser, además, que en esta visión antropocénica haya que incluir los miles de satélites artificiales que rodean la Tierra y las sondas que pululan por el Sistema Solar y que, incluso, acabarán fuera de él, como las Pioneer y Voyager. Naturalmente, esto induce una controversia científica, y hay quienes rehúsan poner este nombre a la situación porque denotaría una vanidad humana y un antropocentrismo exagerados, pero lo que está totalmente claro es que el ser humano, sea superior o solo diferente, tiene una capacidad enorme de alterar su entorno como ninguna otra especie. Probablemente sea la primera vez en más de 4000 millones de años que toda la superficie terrestre es alterada por una sola especie. 

Por eso unos años antes, en 2011, una de las propuestas formales se planteaba así en un extracto de propuesta de la Universidad de Leicester para la Unión Internacional de Ciencias Geológicas:

«La humanidad se ha convertido en una fuerza de la naturaleza tan grande que incluso podría dar nombre a una época geológica propia: el Antropoceno. Algunos científicos apuntan a mediados del siglo 20 para su inicio, con el nacimiento de la era atómica, porque ésta es un marcador debido a ciertos isótopos radiactivos liberados por el hombre; eso no significa que las señales nucleares sean más importantes que otras, como la Revolución Industrial o la aparición de la agricultura (que no tienen un impacto global en los sedimentos terrestres), sino que es por una razón práctica y objetiva, porque esas señales radiactivas se pueden reconocer y seguir, están en cualquier estrato formado después de la mitad del siglo 20, pero no en los de antes, lo que supone una prueba de la actividad humana a escala planetaria».

Montaje de parte del experimento ANAIS para el estudio de la materia oscura y astropartículas en el laboratorio de Canfranc, con algunos de los ladrillos de plomo arqueológico y de los de baja actividad, que albergan los fotomultiplicadores de yoduro de sodio con talio en tubos de cobre (Universidad de Zaragoza).

La vida en la Tierra ha evolucionado en un ambiente concreto de radiación natural proveniente de la formación del planeta y del cosmos (aunque esta segunda, afortunadamente, muy atenuada por la atmósfera y el campo magnético). Todavía no se conoce bien el efecto de nuestra radiactividad añadida artificialmente, pero, por supuesto, está detrás de muchas enfermedades, mutaciones y problemas biológicos.

Hasta hoy se han realizado más de 2150 pruebas nucleares, 27 de ellas con fines no bélicos (para hacer túneles, minas, puertos, canales), la mayoría por parte de Estados Unidos y de la antigua Unión Soviética, seguidas por Francia, Gran Bretaña, China, Corea del Norte, India y Pakistán. La mayor de ellas, la bomba de hidrógeno soviética llamada Tsar, fue unas 3000 veces más potente que la de Hiroshima, pero mucho menos radiactiva, ya que se usó un empujador de plomo en lugar de uranio.

Las emisiones radiactivas son algo que la mayor parte de la población no comprende bien, porque son complejas y porque no se ven; sólo se notan sus efectos a mediano o largo plazo, pero para entenderlas un poco mejor, basta con pensar en lo que nos ocurre en la piel si estamos unas horas al Sol sin protección, debido a las radiaciones ultravioletas, o en cómo notamos el calor de una persona, por las radiaciones infrarrojas. Y las hay mucho peores, las denominadas ionizantes o de alta energía, como los rayos gamma y los rayos X, aunque las ultravioletas entran en este grupo si no las atenúa nuestra atmósfera.

Desde la época de la Guerra Fría, en Estados Unidos pensaron en detonar armas atómicas en la Luna (proyecto A119), al igual que la Unión Soviética (proyecto Ye-4; tampoco se sabe quién lo ideó primero, o si las redes de espionaje entre ambos dio la respuesta de uno a otro), para demostrar su poderío y para que se viera desde aquí la explosión, aunque sólo se hubiese visto un breve destello, puesto que no hay atmósfera ni oxígeno para formar el típico «hongo atómico». Bien se nos vale que, al parecer, se impuso la cordura o la suerte de que no pudieran o no quisieran hacerlo: sería posible que, debido a la baja gravedad lunar, se produjera una lluvia radiactiva y de fragmentos sobre la tierra al cabo de un tiempo y, tal vez, un tenue anillo de polvo y rocas orbitando la Luna y la Tierra.

Por otro lado, de haber sido así, ¿quizá tendríamos abundantes meteoritos lunares, y no serían tan difíciles de conseguir y tan caros? ¿Podrían considerarse meteoritos si son debidos a una actividad humana?

Es curioso hasta qué punto la extraña y contradictoria humanidad es capaz de lo mejor y de lo peor que podemos imaginar, y cómo hace que todo se interrelacione de manera más enrevesada para que surjan nuevos interrogantes.

«No arruinemos la Tierra; es difícil encontrar un buen planeta».
(Anónimo)


Los trasbordadores espaciales: otro fin de una época

 Por Fernando Sa Ramón

Despegue del transbordador Columbia para la misión STS-1 el 12 de abril de 1981,
la primera misión que llevó hombres al espacio desde un transbordador. Dominio público.

Como sucede con todos los programas y logros de la historia de la astronáutica, es difícil resumir hechos de tan elevada complejidad, relevancia e importancia para la humanidad en pocas líneas, y es injusto desde el punto de vista de que se pierden muchos datos y pormenores, a los que no se da la trascendencia pública que merecen. Pero al menos, en la actualidad, se puede ampliar profusamente la información sobre este tema y muchos otros en páginas de Internet y de las agencias espaciales, por ejemplo. Una de esas enormes aventuras poco conocidas por el público general, más allá de los espectaculares lanzamientos y accidentes televisados, es la de los Trasbordadores Espaciales (STS, Lanzadera espacial).

Los trasbordadores espaciales fueron unas naves espaciales financiadas por la NASA, el gobierno y el ejército estadounidense, pensadas y desarrolladas para sustituir al anterior programa Apolo que llevó al hombre a la Luna en seis ocasiones, naves parcialmente reutilizables para funcionar en órbitas bajas, poner satélites en órbita y enviar sondas espaciales.

También estaban pensadas para ser utilizadas en conjunto con los Saturno 5 (éstos para subir las partes de carga más pesada), algo que no llegó a suceder por retrasos y falta de financiación. Estos vehículos eran unos aviones espaciales con capacidad para orbitar, reingresar en la atmósfera y aterrizar en pistas suficientemente largas, y que disponían para el lanzamiento de un gran tanque desechable de combustible (ET, External Tank) y dos cohetes aceleradores reutilizables (SRB, Solid Rocket Booster), que se iban separando del cuerpo principal y se recuperaban en el Atlántico. Sólo con esta descripción ya es posible darse cuenta de que su complejidad tecnológica era monumental, al margen de los muchos inconvenientes económicos y técnicos, ya que no resultó tan barato y fácil como se pensó al principio.

En los treinta años que duró el programa, entre 1981 y 2011, se construyeron siete aparatos (los dos primeros no orbitales, sólo para pruebas) después de muchos años de diseños, proyectos, vicisitudes y problemas presupuestarios, y se realizaron 135 misiones (la mayoría científicas y militares) y 20 873 órbitas (lo que implica unos mil millones de kilómetros recorridos).

Lo más curioso, y quizá lo más desconocido, es que fueron diseñados con la colaboración del Ejército para hacer frente a los recortes de la administración Nixon y, en consecuencia, los militares exigieron un proyecto más a su medida, para que pudiera llevar satélites espías, sobre todo el gran y complejo KH-9 HEXAGON, que, sin embargo, fue excluido y sustituido a finales de los años setenta por los KH-11 más modernos, que ya utilizaban imágenes enviadas por radio en lugar de los 92 kilómetros de película fotográfica del KH-9. Debía tener capacidad de despegar y aterrizar en otras bases (sobre todo en la de Vandenberg, California), alas mayores para esta última maniobra, bodega de carga mayor (para 24 toneladas), etc. Cosas de la Guerra Fría para hacer frente a la Unión Soviética; pero, paradójicamente, los trasbordadores nunca lanzaron los satélites para los que fueron diseñados… (información de Daniel Marín, astrofísico, experto en astronáutica y divulgador).

Perfiles de lanzamiento de los Transbordadores espaciales. Dominio Público.

Eso sí, entre las maravillosas misiones realizadas, destacan la puesta en órbita de 1565 toneladas de aparatos, los lanzamientos de numerosos satélites militares y civiles (como Chandra, Ulysses, ERBSS…) y de telecomunicaciones, sondas interplanetarias, como la Galileo a Júpiter y la Magallanes a Venus, el Observatorio de rayos gamma Compton (CGRO), el telescopio espacial Hubble (HST) y algunas reparaciones y mantenimiento este, experimentos científicos, la participación en la construcción de la mayor parte de la Estación Espacial Internacional (ISS), y servicios y abastecimientos posteriores en ella, en la Spacelab y en la desaparecida estación rusa MIR, la reparación de siete satélites, la puesta en órbita de 355 personas de 16 países, etc. 

Las naves del programa

La siguiente lista muestra el orden de construcción, pero los lanzamientos y misiones realizadas no siguen ese orden, puesto que varios aparatos operaban alternándose en ellas:  

Pathfinder (OV-098). Fue un modelo casi exacto a los demás, pero para pruebas en tierra y entrenamiento, como un simulador, sin capacidad de vuelo ni de orbitar (OV=Orbiter Vehicle).

Enterprise (OV-101). Fue el primer aparato que se usó para efectuar pruebas de vuelo, aterrizaje y sus sistemas (su nombre proviene de la nave de la película de ciencia-ficción StarTreck; inicialmente se iba a llamar Constitution). Despegaba acoplado a un gran avión Boeing 747 modificado (SCA, Shuttle Carrier Aircraft) y se separaba en vuelo para que planeara hasta la pista de aterrizaje, estudiando, así, sus comportamientos (pruebas ATL). No tenía motores ni escudo térmico ni otros sistemas orbitales; se podría haber reacondicionado para vuelo orbital, pero al final no se hizo porque era más barato construir uno nuevo (el Endeavour).

Columbia (OV-102). Fue el primero en cumplir misiones en órbita fuera de la Tierra, lanzado por primera vez el 12 de abril de 1981 y que realizó 28 misiones. Se desintegró el 1 de febrero de 2003 en su reingreso en la atmósfera, posiblemente por el daño causado en un ala por una placa de aislante desprendida del tanque auxiliar cuando despegó días antes (misión STS-107, 17 años después de la tragedia del Challenger). Murieron los siete astronautas.

En los primeros lanzamientos, el gran tanque de combustible estaba pintado de blanco, pero después ya no se pintó más porque suponía un peso adicional de 270 kg (de ahí ese característico color naranja posterior, el de los paneles aislantes del depósito). Después, también se fueron haciendo pequeñas mejoras en las naves en sistemas de seguridad, en el tanque, en las alas, en la protección térmica, etc., y para aligerar peso.

Challenger (OV-099). El segundo de los trasbordadores en salir al espacio, con su primer vuelo el 4 de abril de 1983. Llevó a cabo 9 misiones y se destruyó en la explosión del despegue de la décima, el 28 de enero de 1986. La cabina de la tripulación salió despedida entera, pero cayó al océano y se destrozó por el golpe junto con sus siete ocupantes (no se sabe si murieron antes o en este momento). En la misión STS-51 (29 de julio de 1985), hubo problemas con los motores y unos sensores de temperatura, que acabaron solucionándose, pero que estuvieron a punto de forzar un aterrizaje de emergencia en Zaragoza (era la base europea asignada para ese día).

Discovery (OV-103). El tercero de los orbitadores, cuyo primer vuelo fue el 30 de agosto de 1984, es el aparato que puso en órbita al telescopio espacial Hubble el 24 de abril de 1990 y el que más misiones realizó (39). Finalizó su servicio con la STS-133, el 24 de febrero de 2011 (¡casi 27 años!). En la misión STS-70, en 1995, hubo un retraso del lanzamiento porque unos pájaros carpinteros hicieron varios agujeros en la espuma aislante del tanque externo. Desde entonces, se instalaron aves rapaces falsas que se retiraban antes del despegue. En 1998, la misión STS-95 llevó a Pedro Duque al espacio por primera vez (también fue el primer español en hacerlo), y a John Glenn, con 77 años de edad, después de 37 años de haber estado en órbita por primera vez. Glenn fue el primer estadounidense en orbitar la Tierra.

Interior de la cabina de mando del Atlantis (durante la STS-101),
con la Tierra al fondo. @NASA

Atlantis (OV-104). El cuarto orbitador, con 33 misiones y 4648 órbitas hechas desde el 3 de octubre de 1985 hasta el 21 de julio de 2011, fecha en la que se dio por terminado el programa de los Trasbordadores después de 30 años de servicios (también fue el último mantenimiento del telescopio Hubble).

Endeavour (OV-105). Fue el quinto y el más reciente trasbordador; 25 misiones y 4671 órbitas, desde el 7 de mayo de 1992 (primera misión de mantenimiento del Hubble) hasta el 16 de mayo de 2011. Se construyó con algunos recambios del Discovery y del Atlantis, opción que se prefirió al reacondicionamiento del Enterprise, por resultar más económica y más segura.

Hubo propuestas para realizar variantes sin tripulación, automáticas, y para hacer una cabina para turistas en la bodega de carga, pero fueron rechazadas. 

El 21 de julio de 2011, debido a numerosas circunstancias políticas y económicas, y a la presión de los dos accidentes (Challenger y Columbia) con la muerte de 14 astronautas, el programa de los Trasbordadores Espaciales concluyó. Su coste pudo haber sido de unos 150 000 millones de dólares (menos de la décima parte de lo que se gasta el mundo en armamento cada año).

¿Dónde están ahora estas naves?

Desde hace unos años, los veteranos aparatos se exhiben en varias ciudades y centros educativos estadounidenses: el Pathfinder, restaurado y maquetado como un trasbordador por una organización japonesa, en el museo U.S. Space and Rocket Center de Huntsville, Alabama, ahora montado en conjunto completo en un tanque externo que fue usado en pruebas y con dos carcasas vacías de prototipos de cohetes de combustible sólido (diseñados después del accidente del Challenger, pero que nunca entraron en producción).

El Enterprise se encuentra en el Intrepid Sea- Air-Space Museum de Manhattan, Nueva York; el Discovery, en el Steven F. Udvar-Hazy Center de Fairfax County, Virginia; el Atlantis en el Centro Espacial Kennedy (KSC), en Cabo Cañaveral, Florida; y el Endeavour en el California Science Center de Los Ángeles. Además, el Canadarm del Endeavour (el brazo robótico) se muestra en el Canada Aviation and Space Museum de Otawa (Canadá).

El Endeavour aterrizando en el aeropuerto de Los Ángeles para su exposición. @NASA.

Para su desplazamiento a esos lugares se utilizó el avión 747 SCA especial hasta los aeropuertos, y de allí a sus puntos definitivos se montaron espectaculares labores de logística y traslado al más puro estilo de show estadounidense (como sus traslados de edificios enteros).    

Algunos simuladores de vuelo y entrenamiento, hardware y maquetas a tamaño real pero sin alas, y unos cuantos miles de bloques del sistema de protección térmica se distribuyeron por diversos museos, escuelas, universidades y centros aéreos, espaciales y militares del territorio de Estados Unidos (al igual que se exhiben muchos otros aparatos anteriores, como los Saturno, Titan, Atlas, Delta, módulos de las misiones Apolo, motores).

En Zaragoza se estudió hacer un museo sobre la NASA, la base estadounidense, los trasbordadores y su relación con España. Había mucho material y previsión de actividades divulgativas, pero parece que no hubo interés político y no prosperó. Una auténtica pena, sobre todo para las personas aficionadas españolas, y las aragonesas en particular.

La URSS hizo lo propio

La antigua Unión Soviética también desarrolló unas lanzaderas muy similares externamente, pero con algunas diferencias internas y una bodega de carga algo mayor, que deberían ser lanzadas por el brutal cohete Energía: las Buran o MKS, con sus modelos de pruebas BOR y OK, entre otros proyectos. Pero sólo realizaron un vuelo orbital, que fue automático (no tripulado) y exitoso, en 1988. Parece que en este programa de naves trabajaron alrededor de un millón de personas. Poco después, el proyecto fue suspendido por la falta de fondos, la situación política y militar, los problemas tecnológicos y el derrumbe de la Unión Soviética.

Algunos restos de estas naves y de otros prototipos parecidos se desmantelaron, otros se destruyeron en tristes accidentes, otros se oxidan en hangares semiabandonados o son objeto de actos vandálicos. Hay una nave restaurada en el cosmódromo de Baikonur; y el modelo de pruebas OK-GLI, que tenía cuatro motores a reacción en la parte trasera para despegar por sí mismo, después de una rocambolesca historia de compraventas, viajes por varios países y de abandono, ha terminado en el impresionante museo alemán Technikmuseum Speyer (Auto & Technik Museum Sinsheim), por suerte. Algunos Buran también viajaron a lomos de otro avión gigante: el Antonov An-225.

Al menos Rusia siguió con el programa de cohetes Soyuz, que fue la única forma de llevar astronautas de varias naciones a la Estación Espacial Internacional durante muchos años, hasta que, en la actualidad, también lo puede hacer la cápsula Dragon de la empresa Space X de Elon Musk en colaboración con la NASA.

Y ahora, mientras varias agencias espaciales estatales y privadas debaten cómo volver a la Luna y cuándo ir a Marte, y preparan nuevos motores y naves para ello, esas impresionantes naves expuestas son otro testimonio palpable de unos sueños que no siempre salen como se desean, pero que constituyen un paso más de la humanidad en su duro y largo camino al espacio. 

«Cualquiera que se siente sobre el sistema de hidrógeno-oxígeno más grande del mundo, sabiendo que van a encenderlo, y no se pone un poco nervioso, no entiende completamente la situación».

(Respuesta de John Young después de que le preguntaran si estaba nervioso
por su vuelo en un transbordador espacial, en 1981). 

El problema del tamaño del Sistema Solar

 Por Fernando Sa Ramón

La cuestión de «dónde termina el Sistema Solar» comenzó a hacerse más importante para el público hace relativamente poco, cuando las fascinantes naves Voyager enviaron datos sobre la muy lejana zona que estaban atravesando, algo que solo fue posible gracias a que fueron construidas para durar mucho tiempo y a sus baterías de isótopos radiactivos, que permitieron que su misión original (estudiar los grandes planetas exteriores) haya podido ser muy ampliada.

   Medio interestelar: Esquema, en escala logarítmica, para representar el Sistema Solar hasta la estrella más próxima (imgur.com).

Los límites del Sistema Solar han sido un objeto de muchos debates, ideas erróneas, confusión y dudas, y también de desinformación.

Una vez que salimos a unos pocos kilómetros del final de la atmósfera terrestre, el vacío es casi absoluto, pero no total, y hay diferencias físicas, electromagnéticas y cósmicas que hacen distinguir, astronómicamente, nuestro vecindario planetario de lo que hay fuera de él y de lo que hay mucho más allá.

Las sondas Voyager han salido de la heliosfera, pero NO han salido del Sistema Solar, como se ha dicho en algunos medios; la Heliosfera, como se vio, es la zona de influencia del Sol y su campo magnético, la «burbuja» gigante de partículas cargadas y calientes que lucha contra las radiaciones cósmicas exteriores a ella. Dentro de ella se encuentran todos los planetas, los asteroides y algunos planetas enanos y candidatos a serlo (no todos, puesto que las órbitas muy elípticas de varios de ellos los alejan de la burbuja temporalmente y los vuelven a acercar al Sol), bañados por las radiaciones solares, pero relativamente protegidos de las radiaciones del exterior, mucho más energéticas, radiactivas y dañinas. Sin embargo, el Sistema Solar es mucho mayor: abarca hasta el final de la Nube de Oort, mucho más lejos.

Técnicamente, estas naves sí que se encuentran viajando ahora por el espacio interestelar, o lo harán dentro de poco, porque esa zona ya no está protegida por el Sol, pero ellas siguen dentro del Sistema Solar. Con los datos de que disponemos, no se conoce la forma exacta de todas esas estructuras, pero estas naves están allí, casi sin haberlo previsto, y nos ayudan a hacerlo.  

La nube de Oort, o de Öpik-Oort, es una hipotética nube esférica que llega aproximadamente a un año luz del Sol, quizá un poco más, según algunas investigaciones, y es la que define los límites del Sistema Solar (unas 63 400 ua, o 9,5 billones de km; recordemos que una ua son 150 millones de km). Por tanto, las Voyager, a la velocidad impensablemente grande a la que viajan (sobre 50 000 km/h), tardarán entre 20 000 y 25 000 años en abandonarlo. 

Posteriormente, su frío viaje continuará, como el de las Pioneer 10 y 11 y la New Horizons, si no chocan con nada (aunque la probabilidad es ínfima), y tardarán cientos de miles o millones de años en acercarse a otros sistemas planetarios.

Como ya vimos, más allá de Neptuno se encuentra el Cinturón de Kuiper, una especie de disco circunsolar de entre 30 y 55 ua (unos 8250 millones de km), que contiene muchos objetos, unos con resonancias gravitatorias con Neptuno y otros sin ellas. Seguidamente, el denominado Disco Disperso, hasta unas 100 ua y el Disco Disperso Extendido (o Exterior), hasta algo más de 1000 ua (más de 150 mil millones de km).

En el principio de esta zona es donde se encuentran las naves Voyager, el posible planeta enano Sedna y el final de la Heliosfera (la heliopausa; quizá, hay una heliosfera interior rodeada por un Frente de Terminación y una heliosfera exterior alargada por detrás, como la cola de un cometa, por efecto del choque contra el medio interestelar y de la traslación, y, por delante, un Frente de Choque más alejado de la heliosfera exterior).

Representación esquemática posible de la heliosfera y la posición de las Voyager y las Pioneer. De izquierda a derecha, Frente de Choque (Shock Front) y heliopausa empujando la nube de hidrógeno, heliofunda o heliosfera exterior (Heliosheath), Frente de Terminación (Termination Shock), heliosfera interior, órbitas de los planetas y el Sol.

Más lejos se halla, teóricamente, la Nube de Oort interior o Nube de Hills, al parecer, un toroide (forma de donut) de entre 2000 y 30 000 ua (unos 4,5 billones de km), y, rodeándolo todo con forma de esfera, se ubica la Nube de Öpik-Oort, que mide hasta dos años luz de diámetro, más o menos. Recordemos, también, que, a esa distancia tan enorme, los cuerpos están ligados muy débilmente al Sol, por eso pueden sufrir perturbaciones exteriores de los alrededores galácticos, gravitatorias o de otro tipo con bastante facilidad; por eso, algunos cometas de periodo largo que «duermen» allí, pueden ser empujados hacia el Sistema Solar interior.

En este momento, mientras lees esto, todo este conjunto que contiene, probablemente, billones de objetos, los planetas y el Sol en el centro, atraviesa una nube de polvo, hidrógeno y partículas cargadas muy energéticas en su rapidísimo desplazamiento de rotación alrededor del centro de la Galaxia.   

Si quisiéramos hacer una maqueta para representar todo esto para hacernos una mejor idea, podríamos pintar un puntito de un milímetro en el suelo representando el Sol, y, entonces, tendremos que poner a la Tierra a 10,7 centímetros de distancia, Neptuno a 3 metros, las Voyager a 15 m, y el final de la Nube de Oort y del Sistema Solar, a 7 kilómetros. Y los sistemas planetarios más próximos, a 28 y a 140 km. Se podría representar al Sol con algo de mayor tamaño, pero, entonces, las distancias harían que la maqueta no cupiera en la Tierra entera. 

«Una de las grandes revelaciones de la exploración espacial es la imagen de la Tierra, finita y solitaria, de alguna manera vulnerable, portando a toda la especie humana a través de los océanos del espacio y del tiempo».

Carl Sagan, astrónomo y divulgador


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