Una aproximación a los campos magnéticos planetarios y estelares

Por Fernando Sa Ramón

Los campos magnéticos son campos de fuerza que resultan del movimiento de cargas eléctricas, y son los que definen sus características y condiciones para la vida. Aquí te contamos algunos datos interesantes sobre los campos magnéticos de los planetas de nuestro sistema solar.

Aurora polar en Saturno captada por el telescopio espacial Hubble @NASA

Los planetas del Sistema Solar producen sus propios campos magnéticos, algunos son muy débiles y otros muy grandes.

El de Mercurio es unas 150 veces más débil que el de la Tierra; aquel se conocía desde los años setenta gracias a la sonda Mariner 10, pero, hace muy poco, la Messenger ha desvelado, entre la enorme cantidad de datos nuevos, que no está centrado en el planeta, sino desplazado hacia el norte, aún no se sabe por qué. 

En Venus parece que no hay campo magnético, o es muy débil, y tampoco se conoce la razón con seguridad, a pesar de ser muy similar en tamaño y composición a la Tierra. Podría deberse a que Venus rota muy despacio: una vuelta, o sea, un día, le cuesta 243 días terrestres, y, además, dura un poco más que su año, de 224 días.

El campo magnético de la Tierra está generado por la diferencia de velocidades de movimiento del núcleo interno de hierro sólido y el núcleo externo líquido altamente conductor, que hace el efecto de una dinamo gigante. La principal importancia de este campo es que nos protege de gran parte de la radiación solar y cósmica: sin él, la vida sería casi inviable o muy distinta a la que conocemos.

Hemisferio sur de Mercurio. Foto de JPL, ©ESA.

No estaba clara la existencia de un campo magnético en Marte. Algunos estudios le otorgaban un valor de unas dos milésimas del terrestre y con polaridad invertida; otros indican que lo tuvo y lo perdió en el pasado. En todo caso, es uno de los mayores impedimentos para visitar Marte, ya que no hay protección contra las peligrosas radiaciones del Sol. Según los datos recientes de la sonda MAVEN (Mars Atmosphere and Volatile Evolution) de la NASA, en Marte quedan unos pequeños campos magnéticos «fósiles» remanentes en algunas regiones de la superficie que interactúan débilmente con el viento solar cargado y forman una especie de cola magnética arremolinada por un proceso de reconexión, pero la pérdida de ese campo protector antiguo influyó en la pérdida de la mayor parte de su atmósfera.

El campo magnético de Júpiter es, con bastante diferencia, el mayor de entre todos los planetas, con una intensidad peligrosa para las naves que lo estudian: diez veces el terrestre, que implica una energía asociada 18 000 veces superior a la de la Tierra. Si pudiera verse desde aquí, ocuparía casi el mismo tamaño que vemos ocupar a la Luna llena, pese a estar casi 2000 veces más lejos. Esa enorme magnetosfera de Júpiter se extiende unos 26 millones de km, pero la «cola magnética», alargada por el efecto del viento de partículas solares, se extiende más allá de la órbita de Saturno. Se supone que se produce por la rotación de un núcleo de hidrógeno metálico, creado por la monstruosa presión y la gravedad del planeta. Su satélite Ganímedes tiene una leve atmósfera y un pequeño campo magnético; la compleja y muy activa magnetosfera de Júpiter interactúa con los tenues anillos que posee y con sus cuatro satélites mayores, sobre todo con Ío, con el que crea un aro o toroide de plasma, aparte del efecto de marea que deforma al propio Ío.

Vientos alrededor de la gran macha roja, JunoCam, misión Juno @NASA

Saturno también posee un gran campo magnético, pero su tamaño es, aproximadamente, un tercio del campo de Júpiter; también influye sobre sus anillos y sobre algunos de sus satélites, hecho que se sigue estudiando en los datos que la sonda Cassini estuvo enviando durante años.

Urano tiene el eje de rotación inclinado casi 98 grados, o sea, gira tumbado. Hace años, se pensaba que su campo magnético también lo estaría, pero cuando lo estudió la Voyager 2 se observó que no era así. El campo magnético de Urano es extraño en su posición y características: su eje está inclinado 59º respecto al eje de rotación, y no se encuentra en el centro geométrico del planeta, sino desplazado casi un tercio hacia el polo sur. Esta magnetosfera es muy asimétrica y, en el hemisferio norte, la fuerza del campo puede llegar a ser diez veces mayor que en el sur. Debido a la rotación tumbada del planeta, la cola de su magnetosfera se enrosca como un tirabuzón por el espacio en su viaje orbital.

El campo magnético de Neptuno, al igual que sucede con el de Urano, está inclinado unos 50o respecto del eje de rotación y desplazado lejos del centro planetario. Otra curiosidad sobre Neptuno: el 12 de julio de 2011, al cabo de 165 años terrestres, finalizó su primera órbita completa alrededor del Sol desde su descubrimiento en 1846, es decir, un «año» neptuniano.

Imagen de Neptuno producida a partir de las últimas imágenes desde la Voyager 2.
Crédito: NASA/JPL 

Las auroras polares se producen cuando el viento solar de partículas cargadas interactúa con el campo magnético de planetas y lunas, que choca con los átomos y moléculas de la alta atmósfera, y produce energía en forma de tenue luz de colores (explicado de forma muy resumida).

Se pueden observar auroras polares producidas por estos campos magnéticos en la Tierra, Urano, Neptuno, Ío, Ganímedes, otras mucho mayores en Júpiter y Saturno, y muy débiles en Marte. No obstante, tienen algunas diferencias entre ellas: en la Tierra y en Júpiter muestran varios anillos aurorales entrelazados, pero en el polo norte de Saturno aparece una aurora de un único y gran anillo. Además, las auroras de Júpiter son permanentes, aunque con variaciones diarias de intensidad, y las de la Tierra son temporales, dependiendo de la actividad solar.

Recientes observaciones han descubierto que también las «enanas marrones» producen auroras, y más potentes que las de Júpiter. Se trata de cuerpos mucho más masivos que Júpiter, pero no lo suficiente como para «encender» las reacciones termonucleares que los convertirían en estrellas.

Todos estos campos magnéticos, sin embargo, no son gran cosa si los comparamos con los que producen las estrellas, que son mucho mayores y energéticos que el de Júpiter, lógicamente, pero se originan de manera diferente: por la convección del plasma, es decir, por movimientos ascendentes y descendentes de materia, que se encuentra en estado de plasma muy caliente, y que generan magnetismo. Nuestro Sol, como muchas estrellas, tiene una rotación diferencial, o sea, rota a distintas velocidades en varias latitudes, y eso hace que el magnetismo se enrolle y retuerza, lo cual influye en los bucles, eyecciones y manchas solares.

Para medir el campo magnético de una estrella se usa un espectropolarímetro (un espectrómetro combinado con un polarímetro), normalmente analizando las líneas del efecto Zeeman, que delatan la acción del magnetismo sobre los átomos (porque las líneas de absorción normales de los átomos que aparecen en el espectro electromagnético se dividen en múltiples líneas separadas). El primer instrumento dedicado al estudio de campos magnéticos en estrellas fue el N.A.R.V.A.L., montado en el telescopio Bernard Lyot del observatorio del Pic du Midi de Bigorre, en el Pirineo francés (cerca de la frontera, al otro lado del Valle de Ordesa).

Cuando muchas estrellas masivas acaban sus vidas, sus campos magnéticos se refuerzan por conservación del momento angular: al reducirse enormemente el volumen por falta de fusión nuclear, la velocidad de giro aumenta, y el campo magnético también, lo cual altera su entorno. Algunas acaban como estrellas de neutrones, otras como púlsares (ambas pueden girar hasta miles de veces por segundo) o, las más extremas, como magnetares. 

Interpretación artística de un magnetar. Crédito: Kavli IPMU. Astronomy Now.

Un magnetar es una estrella de neutrones que gira un poco más despacio pero con un campo magnético mucho mayor, que hace que emita inmensas cantidades de radiación en forma de rayos Gamma, rayos X y ultravioletas. Esta gran pérdida de energía también hace que ese campo decaiga rápido (en tiempo astronómico), y provoca intermitencias de emisiones. En diciembre de 2004, se registró un estallido de rayos Gamma en el magnetar SGR 1806-20, a unos 50 000 años luz de nosotros (afortunadamente): la energía liberada en dos centésimas de segundo fue superior a la producida por el Sol en 250 000 años.

Para hacernos una idea comparativa, el campo magnético de la Tierra mueve una brújula con unos 0,6 gauss (gauss o G, unidad de medida de densidad de flujo magnético por un área, 10-8 volt. x seg./cm2); 4,3 G en Júpiter; un pequeño imán tiene unos 100 G; un potente imán de laboratorio, 450 000 G (4,5 x 105); una estrella enana blanca, 100 millones G (108); un magnetar, entre 100 y 1000 billones G (1014 a 1015)*.


(*) La plataforma no nos permite usar el formato de superíndice.

El agua de la Tierra

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Analicemos al elemento más preciado que tenemos, el que sustenta la vida en nuestro planeta. ¿De dónde viene? Teorías sobre su origen, de cuánto realmente disponemos y por qué debemos cuidarlo.

Ilustración de Félix Pharand-Deschênes, de la ONG Globaïa. Concepto: Adam Nieman.

No se sabe con total seguridad, pero parece que el agua de la Tierra proviene de choques sobre ésta de asteroides o cometas que la contenían, hace miles de millones de años. Otras teorías sostienen que fue aflorando porque ya estaba al principio de su formación.

Es muy probable que la realidad sea una combinación de ambos escenarios. Sea como fuese, y teniendo en cuenta que una parte considerable de agua se encuentra en la composición misma de las rocas de la corteza terrestre, el asunto de mayor importancia es que hay muy poca (en correspondencia con el planeta, ya que se hace necesaria una visión planetaria) a pesar de que, al mirar a los océanos y relacionar con nuestro tamaño, tengamos la engañosa impresión de lo contrario; más aún si sabemos que el 97 % de ella es salada.

En esta representación podemos hacernos una idea de lo que ocupa el agua de la Tierra: si se pudiera poner toda junta sería una esfera de unos 1365 km de diámetro, comparada con la atmósfera (la esfera de arriba) un poco más grande.

El mayor problema, seguramente, es que solo el 3 % es dulce, lo que abarca toda el agua dulce, incluida la de los polos. O sea, el 2,85 % está congelada en los polos y el 0,15 % restante es la de ríos, lagos, nieves, glaciares de montaña, campos de hielo patagónicos, nubes y aguas subterráneas; y casi la mitad se concentra en la cuenca del Amazonas. En la imagen anterior, serían unos minúsculos puntitos azules.

Eso supone que, de 1332 millones de kilómetros cúbicos de agua terráquea, 1292 millones de km3 son de agua salada, y sólo podemos disponer libremente (de momento, al menos) de unos 2 millones para nosotros y casi todos los demás seres vivos, mientras en los polos se concentran 38 millones.

De esa pequeña parte de agua dulce, en el polo sur se almacena cerca del 90 %, y en el norte el 5 %. Esto se debe a que el norte no tiene suelo donde se asiente el hielo, excepto Groenlandia y unas pocas tierras más; por ende, la mayor parte se descongela en el verano.

Por el contrario, en el continente antártico el grosor medio de hielo de la Antártida es de unos 1700 m, ¡con un máximo de 4300 m! Este ejerce un peso tan enorme sobre el suelo del continente que lo sujeta, lo hunde cientos de metros bajo el nivel del mar, hasta 2600 m en su máximo (el polo sur geográfico se encuentra a 2830 m de altitud). 

Uno de los más graves problemas de la actualidad es la posibilidad de que todo ese hielo se derrita debido al efecto invernadero. Esto ya ha pasado otras veces, hace millones de años, en otras épocas geológicas, pero el gran inconveniente de que suceda hoy día es que, tarde unos años o unos siglos, el agua del mar aumentaría unos 70 a 80 metros, y la mayoría de la población humana vive en zonas costeras que desaparecerían.

Deshielo del glaciar Perito Moreno. Patagonia argentina. Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0)

¿Y el 5 % de agua dulce restante?

Casi toda esa agua disponible se encuentra en los lagos grandes de la Tierra (no contamos el mar Caspio ni lo que queda del mar de Aral, pues son salados). En el lago Baikal, Rusia, está un quinto del agua dulce; ocupa un rift (una enorme grieta geológica) de 635 km y alcanza una profundidad máxima de 1700 m, el más profundo del mundo, aunque debe haber varios cientos de metros más de sedimentos.

Los lagos Malawi (Tanzania-Mozambique-Malaui) y Tanganica (Burundi-Tanzania-Zambia-Zaire) son también muy profundos y ocupan parte del mayor rift de la Tierra, en África. Junto a ellos, el lago Victoria es mucho más grande, pero poco profundo (80 m). Los grandes lagos de Estados Unidos y Canadá son también más grandes, pero de profundidad intermedia (de 18 a 560 m) y, en conjunto, contienen otro quinto del agua dulce. El Titicaca, situado en los Andes sudamericanos, es el lago navegable situado a mayor altitud del mundo (3800 m).

En cuanto a los ríos, se destaca el Amazonas y su cuenca fluvial: ésta es mayor que la suma de las dos que le siguen (7,05 millones de km2), frente a la del Zaire, con 3,7 millones de km2 en África, y la del Mississippi, con 3,2 millones de km2, en Estados Unidos.

El río Amazonas es más caudaloso que la suma de los 7 siguientes en caudal: el Nilo, Mississippi, Mekong, Yangtsé, Paraná, y sustenta más de 6000 especies de peces. Cuando está en el máximo de la época de lluvias, transporta ¡el 75 % del agua fluvial del planeta en ese momento! Al desembocar, se introduce 200 km en el océano Atlántico; cuando lleva poca agua, es el océano el que se adentra unos 300 km en el río.

Está claro que, en un futuro no muy lejano, tendremos que desalar parte del agua oceánica para sobrevivir; sólo cabe esperar que se haga bien y estudiando las posibles consecuencias.

Por otra parte, es muy destacable que en otros cuerpos del sistema solar haya más agua que en la Tierra, no sólo en proporción a su tamaño, sino también en cantidad total. Tal es el caso de Europa y Ganímedes, satélites de Júpiter, y, posiblemente, en Titán, satélite de Saturno. También hay, en menor cantidad, en Venus, Marte y Plutón, en las atmósferas de los planetas gaseosos, en Encélado y Dione (de Saturno), Tritón (de Neptuno), en el planeta enano Ceres (del cinturón de asteroides), y posiblemente en Calisto (de Júpiter). Y, por supuesto, en cometas y en algunos asteroides. Sin embargo, esas aguas permanecen en forma de vapor o de hielo súper duro a muy bajas temperaturas, quizá, con alguna cantidad líquida bajo los hielos o mezclada con hidrocarburos.

Se supone que la presencia de agua tan lejos del Sol se debe, por un lado, a que una parte ya se había formado antes del sistema solar, y por otra, a que las fuertes radiaciones del principio de la formación del Sol empujaban los elementos más volátiles más allá de la Tierra y Marte; por tanto, es una vital casualidad que en nuestro planeta pueda haber agua en sus tres estados (sólido, líquido y gaseoso) y en la zona de habitabilidad del sistema solar, provenga de donde provenga.

«Qué inapropiado es llamar Tierra a este planeta, cuando es evidente que debería llamarse Océano».    

Arthur C. Clarke


Neptuno: el gigante azul que habita en los confines del sistema solar

 Por Luis Escaned (AAHU)

En la vastedad del espacio, Neptuno sigue siendo una frontera distante, pero la promesa de descubrir lo desconocido nos llama con fuerza desde el azul profundo de su atmósfera.

Imagen de Neptuno producida a partir de las últimas imágenes de todo el planeta tomadas a través de los filtros verde y naranja de la cámara de ángulo estrecho de la Voyager 2. Crédito: NASA/JPL

En las frías y lejanas profundidades del sistema solar, este gigante gaseoso azul resplandece como una joya escondida, accesible solo a los ojos más atentos y curiosos. Su tamaño descomunal y su composición, mayoritariamente de hidrógeno, helio y metano, lo colocan en la categoría de gigantes helados, un título compartido únicamente con Urano.

El origen de su nombre

El planeta debe su nombre a Neptuno, el dios romano de los mares, un ser imponente que personificaba la vastedad y el misterio del océano. No es difícil ver por qué los astrónomos eligieron esta deidad para dar nombre a un mundo tan distante, donde la luz del Sol apenas llega. La atmósfera del planeta, teñida de un azul profundo gracias a la absorción de luz roja por el metano, evoca la imagen de un océano celestial que se extiende infinitamente en el cosmos.

El descubrimiento de Neptuno: una hazaña científica

Neptuno fue el primer planeta que no se descubrió a través de observaciones directas, sino gracias a las matemáticas. A principios del siglo XIX, los astrónomos notaron que Urano no seguía la órbita esperada, algo estaba perturbando su camino. Fue el matemático francés Urbain Le Verrier quien, en 1846, calculó la posición de este planeta desconocido que estaba influyendo a Urano. Esa misma noche, el astrónomo alemán Johann Galle, utilizando las indicaciones de Le Verrier, dirigió su telescopio hacia el lugar indicado y descubrió a Neptuno. La emoción de aquel momento, la confirmación de que la mente humana podía prever un mundo tan distante sin haberlo visto nunca, marcó un hito en la historia de la ciencia.

Neptuno en los telescopios: una ventana entre octubre y diciembre de 2024

Observar Neptuno no es fácil, incluso con telescopios de aficionados. Por estar tan lejos de la Tierra, a más de 4300 millones de kilómetros, el planeta se percibe como un pequeño disco azul en el cielo nocturno. Sin embargo, durante los meses de octubre y diciembre de 2024, Neptuno alcanzará su oposición, un momento en el que estará en su punto más cercano a la Tierra y se alineará directamente con el Sol desde nuestra perspectiva. Esto proporciona una excelente oportunidad a los entusiastas de la Astronomía para observar al gigante helado.

Captura de Stellarium con la posición de Neptuno. Foto de Luis Escaned.

Con un telescopio de aficionado de tamaño moderado (alrededor de 8 pulgadas de diámetro), es posible distinguir a Neptuno como un punto azul pálido. Aunque no verás detalles de su superficie, el solo hecho de saber que estás mirando un planeta tan lejano es impresionante por sí mismo. Y si tienes suerte, podrías incluso captar una de sus lunas más grandes, Tritón, acompañando a su majestuoso guardián. Lo podemos encontrar a 4,5 grados de la λ de piscis.

Las misiones a Neptuno: los ojos humanos en el gigante lejano

Hasta ahora, solo una sonda ha visitado Neptuno: la Voyager 2, que pasó por el planeta en agosto de 1989 durante su épico viaje por los confines del sistema solar. Fue un encuentro breve pero invaluable. La Voyager 2 nos envió imágenes sorprendentes de las nubes de Neptuno, sus tormentas gigantescas, como la Gran Mancha Oscura (una tormenta similar a la Gran Mancha Roja de Júpiter), y su sistema de anillos delgados pero intrigantes. También descubrió varios nuevos satélites y nos dio un primer vistazo de cerca a Tritón, donde encontró indicios de un posible océano subterráneo, la luna más grande del planeta, que resulta ser uno de los cuerpos más fríos del sistema solar.

Desde la visita de Voyager 2, no hemos enviado más misiones a Neptuno, y el planeta permanece relativamente inexplorado. Sin embargo, eso podría cambiar en las próximas décadas. Varias agencias espaciales, como la NASA y la ESA, han contemplado planes para enviar nuevas sondas a Neptuno y a su vecino Urano con la esperanza de desentrañar más secretos sobre estos mundos gélidos.

Neptune Odyssey, un odiseo automático del siglo XXI (Johns Hopkins APL)

Una de las propuestas más emocionantes es la misión Neptune Odyssey, que podría lanzarse en la década de 2030. Esta misión no solo orbitaría Neptuno, sino que también enviaría una sonda a través de su atmósfera que nos permitiría explorar de cerca su composición y dinámica.

El futuro de la exploración de Neptuno está lleno de potencial. A medida que avanzamos en tecnología y capacidad científica, la humanidad se acerca cada vez más a desvelar los misterios de este mundo lejano y abrir nuevos capítulos en nuestra historia con el cosmos.


NASA: Neptune Odyssey: A Flagship Concept for the Exploration of the Neptune–Triton System
Universidad de Navarra: Urbain Le Verrier.

La historia petrificada

Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

En esta entrega, repasamos algunos minerales que nos cuentan, por medio de la Geología y con su forma de escritura particular, la historia del Universo y de nuestro planeta, que data de millones de años.


Circón. Imagen de Robert M. Lavinsky. Wikimedia commons (CC BY-SA 3.0)

Muchas personas y muchas instituciones coleccionan cosas variadas, sobre todo objetos históricos y artísticos. Es indudable que la mayoría de estas colecciones tienen gran valor no sólo económico, sino también histórico: cuentan una parte de la vida y los logros humanos.

Esto es muy importante, pero no debemos olvidar que las colecciones naturales también transmiten una valiosa información y unas grandes historias, aunque acerca de un trascurso de tiempo muchísimo mayor. Hay seres vivos que viven varios miles de años; aquí nos vamos a referir a algo muy anterior, hay que saber ver, escuchar y comprender.

La Geología, o cómo se lee historia en las rocas

La Geología nos permite realizar un asombroso e instructivo viaje hacia atrás en el tiempo: los fósiles nos hablan de una historia de la vida, no sólo la humana, sino la de seres de hace millones de años; los minerales y las rocas hablan de la historia de nuestro planeta, nuestro hogar, casi desde que se formó; y los meteoritos hablan de la historia de nuestro sistema planetario, algunos, incluso, de la de antes de su formación, ya que contienen granos de materiales y asociaciones químicas pre-solares, de hace miles de millones de años.

Al igual que sucede con las pinturas famosas, las joyas o los vehículos de colección, hoy en día se pagan auténticas fortunas por algunos meteoritos o fragmentos de ellos, en muchos casos a un precio superior al del oro, pero muy por debajo del precio de algunas piedras preciosas.

En Estados Unidos, principalmente (¿cómo no?), y también en el resto del mundo, hay gente fanática exagerada y caza-meteoritos que recorren el planeta y las casas de subastas en busca de tan preciados tesoros procedentes de asteroides, de la Luna, de Marte y de escombros de la formación del Sol y los planetas. Pero también se pueden conseguir otros a precios muy razonables (con cuidado de dónde se buscan, porque hay demasiados fraudes).

A muchos nos produce una sensación muy especial tener en nuestras manos un trozo de la formación del sistema solar que ha vagado por el espacio miles de millones de años y ahora está aquí; no sólo es cuestión de romanticismo y curiosidad, sino, además, de una enorme importancia desde el punto de vista científico, ya que, mediante su estudio, nos acercamos más al entendimiento del Universo y de nosotros mismos. Algunos contienen aminoácidos y compuestos orgánicos variados; y otros albergan polvo y granos de minerales pre-solares, es decir, creados en alguna estrella anterior a la formación del Sol, que fueron esparcidos por el espacio al acabar su vida y explotar, y que, después, pasaron a formar parte de nuestro sistema solar.

En cuanto a los materiales muy antiguos formados en la Tierra, habría que destacar el caso de los zircones: el zircón (o circón) es un bonito mineral, silicato de zirconio (ZrSiO4, asociado con compuestos de hafnio), en ocasiones utilizado como piedra semipreciosa, que se forma en rocas magmáticas, como granitos, pegmatitas, sienitas y otras. No se debe confundir con “circonita”, que es un óxido de circonio artificial estabilizado con ytrio, creado para bisutería y joyería, con una dispersión de la luz algo mayor que la del diamante.


Fósiles y réplicas de fósiles expuestos en Dinopolis (Teruel).
Foto de MiguelAlanCS. Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0)

El interés científico de los circones estriba en que estos cristales se crearon muy pronto, al principio del enfriamiento del exterior de la Tierra, y en que suelen contener compuestos radiactivos de torio y uranio, que sirven a los investigadores para hacer importantes dataciones geológicas estudiando el tiempo que llevan desintegrándose estos inestables elementos radiactivos, cuyas tasas de desintegración se conocen bien. Así, usando técnicas clásicas y las más modernas de tomografía atómica, los geólogos han podido afinar datos anteriores y calcular la edad de algunos zircones de rocas muy antiguas en 4374 millones de años, lo que significa, además, que la corteza terrestre comenzó a solidificarse muy poco después de la formación de la Tierra (en tiempo geológico).

Fósiles: las huellas del pasado

Los fósiles son unos curiosos regalos de la naturaleza con los que poder estudiar y recomponer algunas formas de vida del pasado muy lejano. Si han llegado hasta nosotros es porque se encuentran petrificados y han aguantado el paso de miles de milenios. La fosilización fue un proceso muy largo y complejo, y se produjo cuando, después de morir plantas, animales, hongos o bacterias, fueron precipitando determinados compuestos químicos sobre ellos (los sólidos se van separando de su disolución) y, con el paso del tiempo, se cristalizaron y convirtieron en minerales o rocas que adoptaron las formas de los seres vivos, o, en el caso del petróleo, el carbón, el ámbar y otros similares, al alterarse unas sustancias químicas en otras habitualmente más sólidas, que, incluso, preservan en su interior restos vegetales y animales.

Un hecho muy interesante es que la fosilización se puede producir en varios tipos de minerales, que son los que pueden precipitar químicamente en los poros y oquedades de huesos, conchas y tejidos de seres vivos: carbonatos (calcita), sulfatos y sulfuros (pirita), óxidos (limonita y hematites), fosfatos (apatito), sílice (sílex y ópalo, más habituales en vegetales que en animales).

Algunos de estos materiales siguen siendo sintetizados por los seres vivos para formar estructuras, como esqueletos, exoesqueletos, conchas o espinas (carbonatos y sílice), dientes y colmillos (apatito y fluorapatito, que es más duro). La Evolución trabaja con lo que tiene a mano.

Cuando se habla de «fósil viviente» (una terminología informal y poco afortunada), se hace referencia a algunos seres vivos que han cambiado o evolucionado poco o nada desde hace millones de años, por lo cual la morfología de los ejemplares actuales es casi idéntica a la de los fósiles. Es el caso de algunos insectos, reptiles, peces y anfibios, el conocido «cangrejo de herradura», helechos y árboles, como el ginkgo y la araucaria.

En futuras reseñas hablaremos, por supuesto, de la importancia de muchos otros materiales: el hierro, como ya se vio, el diamante, el trilobites, la palasita, el coltán, el oro, las rocas lunares, el titanio, la kamacita, el agua, los lantánidos, el grafeno, la condrita, los imanes, las impactitas, el poliéster, el acero…

Aquí hemos sintetizado unos arquetipos de rocas que tienen más importancia de la que parece porque cuentan, aunque mudas y solidificadas, una parte de nuestra historia evolutiva.

Nuestro paso por la superficie de la Tierra representa un pequeño instante en su historia planetaria. Dentro de algunos millones de años, otras formas de vida continuarán su desarrollo, y lo que quede de nuestra civilización será, seguramente, un estrato geológico de unos pocos centímetros alrededor del cambiado planeta, unos cuantos fósiles nuestros y de nuestros objetos, una huella radiactiva global y algo de chatarra espacial diseminada por el Sistema Solar y sus alrededores… o tal vez no. Esto también es Evolución.

«El hierro de un meteorito y el hierro de la sangre tienen un origen común en el núcleo de una estrella». 

Neil deGrasse Tyson, astrofísico y divulgador

Urano: el gigante hielo azul del sistema solar

 Por Luis Escaned (AAHU)

Urano, séptimo planeta desde el Sol, es un gigante gaseoso enigmático que ha capturado la imaginación de astrónomos y soñadores desde su descubrimiento en 1781. A diferencia de sus hermanos mayores, Júpiter y Saturno, que tienen atmósferas dominadas por hidrógeno y helio, Urano es un gigante helado. Su atmósfera se compone de agua, amoníaco y metano, lo que le da su característico color azul verdoso, debido a la absorción de la luz roja por el metano.

Urano, el gigante helado. Foto de @NASA

Con un diámetro de unos 51.000 kilómetros, Urano es cuatro veces más ancho que la Tierra, pero sigue siendo más pequeño que Júpiter y Saturno. Se encuentra a una distancia promedio de unos 2900 millones de kilómetros del Sol, tan lejos que la luz solar tarda alrededor de 2 horas y 40 minutos en llegar a él. Además de su peculiar atmósfera, Urano es conocido por su eje de rotación inclinado de manera extrema, casi perpendicular a su órbita. Esto significa que, a diferencia de otros planetas que rotan como peonzas en posición vertical, Urano parece rodar de lado, lo que genera estaciones inusualmente largas, de hasta 42 años cada una.

Descubrimiento y origen de su nombre

El nombre de Urano tiene raíces mitológicas. Fue bautizado en honor a la deidad griega del cielo, Urano (Ouranos), que fue el abuelo de Zeus (Júpiter) y el padre de Cronos (Saturno). Este nombramiento creó una interesante continuidad en la tradición de los nombres planetarios del sistema solar, donde los planetas exteriores llevan nombres de figuras mitológicas romanas relacionadas.

El descubrimiento de Urano fue casi accidental. El astrónomo alemán-británico Sir William Herschel, un músico aficionado devenido en científico, estaba observando el cielo la noche del 13 de marzo de 1781 cuando se encontró con un objeto celeste que no coincidía con ninguna estrella en sus mapas.

Inicialmente, Herschel pensó que se trataba de un cometa, pero después de varias observaciones, se concluyó que lo que había encontrado era, de hecho, un nuevo planeta. Este fue el primer planeta descubierto con un telescopio, lo que expandió el entendimiento de la humanidad sobre el sistema solar más allá de los límites conocidos.

Herschel sugirió en un principio llamar al planeta «Georgium Sidus» (‘Estrella de Jorge’), en honor al rey Jorge III de Inglaterra. Sin embargo, esta propuesta no fue bien recibida en otros países. Finalmente, el planeta fue nombrado Urano, siguiendo la tradición mitológica clásica.

Urano en el cielo de 2024: una ventana única

Entre octubre y diciembre de 2024, tendremos una oportunidad perfecta para ver Urano con telescopios de aficionados. El planeta alcanzará su oposición el 13 de noviembre, un momento en el que estará directamente opuesto al Sol desde nuestra perspectiva en la Tierra. Durante este período, Urano será visible toda la noche y alcanzará su brillo máximo, lo que permitirá que incluso pequeños telescopios lo capturen como un pequeño disco azul pálido en el cielo. Será fácil de localizar, ya que estará a unos 5,5º a la derecha de las pléyades.

Captura de Stellarium. foto de Luis Escaned.

Hay un truco muy eficaz para aproximarse a los 5º usando la mano: si extiendes el brazo y la mano y levantas los dedos índice, medio y anular tendrás aproximadamente esos 5º.

Aunque no es visible a simple vista sin cielos extremadamente oscuros, quienes dispongan de telescopios modestos podrán admirar su misterioso tono azul-verde, una visión que siempre evoca la vastedad y el frío del espacio profundo. Si bien no es tan espectacular como Saturno con sus anillos, o Júpiter con sus lunas, hay una emoción particular al observar a Urano, dado que su descubrimiento fue un punto de inflexión en la Astronomía.

 


Medición aproximada de distancias angulares.
Fuente: Astroilusión

Exploración de Urano: pasado, presente y futuro

Hasta la fecha, solo una nave ha visitado Urano: la sonda Voyager 2 de la NASA, que pasó por el planeta el 24 de enero de 1986. En su vuelo rápido, la Voyager 2 proporcionó las primeras imágenes cercanas del planeta y sus lunas, descubrió diez nuevas lunas, así como también la estructura detallada de sus delgados anillos. Además, detectó una extraña magnetósfera inclinada, alineada de manera irregular con el eje de rotación del planeta.

Sin embargo, dado que la Voyager 2 pasó de largo, nuestra comprensión de Urano sigue siendo limitada, con muchas preguntas sin respuesta sobre su interior, su atmósfera y las dinámicas de sus lunas y anillos.

En la actualidad, no hay misiones activas en Urano, pero la comunidad científica está presionando por una nueva generación de exploradores espaciales. La NASA y la Agencia Espacial Europea (ESA) están considerando enviar una misión durante la próxima década que podría incluir una nave espacial que orbite Urano y una sonda atmosférica que descienda a través de sus capas de nubes, para recopilar datos clave sobre su composición y clima. 

Esta misión podría revolucionar nuestra comprensión de los gigantes helados en general, una clase de planetas poco explorados hasta ahora. Con misiones ya planificadas hacia Júpiter (con Europa Clipper) y Saturno (con la misión Dragonfly a Titán), Urano y su vecino Neptuno parecen los próximos objetivos lógicos en la exploración del sistema solar.

Urano sigue siendo, en muchos sentidos, un misterio cósmico. Su lejanía y características únicas lo convierten en un objeto de fascinación. Quizá, en los próximos años, con nuevas misiones espaciales y avances tecnológicos, llegaremos a conocer mucho más sobre este frío gigante azul que, desde los confines del sistema solar, sigue aguardando pacientemente por revelarnos sus secretos.


Fuentes:

Daniel Marín: https://danielmarin.naukas.com/2017/03/07/estado-de-la-mision-para-estudiar-urano-y-neptuno/

https://www.astroilusion.es/midiendo-angulos-en-el-cielo/

https://astronomia.ign.es/william-herschel/el-descubrimiento-de-urano

https://science.nasa.gov/uranus/


¿Qué es la Astroquímica?

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Conozcamos un poco más sobre esta ciencia interdisciplinar que busca entender los procesos físicos y químicos que determina la composición del gas y de las partículas de polvo interestelar.

Imagen creada con Canva por la Agrupación Astronómica de Huesca.

Las estrellas no solo son creadoras de los átomos de todos los elementos químicos que conocemos. Hasta hoy, los astrónomos y científicos de varios campos de todo el mundo ya han descubierto cientos de moléculas orgánicas e inorgánicas en el medio interestelar, alrededor de las estrellas, en asteroides, en cometas y en los meteoritos; necesariamente, esta especialidad se ha llamado Astroquímica, y está interconectada con casi todas las demás ramas científicas que podamos pensar.

«Buscamos en los laboratorios, hacemos modelos y teorías e investigamos en los confines del Universo. Los astrónomos quieren saber cómo se originan las nubes moleculares, qué química se esconde en ellas, cómo se pueden formar objetos tan calientes y densos como las estrellas a partir de un gas tan frío y tan tenue. Para obtener respuestas seguimos indagando con nuestros instrumentos, intentamos reproducir esas condiciones para saber qué ocurrió en la fases iniciales de la evolución de la Tierra cuando la química, de una manera que todavía no se comprende del todo, pero de forma inexorable, preparó el camino para la vida». Así describe Luis Lahuerta Zamora, Doctor en Ciencias Químicas, el trabajo de investigación que se lleva a cabo en este campo.

Hace pocos años, se pensaba que era casi imposible que en el gas interestelar hubiera moléculas más complejas de las que contenían dos átomos, debido a que el gas frío, enrarecido y bañado de radiactividad sería demasiado hostil para permitir una química activa. En la actualidad ya sabemos que no es así, sobre todo gracias a la radioastronomía, a la espectrometría y a los estudios en infrarrojo. Ahora se detectan moléculas orgánicas e inorgánicas desde 2 hasta 13 átomos, y, además, el caso especial de los fullerenos, moléculas de varios carbonos unidos, hasta 60 y 70 ( C60, C70), que crean formas geométricas desde placas hasta esferas. Muchos de estos compuestos del espacio no se encuentran en la Tierra de forma natural, aunque algunos sí se pueden sintetizar para usos en laboratorios o en la industria.

Más del 75% de todas las moléculas identificadas tienen carbono entre sus constituyentes, por su gran capacidad para enlazarse entre sí y con otros átomos, desde sencillas cadenas hasta los espectaculares fullerenos, desde carbono sólido amorfo y en microcristales hasta hidrocarburos aromáticos policíclicos (P.H.A.), y cianuros, cianopoliínos, cianuro de metilo, alcoholes, aldehídos, metilo, metano, azúcares, glicoaldehído, ácidos, ácido fórmico, aminoácidos, CO, CO2 , carburos, éteres, acetiluros metálicos, mercaptano de etilo, metanol, formol, acetona, acetamida, propanal… Y se hallan otras entidades moleculares sin carbono, como el agua, el agua oxigenada, el amoniaco, las sales, los óxidos, los nitruros, los ácidos, los hidróxidos, la fosfina, los fosfuros, el ácido sulfhídrico, los sulfuros, los silicatos, las aleaciones metálicas, etc.

Por supuesto, aún quedan algunos iones y moléculas sin identificar (U-lines, es decir, líneas en el estudio de los espectros electromagnéticos que todavía no se sabe a qué compuesto corresponden). Para investigar toda esta complejidad molecular, nació en España ASTROMOL, formado por doce grupos interdisciplinares de astrofísicos, químicos, físicos, y expertos en espectroscopía de astronomía, de laboratorio, de masas y de láseres, establecidos en varias instituciones públicas de investigación, observatorios astronómicos y universidades de todo el país, coordinados por el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), y apoyados, además, en el telescopio espacial Herschel y en el conjunto de radiotelescopios ALMA, ubicado en Chile.

La capacidad de los nuevos avances en Astronomía es asombrosa; para hacernos una idea, destaquemos el ejemplo del estudio que se ha hecho en parte de la nebulosa NGC6334 («Pata de Gato»), en el que Herschel detectó 65 líneas de emisión de moléculas, mientras que el gran conjunto ALMA detectó 695.

El laborioso estudio de estas moléculas primigenias y de las implicaciones que tienen en los procesos físicos y químicos que rigen el Universo nos acerca más a entender la formación de éste, el origen de la vida y el por qué estamos aquí, que no es poco.

«¿Somos humanos porque miramos las estrellas, o miramos las estrellas porque somos humanos?»

Neil Gaiman, escritor

Saturno: el guardián dorado del sistema solar

Por Luis Escaned (AAHU)

En el vasto y misterioso océano cósmico, Saturno se erige como una joya brillante en el firmamento. Sus majestuosos anillos, que lo envuelven como una corona de hielo y polvo cósmico, lo convierten en uno de los planetas más enigmáticos y fascinantes de nuestro sistema solar.

Primera imagen de Saturno por la sonda Pioneer 11, la primera vez que la humanidad
observa los anillos desde afuera de la Tierra. ©Nasa

Cada vez que lo contemplamos, es inevitable sentir un profundo asombro por su inmensidad y esplendor. Saturno no es solo un gigante gaseoso; es un verdadero guardián dorado que, con sus anillos resplandecientes, nos invita a explorar los insondables misterios del universo. Desde tiempos antiguos, ha cautivado la imaginación tanto de astrónomos como de soñadores, y ha servido como símbolo eterno de la belleza y el enigma cósmico.

Observación de Saturno

El mejor momento para observar Saturno será entre octubre y diciembre de 2024, cuando el planeta alcanzará su máximo esplendor. El 10 de octubre será una fecha clave, ya que Saturno estará en una posición óptima, visible a simple vista poco después del atardecer. Con telescopios, se podrá apreciar en detalle su impresionante sistema de anillos.


Captura de Stellarium. Foto de Luis Escaned.


Durante este periodo, Saturno protagonizará eventos astronómicos especiales destacando sus conjunciones con la Luna el 14 de octubre, el 11 de noviembre y el 8 de diciembre. Estos encuentros ofrecerán una oportunidad única para disfrutar de su majestuosa presencia junto al brillo lunar.

Aunque no habrá conjunciones significativas con otros planetas, la orientación casi perpendicular de los anillos de Saturno hacia la Tierra hará que su apariencia sea aún más impactante. Además, el 26 de noviembre, el planeta estará en su mejor posición para ser observado, situado al sur y a unos 40° sobre el horizonte. Con un buen telescopio y cielos despejados, también será posible ver algunas de sus lunas, como Titán y Rea, lo que elevará la experiencia astronómica.

Luna

Titan

Rhea

Dione

Tetis

Encelado

Magnitud

8.2

9.90

10.6

10.4

11.90

Lunas que se podrán observar y magnitudes previstas.


Imagen de Stellarium. Foto de Luis Escaned.

¿Por qué los anillos se ven casi perpendiculares?

En 2024, los anillos de Saturno se verán casi perpendiculares a nuestra línea de visión debido a la inclinación de su eje de rotación en relación con la Tierra. Al igual que nuestro planeta, Saturno tiene un eje inclinado, lo que provoca que nuestra perspectiva de sus anillos varíe a lo largo de su órbita alrededor del Sol. Esta inclinación permite que, en algunos momentos, veamos los anillos más abiertos y, en otros, como ocurrirá en 2024, los veamos casi de perfil o de lado.

Este fenómeno, conocido como el «ciclo de inclinación de los anillos», tiene lugar aproximadamente cada quince años. Actualmente, estamos en una fase en la que los anillos se aproximan a verse de canto, lo que ofrece una visión inusual y fascinante del gigante anillado. Durante este periodo, los anillos parecerán mucho más delgados y proporcionarán una nueva perspectiva para quienes observan del cielo.


Capturas de pantalla Stellarium con la orientación de anillos a lo largo de los años, por Luis Escaned.

Misiones espaciales pasadas, presentes y futuras

El interés de la humanidad por Saturno ha impulsado una serie de misiones espaciales claves a lo largo de la historia. La primera fue la sonda Pioneer 11, lanzada en 1973, que en 1979 se convirtió en la primera nave en sobrevolar Saturno. Esta misión nos proporcionó las primeras imágenes cercanas del planeta y de su sistema de anillos, y abrió una nueva ventana al conocimiento.

La misión se dio por finalizada el 30 de septiembre de 1995, cuando se recibió la última transmisión de la nave espacial. No ha habido comunicación con ella desde entonces. En realidad, no se sabe si la nave sigue transmitiendo señales, ya que no se la puede maniobrar para apuntar hacia la Tierra.

La sonda se dirige hacia la constelación del Águila. Pioneer 11 pasará cerca de una de las estrellas de esa constelación en unos 4 millones de años.


Imagen en falso color de la Voyayer 2 ©Nasa

Más recientemente, la misión Cassini-Huygens, que llegó a Saturno en 2004, marcó un hito en la exploración del planeta. Durante más de una década, Cassini orbitó Saturno y ha proporcionado un caudal sin precedentes de información. Nos permitió observar con detalle sus estaciones, sus anillos y sus lunas, incluidas las erupciones de géiseres de Encélado y los mares de metano líquido de Titán. La misión concluyó en 2017, cuando Cassini se adentró en la atmósfera de Saturno, en una maniobra conocida como el «Gran Final», con lo que finalizó su extraordinaria misión.

Futuras Misiones a Saturno

A pesar del enorme avance que Cassini trajo a la ciencia, todavía queda mucho por explorar en Saturno. Una misión futura clave es Dragonfly, programada para lanzarse en 2027. Esta misión tiene como objetivo Titán, la mayor luna de Saturno, con la intención de desplegar un dron que volará sobre su superficie para explorar su atmósfera densa y sus lagos de metano y etano. Dragonfly buscará respuestas sobre la habitabilidad de Titán y si sus condiciones pudieran albergar formas de vida primitivas.

Representación artística del dron DragonFly sobre Titán. ©Nasa

Saturno, con su majestuosidad inigualable y sus misterios aún por descubrir, sigue siendo un faro de inspiración y asombro para la humanidad. Mientras seguimos lanzando nuestras sondas y nuestros sueños hacia él, nos recuerda que el universo está lleno de maravillas que esperan ser desveladas.


Fuentes:

https://vueltaporeluniverso.com/articulos/pioneer-11-y-las-primeras-imagenes-de-saturno/

https://perfectastronomy.com/guides/planetary-conjunctions/

https://www.go-astronomy.com/solar-system/planets-conjunctions.htm

https://www.nasa.gov/history/40-years-ago-voyager-2-explores-saturn/

https://www.mdscc.nasa.gov/index.php/misiones_finalizadas/pioneer11_esp/

https://www.mdscc.nasa.gov/index.php/misiones-futuras/dragonfly_esp/


Estrellas, elementos químicos, hierro y exogeología

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

¿De qué está hecho nuestro planeta y el Universo? ¿Qué elementos los conforman? Un análisis de los componentes que integran el hogar que alberga a la humanidad y a otras tantas millones de especies, y el entorno de ese hogar.


Nebulosa del Cangrejo, consistente en restos de la explosión de una supernova en 1054 a.C.
Mosaico obtenido con el telescopio espacial Hubble de la NASA (Dominio público).

Aproximadamente el 99 % de la corteza terrestre está compuesta por sólo ocho elementos químicos. El que se presenta con mayor frecuencia es el oxígeno, más o menos el 47 % del peso total, seguido por el silicio con un 28 % y el aluminio con un 8 %; el resto, con porcentajes que van descendiendo en peso del 5 % al 2 %, son: hierro, calcio, sodio, potasio y magnesio. El resto de los elementos presentan porcentajes por debajo de 0,7 % (titanio 0,6 %, hidrógeno 0,14 %, fósforo 0,13 %, carbono 0,1 %, manganeso 0,09 %, azufre 0,05 % y otros, hasta los de menos proporción: el teluro y los metales pesados: oro, iridio, platino, uranio, etc.). Las combinaciones sencillas y complejas de estos ocho elementos y una parte muy pequeña de todos los demás dan lugar a todas las tierras emergidas y los fondos marinos, y a todas las rocas y minerales que conocemos. Los silicatos son la clase mineral más abundante y compleja, con diferencia, y forman las rocas del 95 % de la corteza planetaria.

Hacia el interior, la composición es algo distinta: predomina el hierro con un poco de níquel, silicio, magnesio, aluminio, elementos pesados y trazas de elementos radiactivos, que son responsables de la mayor parte del calor interno. Además, las diferentes capas fluidas y el (presunto) núcleo metálico sólido que se mueven a distintas velocidades crean el campo magnético terrestre, como una dinamo gigante, que nos protege de algunas radiaciones exteriores muy dañinas.

Ahora bien, ¿de dónde vienen los elementos químicos que formaron la Tierra y los seres vivos?

Todos los elementos químicos que conocemos provienen de la evolución de las estrellas, incluidos, por supuesto, los que nos forman a nosotros mismos. Somos polvo de estrellas, somos parte y resultado de la evolución del Universo. 

Las estrellas, desde que comienzan a existir, con unos desarrollos que duran entre unos pocos millones y unos miles de millones de años, van transformando el hidrógeno en helio mediante las reacciones de fusión nuclear (la unión de núcleos atómicos para formar otro más pesado), proceso que desprende enormes cantidades de energía. Después se fusiona el helio y también lo van haciendo sus átomos resultantes que generan átomos más pesados, sucesivamente, como subproducto de las reacciones nucleares: carbono, oxígeno, neón, nitrógeno, magnesio, silicio, azufre, calcio… hasta el hierro, y, cuando acaban sus vidas y explotan, se forman casi todos los demás, más complejos y pesados, y siembran su entorno de nuevos elementos para la siguiente generación de estrellas. (Algunos astrónomos consideran metales a todos excepto al hidrógeno y al helio, que son los precursores).

Por otro lado, cuando las partículas muy energéticas que viajan por el espacio (como los rayos cósmicos) chocan con núcleos de carbono y oxígeno, se crean el litio, el boro y el berilio; y, por otra parte, por la acción de las potentes radiaciones estelares sobre las nubes de gas y polvo, se forman multitud de moléculas orgánicas e inorgánicas (la mayoría con base de carbono), como agua, CO2, amoniaco, metano, hidrocarburos, alcoholes, acetilenos, grafenos, sales, óxidos, sulfuros, cianuros y otros elementos, entre los que se destaca una  molécula descubierta hace poco, el glicoaldehido, una forma simple de azúcar que es un importante componente básico de la vida.

Estructura interna y externa de la Tierra. Imagen de Wikimedia Commons.

Un proceso similar se da en todas las galaxias; en nuestra Vía Láctea han explotado estrellas, bien como supernovas si eran muy masivas, o bien como nebulosas anulares si eran de masa parecida a la de nuestro Sol. Algunos de esos restos de elementos creados y eyectados al espacio hace mucho tiempo, junto con las moléculas presentes en el medio interestelar, pasaron a formar parte del desarrollo de una nueva estrella y de su sistema planetario: el nuestro.

¿De dónde viene el Hierro?

De entre todos los elementos, se hace necesario resaltar el origen del Hierro. No es más ni menos importante que otros, sino que su creación y su existencia son fundamentales para que nuestro mundo sea tal y como lo conocemos y no de otra forma. Todo el hierro de la Tierra y del sistema solar, y el que corre por nuestra sangre en los glóbulos rojos tiene un origen astronómico fascinante y de vital importancia (y lo vamos a nombrar más veces): es el último elemento, el más estable y el más pesado que se puede formar por fusión en estrellas más masivas que el Sol (porque las que no lo son, no llegan a fabricarlo), así que marca el límite entre la estabilidad y la inestabilidad y posterior final de estas.

Esto se debe a que, cuando esas estrellas masivas fusionan átomos para crear hierro, ya no se produce energía, sino que se absorbe, con lo cual las estrellas se desestabilizan en poco tiempo, colapsan sobre su centro y explotan de manera colosal (novas y supernovas) y forman, en esos momentos, casi todos los demás elementos al fusionar núcleos debido a las reacciones producidas por las inmensas presiones y temperaturas que se alcanzan y a las radiaciones consiguientes. Algunos de los elementos más pesados (oro, platino, iridio, uranio…) se forman, según recientes estudios, en las explosiones debidas a la fusión de estrellas de neutrones o de agujeros negros (kilonovas). 

Astronomía, geología y otras ciencias planetarias

La Geología es la ciencia que estudia la composición y estructura interna y superficial del planeta Tierra, y los procesos por los cuales ha ido evolucionando a lo largo del tiempo (tiempo geológico). La Astrogeología o geología planetaria, por tanto, es el estudio geológico de los cuerpos y la materia del Sistema Solar que no sean la Tierra; y la Exogeología sería el posible estudio geológico de planetas de otros sistemas planetarios, en otras estrellas (los exoplanetas).

Siguiendo la misma terminología, la Astronomía moderna ha de ampliarse con la astrobiología, la astrogeografía, la astrometeorología… es decir, los estudios de casi todas las ciencias que conocemos en la Tierra extendidos fuera de ella. Algunos científicos sostienen que los términos más adecuados serían planetología comparativa.

En este caso que nos ocupa, se podría afirmar que es muy lógico el que queramos estudiar, además de las otras ciencias, la geología de otros mundos que no sean la Tierra: los planetas, sus lunas, los asteroides y los cometas. Sin embargo, parece estar claro también que a una especie como la humana esto no le es suficiente, y, así, no ha de extrañarnos que haya varios estudios y proyectos de Minería Espacial para extraer elementos estratégicos de ellos, sobre todo en asteroides. Es un asunto realmente complejo, pero factible, y, quizá, necesario, para no seguir esquilmando nuestro hogar planetario.

En la mayoría de los asteroides, la proporción de elementos pesados es mucho mayor que en la Tierra, ya que, durante el proceso de formación de esta, la mayor parte de dichos elementos se hundieron en su interior. Sin embargo, en esos asteroides, tal inmersión no ha sucedido porque se han quedado en rocas pequeñas comparadas con los planetas, sin un interior fundido, y los elementos se encuentran repartidos de forma más o menos uniforme y son asequibles simplemente perforando o rompiendo roca. Otros asteroides son metálicos porque son los restos de núcleos metálicos de anteriores asteroides mayores y de proto-planetas del principio de la formación del Sistema Solar. 

Algunas teorías sostienen que los elementos pesados repartidos actualmente por la corteza terrestre han de provenir de asteroides que cayeron a la Tierra hace miles de millones de años, pero después de formarse la corteza exterior. Podrían estar por las dos razones, que provengan, en parte, de asteroides, y también porque una pequeña cantidad que había en el planeta primigenio permaneció en la superficie sin hundirse.

Comparación del tamaño de los exoplanetas KOI-961.01, KOI-961.02 y KOI-961.03,
descubiertos durante la misión Kepler de NASA en 2011. Imagen de @NASA.

Pero ¿y si observamos mucho más lejos, fuera de nuestro Sistema Solar?

Según los últimos descubrimientos astronómicos sobre exoplanetas (planetas que orbitan otras estrellas), que tanto avanzan actualmente, de entre las nubes de gas y polvo a partir de las que se forman planetas, son más numerosas las que tienen elementos químicos que originan planetas rocosos con una composición mineral en la superficie similar a la de la Tierra. Oxígeno, silicio, magnesio y carbono en sus proporciones relativas determinan las rocas y los minerales que conforman la corteza de planetas rocosos como la Tierra y posibles procesos, como la tectónica de placas. Y no sólo eso, sino también la posibilidad de que algunos de ellos alberguen ciertas formas de vida al encontrarse en la zona habitable de su sistema planetario.

Y así volvemos al principio: ¿qué elementos predominan en la corteza de nuestra Tierra? Oxígeno, silicio, aluminio, hierro, sodio, calcio, potasio y magnesio. Sin olvidarnos del carbono, el hidrógeno, el nitrógeno o el fósforo, determinantes aquí para formar seres vivos y rocas, y presentes en los alrededores de muchas estrellas. 

«Cada átomo de tu cuerpo proviene de una estrella que ha explotado. Y los átomos de tu mano izquierda, probablemente, vienen de una estrella diferente de los de tu mano derecha. Realmente esa es la cosa más poética que sé de la Física: eres completamente polvo de estrellas».

Lawrence Krauss, doctor en Física y escritor

Todo es polvo de estrellas…   

Observando a Júpiter: el gigante del sistema solar

 Por Luis Escaned (AAHU)

Júpiter, el majestuoso gigante gaseoso, es el quinto planeta del sistema solar y, con su imponente presencia, cautiva la mirada humana desde tiempos inmemoriales.

Fotografías de Júpiter tomadas por Pioner 10 (NASA)

A pesar de encontrarse a más de 600 millones de kilómetros, su resplandor atraviesa las vastedades del espacio y lo convierte en uno de los objetos más brillantes de nuestras noches, solo superado por Venus y la Luna. En noches en las que Venus se oculta, Júpiter se erige como el faro más brillante del firmamento.

Este planeta, conocido por antiguas civilizaciones que lo admiraban y lo veneraban, recibió su nombre del poderoso dios Júpiter, líder de los dioses romanos, mientras que los griegos lo relacionaron con Zeus, los babilonios lo nombraron Marduk, los chinos lo conocían como «Suixing», y los hindúes como «Brihaspati». 

Su brillo inmortal sigue inspirando asombro y nos recuerda nuestra profunda conexión con el cosmos.

Mejores días para la observación de Júpiter

Júpiter va a ser fácilmente localizable, ya que es muy luminoso en esta época (Mag –2,1). Lo podremos observar en Tauro. Para los más profanos, un objeto muy luminoso justo encima de Orión.

Entre septiembre y diciembre, Júpiter tendrá unas vistas espectaculares a través de telescopios y binoculares.

Captura de pantalla de Stellarium. Foto de Luis Escaned.

El 24 de septiembre, Júpiter estará en conjunción con la Luna y será la oportunidad de una foto bonita. El 21 de octubre también estará alineado con la Luna; la siguiente conjunción será el 18 de noviembre y, por último, el 15 de diciembre.

Alineación de Júpiter con la Luna. Captura de Stellarium. Foto de Luis Escaned.

Características del planeta Júpiter

Júpiter es el quinto planeta desde el Sol y el más grande del sistema solar. Es un gigante gaseoso compuesto principalmente de hidrógeno y helio, con una masa 318 veces mayor que la de la Tierra y un diámetro de aproximadamente 142,984 km2. Algunas de sus características más notables incluyen:

Gran Mancha Roja: Un enorme anticiclón que ha existido durante al menos 400 años.

Anillos: Aunque menos conocidos que los de Saturno, Júpiter también posee un sistema de anillos tenues; de hecho, solo fueron descubiertos en 1979 gracias a la sonda Voyager 1.

Lunas: Júpiter tiene 95 lunas confirmadas, de las cuales las más grandes son las lunas galileanas: Ío, Europa, Ganimedes y Calisto. Ganimedes es la luna más grande del sistema solar, incluso es más grande que Mercurio.

Rotación Rápida: Completa una rotación sobre su eje en solo 9 horas y 55 minutos, lo que provoca un notable achatamiento en sus polos y el consiguiente ensanchamiento del ecuador, así como de las dinámicas atmosféricas extremas que generan sus distintivas bandas de nubes y tormentas masivas, como la gran mancha roja.

Vientos alrededor de la gran macha roja, JunoCam, misión Juno @NASA 

Misiones a Júpiter

La exploración de Júpiter ha sido un objetivo clave para varias misiones espaciales a lo largo de las décadas.

Misiones Antiguas

Pioneer 10 y 11: Las primeras sondas en sobrevolar Júpiter en 1973 y 1974, y que proporcionaron las primeras imágenes cercanas del planeta.

Voyager 1 y 2: En 1979, estas sondas enviaron imágenes detalladas de Júpiter y sus lunas.
Galileo: Lanzada en 1989, fue la primera sonda en orbitar Júpiter y estudiar su atmósfera y lunas en detalle.

Misiones Actuales

Juno: Lanzada en 2011, Juno sigue en órbita alrededor de Júpiter investigando su composición, campo magnético y auroras. En este momento, ha terminado la misión espacial y está en lo que se llama una misión extendida hasta septiembre de 2025 continuando su investigación sobre Júpiter.

Gráfico con las órbitas de la misión Juno. Crédito: NASA/JPL Caltech/SwRI

Misiones Futuras

Europa Clipper: Programada para lanzarse en octubre de 2024, esta misión de la NASA explorará la luna Europa.  La comunidad científica predice que este mundo tiene un océano salado bajo su corteza helada, el cual podría contener los componentes básicos necesarios para sustentar la vida como la conocemos.

JUICE (Jupiter Icy Moons Explorer): Una misión de la Agencia Espacial Europea, lanzada en 2023, que estudiará las lunas heladas de Júpiter, especialmente Ganimedes, Europa y Calisto. Se espera su llegada a Júpiter en julio del 2031. España participa en la misión desde el IAA, que forma parte de los consorcios internacionales que construyen dos de los instrumentos de la misión, la cámara JANUS y el altímetro GALA, que trabajarán de forma complementaria para estudiar la superficie y el interior de los satélites. JANUS analizará, además, la atmósfera del planeta y obtendrá datos complementarios con los de otros instrumentos de la misión.


Fuentes:

Última entrada

Cómo disfrutar de un atardecer eterno

 Por Xema Oncins (AAHU) ¿Os gustan los atardeceres? Aquí os ofrecemos una receta sencilla y muy económica para contemplar un atardecer etern...