Por Fernando Sa Ramón (AAHU)
Analicemos al elemento más preciado que tenemos, el que sustenta la vida en nuestro planeta. ¿De dónde viene? Teorías sobre su origen, de cuánto realmente disponemos y por qué debemos cuidarlo.
No se sabe con total seguridad, pero parece que el agua de la Tierra proviene de choques sobre ésta de asteroides o cometas que la contenían, hace miles de millones de años. Otras teorías sostienen que fue aflorando porque ya estaba al principio de su formación.
Es muy probable que la realidad sea una combinación de ambos escenarios. Sea como fuese, y teniendo en cuenta que una parte considerable de agua se encuentra en la composición misma de las rocas de la corteza terrestre, el asunto de mayor importancia es que hay muy poca (en correspondencia con el planeta, ya que se hace necesaria una visión planetaria) a pesar de que, al mirar a los océanos y relacionar con nuestro tamaño, tengamos la engañosa impresión de lo contrario; más aún si sabemos que el 97 % de ella es salada.
En esta representación podemos hacernos una idea de lo que ocupa el agua de la Tierra: si se pudiera poner toda junta sería una esfera de unos 1365 km de diámetro, comparada con la atmósfera (la esfera de arriba) un poco más grande.
El mayor problema, seguramente, es que solo el 3 % es dulce, lo que abarca toda el agua dulce, incluida la de los polos. O sea, el 2,85 % está congelada en los polos y el 0,15 % restante es la de ríos, lagos, nieves, glaciares de montaña, campos de hielo patagónicos, nubes y aguas subterráneas; y casi la mitad se concentra en la cuenca del Amazonas. En la imagen anterior, serían unos minúsculos puntitos azules.
Eso supone que, de 1332 millones de kilómetros cúbicos de agua terráquea, 1292 millones de km3 son de agua salada, y sólo podemos disponer libremente (de momento, al menos) de unos 2 millones para nosotros y casi todos los demás seres vivos, mientras en los polos se concentran 38 millones.
De esa pequeña parte de agua dulce, en el polo sur se almacena cerca del 90 %, y en el norte el 5 %. Esto se debe a que el norte no tiene suelo donde se asiente el hielo, excepto Groenlandia y unas pocas tierras más; por ende, la mayor parte se descongela en el verano.
Por el contrario, en el continente antártico el grosor medio de hielo de la Antártida es de unos 1700 m, ¡con un máximo de 4300 m! Este ejerce un peso tan enorme sobre el suelo del continente que lo sujeta, lo hunde cientos de metros bajo el nivel del mar, hasta 2600 m en su máximo (el polo sur geográfico se encuentra a 2830 m de altitud).
Uno de los más graves problemas de la actualidad es la posibilidad de que todo ese hielo se derrita debido al efecto invernadero. Esto ya ha pasado otras veces, hace millones de años, en otras épocas geológicas, pero el gran inconveniente de que suceda hoy día es que, tarde unos años o unos siglos, el agua del mar aumentaría unos 70 a 80 metros, y la mayoría de la población humana vive en zonas costeras que desaparecerían.
¿Y el 5 % de agua dulce restante?
Casi toda esa agua disponible se encuentra en los lagos grandes de la Tierra (no contamos el mar Caspio ni lo que queda del mar de Aral, pues son salados). En el lago Baikal, Rusia, está un quinto del agua dulce; ocupa un rift (una enorme grieta geológica) de 635 km y alcanza una profundidad máxima de 1700 m, el más profundo del mundo, aunque debe haber varios cientos de metros más de sedimentos.
Los lagos Malawi (Tanzania-Mozambique-Malaui) y Tanganica (Burundi-Tanzania-Zambia-Zaire) son también muy profundos y ocupan parte del mayor rift de la Tierra, en África. Junto a ellos, el lago Victoria es mucho más grande, pero poco profundo (80 m). Los grandes lagos de Estados Unidos y Canadá son también más grandes, pero de profundidad intermedia (de 18 a 560 m) y, en conjunto, contienen otro quinto del agua dulce. El Titicaca, situado en los Andes sudamericanos, es el lago navegable situado a mayor altitud del mundo (3800 m).
En cuanto a los ríos, se destaca el Amazonas y su cuenca fluvial: ésta es mayor que la suma de las dos que le siguen (7,05 millones de km2), frente a la del Zaire, con 3,7 millones de km2 en África, y la del Mississippi, con 3,2 millones de km2, en Estados Unidos.
El río Amazonas es más caudaloso que la suma de los 7 siguientes en caudal: el Nilo, Mississippi, Mekong, Yangtsé, Paraná, y sustenta más de 6000 especies de peces. Cuando está en el máximo de la época de lluvias, transporta ¡el 75 % del agua fluvial del planeta en ese momento! Al desembocar, se introduce 200 km en el océano Atlántico; cuando lleva poca agua, es el océano el que se adentra unos 300 km en el río.
Está claro que, en un futuro no muy lejano, tendremos que desalar parte del agua oceánica para sobrevivir; sólo cabe esperar que se haga bien y estudiando las posibles consecuencias.
Por otra parte, es muy destacable que en otros cuerpos del sistema solar haya más agua que en la Tierra, no sólo en proporción a su tamaño, sino también en cantidad total. Tal es el caso de Europa y Ganímedes, satélites de Júpiter, y, posiblemente, en Titán, satélite de Saturno. También hay, en menor cantidad, en Venus, Marte y Plutón, en las atmósferas de los planetas gaseosos, en Encélado y Dione (de Saturno), Tritón (de Neptuno), en el planeta enano Ceres (del cinturón de asteroides), y posiblemente en Calisto (de Júpiter). Y, por supuesto, en cometas y en algunos asteroides. Sin embargo, esas aguas permanecen en forma de vapor o de hielo súper duro a muy bajas temperaturas, quizá, con alguna cantidad líquida bajo los hielos o mezclada con hidrocarburos.
Se supone que la presencia de agua tan lejos del Sol se debe, por un lado, a que una parte ya se había formado antes del sistema solar, y por otra, a que las fuertes radiaciones del principio de la formación del Sol empujaban los elementos más volátiles más allá de la Tierra y Marte; por tanto, es una vital casualidad que en nuestro planeta pueda haber agua en sus tres estados (sólido, líquido y gaseoso) y en la zona de habitabilidad del sistema solar, provenga de donde provenga.
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