La Navidad del James Webb: Un recuerdo imborrable

 Por Luis Escaned (AAHU)

El 25 de diciembre de 2021 se lanzó al espacio el telescopio James Webb, que marcó un hito en el estudio del Universo y la exploración espacial. Para muchas personas aficionadas a la Astronomía, este acontecimiento ha marcado un antes y un después, el mejor regalo de Navidad que podrían haber recibido ese año. En esta entrada, Luis nos comparte un relato de ficción sobre cómo vivió aquel día un pequeño club de Astronomía amateur.


Una de las primeras imágenes obtenidas con luz infrarroja por el telescopio espacial James Webb reveladas por la NASA: el borde de una joven región cercana de formación estelar llamada NGC 3324 en la Nebulosa de Carina. Créditos: NASA, ESA, CSA y STScl. Julio de 2022.

La Navidad de 2021 se convirtió en un día especialmente memorable para un pequeño grupo de personas aficionadas a la Astronomía. Aunque las calles de la ciudad estaban adornadas con luces navideñas y resonaban con villancicos, la verdadera emoción se concentraba en la sede social del Club, donde nos habíamos reunido para presenciar un acontecimiento largamente esperado: el lanzamiento del telescopio espacial James Webb.

Habíamos seguido con atención los preparativos de la misión compartiendo noticias emocionantes en el grupo de WhatsApp, pero ese día la expectativa se convirtió en una realidad tangible. La sala, sencilla pero acogedora, con algunas sillas y una gran pantalla, reflejaba la unión de nuestras vidas a través de la pasión compartida por el cosmos. Entre estas personas había docentes, electricistas, médicos, estudiantes, en resumen, un poco de cada parte de la sociedad, todos unidos en su amor por el universo. Para estas personas, el lanzamiento del James Webb era algo mágico, como si el universo estuviera a punto de revelarse de una manera que nunca imaginaron.

La mayoría llegó temprano y preparó una pantalla conectada a la transmisión en vivo desde la NASA. Se intercambiaban recuerdos y teorías mientras Raúl, profesor de Ciencias, hablaba emocionado de las posibilidades del telescopio:

—Es como retroceder en el tiempo —decía con los ojos brillantes—. Imaginen, veremos la luz de las primeras galaxias que nacieron en el universo, una luz de 13 000 millones de años.

María Jesús, ingeniera retirada, intentaba calmar sus nervios. Había sido testigo del lanzamiento del Discovery que llevó el Hubble en 1990:

—Recuerdo haber pensado que eso sería lo más asombroso que veríamos en nuestras vidas —, contaba mientras ajustaba la imagen de la pantalla—. Pero el James Webb... esto es otra dimensión. Es tan preciso que podremos ver detalles en planetas de otros sistemas solares y analizar su atmósfera, buscar signos de agua y metano. ¿Puedes creerlo? Podríamos estar a un paso de encontrar algo como la Tierra a años luz de aquí.

A medida que los minutos se convertían en segundos, el ambiente se llenaba de un respeto solemne. Varias personas habíamos traído café en termos, galletas, turrón y cava. Nos mirábamos de soslayo, cómplices en aquel meridiano navideño sintiéndonos parte de algo mucho más grande que nosotros.

Finalmente, la cuenta regresiva terminó, y en la pantalla apareció el cohete Ariane 5 iluminando la plataforma de lanzamiento en la Guayana Francesa. Contuvimos el aliento mientras el cohete rugía y se levantaba lentamente del suelo como un ser mitológico que asciende hacia el cielo. Los motores del Ariane ardían con una fuerza descomunal, y algunos casi podían imaginar cómo el suelo temblaba bajo la potencia de aquel gigante.

—Ay, miren eso—, susurró Lucía, una estudiante de secundaria, como si temiera romper el hechizo de aquel momento, con los ojos muy abiertos, apenas pestañeaba—. Está pasando de verdad. Está saliendo de la Tierra.

—Y esta vez va más lejos que cualquier otro—, agregó José, el más joven del grupo, quien siempre traía sus cuadernos llenos de apuntes de astronomía—. No se va a quedar en órbita. Va al punto de Lagrange L2, lejos de todo, sin depender de la Tierra.

Los ojos de Raúl se llenaron de lágrimas mientras veía al cohete convertirse en un punto que se alejaba rápidamente. Para muchos, aquel momento fue la realización de un sueño: el telescopio representaba la posibilidad de ver algo que habíamos soñado desde que miramos el cielo nocturno por primera vez.

Después de varios minutos de observación cautelosa, la transmisión confirmó la fase crítica de separación: el Webb, ahora sin el cohete, comenzaba su viaje en solitario. Un aplauso estalló en el grupo, con gritos de alegría y abrazos. Aquella escena era tan conmovedora que algunos tuvieron que secarse las lágrimas de emoción. Allí estaban, la afición y la pasión, personas unidas en un momento histórico para la humanidad.

Una de las últimas imágenes reveladas por la NASA, capturada por el Webb: el NGC 346, un gran cúmulo de estrellas en la Pequeña Nube de Magallanes, una galaxia enana cercana a la Vía Láctea. Créditos: NASA, ESA, CSA, STScl, Olivia C. Jones (UK ATC), Guido De Marchi (ESTEC), Margaret Meixner (USRA). Diciembre de 2024.

Habíamos pasado muchas horas hablando sobre el Webb y las expectativas de la misión, programado charlas, exposiciones, artículos, compartimos anécdotas de otros telescopios espaciales y debatimos sobre las capacidades del Webb para estudiar exoplanetas buscando señales de vida. Las teorías y las preguntas brotaban, desde la posibilidad de encontrar agua en lunas distantes hasta las edades de las primeras galaxias: habíamos pasado meses divulgando ciencia.

Enseguida cada quien se marchó a su casa a celebrar el día de Navidad con las familias, pero con la imagen de un lanzamiento perfecto que gastó un mínimo de combustible y que garantizaba una vida más larga para hacer ciencia.

A medida que avanzaban los días, el Club seguía cada fase de despliegue del telescopio con la misma atención que la noche del lanzamiento. María Jesús informaba a toda la gente, y los mensajes no dejaban de llegar:

«¡Se han desplegados los paneles solares!»

«Todo va según lo planeado»

«¡El despliegue del parasol ha sido correcto! ¡Se ha completado el despliegue del espejo primario!».

Cada logro era celebrado como una victoria, así durante todo el mes que necesitó el Webb para llegar el punto de Lagrange L2.

El 12 de julio, nos reunimos de nuevo delante de la pantalla, ansiosos por ver las primeras imágenes. Cuando finalmente llegaron, fueron recibidas con una mezcla de asombro y respeto profundo. Las fotos mostraban el universo con una nitidez y detalle incomparables, capturas de cúmulos de galaxias y nebulosas en longitudes de onda que ningún otro telescopio había logrado ver. Las imágenes abrían ventanas al pasado mostrando el cosmos en sus primeras etapas de formación del universo hace 13 000 millones de años.

—Estamos viendo el pasado—, murmuró Raúl, tocando con suavidad la pantalla—. Esto es más de lo que alguna vez imaginamos. No sé si la humanidad pueda encontrar algo más antiguo que esto.

La noticia sobre las primeras imágenes se extendió por toda la sociedad, y nuestro club astronómico se convirtió en un punto de información para cualquiera que quisiera ver las maravillas capturadas por el Webb. Familias enteras visitaban las instalaciones, y los miembros compartían los datos y las imágenes como si fueran secretos revelados solo a ellos.

Para quienes integramos el club, el lanzamiento del James Webb se transformó en un recuerdo inolvidable. Aquella Navidad en que nos reunimos, con muchos nervios y emoción, sentimos que el universo había dado un paso hacia nosotros. El telescopio Webb, en algún rincón del espacio, había abierto la puerta a un universo desconocido, y nosotros, simples personas aficionadas a la Astronomía, pudimos mirar a través de esa puerta y soñar.

Fue la Navidad que nos unió al Cosmos, que nos hizo sentir que, aunque fuésemos diminutos, también formábamos parte de algo más grande.


Todo sobre el solsticio de invierno de este año

 Por Carlos Garcés Manau (AAHU)

La mañana del sábado 21 de diciembre (en concreto, a las 10 horas y 21 minutos) comenzará el invierno. Es el día del solsticio, y para recibir la nueva estación, la Agrupación Astronómica de Huesca hará dos actividades de explicación del solsticio y observación de la puesta de Sol, que serán en la plaza Navarra el sábado 21 y junto a la laguna de Sariñena el domingo 22.

Aquí te contamos todo sobre este fenómeno y su relación con nuestro calendario.

Puesta de Sol sobre la avenida Martínez de Velazco desde la Plaza Navarra de Huesca.
Foto de Juan Castiella Llorente (AAHU)

Entre el 15 de diciembre y Año Nuevo, visto desde la plaza Navarra, el Sol se pone cada tarde, en torno a las 17:30, justo al final de la avenida Martínez de Velasco y crea, si las condiciones atmosféricas son adecuadas, un espectáculo realmente mágico.

En el solsticio de invierno, el sol sale y se pone más al sur que ningún día y alcanza a mediodía su menor altura anual. Estos son los días más cortos y las noches más largas del año. Y se da el curioso hecho de que el comienzo del invierno coincide, paradójicamente, con el momento en que la Tierra se encuentra más cerca del Sol.

La Nochebuena y la Navidad se celebran estos días porque el cristianismo situó el nacimiento de Jesús en el solsticio de invierno, que es el momento en que el Sol “renace” cada año, comenzando a tener mayor altura cada día. Pero hay una singular razón, relacionada con la historia del calendario, que explica por qué la Navidad es ahora tres días posterior al solsticio de invierno.    

El Sol sale y se pone más al sur que en el resto del año

Todos sabemos que el Sol sale por el este y se pone por el oeste. Sin embargo, únicamente sale y se pone en los puntos del horizonte que señalan el este y el oeste dos días al año, los de los equinoccios, que marcan el comienzo de la primavera y del otoño.

Durante la primavera y el verano, el Sol sale entre el este y el norte (por el noreste) y se pone entre el oeste y el norte (por el noroeste); en otoño e invierno, por el contrario, el Sol sale por el sureste y se pone por el suroeste.

El solsticio de invierno, este 21 de diciembre, se caracteriza por ser el día del año en que el Sol sale más al sureste y se pone más al suroeste. Y ello determina las otras características del solsticio invernal, que pasamos a comentar: la altura mínima que el Sol alcanza a mediodía y la duración, también mínima, de las horas de luz.

El Sol tiene su menor altura del año

El Sol llega cada mediodía a su mayor altura sobre el horizonte del día, y entonces se encuentra exactamente al sur (justo sobre el punto que señala en el horizonte el sur geográfico). La altura del Sol cada mediodía varía a lo largo del año, alcanzando su altura máxima en el solsticio de verano y la mínima en el de invierno. En estas fechas de diciembre, en que está vigente el horario de invierno y una hora de diferencia con la hora solar, el mediodía ocurre a la una de la tarde.

¿Cómo de alto está el Sol a finales de diciembre al mediodía? La altura mayor que un objeto celeste puede alcanzar sobre el horizonte es el cenit, el punto situado encima de nuestra cabeza. El cenit está a 90 grados de altura sobre el horizonte sur. Pues bien, el Sol llega a mediodía en Huesca en el solsticio de verano a 71 o 72 grados de altura sobre el horizonte sur, y solo a unos 25 grados de altura a mediodía al comienzo del invierno. Fijémonos estos días en la escasa altura del Sol a la una de la tarde, mirando hacia el sur. 

El día es más corto y la noche más larga que el resto del año

Este 21 de diciembre, el Sol saldrá en Huesca a las 8 horas y 26 minutos de la mañana y se pondrá a las 17 horas y 32 minutos de la tarde. El día durará por tanto 9 horas y 6 minutos, y la noche 14 horas y 54 minutos. Estos son los días más cortos y las noches más largas en tierras oscenses.

La duración del día y la noche al comienzo del invierno dependen de la latitud del lugar en que nos encontramos. En ciudades situadas más al norte que Huesca, el día es aún más corto y la noche más larga que aquí. Y a la inversa, en las que están más al sur, el día es más largo y la noche más corta que en nuestra ciudad.

En Zaragoza, la duración del día el 21 de diciembre es 3 minutos mayor que en Huesca, de 9 horas y 9 minutos. En Madrid, el día tiene 11 minutos más que aquí (9 horas y 17 minutos). Y tal efecto se acentúa cuanto más viajamos hacia el sur: en el solsticio de invierno, el día en Sevilla es de 9 horas y 35 minutos, y en Rabat de 9 horas y 53 minutos.

Por el contrario, al norte de Huesca, el día en el invierno es más corto y la noche más larga. El 21 de diciembre, la duración del día en París es de 8 horas y 14 minutos; en Londres, de 7 horas y 49 minutos; y en Estocolmo, de 6 horas y 4 minutos.

El frío llega cuando más cerca estamos del Sol

La órbita de la Tierra en torno al Sol no es circular sino elíptica. El Sol, además, no se encuentra en el centro de dicha órbita sino en uno de sus focos, a dos millones y medio de kilómetros del centro. Todo ello hace que a lo largo del año nos encontremos en unos momentos más cerca y en otros más lejos de nuestra estrella. La distancia mínima, de 147 millones de kilómetros, se alcanza el 3 de enero y la máxima, de 152 millones de kilómetros, el 4 de julio.

¿Cómo es posible que, a principios de enero, cuando acaba de iniciarse el invierno y más frío hace, sea el momento en que más cerca estemos del Sol? Ello se debe a que el ciclo de las estaciones no depende de la mayor o menor cercanía de la Tierra al Sol, sino a que el eje de rotación terrestre no es perpendicular a nuestra órbita alrededor del Sol (está inclinado 23 grados y medio).

Si hace frío en invierno es porque, debido esa inclinación del eje de rotación, en estos meses en Huesca el Sol está más bajo a mediodía, y el día dura menos horas que en el resto del año. Hay por tanto menos horas de insolación y, además, los rayos solares, al encontrarse el Sol más bajo, caen menos perpendiculares, por lo que cada área de superficie recibe menor cantidad de radiación solar que en el verano.

La fortuna ha querido que nuestras estaciones sean más suaves que las de los países del sur. Ahora que comienza el invierno en Huesca, en Argentina, Sudáfrica o Australia comienza el verano. En el hemisferio norte, empezamos el invierno cuando más cerca nos encontramos de nuestra estrella y el verano cuando más lejos estamos del Sol. Por el contrario, en los países del sur el invierno coincide con la mayor lejanía y el verano con el mayor acercamiento al Sol. Sus estaciones, por esta causa, son algo más extremas que las nuestras. Esta desigual situación se invertirá, en esta ocasión a favor del hemisferio sur, dentro de 13.000 años, en virtud de la precesión de los equinoccios.

El solsticio de invierno y la Navidad

El cristianismo convirtió en fiestas sobresalientes, celebradas con tradiciones muy arraigadas, el comienzo del verano y del invierno. El solsticio de verano se festeja la noche de San Juan, y el solsticio de invierno en Nochebuena y Navidad.

¿Cuál es la razón de que el comienzo de las estaciones y sus festividades cristianas no coincidan, hallándose separados por dos o tres días? ¿Por qué el invierno da inicio el 21 de diciembre, y Nochebuena y Navidad son el 24 y 25? La causa se halla en los 11 minutos que había de diferencia entre el ciclo solar de las estaciones y el año del calendario creado por Julio César, que se acumulaban anualmente. Esa desviación de 11 minutos anuales solo quedó corregida en 1582 con la reforma del calendario llevada a cabo por el papa Gregorio XIII.

Nuestro año de 365 días, con bisiestos, fue creado en Roma por Julio César en el año 46 a.C. En esa época, el comienzo del verano y del invierno se producían hacia el 24 de junio y el 25 de diciembre, tal como se celebran en la actualidad San Juan y la Navidad.

Sin embargo, a partir de la época de César, esos 11 minutos anuales de diferencia comenzaron a actuar. Y cuando, casi 4 siglos más tarde, el concilio de Nicea se reunió el año 325 d.C. (el cristianismo era ya una religión tolerada y estaba próximo a convertirse en el credo oficial del imperio romano), el comienzo del verano y del invierno tenían lugar el 21 de junio y el 21 de diciembre. Tales fechas fueron, en adelante, las de inicio de las estaciones, pese a que su celebración se hacía tres días después, tradición que continúa en el presente.

 

Meteoritos, ciencia colectiva, maldad y serendipia

Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Estela del bólido de Cheliabinsk (2013) desde Ekaterimburgo.
Foto de Svetlana Korzhova (CC BY-SA 3.0)

Hoy en día, resulta de vital importancia la «ciencia ciudadana», «ciencia colectiva» o «ciencia colaborativa», términos que se refieren a la colaboración de la gente común y de las personas aficionadas con la comunidad científica y experta en diversos temas a través de la observación, el descubrimiento, la recopilación y el análisis de numerosos datos de fenómenos naturales, biológicos y migratorios, astronómicos, tecnológicos, entre otros, y que ponen datos y aplicaciones a disposición de profesionales y aficionados en general.

Entre todos esos asuntos podemos destacar aquí el de los meteoritos, ya que, a la creciente red de cámaras panorámicas que escudriñan constantemente el cielo día y de noche, tanto públicas como privadas, hay que añadir los datos de testigos directos de caídas, en muchos casos, con la inestimable ayuda de las cámaras de sus teléfonos móviles. Con todos esos datos —fotos, vídeos, incluso las posibles piezas que se hayan podido recoger— se puede extraer información muy valiosa sobre la masa, velocidad y trayectoria de los objetos y, en la mayoría de los casos, se podrá establecer su procedencia (asteroides, planetas o cometas), su edad o el tiempo que llevaban vagando por el espacio.

El aporte especial de una niña a la Astronomía

En España tenemos un caso interesante y muy curioso en el que, hace pocos años, se pudo analizar el meteorito de Ardón, cerca de León, caído en 1931. Se trata de un fragmento de poco más de 5 gramos que recogió una niña en una calle del pueblo y lo guardó en una pequeña caja. 83 años después, Rosa González, que ya era una ancianita, y su sobrino, pensando que podría ser algo importante, pusieron el meteorito a disposición de especialistas del CSIC, en perfecto estado de conservación por haber estado tanto tiempo guardado.

Con la trayectoria contada por algunos vecinos, la propia Rosa y los diarios publicados en la época, junto con el análisis de laboratorio, se clasificó como una Condrita ordinaria L6 y grado de choque S3, probablemente proveniente del asteroide (1272)Gefion (como muchas otras condritas). Ahora, un corte en sección del meteorito se expone en la sala de meteoritos del Museo de Ciencias de Madrid (MCM) y el resto se ha devuelto a la familia. Se da la interesante circunstancia de que, pese a haber caído hace casi 90 años, se considera oficialmente una Caída (reciente) y no un Hallazgo, ya que la niña lo guardó en una caja desde el día en que cayó y no se ha visto alterado por la intemperie. Además, se cuenta con los relatos de quienes lo vieron.


El meteorito de Ardón junto a un cubo de escala (CSIC).

Las casualidades y la rebuscada condición humana

Otro caso más reciente y más espectacular es el del bólido de Cheliabinsk, el 15 de febrero de 2013, del cual, tras explotar en la entrada atmosférica con una energía 30 veces mayor que la bomba atómica de Hiroshima, llegaron al suelo entre 4 y 6 toneladas de meteoritos de tamaños comprendidos desde guijarros hasta uno de 650 kg, el mayor encontrado hasta ahora.

Sin embargo, en la observación de este evento confluyeron otros factores inesperados: la serendipia y la oscura condición humana. La palabra «serendipia» todavía no figura oficialmente en el diccionario español (RAE), aunque se puede usar como sinónimo de «casualidad».

«SERENDIPIA: descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta, relacionada, o no, con aquel».

Casualidad, descubrimiento accidental, coincidencia, revelación, chiripa, chamba, carambola. Podría decirse que define la demostración natural de que todo está relacionado. Esta graciosa palabra proviene de un antiguo cuento persa sobre la isla de Serendib, la actual Sri Lanka.

En Rusia y en otros países, hace ya unos años que muchos vehículos llevan cámaras de grabación para evitar los diversos fraudes y engaños que algunas personas tratan de hacer simulando accidentes o atropellos para cobrar indemnizaciones.

Esa mañana de febrero, la extraordinaria entrada en la atmósfera del meteoroide fue grabada de manera fortuita por miles de cámaras de los vehículos y de seguridad. Al margen de los graves problemas y de la confusión inicial que generó el suceso, resulta que, a las pocas horas, ya había en Internet, al alcance de todo el planeta, cientos de videos que recibieron varios millones de visitas (acompañadas también de numerosas informaciones falsas). Se podría decir que esto es ciencia colectiva inesperada e instantánea.

Captura del bólido de Cheliabinsk por una cámara vehicular (2013). Video de Wikimedia Commons.

Existen relatos de numerosas caídas a lo largo de la Historia, pero ésta fue la primera vez que se pudo observar en directo y con repercusión mundial e inmediata. Hechos similares han dado en otros momentos y en diversos países, varios de ellos grabados con cámaras o móviles particulares, pero no de la misma potencia ni trascendencia (de momento, porque es cuestión de tiempo).

De todas formas, no es la única manera en que la maldad humana sirve para otros propósitos más interesantes sin habérselo propuesto. Con todo el horror que conllevan, las guerras impulsan avances científicos y tecnológicos. El hecho de tener uros en la actualidad —los casi extintos ancestros de los toros— se debe a que a los nazis de la II Guerra Mundial les apeteció «des-extinguirlos» y criarlos para sus cacerías partiendo de razas antiguas de bóvidos europeos.

Hace años, debido a la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y a la proliferación de armas nucleares, se creó una red de estaciones distribuida por todo el planeta capaces de detectar infrasonidos, ondas sonoras no habituales, hidroacústicas y sísmicas para vigilar posibles pruebas atómicas no autorizadas (Organización del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, OTPCE). 

Lógicamente, los eventos de meteoroides que producen fuertes explosiones al entrar en la atmósfera, como los de Cheliabinsk, Cochabamba, Zambia y el mar de Bering, son detectados por estos aparatos y hasta se puede estimar su tamaño, velocidad, movimiento y energía liberada.

Hoy en día, la comunidad científica de todo el mundo busca meteoritos por diversos rincones del planeta, sobre todo en desiertos y en los polos, que es donde mejor se distinguen del terreno. Pero no hay que olvidar que una buena parte de los meteoritos más famosos y de los más grandes han sido encontrados fortuitamente por poblaciones campesinas, indígenas o por senderistas, y que eso sigue sucediendo, aunque es extraordinariamente difícil. Lo habitual es tener que invertir mucho tiempo, dinero y estudios. Además, pensemos que aún hay algunos olvidados o desconocidos en casas particulares y otros escondidos por miedo a que se los quiten las autoridades, hecho que solo perjudica a la Ciencia. 

No existe un sitio de la Tierra donde caiga más cantidad o menos de meteoritos, su distribución es aproximadamente uniforme. El problema es que encontrarlos en zonas como selvas o campos de cultivo es más difícil; y más aún en los océanos, de donde no se ha sacado ni uno (hasta ahora, pero ya veremos en el futuro).

No obstante, en cuanto a los océanos, habrá que prestar mucha atención cuando comience la «era de la minería submarina», ya que la idea de la industria minera es recolectar los numerosos nódulos y concreciones metálicas que descansan en los fondos por su importancia geoeconómica, y a buen seguro aparecerán meteoritos con ellos, al menos los que no lleven mucho tiempo alterándose. Sin entrar en más detalles, esas pequeñas rocas submarinas se van formando con el paso de miles y millones de años por diversos procesos físico-químicos (hidrotermales, de precipitación, etc.) y, de momento, parece convenir una división en tres grupos principales: nódulos de manganeso, costras de ferromanganeso con alto contenido en cobalto y sulfuros polimetálicos. 

El hecho de buscar información en Internet también tiene sus sorpresas: existe un grupo mexicano llamado Zilder Beatman que ha publicado un disco-demo titulado Serendipia, y uno de sus temas se llama «El meteorito triste». ¡Qué cosas!

«El aspecto más triste de la vida, en este momento, es que la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría».

Isaac Asimov, científico, escritor y divulgador

Sobre la caída de meteoritos en la Tierra

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Existen muchas ideas erróneas que generan confusión sobre los meteoritos, esos trozos que llegan a la Tierra y que podemos recoger y, a veces, coleccionar. Aquí vamos a ahondar en una de las ideas más comunes que alimentan las fantasías de ciencia ficción.

Ilustración comparativa del meteorito Hoba, el meteoroide de Cheliábinsk y el que causó el cráter Barringer, con un Boeing 747. Imagen con licencia Creative Commons CCO 1.0 (dominio público).

Contrario a lo que se suele pensar, los meteoritos no hacen cráteres ni llegan con mucha velocidad. Esta es una de las creencias más extendidas e interesantes. La realidad es que, si acaso, dejan agujeros o cráteres muy pequeños. Para formar un buen cráter, el meteorito tendría que ser demasiado grande y tendría que llegar a gran velocidad. Los que cumplen estas condiciones son los verdaderamente peligrosos y se desintegran casi por completo al impactar; eran asteroides y dejan pocos restos (y esos restos sí son meteoritos). Los meteoritos normales han seguido otros comportamientos (en nuestro planeta) y vamos a ver el porqué.

En la ilustración que encabeza esta nota, el punto más pequeño a la derecha es el meteorito más grande encontrado en la Tierra, el Hoba, localizado en Namibia; pesa unas 60 toneladas y mide 2,7 x 2,7 x 0,9 metros. El del medio representa el tamaño aproximado del meteoroide de Cheliábinsk, localizado en Rusia, antes de entrar en la atmósfera, y del que, tras su explosión, grabada por miles de cámaras el 15 de febrero de 2013, con una energía de unos 500 kilotones (30 veces la bomba de Hiroshima), llegaron al suelo unas pocas toneladas en miles de fragmentos, de los cuales el mayor encontrado pesaba unos 650 kg. Estas piezas ya se venden y exhiben por todo el mundo.

Y el «pedrusco» más grande a la izquierda, ya en la divisoria entre meteoroide y asteroide, pues mediría más de 50 metros, representa el que creó el famoso cráter Barringer en Arizona, Estados Unidos, de 1190 m de diámetro (y, por tanto, no visible desde el espacio sin la ayuda de teleobjetivos). La enorme explosión que produjo desplazó 175 millones de toneladas de roca, pero vaporizó casi por completo el impactador, y sus pequeños restos se encuentran por miles en los alrededores; se los conoce como los meteoritos Meteor Crater o Diablo Canyon.

Aquí comienza el problema con la velocidad de entrada: cuando tienen este tamaño o más, poco o nada puede hacer la atmósfera para protegernos, ya casi no puede frenarlos ni romperlos, y la energía del choque será máxima y devastadora. 

Sin embargo, los habituales tamaños menores forman bólidos brillantes en el cielo, con temperaturas de varios miles de grados. Las «estrellas fugaces» (un nombre inapropiado, por cierto) son los fenómenos luminosos que dejan los trozos de algunos gramos o menores al desintegrarse en las capas superiores de la atmósfera (más o menos, entre 110 y 80 km de altitud).

Meteoritos de la colección de José Vicente Casado y Ana María Ordóñez expuestos para la venta durante las XXIII Jornadas de Astronomía «Estrellas en el Pirineo» de la AAHU (2024)

Los meteoros, más brillantes y con más estela dejada, los crean piezas de algunos kilos que se desintegran un poco más abajo (entre 80 y 50 km de altitud). Los bólidos los generan los meteoroides del orden de toneladas y a menor altitud (entre 50 y 13 km), y esto provoca un brillo superior al de Venus, y en ocasiones, si son grandes, superior al de la Luna y al del Sol; además, dejan estelas grandes y duraderas, como los de Skihote-Alin, Cheliábinsk, Villalbeto de la Peña, Dinamarca y Detroit.

Estos meteoros estallan a gran altura por el brusco cambio de temperatura durante el rozamiento y frenado en las capas altas de la atmósfera hasta velocidad casi nula, lo que da lugar a una lluvia de fragmentos pequeños en vuelo oscuro (denominado así porque ya no provocan fenómenos luminosos), en caída libre con algo de inercia, o sea, como si fuesen lanzados desde allí. Así se forma en el suelo la llamada «elipse de dispersión o distribución» (strewnfield, en inglés), es decir, una zona con forma de elipse alargada de unos cuantos kilómetros en la que van cayendo los pedazos según su peso, inercia, rozamiento con el aire, etc., y que, en algunos casos, es ligeramente desviada por la fuerza del viento.

La mayor parte de ellos se vaporiza, muchos trozos quedan tan pequeños como arenilla y polvo, una de las maneras en las que se forman los esquivos micrometeoritos, que serán indistinguibles del terreno y de los que sólo unos cuantos fragmentos se pueden recoger. Esos fragmentos están calientes, pero no queman: la caída los enfría porque en la alta atmósfera sólo da tiempo de fundirse una capa exterior, que se vuelve a solidificar y es conocida como «costra de fusión». En muchos casos, esta costra muestra espectaculares rastros del vuelo de entrada. Algunas se han recogido con escarcha en su superficie, ya que su temperatura interior aún es muy baja por haber procedido del frío espacio.

Lo anterior constituye la mayoría de los meteoritos que se recogen; y los de varias toneladas de peso sólo han hecho grandes agujeros (no son cráteres, propiamente). En definitiva, los cráteres sólo los producen los cuerpos peligrosamente grandes, y estos no son los más frecuentes. Por tanto, esas formas de impactar que presentan en tantas películas son irreales e imposibles, excepto para los objetos de gran tamaño, con los que sí se acercan a lo probable.

Eduardo Jawerbraum (Argentina) con parte de su inmensa colección de meteoritos.

Naturalmente, todo lo que hemos analizado son generalizaciones: las caídas varían mucho en función del ángulo de entrada, la velocidad del objeto en el espacio, su densidad, si irrumpen en la misma dirección de translación de la Tierra en su órbita solar (menor velocidad) o en la contraria (frenado más violento), si son rocosos, muy cohesionados o poco, o si son metálicos (más resistentes y con mayor energía potencial).

Por estos mismos motivos, la media de cantidad de masa que llega al suelo no es muy precisa, pero podríamos establecerla en un kilo por cada cuatro mil que tuviera en el espacio. El resto se desintegra (es decir, el 99.97%), es otra de las funciones protectoras de la atmósfera.

La mayor parte de los meteoroides impactan por el lado matutino de la Tierra, ya que coinciden con su sentido de avance en la órbita alrededor del Sol, así que, en realidad, es la Tierra, con nosotros en ella, la que arremete contra ellos. Por el lado contrario también impactan meteoroides, pero son menos.

Ya sea que produzcan fenómenos visibles o no, en nuestro planeta caen constantemente polvo y fragmentos de materia espacial, se calcula que más de 20 toneladas diarias, aunque la gran mayoría se vaporiza en la alta atmósfera o cae lentamente debido a su diminuto tamaño. Una vez en el suelo, y transcurrido mucho tiempo, los meteoritos que no se recogen y las pequeñas partículas se degradan poco a poco y pasan a formar parte de la propia corteza terrestre.

Pero no nos fiemos: si el bólido de Cheliábinsk, o uno similar, cayera encima de una gran ciudad, las consecuencias serían catastróficas. Y ni hablemos de uno mayor; la sola probabilidad hace que ocurran en zonas poco pobladas porque son más abundantes. En los pueblos y ciudades de los alrededores de la explosión de Cheliábinsk hubo más de 1500 personas heridas, sobre todo a causa de los vidrios rotos por la onda expansiva, y hubo 7200 edificios dañados, y eso que sucedió a decenas de kilómetros.

Cabe destacar que existen bastantes cráteres de antiguos impactos asteroidales que son visibles desde el espacio, algo normal si pensamos que suelen ser grandes, aunque también hay muchos pequeños que no se ven (como el antes nombrado caso del cráter Barringer). Para que se vean, han de medir entre 2,5 y 3 km o más, y destacar del entorno. Por eso, donde más se aprecian es en Canadá y en la parte desértica de África.

Los fenómenos antes descritos solo rigen para la Tierra, porque el resultado depende mayormente de nuestra atmósfera. En otros planetas y satélites, ese resultado será diferente en función de sus características. En la Luna también impactan asteroides y meteoroides a menudo, fenómeno muy estudiado en la actualidad gracias a los grandes avances en Astronomía y en los aparatos tecnológicos que la observan. Lógicamente, algunos producen un fenómeno luminoso que la comunidad científica denomina TLP (fenómeno lunar transitorio) o LIOT (impacto luminoso transitorio lunar). En la Luna, los cráteres durarán millones de años casi sin sufrir transformaciones, puesto que no hay viento, ni erosión, ni vegetación que los afecte.

A quienes nos llaman la atención estos temas, el hecho de poder tener en nuestras manos un pedazo del Universo que no es de la propia Tierra y, además, conocer su origen, su formación, su composición y la cantidad de información que atesoran sobre nuestros propios orígenes nos produce una sensación muy emocionante, más aún si es de uno que hemos visto caer, sea en la parte del mundo que sea.

«Pensamos que los meteoritos viven poco. Para nosotros ellos nacen en el momento que empiezan a quemarse».

Valeriu Butulescu, escritor


La curiosa forma de nombrar a los asteroides y los cometas

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Bennu y otros asteroides representan los componentes básicos de los planetas rocosos de nuestro sistema solar. @NASA

Es este un asunto no tan complicado pero que sí tiene su dificultad. La Unión Astronómica internacional (UAI) y el Centro de Planetas Menores (MPC, por sus siglas en inglés) son los organismos astronómicos oficiales encargados, entre otras cosas, de esta tarea y, para ello, tienen unas normas que se aplican también al resto de los objetos:

1. Primero se les da una designación provisional con un convenio de nomenclatura usado para los objetos astronómicos recién descubiertos. Normalmente, la nomenclatura se remplaza por una designación permanente una vez que se haya calculado una órbita fiable.

2. Se han de tener varias observaciones para concretar órbitas y ver, en su caso, si coinciden a lo largo del tiempo (por tanto, será el mismo objeto).

3. Un comité experto se reúne para aprobar la designación definitiva; y, otras veces, para darles un nombre propio.

Se usan varias clasificaciones y nombres equivalentes. Aunque hay otras designaciones, lo oficial es, generalmente, expresar el número de orden de descubrimiento entre paréntesis y seguido del nombre, sobre todo en los descubiertos antiguamente, antes de los muchos que se descubren ahora (aún sin nombre); o también el año de descubrimiento seguido de dos letras mayúsculas y un subíndice que indican el número de descubrimiento y en qué quincena de ese año, como exponemos a continuación: 

A : primera quincena de enero
B : segunda quincena de enero
C : primera quincena de febrero
D : segunda quincena de febrero
E : primera quincena de marzo
F : segunda quincena de marzo
G : primera quincena de abril
H : 
segunda quincena de abril
J : primera quincena de mayo
: segunda quincena de mayo 
L :  primera quincena de junio
M :  segunda quincena de junio
N :  primera quincena de julio
O :  segunda quincena de julio
P :  primera quincena de agosto
Q :  segunda quincena de agosto
R :  primera quincena de setiembre
S :  segunda quincena de setiembre
T :  primera quincena de octubre
U :  segunda quincena de octubre
V :  primera quincena de noviembre
W : segunda quincena de noviembre
X :  primera quincena de diciembre
Y :  segunda quincena de diciembre

Se utilizan 24 letras para 24 quincenas, no se usan la I  ni la Z para la primera letra (la Ñ en el inglés no existe); la segunda letra nos dice el número de asteroide descubierto en esa quincena, hasta 25, porque hay 25 letras de la A a la Z sin usar la I, y, a partir del 26, con el subíndice que indica las veces que se ha completado ese periodo de 25, y se suma la posición de la letra en el abecedario; en muchos casos ciertos asteroides van teniendo distintas denominaciones hasta que las siguientes observaciones confirman que son el mismo y se le asigna una única numeración. Aunque parezca enrevesado es un buen método debido a que, con números consecutivos, no se pueden intercalar huecos secuencialmente para nuevos asteroides, y al elevado número que se van descubriendo (ya son casi un millón) y los muchos que faltan, algo que, tal vez, haga replantear esta forma de clasificarlos en el futuro.

Vamos a verlo mejor con unos ejemplos:

2018AA sería el primero descubierto en la primera quincena de enero de 2018.

2018AB sería el segundo de la primera quincena de enero de 2018.

2018AC sería el 3º de la primera quincena.

2018AZ sería el 25º de la primera quincena.

2018AA1 el 26º de la primera quincena.

2018AB1 el 27º de la primera quincena.

2018AC1 el 28º de la primera quincena.

2018AD1 el 29º, y así sucesivamente.

2018AY1, calculamos: 1 x 25 letras, + 24 (la posición de la letra Y) = el 49º de la primera quincena de enero de 2018.

2018AZ1, 1 x 25, + 25 (la posición de la Z) = el 50º de la primera quincena.

2018AA2, calcularemos: 2 veces x 25 letras, +1 (la posición de la A) = el 51º de la primera quincena de enero.

2018AC2, 2 x 25, +3 (la posición de la C) = el 53º .

2018AS15, calcularemos: 15 veces x 25 letras, +18 (la posición de la S)= el 393º de la primera quincena de enero.

2018BA, el primero de la segunda quincena de enero (B).

2018YY, el primero de la segunda quincena de diciembre (Y).

2018YY3, 3x25 + 24= el 99 de la segunda de diciembre.

(99942)Apofis = 2004MN4  ,  Apofis (o Apophis) es el nº 99942 que se descubrió hace unos años, y equivale a 4 x 25, + 13 (la posición de la N)= 113, o sea el 113º de la 2ª quincena de Junio (M) del 2004.

(101955)Bennu = 1999RQ36  , 36 x 25, + 16 = 916, es decir, el 916º de la primera quincena de septiembre (R) de 1999. 

2012DA14, 14 x 25, +1 = el 351º de la segunda quincena de febrero de 2012. Éste es el asteroide (367943)Duende, descubierto desde el observatorio astronómico de La Sagra, Granada.

2014SU349, 349 x 25, +20 = el 8745º de la 2ª quincena de Setiembre de 2014.

2014MU69, 69 x 25, +20 = el 1745º de la 2ªquinc. de junio de 2014; éste fue el segundo objetivo de la sonda New Horizons, ahora llamado oficialmente Arrokoth. Esta nave estudió, de camino, el asteroide 1994JR1 y, así, se pudo descartar que fuera un cuasisatélite de Plutón, como se pensaba; y ha fotografiado a los asteroides 2012HZ84 y 2012HE85 (todos más allá de Neptuno). 

Para saber si pertenecen al Cinturón Principal, o a los cercanos a la Tierra, o a los transneptunianios (los lejanos objetos más allá de la órbita de Neptuno), los demás datos físicos y orbitales, las otras denominaciones, etc., habrá que buscar más información (p. ej. en el M.P.C., o en Wikipedia, o en la amplia base de datos del JPL Small Body Database de la NASA).

Hasta setiembre de 2016 estaban controlados 717 768 asteroides (la mayoría del Cinturón Principal, entre Marte y Júpiter), de ellos 474 120 numerados provisionalmente, pero con numeración definitiva solo 20 215. Algunos tienen nombres propios oficialmente, pero la mayoría no; los que se descubrieron hace ya años sí que tienen nombres mitológicos e históricos (al igual que sucede con numerosos objetos astronómicos), tales como Eros, Apolo, Cibeles, Ícaro, Pandora, Damocles, Vesta, Juno, Kaliope…

Imágenes de RADAR del asteroide 2003SD220, obtenidas con la antena de 305 metros de Arecibo (Puerto Rico) (NASA/NSF).

Los asteroides Troyanos de Júpiter reciben nombres de la siguiente manera: con nombres de los personajes griegos de la mitología de la guerra de Troya los que se encuentran en la zona de estabilidad gravitatoria Lagrange L-4 (Aquiles, Patroclo…), por delante de Júpiter, y con nombres de los personajes troyanos los de la zona Lagrange L-5 (Priamo, Hector…), por detrás del planeta. Los asteroides Centauros, nombres de dichos seres quiméricos (Quirón, Neso, Okirhoe, Folo…). Para los cuerpos transneptunianos, mitología del inframundo (Plutón, Caronte, Hidra, Nix, Cerbero, Estigia, Orcus…), de la creación hawaiana (Quaoar, Varuna, Makemake…) y otros.

Los nombres propios que se van estableciendo oficialmente para clasificados definitivamente pueden ser de sus descubridores, de personajes famosos, ciudades, países, literatura, ciencia, astronautas (vivos y caídos en misiones), deportistas, música… y esto da lugar a muchas curiosidades, como (26858)Misterrogers, (2309)Mr. Spock, (9007)James Bond, (5020)Asimov, (2001)Einstein, (17473)Freddiemercury, (3552)Don Quijote, (6354)Vangelis, (347940)Jorge Zuloaga, (3412)Kafka, (2202)Pelé, (128036)Rafaelnadal, (274301)Wikipedia, (4147)Lennon, (23990)Springsteen, (6433)Enya…  En el futuro cercano no va a haber problemas para poder poner millones de nombres a estos cuerpos, puesto que se descubrirán a ese ritmo. 

Varios asteroides tienen satélites naturales orbitándolos. Se nombran poniendo la letra S/ delante del año, el número que designa el asteroide al que pertenece entre paréntesis, y el número de satélite (ya que algunos tienen más de uno); también pueden recibir nombres propios: S/2003(283)1 es el satélite de (283)Emma; el satélite Dactilo del asteroide (243)Ida es S/(243)1; el transneptuniano (26308)1998SM165  (designación provisional) tiene su satélite S/2001(26308)1  (y ese subíndice del asteroide quiere decir, como se ha visto antes, 165 x 25, + 12 de la M= el 4137º descubierto en la 2ª quincena de setiembre de 1998; pero su satélite se descubrió en 2001); (87)Sylvia tiene dos: Rómulo, S/2001(87)1 , y Remo, S/2005(87)2. Si poseen anillos (como parece ocurrir con Haumea) la primera letra será R/, en lugar de S/ (igual que en planetas; R de ring, en inglés).  

Para los cometas se utiliza una forma similar a la de los asteroides, pero con unas diferencias; antiguamente se conocían por su nombre, y, ahora, la mayoría lleva, también, el nombre de su descubridor o sus descubridores. Normalmente sólo se usa una letra para la quincena, puesto que se descubren muchos menos que asteroides, y otra letra delante, con la fecha, que nos dice qué tipo de cometa es, de los siguientes posibles:  P/  periódico (con un periodo de  paso junto al Sol inferior a 200 años);  C/  no periódico;  D/  destruido;  X/  órbita sin precisar o sólo conocido por datos históricos; A/ reclasificado como asteroide porque, primero, se pensó que era cometa (podrían ser asteroides duales, centauros o damocloides). Ejemplos:

1P/Halley = 1P/1682Q1, es decir, el famoso cometa Halley fue el primero de la segunda quincena de agosto de 1682. El 1 es por ser el primero de la clasificación.

Shoemaker-Levy 9 = D/1993F2, el segundo de la segunda quincena de marzo de 1993, que se estrelló contra Júpiter en julio de 1994. El 9 quiere decir que es el noveno descubierto por estos dos astrónomos. Si un cometa se rompe, cada fragmento se nombra con mayúsculas de la A a la Z, y, si no es suficiente, con minúsculas añadidas. El Shoemaker se rompió en 26 partes antes de su final.

67P/Churyumov-Gerasimenko =1969R1, el famoso cometa visitado por la nave Rosetta; el nº 67 de la lista. 

103P/Hartley2 = 1986E2 

116P/Wild4 = 1990X1 

109P/Swift-Tuttle =1862O1, el responsable de la lluvia de meteoros de las Perseidas, y, para algunos científicos, «el objeto más peligroso conocido por la humanidad».

Hale-Bopp = C/1995O1, uno de los más vistosos de la historia.

X/1106C1, el gran cometa del año 1106, del que se tienen registros en varios países. 

C/2001Q4 (NEAT); este nombre viene de que fue descubierto por el programa tecnológico y de observatorios NEAT de búsqueda de cometas y asteroides. Hay varios programas con base en tierra y en el espacio (LINEAR, PanSTARRSS, NEAT, Spacewatch, LONEOS, Observatorio Astronómico de Mallorca, IAA-CSIC en Andalucía, Centro Bisei, Japón, SSS en Australia). Algunos aparatos de observación solar descubren, por estar apuntando al Sol, miles de cometas que pasan junto a él (llamados rasantes) o que se estrellan en él.

C/2015ER61(PanSTARRS), centauro. El subíndice 61 con la R nos dice que estas misiones descubren miles de objetos; en el caso de algunos se tardará un tiempo en asegurar dónde clasificarlos.

133P/Elst-Pizarro = (7968)Elst-Pizarro; objeto dual (comportamiento como asteroide y como cometa).

C/2014Q2 Lovejoy; en él los astrónomos detectaron 21 moléculas orgánicas, destacando el glicoaldehido, una molécula simple precursora del azúcar y relacionada, directamente, con la vida.

El primer objeto interestelar conocido (muy probablemente) supuso un caso especial para la I.A.A. entre 2017 y 2018, ya que se tuvo que establecer la nueva designación “I” (de Interestelar) para estos cuerpos astronómicos, y, así, pasó de ser designado cometa C/2017U1 a asteroide A/2017U1, ya que no presentó actividad, y, finalmente, 1I/´Oumuamua (en hawaiano «llegado el primero desde lejos»). El segundo fue el cometa no ligado al Sistema Solar 2I/Borisov, sólo unos meses después.






El objeto más peligroso conocido por la humanidad

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

En las plácidas noches de verano en las que se contempla el espectáculo de la lluvia de meteoros de las Perseidas, pocas personas son conscientes de hasta qué punto pueden ir unidos en el Universo los conceptos de creación y destrucción, belleza y horror, vida y muerte.

El cometa 109P/Swift-Turtle, cuyo paso cada año genera el fenómeno de las Perseidas. @NASA

Lo que produce el fenómeno de las Perseidas es el paso de la Tierra en su órbita (el camino que recorre alrededor del Sol) por la zona del espacio llena de polvo y partículas que deja el cometa 109P/Swift-Tuttle, llamado así porque parece que los meteoros provienen de la constelación de Perseo, debido a la perspectiva. Debo aclarar aquí que el término correcto es lluvia de meteoros o de meteoroides, que son esos fragmentos que se volatilizan al chocar contra la alta atmósfera, aunque el término más usado comúnmente (pero inadecuado) sea lluvia de estrellas.

La órbita de este cometa es muy conocida y está estudiada por la Astronomía desde que se descubrió en julio de 1862: es muy elíptica (alargada) y está en resonancia 1:11 con la de Júpiter, es decir, su relación gravitatoria hace que, por cada once órbitas completas de Júpiter alrededor del Sol, el cometa realiza una. El problema está en que cruza muy cerca de la órbita de la Tierra, y, además, el Swift-Tuttle, que vemos cada 133 años, es el objeto conocido más grande de entre todos cuyas trayectorias concurren con la de nuestro planeta: mide unos 26 km de diámetro.

Si tenemos en cuenta que el supuesto asteroide que impactó en la Tierra hace 65 millones de años y llegó a extinguir gran parte de los seres vivos, entre ellos los dinosaurios, debía medir unos 10 km, quiere decir que no sólo es un cometa potencialmente peligroso (un PHC), sino que se ha ganado el título de «el objeto más peligroso conocido por la humanidad».

Representación artística de un asteroide de unos 10-15 kilómetros de diámetro que choca con la Tierra.
Imagen de dominio público. @NASA

Si alguna vez, en el futuro, coincidiera con el paso de la Luna o de la Tierra, lo cual es poco probable pero no imposible, el impacto sería casi treinta veces más potente que aquel de la extinción de los dinosaurios y que marcó, en principio, la división geológica Cretácico-Paleógeno. El resultado sería devastador y catastrófico a nivel de la biosfera, extinguiría más del 90 % de los seres vivos, y la vida tendría que comenzar de nuevo casi desde cero, como ha sucedido varias veces millones de años atrás.

De todas formas, no hay que preocuparse mucho, de momento: se calcula que el máximo acercamiento tendrá lugar en el año 4479 y con una probabilidad de impacto muy baja. Eso sí, el espectáculo que ofrecerá al pasar tan cerca podría ser sensacional, y la oportunidad para estudiarlo mejor, fantástica (aunque también conllevará peligro por los restos desprendidos).

No obstante, no hay que fiarse, ya que estos objetos dependen gravitatoriamente de Júpiter y del Sol en mayor medida, pero también pueden verse afectados por pequeñas variaciones del equilibrio planetario o por choques con otros cuerpos, y, entonces, pueden variar ligeramente su órbita y acabar expulsados del sistema solar o cayendo al Sol, o a Júpiter, o a la Tierra.

A día de hoy no existe tecnología alguna que nos libre de ese cataclismo. En un futuro no muy lejano sí debería haberla, y no sólo para protegernos del Swift-Tuttle, sino de los millones de objetos pequeños que orbitan más cerca y cuya probabilidad de impactar con la Tierra es mucho mayor. Cada día caen en nuestro planeta más de veinte toneladas de polvo de los restos de la formación de nuestro sistema planetario. De vez en cuando, será algún fragmento grande (meteoroides y asteroides pequeños); y en el transcurso de más tiempo, cuerpos mayores y más peligrosos.

Todo esto no es razón para odiar o temer a los cometas y asteroides, ya que, probablemente (es una teoría bastante posible), pudieron traer el agua y las moléculas necesarias para la vida en las primeras fases de formación de la Tierra, y a ellos les debamos estar aquí, hablando de todo esto.

Son portadores de vida y muerte, como los ciclos del propio Cosmos. Pero tal vez el momento al que ha llegado nuestra Evolución como especie cambie las cosas, ya que, en primer lugar, comprendemos perfectamente todas estas cuestiones y cómo provenimos de la evolución del Universo; y, en segundo lugar, en poco tiempo seríamos capaces de desarrollar una tecnología para protegernos de un peligro así.

Hay varias teorías sobre cómo protegernos: la más razonable sería el variar mínimamente sus órbitas empujándolos poco a poco, pero con mucha antelación y cuando están lejos. Con eso se lograría que la separación haya aumentado considerablemente para cuando se acerquen a la Tierra. 

Y no hablamos de ilusiones, sino de objetivos realizables si se pone el empeño y el dinero suficientes, como en cualquier otra increíble misión espacial de las que se realizan constantemente desde que el Sputnik orbitó nuestro planeta y se llegó a la Luna, y a Marte, se enviaron sondas espaciales a investigar los planetas… incluso hay proyectos de minería en asteroides y para traer alguno a órbitas cercanas a la Tierra, aunque despiertan muchos recelos por el peligro que conllevan, con sus ventajas e inconvenientes.

Entonces, el Swift-Tuttle ya no sería «el objeto más peligroso conocido por la Humanidad»: sería el que marcara un nuevo antes y después en la historia, no porque nos lleve a la extinción, sino por evitarlo voluntariamente. Seguramente, es algo que no dependerá sólo de la comunidad científica, sino de todos los seres humanos aprendiendo, divulgando y tomando decisiones adecuadas y encaminadas a ese fin.

«Nuestro paso por este rincón pequeñísimo del Cosmos en el que vivimos será breve. Con un desprecio absoluto por nuestros anhelos y necesidades, la Naturaleza actúa a escalas de espacio y de tiempo que escapan a nuestra comprensión. Quizá sólo podamos buscar consuelo en nuestra infinita capacidad para formular preguntas y buscar respuestas sobre el lugar en que nos encontramos».

Caleb Scharf, astrónomo, Universidad Columbia de New York

¿Qué son el albedo y el efecto Yarkovsky?

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

En esta entrada, hablaremos sobre el albedo, qué es, y también sobre las desviaciones orbitales y por qué estos fenómenos son de interés para la Astronomía y las ciencias espaciales.

Interpretación artística sobre una posible forma de desviar asteroides (Sophimanía).

El albedo es el porcentaje de radiación que refleja cualquier superficie que no emite radiación propia respecto de la radiación que incide sobre dicha superficie (Wikipedia). Las superficies claras y las brillantes tienen albedos superiores (reflejan más y absorben menos energía) a las oscuras y las mates (reflejan menos y absorben más energía). Se expresa con valores entre 0 y 1 (que equivale a valorar de 0 a 100%).

Superficies                    % de luz reflejada            Albedo

Cuerpo blanco ideal                       100                                  1  

Cuerpo negro ideal                           0                                    0

Hielo                                                90                                  0.9

Nieve reciente                                 86                                  0.86

Nubes (promedio)                           50                                  0,5

Desiertos terrestres                        21                                  0.21

Suelo sin vegetación                      18                                  0.18

Océanos                                       5 a 10                         0.05 a 0.1

Bosques (promedio)                        8                                  0.08

Ceniza volcánica                             7                                  0.07

Carbón vegetal y hollín                   4                                  0.04

Luna                                                7                                  0.07

Mercurio                                          6                                  0.06

Venus (su atmósfera)                     70                                 0.7

Tierra                                           37 a 39                       0.37 a 0.39

Marte                                               15                               0.15

Júpiter                                              41                              0.41

Saturno                                            42                              0.42

Urano                                               45                              0,45

Neptuno                                           55                              0.55

Encélado (de Saturno)                    99                               0.99  (el mayor registrado)

Fobos y Deimos (de Marte)             6                                0.06

Cometa Halley                                 4                                0.04

Asteroides                                    2 a 40                        0.02 a 0.4

Ejemplos de albedos. Tabla elaborada por Fernando Sa Ramón.

El efecto Yarkovsky

La mayoría de meteoroides, asteroides y cometas son muy oscuros y mates, por lo tanto, tienen un albedo muy bajo. En los de tamaños pequeños, este hecho marca algunos comportamientos interesantes, ya que absorben mucha radiación solar y son afectados por el efecto Yarkovsky.  

Sobre el año 1900, los científicos Poynting y Robertson calcularon que las órbitas de partículas podían ser alteradas por la absorción y la reemisión de radiación solar (calentamiento y enfriamiento), lo cual crea una fuerza tangencial que reduce el momento angular, y, por tanto, altera levemente las órbitas; todo esto haría que dichos objetos fueran cayendo al Sol gradualmente y en espiral, más pronto cuanto más pequeños, excepto para el caso del polvo (del orden de micras) porque, en este caso, el empuje de la radiación solar es mayor y lo aleja de él.

El ingeniero ruso Ivan Yarkovsky estudió el fenómeno ampliándolo a cuerpos mayores y que rotan, como los meteoroides y asteroides, y encontró varios comportamientos posibles:

En un cuerpo que rota a velocidad media en sentido contrario a las agujas del reloj (movimiento prógrado), la cara que gira al lado que ya no le da el Sol va irradiando el calor acumulado cuando se calientan, lo cual genera un empuje muy pequeño, llamado presión de radiación, en la dirección de la órbita y un incremento gradual del semieje mayor de la órbita, es decir, una espiral que lo aleja muy poco a poco del Sol.

En uno que gira en sentido horario (movimiento retrógrado) sucede lo contrario, se genera un pequeño empuje en contra de la trayectoria, un leve frenado, por tanto, una espiral que lo acerca al Sol.

En uno que siempre presenta la misma cara al Sol, el exceso de radiación en una sola cara hará que la presión de radiación actúe en contra del movimiento y fuerce una paulatina espiral hacia el Sol.

Hay que tener muy claro que estas fuerzas son muy pequeñas, casi imperceptibles, pero constantes, por lo que el efecto a largo plazo durante miles y millones de años orbitando alrededor del Sol es bastante grande. También se notan en cuerpos pequeños, del orden de unos centímetros a unos pocos kilómetros (se supone que hasta unos 10 km), pero no en asteroides grandes. Además, lógicamente, el efecto será un poco distinto en función de otros aspectos propios de cada cuerpo: la forma y la rugosidad de la superficie, el albedo, el regolito (polvo superficial, que puede actuar como aislante), si la órbita es normal o muy excéntrica, o de su rotación, es decir, si gira muy rápido o muy despacio, la distribución de la temperatura no será igual de uniforme.

El efecto YORP

El efecto YORP (por las iniciales de Yarkovsky, O’Keefe, Radzievskii y Paddack) es una variación más reciente y compleja del Yarkovsky que estudia los cambios en la rotación de algunos cuerpos debidos a la radiación recibida, pero teniendo en cuenta su forma. En el trascurso de mucho tiempo, la rotación de algunos se frena, pero en otros se acelera hasta el punto de romperlos, lo que explicaría ciertos asteroides dobles o múltiples (algo que podría ser más común que la rotura por colisiones) y los asteroides duales (porque expulsan materiales al vencer la fuerza de rotación a su débil gravedad).

¿Por qué es importante y nos interesa todo esto?

Estos efectos nos abren la posibilidad, como especie tecnológica, de variar las condiciones de albedo y la órbita de algunos asteroides peligrosos para la Tierra para provocar un leve desplazamiento en su trayectoria con suficiente antelación para alejarlos de la Tierra o para acercarlos al Sol, por ejemplo, pintando una de sus caras o calentándolos más con un láser, o ambas cosas a la vez, o acelerar su rotación, o para forzar el desplazamiento de la órbita anclando algún tipo de cohete impulsor que actúe, también muy poco a poco, pero desde mucho antes de que sea un peligro insalvable.

Son soluciones mucho más realistas y mejores que lanzarles misiles nucleares o romperlos. Ya se han observado cambios naturales en las órbitas de algunos asteroides desde que se comenzaron a estudiar hace años. Por ejemplo, el 1999RQ36, de unos 500 metros de diámetro, mostró una desviación de 160 km en doce años de observación. Se trata del asteroide Bennu, recientemente visitado por la sonda OSIRIS-REx de la NASA, en el que se ha podido fotografiar la expulsión y vuelta a la superficie de polvo y piedras. Puede parecer muy poco, pero ese lapso, en la edad del Sistema Solar, es «nada».

Un PHA (asteroide potencialmente peligroso para la Tierra) que se vaya a cruzar con la Tierra dentro de unas decenas o unos cientos de años (que sigue siendo casi nada) puede ser desviado, desde ahora, unos pocos miles de kilómetros, suficientes para que no impacte sobre la Tierra o la Luna. Si hay voluntad de hacerlo, claro.   

En abril de 2013, en el Congreso de Estados Unidos, un político preguntó al astrónomo Michael F. A'Hearn si éramos tecnológicamente capaces de lanzar algo que pueda interceptar un asteroide. Su respuesta fue: «No. Si ya tuviéramos planes de naves espaciales sobre el papel, eso nos llevaría un año, pero una misión típica lleva unos cuatro años desde su aprobación hasta comenzar a lanzar».

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