Por Luis Escaned
El 18 de marzo del 1965, hace 60 años, el astronauta soviético Alexei Leónov se convirtió en la primera persona del mundo en hacer un paseo espacial y flotar libremente en el espacio fuera de la cápsula durante la misión Voskhod 2.
Esta historia de ficción, en formato de cuento para dormir y con Leónov como protagonista, está inspirada en la novela La princesa prometida, donde el abuelo le cuenta una historia a su nieto que está en cama por un resfriado.
El teléfono sonó cortando el silencio de la tarde como un cuchillo. Alexei contestó con esa voz grave que parecía cargar con el peso de la historia. Al otro lado, la voz de su hija Oksana resonaba con mezcla de urgencia y preocupación:
—Papá, Svetlana está resfriada. Necesito que alguien la cuide. ¿Podrías venir?
Alexei no lo dudó, su nieta era su alegría. La imagen de la niña con la nariz enrojecida y esa tos persistente que le sacudía el pecho lo conmovió. Se vistió con parsimonia, como si aún llevara el traje espacial que lo había mantenido con vida en el frío del cosmos, y se dirigió a casa de Oksana.
Al llegar, encontró a Svetlana en la cama, rodeada de libros y muñecos de peluche. A pesar del resfriado, la niña sonrió al verlo.
—¡Abuelo! Cuéntame un cuento —pidió con esos ojitos que brillaban como estrellas. Alexei se sentó a su lado, tomó la pequeña mano y comenzó a narrar. No sería un cuento de hadas, sino la historia de su propia odisea, la que lo llevó más allá de la Tierra.
—Svetlana, ¿sabes lo que es el espacio? —comenzó, con esa voz que parecía salir de un lugar profundo—. Es un lugar inmenso, oscuro, lleno de estrellas que titilan como diamantes sobre un manto negro. Hace mucho tiempo, yo fui la primera persona en salir de una nave y flotar en ese vacío. Como un pez en un océano infinito. Fue… fue como un sueño.
La niña lo miró fascinada.
—Cuéntame más, abuelo.
—Bien —continuó Alexei mientras se ajustaba a la silla como si aún llevara el traje espacial—: Hace muchos años, me embarqué en la misión Vosjod 2. Cuando llegamos al espacio, me preparé para salir. Pero no era tan sencillo como abrir una puerta y salir a pasear. Tenía que ponerme un traje espacial. ¿Sabes cómo es un traje espacial? Es como una nave en miniatura. Pesado, incómodo. Te mueves como un pingüino. ¿Te imaginas a tu abuelo caminando como un pingüino? —Svetlana se rio, y Alexei continuó:
—Cada pieza, cada hebilla, cada tubo tenía que estar perfectamente ajustado. ¿Sabes por qué? Porque si no, perdería el aire. Y sin aire no hay respiración. Y sin respiración... bueno, no habría historia que contar.
Por una vez, creyó que no sería capaz de terminar la historia y que se le quebraría la voz al ver la mirada de orgullo de su nieta. A él, Alexei Leónov, astronauta, doctor en Ciencias y Filosofía, héroe de la Unión Soviética.... que estuvo a punto de morir en el espacio o carbonizado cuando el módulo de servicio no se separaba de la cápsula de reentrada, y el guiado automático no funcionaba, lo que hizo que cayeran en los bosques de los Urales y estuvieran a punto de morir de frío o devorados por lobos y osos, y aún así conteniendo siempre el muro de miedo que ahora una niña enferma amenazaba con derribar. Su nieta lo miró con seriedad:
—¿Tuviste miedo, abuelo?
Alexei hizo una pausa.
—Sí, Svetlana. Tuve miedo. Pero el miedo no es malo. Te mantiene alerta. Te hace sobrevivir. Aunque, en ese momento, no sabía si sobreviviría. Pero no sufras, terminó bien, estoy aquí. ¿Sabes? Te veo un poco nerviosa, mejor lo dejamos y continuo más tarde.
—¡Nooo! Continúa, por favor, estoy bien, de verdad.
Continuó relatando cómo, al intentar regresar a la nave, su traje se había hinchado como un globo, lo que imposibilitaba su entrada.
—Imagina a tu abuelo, atrapado en un traje de muñeco Michelin, intentando entrar en una nave que no daba para más.
—¿Y luego? —preguntó Svetlana con los ojos como platos.
—Tuve que desinflar el traje, soltar el aire poco a poco, hasta que pude entrar. Pero con las prisas entré al revés, la puerta estaba a mis pies, y no podía cerrarla. Fue como tratar de girar en una caja de cerillas.
—Debió ser muy difícil —dijo Svetlana.
—Sí, nunca había sudado tanto, ¡perdí 6 kilos! —sonrió mientras le tocaba la frente para ver si aún tenía fiebre. La niña lo miró con admiración.
—Eres un héroe, abuelo.
Alexei se rio con un sonido grave y cálido.
—No, Svetlana. Solo un hombre que tuvo suerte. Y que orinó en la rueda del autobús que nos llevó al cohete. Eso, según la tradición, asegura que nada malo te pasará.
—¡Abuelo! Eso no está bien. ¿Lo sabe mamá? —preguntó la niña escandalizada.
—Creo que sí. No es un secreto —respondió Alexei con una sonrisa.
—No lo creo abuelo, de todas formas, yo no se lo diré, no creo que le guste, pero me tienes que contar el resto de la historia.
—A sus órdenes —respondió el abuelo con un saludo militar.

Parche conmemorativo de OneWeb para el lanzamiento de su satélite,
dedicado a Alexei Leónov en el aniversario 55 de su caminata espacial.
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