Por Fernando Sa Ramón (AAHU)
Un relato de ficción pero no tan ficticio, basado en ciencia actual y tan real como podríamos imaginar en nuestros mejores sueños o peores pesadillas. Un llamado a la reflexión y a la autocrítica.
Hoy ha
amanecido como cualquier otro día de antes del impacto; bueno, si no fuera por esas bonitas pero extrañas capas de
colores rojizos, marrones y grises debidas al polvo y las cenizas que se están
esparciendo por el mundo, y que millones de cámaras y móviles fotografían desde
hace horas. Una vez más se demuestra que todos navegamos en el mismo barco. No
hay nubes, hace fresco y se oye el murmullo del campo y del despertar habitual
de cada día en la ciudad.
Pero algo no
es como era ayer, porque el devastador choque del asteroide nos hace estar a la
espera de ver qué va a hacer la humanidad a partir de ahora. El día de ayer constará
para siempre en los libros y en los medios de información del futuro, igual que
la firma radiactiva que nuestra especie está dejando grabada para siempre en los
estratos geológicos que se forman desde 1945, cuando se comenzaron a utilizar
armas y energías atómicas.
Las miles de
advertencias que lanzan desde hace tiempo los científicos y algunas
instituciones, como el Asteroid Day, no han servido de mucho, sobre todo
a niveles políticos y gubernamentales. De todas formas, tampoco hemos tenido
tiempo suficiente para preparar una tecnología de protección. ¿O tal vez sí,
pero no se ha sabido aprovechar? Lo único que era evidente es que, estadísticamente,
aun siendo difícil, podía suceder. Y aquellos «pequeños avisos», como los de
Tunguska, Sikhote-Alin, Villalbeto de la Peña, Cheliàbinsk, Dinamarca,
Cochabamba o Detroit, no fueron suficientes ni alertan adecuadamente a la
población, que, a pesar de reconocer la magnificencia de estos hechos, no acaba
de entender ni de aprender lo que decimos esos lunáticos aficionados y los
profesionales de la Astronomía.
Todas esas nuevas
sondas espaciales enviadas para estudiar más asteroides y, de nuevo, recoger
muestras de ellos, han sido adelantadas por uno de los millones de estos que
pasan desapercibidos para nuestra actual tecnología, y que, además, venía por
el lado del Sol, así que era muy difícil detectarlo a tiempo. Es complicado
hacer entender a los profanos que, aunque no se note, vivimos en una auténtica escombrera
planetaria plagada de restos de la formación de nuestro sistema solar, miles de
los grandes, millones de los pequeños, y de todos los tamaños; y que parece un
lugar tranquilo solo porque casi todos mantienen órbitas bastante estables,
hasta que se cruzan con la de un planeta.
Sólo habría
que recordar el espectacular choque del cometa Shoemaker-Levy 9 contra Júpiter
en 1994, roto en varios pedazos dos años antes por las tremendas fuerzas
gravitatorias de este gran planeta salvador, al que tenemos que agradecer que atraiga
numerosos fragmentos orbitales.
Los planetas
y sus lunas son grandes y visibles, pero el resto de cascotes no. Actualmente, con
la ayuda de potentes aparatos astronómicos y ordenadores, los astrónomos tienen
estudiados y controlados más de un millón de asteroides y sus órbitas, y su
número crece rápidamente cada día. Pero la mayoría son grandes y medianos, y
los problemáticos son los pequeños (de menos de 500 metros), porque son muy
difíciles de detectar y porque su número es colosal, quizá de miles de
millones, y algunos representan un potencial peligro para la vida en la Tierra.
En realidad,
a nuestro hogar planetario le es indiferente el ser golpeado constantemente por
estos o la radiación recibida, los movimientos orogénicos, las extinciones
masivas de especies, el cambio climático, la contaminación… Los problemas son
para la vida en general, y, sobre todo, para nosotros, los seres humanos, y no
sólo porque podemos desaparecer, sino porque ya somos plenamente conscientes de
todos estos hechos y podríamos remediarlos o atenuarlos. Pero seguimos sin
hacer algo.
¿Cambiarán
ahora las cosas? Seguramente no, porque hemos tenido una suerte relativa; ha
sido un asteroide «pequeño», probablemente una roca de menos de 200 metros, y
sólo ha provocado unos cuantos cientos de miles de muertos en una zona pobre, un
terremoto de grado 6 en los alrededores, un cráter algo más grande que el
Barringer y una reducida lluvia de tectitas (por haber caído en arena
desértica, que resultó fundida, expulsada y resolidificada lejos de allí).
Ocurre lo
mismo con los desastres naturales, las guerras, los abusos de grandes
corporaciones, cuando estos hechos suceden lejos de los países más avanzados
(en teoría): para que las anquilosadas sociedades humanas y sus absurdos
dirigentes reaccionen y tomen medidas adecuadas, humanitarias, suficientes y no
afectadas por la corrupción, debe ser necesario que desaparezca, de golpe, la
mitad de nuestra especie.
Podría haber
sido menos desastroso si hubiese ocurrido en una zona menos poblada, y podría
haber sido mucho peor si hubiese impactado en otra gran ciudad o en la costa, o
si hubiese sido de mayor tamaño. Solo la probabilidad y el hecho de que la
mayor parte de la superficie terrestre esté deshabitada hacen que tengamos
suerte o no, pero la cuestión importante es que parece que hemos perdido la capacidad
de reacción, la lógica y la empatía.
Grupos de
científicos, de «caza-meteoritos» y de aficionados de todo el mundo
iremos a estudiar el acontecimiento e intentar obtener resultados y
conclusiones que nos ayuden a protegernos mejor la próxima vez, y a gritar
hasta la saciedad que esto no tiene que ver con todas las estrafalarias
ideologías políticas y religiosas, sino con la realidad, con la física, con la evolución
del universo y con nuestra propia evolución.
Pero claro, es tan difícil hacer ver la realidad a miles de millones de personas que han sido privadas de una cultura realista, o engañadas y adoctrinadas en bases y creencias falsas durante generaciones. La especie humana es más complicada de lo que pensamos y sigue dominada, de momento, por la genética y por algunos que se han dado cuenta y se aprovechan de ello para su propio beneficio.
Y también se
recogerán y se venderán fragmentos; a muchos siempre nos ha fascinado poder
tener en nuestras manos unos meteoritos, unos trozos del comienzo de la
formación de nuestro sistema planetario e, incluso, de antes, que han vagado
por el espacio durante miles de millones de años y ahora están aquí, en
nuestras casas y museos; pero éste lo vemos diferente, tiene un sabor
agridulce, tiene tanto de interesante como de triste por lo que ha ocurrido.
Y, cuidado,
no será el último, por supuesto; pueden llegar más mañana o dentro de mil años,
como sucede con los grandes estallidos volcánicos y terremotos, pero es algo
inseparable, inevitable e inherente al desarrollo del Sistema Solar:
destrucción y creación en un ciclo infinito. La comunidad científica ha
demostrado que, cada pocos miles de años, pueden impactar varios de este tipo;
cada cientos de miles de años, algunos mayores; y cada millones de años, alguno
gigante, devastador y extinguidor de especies.
Ahora toca
tomar decisiones. Demasiados años se han perdido planteando numerosos proyectos
teóricos acerca de desviar asteroides con armas nucleares, con cohetes
impulsores, con el efecto Yarkovsky (que hace que se pueda modificar levemente
una órbita por radiación diferencial). Ningún gobierno del mundo vio necesario
invertir dinero en algo así. ¿Verán ahora la realidad? Ya no se trata de ciencia-ficción,
es una faceta más de la investigación espacial y es supervivencia pura. ¿Se le dará
más importancia ahora a promover los temas científicos en lugar de los que
atontan y anestesian a la sociedad?
El hecho de
que estemos en la Tierra es una rara casualidad que, científicamente, casi se
comprende del todo; decía Carl Sagan que «somos polvo de estrellas que piensa
acerca de las estrellas». Pero también somos solo unos seres diminutos y
frágiles sobre una mota de polvo perdida en la inmensidad del Universo, así que
podríamos extinguirnos por una causa exterior o por nosotros mismos. Como
especie tecnológicamente muy avanzada, ¿seríamos capaces de evitarlo?
Y si lo
somos, ¿ese acto sería Evolución o sería una alteración de la Evolución?
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