Por Luis Escaned
El viernes pasado, me encontré con un espectáculo que me
dejó boquiabierto: mi primera aurora boreal. No estaba solo en esta
experiencia; muchos de mis compañeros de la Agrupación Astronómica de Huesca
compartieron este momento mágico, un avistamiento raro para nuestras
latitudes. Ser parte de esta agrupación me brinda acceso a un cúmulo de
conocimiento colectivo, como cuando el 8 de mayo comenzaron a circular los
rumores sobre una tormenta geomagnética severa, bautizada AR3664.
Me pregunté quién tendría el honor de nombrar estos
fenómenos celestiales. Podría haber lanzado la pregunta en nuestro grupo, donde
seguramente alguien tendría la respuesta, pero opté por la investigación
personal, aunque sin éxito. Descubrí que, a diferencia de las tormentas
terrestres, las solares parecen carecer de un padrino que les otorgue nombre, pero sospecho que la NOAA tiene algo que ver.
«Ser parte de esta Agrupación
me brinda acceso a un cúmulo
de conocimiento colectivo».
Continué escudriñando mensajes y observando las imágenes
compartidas por los socios de la AAHU que mostraban las impresionantes
manchas solares visibles. Los comentarios decían que las manchas solares eran
tan vastas que podrían albergar 15 Tierras dentro de ellas. ¡Imagina eso! Con
una mancha de tal magnitud, la posibilidad de presenciar una aurora se
convirtió en el tema de conversación, especialmente cuando se mencionó que era
una tormenta de nivel G4.
Pero ¿qué significa exactamente un nivel G4? La curiosidad
me llevó de nuevo a buscar en internet y, me encontré descripciones bastante desalentadoras según las categorías de la NOAA:
G4 (Severa): Actividad geomagnética activa, con posibles
daños significativos en sistemas energéticos, de comunicación y de satélites.
G5 (Extrema): Una actividad geomagnética aún más intensa,
con la posibilidad de apagones en sistemas eléctricos y de comunicación, y la
visión de auroras en latitudes inusualmente bajas, incluso cerca del Ecuador.
Parece que una tormenta G4 no era suficiente para satisfacer
mi anhelo de auroras; necesitaba una G5. Y aunque entiendo que una G5 podría
traer consecuencias graves para la sociedad, como apagones que afectarían
hospitales y sistemas de comunicación, no puedo evitar sentir una pizca de
decepción. Después de todo, ¿quién no querría presenciar una aurora boreal?
¡Qué viernes tan emocionante! Y aunque había renunciado a la esperanza de ver la aurora y me había resignado a una cita con Denzel Washington en The Equalizer 3 (les voy a hacer una breve crítica cinematográfica, evítenla). Los mensajes de la AAHU me sacaron del letargo cinematográfico. Afuera, nada. «Tendrán un cielo VIP», murmuré.
Pero la insistencia de los
mensajes me llevó de nuevo al exterior, y ahí estaba: un resplandor rosado
pintando el cielo, y yo, con cámara en ristre, listo para capturar la magia
que, de no haber pertenecido a la comunidad de la AAHU, me habría perdido.
Y aunque las fotos no sean dignas de un premio Pulitzer, capturaron un momento único que ahora es mío y solo mío. Es la belleza de las experiencias imperfectas, las que no están pulidas por un filtro o una edición profesional, pero que son auténticas y completamente personales.
Ahora, con el gusanillo de las auroras picándote, parece que
el Norte te llama con sus promesas de cielos aún más despejados y luces más
brillantes. ¡Quién sabe!
Seguramente, dentro de poco, el grupo de la AAHU me vuelve a
sorprender con una noche así de mágica.
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