Por Luis Escaned
El 12 de abril de 1961 se llevó a cabo el primer vuelo espacial tripulado, donde el soviético Yuri Gagarin, devenido en héroe nacional para su país (y leyenda para el mundo), orbitó la Tierra durante 108 minutos en la nave Vostok 1. En el aniversario nº 64 de tan importante hito de la carrera espacial, compartimos este relato de una viviencia desde la cotidianidad de un pueblo de Aragón.
El antiguo televisor Telefunken en blanco y negro parpadeaba en la esquina de la cafetería, sus imágenes granuladas contrastando con la luminosa tarde primaveral que bañaba Monzón. El sol de abril se derramaba por los ventanales mientras el aroma del café recién molido y el tabaco negro impregnaban el ambiente. Afuera la vida transcurría con su cadencia habitual, adentro, sin embargo, se respiraba una atmósfera eléctrica, casi palpable.
Los parroquianos, inclinados sobre sus mesas de mármol, observaban la pantalla con una mezcla de asombro y recelo. Las noticias llegaban desde la enigmática Unión Soviética, ese gigante que muchos españoles solo conocían a través de relatos fragmentados y propaganda.
—Un hombre en el espacio —anunciaba el locutor con voz seria, institucional, como si fuera un aviso del Gobierno—. El cosmonauta soviético Yuri Gagarin ha completado una órbita alrededor de nuestro planeta.
En la pantalla, un joven de sonrisa serena y con uniforme militar se convertía instantáneamente en leyenda, en el primer ser humano que había contemplado la curvatura terrestre desde las estrellas. Las imágenes del colosal cohete elevándose desde Baikonur hipnotizaban a todos, su estela de fuego rasgaba el firmamento como una herida luminosa.
Mi mente bullía con interrogantes vertiginosas: ¿Qué habría sentido aquel piloto de 27 años al verse suspendido en la negrura infinita? ¿Qué peligros insospechados habría enfrentado en aquel vacío hostil?
La Crisis de Berlín aún pesaba como una sombra amenazante, recordatorio de cuán cerca habíamos estado del abismo nuclear. Ahora, comprendía, la Guerra Fría ascendía hacia un nuevo escenario, el Cosmos se convertía en el tablero donde las superpotencias medían sus fuerzas, y este vuelo representaba tanto una proeza científica como una contundente declaración geopolítica.
ahora expuesta en el Museo de RKK Energía, a las afueras de Moscú. Licencia CC BY-SA 3.0.
La noticia se esparció rápidamente por las calles empedradas. Algunos veían en Gagarin la encarnación del heroísmo, otros interpretaban el acontecimiento como una amenaza velada:
—Si pueden poner a un hombre ahí arriba, pueden poner bombas que nos caigan en la cabeza —vaticinó un cliente mientras el recién llegado argumentaba:
—Es el triunfo de la ciencia, del conocimiento humano. Somos la primera generación capaz de abandonar la cuna terrestre.
La hazaña resonaba con matices particulares en la España de 1961. Los Pactos de Madrid habían permitido la instalación de bases militares norteamericanas en territorio español. La cercana base de Zaragoza albergaba ya escuadrones estadounidenses que dividían las opiniones:
—Estamos en el punto de mira soviético —advertían unos en susurros urgentes.
—Los americanos nos protegerán —afirmaban otros.
No faltaban quienes, cansados del ostracismo de la posguerra, celebraban aquellos acuerdos como la primera brecha en el muro que había separado a España del concierto internacional.
Permanecí apoyado en la barra, sintiendo que vivía un momento histórico y con el convencimiento que en pocos años viviría otros igual de emotivos. La humanidad acababa de traspasar un umbral milenario rompiendo las cadenas que la ataban a su origen terrestre. El firmamento que había contemplado desde niño ya no sería nunca más un espacio inaccesible, sino un océano que comenzábamos a surcar.
Y mientras los parroquianos regresaban gradualmente a sus conversaciones cotidianas, yo seguía con la mirada fija en la pantalla donde Gagarin saludaba al mundo. Me pregunté qué otros misterios nos aguardaban en aquella inmensidad silenciosa, qué revelaciones y prodigios nos reservaba el Cosmos ahora que habíamos dado el primer paso hacia las estrellas.
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