Nos guste o
no, la guerra ha sido siempre uno de los principales motores para el progreso
de la humanidad. La gran mayoría de vosotros sabéis que la energía nuclear no
se investigó para generar ingentes y relativamente limpias cantidades de
energía para nuestro progreso, sino para crear unos artefactos que devastarían
la ciudad de Hiroshima primero y Nagasaki después. Muchos de vosotros sí sabéis
que internet fue el resultado de un experimento de telecomunicaciones que el
ejército estadounidense realizó en los años 70, así como el sistema de
posicionamiento global, más conocido como GPS. Seguramente solo algunos de
vosotros sabréis que el origen de la carrera espacial no era poner un pie en la
Luna; más bien la idea original fue controlar la estratosfera a nivel balístico,
o dicho de otra manera, ser capaces de lanzar misiles a la otra punta del
planeta sin que el enemigo pudiera reaccionar a tiempo. Pero posiblemente, el
ejemplo más desconocido lo tengamos en la invención de la potente herramienta
matemática que es el cálculo infinitesimal, que, aunque hoy en día está
atribuido por igual a Gottfried Wilhelm Von Leibniz (del que ya hicimos una
introducción en el artículo anterior) y a Sir Isaac Newton, tiene una historia
que abarca casi dos mil años.
Leibniz dijo: “Quien comprenda a
Arquímedes, admirará menos a los hombres más ilustres de su tiempo”. Y es que cualquier
curso universitario de introducción al cálculo infinitesimal empieza por
analizar sus trabajos. Si aquel soldado romano no lo hubiera matado cuando
entraron a conquistar la ciudad de Siracusa en el 212 a.C., el propio
Arquímedes lo habría desarrollado. Pero os contaré primero qué es el cálculo y
para qué sirve. Desde la época egipcia uno de los grandes problemas fue el
cálculo de áreas. Son fáciles de calcular con superficies delimitadas por líneas
rectas puesto que pueden reducirse a triángulos, y tras un arduo trabajo de
sumas se obtiene el resultado final. El problema se agrava cuando la superficie
está compuesta por líneas curvas, ya que quedan huecos entre los bordes y los
triángulos internos. Desde luego pueden rellenarse con triángulos cada vez más
pequeños que aumentarán la precisión de la medida, pero nunca llegará a ser
exacta. A lo largo de los siglos y con el progreso de la humanidad, surgieron
otros tres problemas que generaron la necesidad de una nueva herramienta:
calcular la tangente en un punto de una curva cualquiera, convertir curvas en
rectas y conocer el valor instantáneo de una función variable. Este último es
el tema con el que hemos iniciado el artículo, y es que, tras el desarrollo de
las armas de asedio en la alta edad media, se hacia imperiosa la necesidad de
conocer con precisión las trayectorias de los proyectiles. Se inició así el
lento cambio que nos llevó de la física aristotélica a la actual.
Casi todos los científicos del S. XVII
contribuyeron al desarrollo del cálculo infinitesimal, pero se puede establecer
un inicio claro en el S. XVI con gigantes como Descartes, Fermat y Kepler.
Descartes y Fermat son conocidos por la gran contribución que realizaron
creando la geometría analítica (transformar curvas geométricas en su expresión
algebraica) y Johannes Kepler por descubrir que las órbitas planetarias eran
elípticas en vez de circulares. Kepler era un matemático portentoso y estuvo a
punto de descubrir el cálculo por sí mismo, de hecho, la creación del cálculo
infinitesimal por parte de Newton y Leibniz fue en realidad la resolución del
problema de Kepler: ¿En qué manera cambiaba a cada instante la trayectoria de
los planetas? Por otro lado, Galileo también aportó su enorme “grano de arena”
creando el campo de la mecánica, que estudia el movimiento de los cuerpos.
Galileo estudió por qué las trayectorias de los proyectiles son parábolas,
estableciendo así una relación directa, mediante las curvas cónicas, con los
estudios de Kepler. Ya solo quedaba descubrir si la fuerza misteriosa que
convertía las trayectorias en parábolas era la misma que convertía las órbitas
en elipses. Entraron así en juego en el siguiente siglo grandes como Bonaventura
Cavalieri, discípulo de Galileo, que propuso que todas las figuras estaban
formadas por indivisibles que
llenaban su área. De aquí surgió el famoso principio de Cavalieri de
equivalencia entre áreas que no comentaremos ahora. Fermat, Torricelli, Pascal
o Gilles Roberval, en incluso el propio Leibniz, continuaron por esta línea.
Otros gigantes como John Wallis e Isaac Barrow (profesor de Newton) se
acercaron tanto a la definición estricta de cálculo infinitesimal que pusieron
la alfombra por la que Newton y Leibniz entraron en la historia.
Y se inició la guerra. Newton en
Inglaterra y Leibniz en Alemania, reclamaban la autoría del cálculo. Ambos
llegaron al mismo punto por caminos totalmente diferentes. Si bien Newton
desarrolló lo que hoy se conoce como derivadas, Leibniz creó el cálculo
integral. Ambas son operaciones contrarias y definen el teorema fundamental del
cálculo, dando así solución a todos los problemas relacionados con curvas que
habían surgido hasta la fecha (y a muchos otros que surgieron después). Tras
años de disputa, Gottfried Leibniz acudió a la Royal Society para que
investigaran y concluyeran quién había sido el creador del cálculo. Desconocía
que Newton había sido nombrado presidente de la misma. Newton inició así una
gran campaña de calumnias y desacreditación de Leibniz sin mucho éxito, pues
Leibniz era toda una autoridad cultural en Europa. Con ellos, el cálculo se
convirtió en una ciencia independiente, que trabajaba con conceptos
algebraicos, lo que permitía plantear un método que sirviera para cualquier
tipo de función o problema. Una vez fundamentadas las bases, los hermanos Bernoulli
le dieron una estructura sólida, utilizando el método de nomenclatura de
Leibniz. El propio Leibniz alabó el gran trabajo realizado por ambos.
A día de hoy trabajamos con la
notación de Leibniz, mucho más clara y completa, y no cabe ya ninguna duda sobre
la autoría. Newton es considerado el primero en desarrollarlo, conclusión a la
que se llegó tras investigar la numerosa correspondencia en la que hablaba del
tema, pero Leibniz fue sin duda el primero en publicarlo. De ahí la famosa
frase de Newton: “los segundos inventores no cuentan para nada”.
No fueron éstas las únicas
contribuciones a las matemáticas de Gottfried Wilhelm Leibniz. Desarrolló
también un método para calcular series infinitas cuyos límites o resultados
eran números finitos, resultados que comunicó a otro gran científico en la
corte de París llamado Christiaan Huygens y que presentó también en la Royal
Society. También creó, basado en el I Ching o libro de las mutaciones, un
sistema que se convertiría en la base del mundo moderno, un sistema basado en
su filosofía de mónadas rescatada del atomismo griego y que está a caballo
entre el lenguaje y las matemáticas más elementales. El código binario. Pero de
eso hablaremos en otro artículo.
Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de
Huesca
wow, que impresion la de leibniz, yo hubiera pensado por la ruta que se toma en la universidad del calulo que leibniz se llevava la mayor parte de credito por el calculo, pero hay que dare credito a todos lo grandes cientificos que han aportado, muy bueno, bravo!!!
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