Rocas producidas por asteroides, rayos y la especie humana. Parte II

Por Fernando Sa Ramón

En la entrada anterior, hemos hablado sobre algunas de las rocas de origen mnás curioso que se encuentran sobre la tierra, y analizamos las ompactitas y las tectitas. Continuamos con otras rocas muy particulares.

Cala de Tunelboca, Bizkaia, con los estratos formados por los vertidos de la actividad humana y la acción del mar (beach rocks): rocas, escorias, cerámicas, ladrillos, plásticos y otros restos cementados en carbonatos de forma natural (Humberto Astibia, Universidad del País Vasco).

Entramos ahora en una clasificación un poco distinta de las anteriores, que incluye las rocas de origen humano y ciertas rocas de procedencia inquietante.

Fulguritas

Se trata de rocas fundidas y recristalizadas por el impacto de algunos rayos. Esto se produce por una fusión instantánea del terreno por donde discurre la descarga, que puede llegar a varios miles de grados, formando unos tubos huecos irregulares de interior liso y brillante, vitrificado, y exterior rugoso con fragmentos adheridos de materiales que no han llegado a fundir.

Lechatelieritas

Consisten en rocas resultantes de impactos de rayos en arena de cuarzo; por tanto, son vidrios naturales de sílice, pero no tectitas.

Rocas de origen humano

La actividad humana también produce nuevas rocas: aunque parezca incomprensible en principio, iremos viendo que es muy sencillo. Ya hace tiempo que la humanidad hace minerales de laboratorio, como las gemas artificiales (diamantes, esmeraldas, rubís, zafiros, cuarzos) y sus sustitutos (circonitas, vidrio de Swarovsky, moissanitas), así como también los compuestos ultraduros para uso industrial, abrasivos, corte, como el carburo de silicio, nitruro de molibdeno, carburo de boro, más duro que el diamante, y muchos otros.

Las rocas antrópicas (de origen humano) son, para comenzar, el hormigón (posiblemente, el hormigón asfáltico y ciertos pavimentos de roca triturada y cementada también) y las escorias de fraguas, hornos y fundiciones, y otros restos de reacciones químicas fundentes o explosivas.

En las playas de Tunelboca y Gorrondatxe, en Vizcaya, hay un estrato de varios metros de grosor formado por restos de escorias de un siglo de vertidos de los altos hornos mezcladas con ladrillos, hormigón, plásticos, vidrios, cerámica… Y ésta es solo la parte visible de la costa, en cuya plataforma continental sumergida hay unos 25 millones de toneladas de escorias, equivalente a una montaña de 200 o 300 metros. 

Orígenes inquietantes

Sin embargo, hay algunas rocas cuya procedencia es mucho más inquietante:

Trinititas

Consisten en rocas fundidas y recristalizadas en explosiones atómicas. Se denominan así porque el lugar donde se probó la primera bomba atómica se llama Trinity, en Nuevo México. Contienen mucha radiactividad. Algunas aparecen a grandes distancias, como sucede con ciertas tectitas, a las cuales se asemejan.

Chernobilita

Es uno de los numerosos productos de la fusión del núcleo tras el accidente de la central nuclear de Chernóbil, el 26 de abril de 1986: silicato de uranio y circonio con acero fundido, contaminado por otros productos de los que hablaremos a continuación. Es sumamente radiactiva.

Corio o Corium

Se trata de una lava, una mezcla fundida y recristalizada de porciones de núcleo de un reactor nuclear formada durante una fusión del núcleo por accidente. Contiene combustible nuclear, productos de fisión, barras de control, materiales estructurales de las partes construidas afectadas, productos de sus reacciones químicas con el aire, el agua y los vapores, y, en el caso que el recipiente del reactor se rompa, hormigón fundido. Es una matriz vidriosa muy radiactiva de silicatos y alumo-calcio-silicatos muy heterogénea con variadas inclusiones y aspectos, que también varía en forma y composición dependiendo del camino que ha recorrido cuando estaba fluida y a muy alta temperatura. Contiene óxidos y silicatos de U y Zr, óxidos de Na, Mg, Fe y otros metales, aleaciones de Fe-Cr-Ni , cerámicas con U, escorias, piedra pómez, metales fundidos con y sin subproductos de fisión, studtita (UO2)2 .4H2O y metastudtita (UO2)2 .2H2O solas y con agua oxigenada, formadas por radiólisis del agua (ruptura por radiación), eliantita UO3 .2H2O, rutherfordita UO2(CO)3  y, al menos, dos compuestos aún sin nombre de U, varios isótopos radiactivos de U, Th, Ru, Tc, Pd… y compuestos de Mn, Ag, Te, Sr, B, Ba, La, Sb, Sn, Cr, Nb, Mo, Ca, Ce, In, Cd, Cs...

Plastiglomerado

Es el curioso y apropiado nombre que un grupo de científicos han puesto a unas rocas formadas por basura, plásticos y desechos de todo tipo debidos a las actividades humanas. Estos los encontraron en una playa de Hawaii y publicaron el hallazgo, pero debe de haber gran cantidad por todo el planeta todavía no identificadas o de origen similar (aparte de las grandes cantidades de plásticos que contaminan los mares).

En esta playa, se hacen fuegos y hogueras en las que queman plásticos que han traído o llegan por el mar hasta la orilla; al fundirse actúan como cemento o amalgama que compacta los diversos materiales del entorno, como arena, piedras, lava, conchas, coral, ramas, telas, ceniza, restos de muchos objetos plásticos y casi cualquier cosa que podamos pensar.

Tras investigaciones, se concluye que en todo lugar donde se acumulen abundantes residuos de plástico y exista una fuente de calor enérgica (una hoguera, un incendio, un volcán activo) se puede formar plastiglomerado; y que puede perdurar mucho tiempo como otra huella del impacto del seer humano sobre la superficie del planeta. Incluso podría marcar un estrato geológico. Cuidado, no hablamos aquí de contaminación, que es peor todavía, sino de rocas, aunque, lógicamente, están muy relacionadas.

Y así, volvemos de lleno al concepto de Antropoceno

Apareció una noticia, en marzo de 2017, relacionada con el Antropoceno y con los minerales, que recalca otro marcador de dicha época: «El hombre ya ha creado 208 nuevos minerales».

En principio, el experto Robert M. Hazen y otros científicos separan, por un lado, los que se crean de forma intencionada para la tecnología: láseres, chips, materiales de construcción, imanes, y por otro, los muchos que surgen por accidente, al reaccionar algunos materiales, principalmente por actividades mineras, en escombreras, paredes de túneles, pozos, incendios de minas, filtraciones, y de otras formas también: paredes de altos hornos, tuberías geotermales, en restos arqueológicos y de naufragios, enterramientos prehistóricos, edificios abandonados, armarios de museos, vertederos de ciudades y tecnológicos, accidentes nucleares, etc.

Y debe haber muchos más sin descubrir. Es muy fácil entenderlo viendo, por ejemplo, cómo se formaron concreciones calcáreas en acueductos romanos y estalactitas de calcita por filtraciones en puentes, bodegas, arcos, túneles y otras construcciones antiguas y modernas.

También habría que estudiar (no sé si ya se ha hecho) hasta qué punto dejan huella o hay relaciones directas entre ciertos eventos astronómicos y las formaciones geológicas terrestres, como los cambios en la actividad del Sol, cambios en las influencias gravitatorias, explosiones de supernovas o de rayos gamma.

La biosfera tiene intrincadas relaciones con la Geología y la Astronomía desde hace miles de millones de años. Ahora, además, la especie humana es capaz de crear minerales y rocas, tanto intencionalmente como de forma involuntaria.

La Naturaleza sigue su curso, en la Tierra y en el espacio, con o sin el ser humano.


La promesa que encendió mi destino

 Por Luis Escaned

Este relato de ficción aborda las memorias de una científica que se jubila en la misma fecha en la que, décadas atrás, el Presidente estadounidense John F. Kennedy daba el primer discurso con el compromiso de llevar a Estados Unidos a la Luna, y muestra cómo un mensaje dado en un momento determinado puede influir en la vida de una persona.


El murmullo del brindis se extingue como una ola que se retira lentamente de la orilla. Mis colegas, figuras que han compartido conmigo incontables amaneceres y desvelos, comienzan a dispersarse en la penumbra de la noche. Mañana... mañana, 25 de mayo, la oficina, ese santuario de ideas y proyectos que ha sido mi segunda casa durante décadas, quedará atrás. Un escalofrío agridulce me eriza la piel, como una brisa inesperada que anuncia un cambio de estación en el alma. Y en ese vórtice de sensaciones, mi mente se desboca, emprende una peregrinación luminosa hacia los orígenes, mucho antes de que la ciencia me susurrara al oído.

Puedo reconocer mi casa familiar, el 25 de mayo de 1961, como si fuera una directora de cine viendo un decorado.

Un televisor en blanco y negro domina la estancia. Una niña de apenas cinco años observa la escena con los ojos muy abiertos. Mi padre de pie junto al aparato cogiendo la mano de mi madre, de la manera en la que se cogen cuando ocurre algo importante, de la manera en las que se cogen cuando se sincronizan los latidos del corazón al mismo compás.

Una voz grave, pausada pero cercana y cálida, resonaba en cada rincón; en la pantalla, un hombre de rostro decidido y mirada penetrante, John F. Kennedy, pronuncia unas palabras que, sin yo comprender del todo su significado, se grabarán a fuego en mi memoria infantil:

«Creo que esta nación debería comprometerse a lograr el objetivo, antes de que termine esta década, de llevar a un hombre a la Luna y devolverlo sano y salvo a la Tierra».


Discurso de Jonh F. Kennedy en el Congreso de los EE. UU. 25 de mayo de 1961.

Después de estas palabras se instaló un silencio que se adueñó del salón.

Pero ahora, en la noche de mi despedida, nadie pareció recordar aquel discurso trascendental. Menos aún que fue pronunciado un 25 de mayo, la misma fecha que hoy marca el inicio de mi jubilación. Ironías del destino, supongo.

La visión regresa, este maravilloso flashback, y veo a esa niña con la nariz pegada al cristal de la ventana mirando la Luna. En mi imaginación infantil, era un misterio brillante suspendido en la negrura del cielo nocturno, inalcanzable, que despertaba en mí una mezcla de fascinación y respeto.

La política y las complejidades del mundo adulto escapaban a mi entendimiento, pero la emoción que impregnaba el aire esa noche, la palpable sensación de que algo extraordinario estaba a punto de suceder, eso sí lo sentía en lo más profundo de mi ser.

Mis padres, como tantos otros, veían en las palabras de Kennedy una promesa, un horizonte repleto de posibilidades ilimitadas, un futuro donde los sueños más audaces podían hacerse realidad.

Pasaron los años y me veo en el instituto, me veo segura y decidida, con la sensación de que todo es posible. La ciencia, la exploración de lo desconocido, la conquista del futuro... todo parecía estar al alcance de la mano. Y aunque el mundo se empeñara en susurrarme que las niñas debían conformarse con jugar con muñecas, yo soñaba con cohetes imponentes y constelaciones lejanas.

Revivo las animadas conversaciones con mis compañeros de clase, los libros de ciencia, como Seis piezas fáciles de Richard Feynman o Astronomy de Lloyd Motz y Anneta Duveen, que devoraba con avidez, la fascinación por el Universo que crecía imparable dentro de mí. Y cada vez que el tema del espacio surgía en una conversación, esa frase de Kennedy resonaba en mi mente con persistencia, una melodía que me impulsaba a mirar más allá de los límites de lo conocido.

Sorbo mi copa en la terraza del bar, y los recuerdos de aquellos años de instituto se agolpan; la época del instituto fue muy enriquecedora para mí y me ayudo a afrontar la universidad, aquella semilla plantada en mi infancia y abonada en el instituto floreció con una fuerza inusitada.

La universidad, los laboratorios repletos de instrumentos misteriosos, los desafíos constantes de abrirme camino en un campo dominado por hombres... No, el camino no fue fácil, pero nunca olvidé aquella voz que me había hablado a través del televisor de nuestro hogar, aquella promesa de un futuro donde los límites se desvanecían como espejismos en el desierto.



Kennedy junto a la nave espacial Friendship 7, que realizó tres órbitas a la Tierra, pilotada por el astronauta John Glenn. 23 de febrero de 1962, Cabo Cañaveral, Florida, Hangar S.
Foto de Cecil Stoughton. Dominio público.

Hoy, al cerrar este capítulo de mi vida, siento una profunda gratitud, una inmensa satisfacción. He tenido el privilegio de ser parte de un viaje increíble, de contribuir con mi granito de arena a desentrañar algunos de los enigmas más fascinantes del cosmos.

Y sé, con la certeza que da la experiencia, que, en algún rincón del mundo, quizás en este mismo instante, hay una niña con los ojos brillantes de ilusión, la mirada fija en las estrellas, lista para tomar el testigo y continuar explorando los misterios del universo. Porque el sueño de Kennedy, aquel sueño que trascendió las fronteras de una nación para convertirse en una ambición de toda la humanidad, sigue vivo. Y mientras haya seres humanos que se atrevan a mirar hacia arriba y preguntarse «¿qué hay más allá?», ese sueño seguirá ardiendo eterno.

Rocas producidas por asteroides, rayos y la especie humana. Parte I

 Por Fernando Sa Ramón

Además de los tres tipos principales de rocas conocidas y estudiadas según su origen (sedimentarias ígneas y metamórficas), existen, en menor número, rocas formadas de otras maneras y cuyo origen es más curioso. En esta entrada, analizaremos dos de ellas: las impactitas y las tectitas.


Un ejemplo de impactita en la Tierra. Impactitas del cráter de impacto de Monturaqui. CC BY 2.0.

En la corteza de la Tierra se distinguen tres tipos principales de rocas según su origen: Sedimentarias (rocas que se forman por acumulación de sedimentos procedentes de la alteración de otras rocas), Ígneas (o eruptivas, o magmáticas, rocas que se forman cuando el magma que ha aflorado se enfría y se solidifica) y Metamórficas (rocas formadas por la modificación de otras preexistentes en el interior de la Tierra, pero sin fundirse; metamorfismo). 

Sin embargo, hay más rocas formadas de otras maneras; por supuesto, su número y la superficie que ocupan son muy inferiores a las de estos tres tipos principales, y su origen es más curioso. 

Para comenzar, cuando en el suelo chocan asteroides o grandes meteoroides, la fuerza del impacto (presión) y el consiguiente gran aumento de la temperatura producen varios efectos. Por un lado, se forman nuevas rocas en el cráter y en los alrededores, y, por otro, muchos fragmentos fundidos salen despedidos como salpicaduras, produciendo vidrios naturales; algunos quedan cerca del impacto y otros pueden caer a miles de kilómetros de allí, dependiendo de la fuerza y del ángulo de la colisión.

El estudio y las clasificaciones de ambos escenarios son complicados y no están exentos de problemas, controversia y debates, más aún cuando implica a la Geología, la Astronomía, la Química, la Astrofísica… porque es una materia de estudio reciente, porque no es fácil distinguir cuáles son nuevas rocas y cuáles sólo transformadas, y porque algunas de esas rocas se han mezclado con un poco de material espacial, entre otras consideraciones. También se forman o transforman algunos minerales debido a las altas presiones, como ciertos tipos de cuarzo, microdiamantes (lonsdaleíta), silicatos y carbonatos.

El cráter de Alga en Marte es un posible sitio de vida antigua preservada,
después de la detección de un depósito de vidrio por impacto. Dominio público.

Impactitas

Son rocas originadas durante un proceso de impacto. Algunos científicos, dado lo difícil de distinguir y separar los efectos y de aunar criterios razonables, proponen:

Rocas de fundido de impacto (con clastos y vidrios debidos al choque).

Impactitas sedimentarias, de aspecto parecido al conglomerado y a las brechas: 

      Brechas monomícticas (rocas rotas, cementadas y re-formadas con trozos del mismo material).

      Brechas polimícticas (con trozos de distintos materiales).

      Generaciones de otras brechas, suevitas y otros tipos.

Impactitas cristalinas; roca fundida y recristalizada con rapidez.

(Los denominados «conos astillados» no son una roca transformada, sino una    consecuencia del choque: son fragmentos de rocas con forma más o menos cónica, y agrietados radial y longitudinalmente por la fuerza del golpe, con aspecto de abanico). 

Tectitas

Se corresponden con las impactitas cristalinas. Consisten en rocas terrestres con alto contenido en sílice, fundidas y eyectadas por el choque de asteroides y recristalizadas al volver a caer (vidrio natural). Algunas llegan a la alta atmósfera y, al reingresar, adquieren curiosas formas de vuelo.

Tectitas de China (chininitas), arriba, y moldavita de Bohemia, abajo.
(Jens Ormö y Oriol Oms, CSIC-INTA).

Actualmente se reconocen cuatro grandes áreas de distribución. Además, hay numerosas microtectitas esparcidas por todo el mundo procedentes de estos eventos y de otros parecidos:  

Área de dispersión europea: moldavitas.

Área de dispersión de Australasia: australitas, chininitas, indochininitas, y se están estudiando las irghizitas y zhamanshinitas de Kazajistán (cráter Zhamanshin), las javaítas de Java y las Muong-Nong de Tailandia.

Área de dispersión de América del Norte: bediasitas, georgiaítas.

Área de dispersión de Costa de Marfil: ivoritas.

La comunidad científica continúa recogiendo y estudiando muestras en nuevas zonas, como las tectitas de Atacama (Chile); por tanto, posibles atacamaititas.


Gráfico de la formación de tectitas.

Procesos probables y morfologías de tectitas

Para entenderlo mejor, podemos imaginar que sería como lanzar gotas de vidrio fundido para ver qué les ocurre mientras van cayendo y se van solidificando. En la gráfica de arriba hemos enumerado cada una, las que detallamos a continuación en español:

1- Impactitas.

2- Se forman las tectitas; lugar de impacto.

3- Se modelan las formas primarias en varios tamaños.

4- Se forma una fina cáscara sólida.

5- Se esculpen formas agujereadas.

6- Solidificación rápida.

7- Tectitas que aterrizan mientras permanecen fundidas (gotas más grandes cerca de la fuente).

8- Tectitas Moung Nong.

9- Se forman desconchados.

10- Tectitas que aterrizan y se deforman plásticamente.

11- Formas de gotarrón.

12- Tectitas que se abollan y retuercen, ocasionalmente se rompen.

13- Formas abolladas o torcidas.

14- Tectitas que conservan su forma al aterrizar. Sin ablación. Menos escamas y desconchados que las anteriores.

15- Formas de salpicaduras.

16- Se hacen finas fracturas en la cara delantera mientras el exterior es sólido y el interior plástico.

17- Se producen desconchados a lo largo de las roturas.

18- Se pierde la costra delantera.

19- Tectitas que, a menudo, manifiestan mucha pérdida por desconchado.

20- Salpicaduras semiplásticas.

21- Tectitas que se solidifican totalmente (en la alta atmósfera).

22- Tectitas que se desconchan creando núcleos.

23- La ablación crea rebordes (al reingresar en la atmósfera).

24- Tectitas que pueden desconcharse y perder los rebordes.

25- Tectitas que se erosionan totalmente por ablación.

26- Tectitas que muestran modificaciones por el vuelo, a veces se dan formas extremas.

27- Salpicaduras solidificadas con ablación.

28 y 29- Microtectitas.

30- Las microtectitas no sufren ablación debido a la alta relación volumen/área (son muy pequeñas).

31- En tierra la erosión química natural crea formas y surcos en V, principalmente en la cara posterior.

32- En tierra la erosión química natural aumenta las fracturas finas a surcos en U, principalmente en las superficies delanteras.


Los meteoritos son rocas procedentes del exterior de la Tierra, tanto si son restos de los asteroides que han producido impactitas como si son de los pequeños meteoroides que se rompen por el frenado en la atmósfera y solo caen al suelo sin modificarlo (los más habituales). 

La Libyan Glass, o vidrio de Libia, es una tectita formada por el impacto sobre arena del desierto (silícea); por eso es un poco diferente, más amarillenta y más clara. Es probable que haya sido tectita normal, pero, ahora, se muestra redondeada y desgastada por el transcurso de mucho tiempo de erosión en la arena del desierto. 

Como dato curioso, algunas de las rocas de la Luna que trajeron los tripulantes de la misión Apolo 14 son brechas de impacto.


Los trozos de barcos en la Luna y el Antropoceno

 Por Fernando Sa Ramón

Entre los múltiples aparatos llevados por los astronautas del proyecto Apolo a la superficie lunar, hay unos pocos que están fabricados con acero de barcos de la primera guerra mundial y no con hierro normal. Y ese acero lo llevan también algunas naves espaciales, como las Pioneer o la Galileo. ¿Por qué? Por la radiactividad que ha generado la humanidad desde la mitad del siglo XX.

Interpretación artística de la Pioneer 10 en el espacio, la primera sonda enviada por el ser humano más allá de la heliosfera (NASA).

Quizá mucha gente no sabe esto: para fabricar acero se emplea una enorme cantidad de aire, y todo el aire que envuelve a la Tierra desde después que se hicieran las primeras pruebas atómicas y las explosiones de Hiroshima y Nagasaki contiene trazas de elementos radiactivos que se trasfieren al acero.

El acero anterior a 1945 no contiene esa radiación adicional. Para construir detectores de radiactividad se necesita hierro libre de esa radiación extra, de lo contrario, darían lecturas erróneas, así que los muy sensibles detectores que se instalan en la Luna y en las sondas interplanetarias necesitan fabricarse con acero de antes de la Segunda Guerra Mundial.

Hasta el momento, buena parte de ese material se ha obtenido de los barcos del Kaiser Guillermo II, hundidos en 1919 en la bahía escocesa de Scapa Flow por los propios alemanes ante el temor de que los británicos se incautaran de su flota: miles de toneladas de acero de muy buena calidad a unos pocos metros de profundidad.

Sin embargo, para usos comunes no se recupera ese acero porque resultaría muy caro comparado con fabricar acero nuevo; solo para utilizar en aparatos en los que se necesite acero libre de la radiactividad moderna es indispensable y se estudia la recuperación de otros barcos y submarinos antiguos, además de la flota imperial alemana de 1919.

Por la misma razón, la datación por Carbono 14 nos dará los años transcurridos desde la muerte de un ser vivo antiguo hasta el año 1950, por convenio, debido a que se produjeron esas severas anomalías en las concentraciones relativas de isótopos radiactivos en la atmósfera. El plomo que se usa como blindaje anti-radiación en numerosos experimentos sobre el estudio de la composición de la materia y el Universo de varios laboratorios subterráneos de diversos países (como los túneles de Canfranc, en los Pirineos; Gran Sasso, en los Apeninos; o Baksan, en el Cáucaso, y en antiguas minas de EE.UU. o de Japón) también proviene de fundiciones de hace más de ochenta años, tanto por la radiactividad moderna como por la natural de los isótopos del plomo. Por eso, en algunos casos se han utilizado lingotes recuperados de un naufragio romano ocurrido hace unos 2000 años junto a Cerdeña, un plomo que fue extraído en la Hispania romana.

Parte del experimento CUORE, bajo el Gran Sasso (Italia).
Plomo de hace 2000 años envolviendo cobre, para estudiar la materia (Yuri Suronov-LNGS/INFN).

El plomo además protagonizó otra inesperada historia desde el comienzo hasta la mitad del siglo XX al interferir, sin que se supiera entonces, en los experimentos para intentar datar la edad de la Tierra, ya que se comenzó a lanzar a la atmósfera grandes cantidades de este elemento proveniente del antidetonante tetraetil plomo de las gasolinas, desde 1923, que es muy peligroso para los seres vivos.  

¿Por qué esta radiación se relaciona directamente con la Geología?

Hoy día está aceptado oficialmente en diversos ámbitos científicos el hecho palpable de que la especie humana ya ha marcado una época geológica propia. A finales de 2016, los geólogos de la Unión Internacional De Ciencias Geológicas aprobaron el establecimiento oficial del Antropoceno o la era del Hombre, una nueva época dentro del periodo Cuaternario de la historia de la Tierra marcada por el significativo impacto global de las actividades humanas, a la espera de concretar una fecha exacta y lugares representativos (lo que se denomina «clavo dorado»), y no sólo por los marcadores radiactivos, sino también por la presencia global de aluminio, hormigón, plásticos, escorias de fundición, abonos artificiales, hollín de la quema de carbón y combustibles fósiles, vertidos industriales, mineros y de sus catástrofes (que forman nuevos estratos no naturales), vertederos de basura, de tecnología y de residuos nucleares (sean en tierra, en minas abandonadas o en los océanos), extinción de especies...

Podría ser, además, que en esta visión antropocénica haya que incluir los miles de satélites artificiales que rodean la Tierra y las sondas que pululan por el Sistema Solar y que, incluso, acabarán fuera de él, como las Pioneer y Voyager. Naturalmente, esto induce una controversia científica, y hay quienes rehúsan poner este nombre a la situación porque denotaría una vanidad humana y un antropocentrismo exagerados, pero lo que está totalmente claro es que el ser humano, sea superior o solo diferente, tiene una capacidad enorme de alterar su entorno como ninguna otra especie. Probablemente sea la primera vez en más de 4000 millones de años que toda la superficie terrestre es alterada por una sola especie. 

Por eso unos años antes, en 2011, una de las propuestas formales se planteaba así en un extracto de propuesta de la Universidad de Leicester para la Unión Internacional de Ciencias Geológicas:

«La humanidad se ha convertido en una fuerza de la naturaleza tan grande que incluso podría dar nombre a una época geológica propia: el Antropoceno. Algunos científicos apuntan a mediados del siglo 20 para su inicio, con el nacimiento de la era atómica, porque ésta es un marcador debido a ciertos isótopos radiactivos liberados por el hombre; eso no significa que las señales nucleares sean más importantes que otras, como la Revolución Industrial o la aparición de la agricultura (que no tienen un impacto global en los sedimentos terrestres), sino que es por una razón práctica y objetiva, porque esas señales radiactivas se pueden reconocer y seguir, están en cualquier estrato formado después de la mitad del siglo 20, pero no en los de antes, lo que supone una prueba de la actividad humana a escala planetaria».

Montaje de parte del experimento ANAIS para el estudio de la materia oscura y astropartículas en el laboratorio de Canfranc, con algunos de los ladrillos de plomo arqueológico y de los de baja actividad, que albergan los fotomultiplicadores de yoduro de sodio con talio en tubos de cobre (Universidad de Zaragoza).

La vida en la Tierra ha evolucionado en un ambiente concreto de radiación natural proveniente de la formación del planeta y del cosmos (aunque esta segunda, afortunadamente, muy atenuada por la atmósfera y el campo magnético). Todavía no se conoce bien el efecto de nuestra radiactividad añadida artificialmente, pero, por supuesto, está detrás de muchas enfermedades, mutaciones y problemas biológicos.

Hasta hoy se han realizado más de 2150 pruebas nucleares, 27 de ellas con fines no bélicos (para hacer túneles, minas, puertos, canales), la mayoría por parte de Estados Unidos y de la antigua Unión Soviética, seguidas por Francia, Gran Bretaña, China, Corea del Norte, India y Pakistán. La mayor de ellas, la bomba de hidrógeno soviética llamada Tsar, fue unas 3000 veces más potente que la de Hiroshima, pero mucho menos radiactiva, ya que se usó un empujador de plomo en lugar de uranio.

Las emisiones radiactivas son algo que la mayor parte de la población no comprende bien, porque son complejas y porque no se ven; sólo se notan sus efectos a mediano o largo plazo, pero para entenderlas un poco mejor, basta con pensar en lo que nos ocurre en la piel si estamos unas horas al Sol sin protección, debido a las radiaciones ultravioletas, o en cómo notamos el calor de una persona, por las radiaciones infrarrojas. Y las hay mucho peores, las denominadas ionizantes o de alta energía, como los rayos gamma y los rayos X, aunque las ultravioletas entran en este grupo si no las atenúa nuestra atmósfera.

Desde la época de la Guerra Fría, en Estados Unidos pensaron en detonar armas atómicas en la Luna (proyecto A119), al igual que la Unión Soviética (proyecto Ye-4; tampoco se sabe quién lo ideó primero, o si las redes de espionaje entre ambos dio la respuesta de uno a otro), para demostrar su poderío y para que se viera desde aquí la explosión, aunque sólo se hubiese visto un breve destello, puesto que no hay atmósfera ni oxígeno para formar el típico «hongo atómico». Bien se nos vale que, al parecer, se impuso la cordura o la suerte de que no pudieran o no quisieran hacerlo: sería posible que, debido a la baja gravedad lunar, se produjera una lluvia radiactiva y de fragmentos sobre la tierra al cabo de un tiempo y, tal vez, un tenue anillo de polvo y rocas orbitando la Luna y la Tierra.

Por otro lado, de haber sido así, ¿quizá tendríamos abundantes meteoritos lunares, y no serían tan difíciles de conseguir y tan caros? ¿Podrían considerarse meteoritos si son debidos a una actividad humana?

Es curioso hasta qué punto la extraña y contradictoria humanidad es capaz de lo mejor y de lo peor que podemos imaginar, y cómo hace que todo se interrelacione de manera más enrevesada para que surjan nuevos interrogantes.

«No arruinemos la Tierra; es difícil encontrar un buen planeta».
(Anónimo)


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