Por Fernando Sa Ramón
Toneladas de
polvo y rocas caen sobre la Tierra cada día, al igual que sobre otros planetas
y satélites. Una parte muy pequeña lo hace en forma de meteoritos, y la mayor
parte, como polvo y pequeñas partículas de diversa procedencia: es lo que
conocemos como polvo cósmico, restos de la evolución estelar y de las nubes de
polvo y gas de las que se forman, de cometas, de asteroides… es decir, el polvo
de estrellas.
En nuestro
planeta, el polvo minúsculo entra en la atmósfera y cae suavemente, no se
quema, y su estructura y propiedades permanecen inalteradas, lo que aporta mucha
información valiosa para la comunidad científica. En cambio, las partículas mayores, del
orden de más de unos milímetros, y las rocas (o meteoroides) se queman en la atmósfera por sus elevadas velocidades (ablación a
temperaturas muy altas, entre 2000 y 5000 grados), y esto da lugar a meteoros y bólidos que, a su vez, pueden producir meteoritos, en el suelo, cuando son de mayor tamaño.
Sin embargo,
las «cenizas» y los diminutos restos que quedan al volatilizarse van cayendo
lentamente después de ser total o parcialmente fundidos. Y las motas de tamaño
intermedio, del orden de unos cientos de micras (menos de un milímetro),
atraviesan la atmósfera calentándose entre 1000 y 2000 grados, en función de su
tamaño y velocidad. Dependiendo de ese rango de temperaturas, su estructura puede
cambiar, desde quedar intactas hasta formar vidrios (no cristalinos, sino parecidos
a la obsidiana o a las tectitas), pasando por formas de escorias o de agregado
de microcristales.
En
definitiva, invisibles lluvias de polvo estelar y de elementos químicos llegan a todas partes: al mar, a la tierra y a los polos. Sin embargo, en
tierra, el agua de precipitación arrastra materiales diversos y los va acumulando
en determinados lugares, donde podemos recoger más fácilmente esas partículas
cósmicas mediante cribado o con imanes: se trata de los micrometeoritos. Y
cuando decimos micro es porque son
realmente muy pequeños, la mayoría no se ven a simple vista; otros están en el
límite de la visión humana, necesitamos microscopios para verlos o lupas de
bastante aumento: una verdadera pena, porque son muy bonitos, además de
fascinantes y muy interesantes desde el punto de vista científico.
Los
micrometeoritos están por todas partes y en gran número, en el aire que
respiramos y en el polvo que barremos, pero son tan difíciles de detectar como
los microorganismos. Se calcula que, de media, cae un micrometeorito por metro
cuadrado y día (que es mucho por número, pero suman muy poco peso). Y como el
polvo de la Tierra, influyen en la formación de núcleos de condensación de
gotas de agua en nubes y en la lluvia (con la que caen al llover), en la cadena
alimentaria de los mares y en el abonado natural del suelo.
En general
son ovoides y esféricos, técnicamente esférulas
(esferas muy pequeñas o microscópicas, «microbolitas»), algunos con la
superficie estriada, aunque hay formas muy variadas (como gotas, barras,
incluso burbujas huecas) que se deben a la rotación rápida y la desgasificación
por las altas temperaturas mientras están fundidas.
Al igual que con los meteoritos, hay micrometeoritos metálicos, rocosos y metal-rocosos, con la
diferencia de que su aspecto es diferente. Suelen medir entre 50 y 500 micras,
es decir, entre 0,05 y 0,5 mm algunos, incluso menos, como algunas células
grandes, ácaros, motas de polvo, polen o el grosor de un cabello (normalmente,
menos de 100 micras se considera polvo). Otros llegan a medir 2 mm o más,
aunque, técnicamente, éstos ya no se deberían nombrar micro, sino mini.
Los mejores lugares para recogerlos son los canalones de los tejados y sus desagües, terrazas, cunetas de carreteras, cantos de aceras, donde se formen grandes charcos y arrastres temporales de agua… pero es necesario un tedioso y largo trabajo para separarlos de sus acompañantes lógicos, tanto naturales como de origen humano y de las actividades industriales (o sea, del polvo terrestre): polen, líquenes, caparazones de insectos y otras materias orgánicas, microplásticos, tierra, arena y otros cristales naturales, vidrios provenientes de erupciones volcánicas y rayos (voljovitas, fulguritas y tectitas, entre otros), ceniza, hollín, escorias, magnetita terrestre, cemento, restos de obras y de metales (hierro, cobre, estaño), óxido, restos de pinturas, de soldaduras y de fuegos artificiales, esférulas de vidrio de la pintura reflectante de carreteras… (distinguimos la magnetita terrestre porque algunos micrometeoritos contienen magnetita del espacio).
¡Cuántos miles de micrometeoritos
debe haber en la Tierra y que barremos! ¡Cuántos millones acumulados y perdidos
en alcantarillas, acequias y ríos!
También se pueden
encontrar micrometeoritos en zonas con poca influencia humana, donde estarán
menos mezclados aunque más dispersos, en los fondos oceánicos, en los glaciares
y en los polos, y en los desiertos, con dificultad. En la nieve de la
Antártida, lugar escogido por su aislamiento y falta de contaminación humana, un
reciente estudio científico ha recogido y analizado unas 2000 partículas que
medían entre 12 y 700 micras (se calcula que alrededor del 10 % del polvo de la
Antártida proviene del espacio).
Durante
mucho tiempo se pensó que solo se podían encontrar en entornos naturales, y que
eso de «encontrar micrometeoritos en los tejados de las casas» era un mito urbano
o una fantasía de astrónomos aficionados, que allí solo habría cosas de origen
humano e industrial. Afortunadamente, ahora ya se puede constatar que no es así,
y que se depositan partículas cósmicas y antrópicas en todas partes.
Con imanes
potentes (del tipo de neodimio o de un altavoz) se pueden separar, fácilmente
las partículas magnéticas (que son muchas), pero las que no lo son necesitan
práctica para distinguirlas, y después, analizarlas. Aun así, muchas partículas
menores pasarán inadvertidas entre la arenilla, y no todas las que son magnéticas
son micrometeoritos (principalmente, son magnetita, a la que se puede ver
rodeada de micrometeoritos y limaduras ferromagnéticas).
Y, por
supuesto, como sucede con los meteoritos, con los nódulos metálicos
(terrestres) y con las microtectitas (que proceden de antiguos impactos de
asteroides), los micrometeoritos se pueden encontrar en rocas sedimentarias de
la Tierra, porque llevan depositándose desde siempre, aunque son tan esquivos
como los microbios.
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