Cómo disfrutar de un atardecer eterno

 Por Xema Oncins (AAHU)

¿Os gustan los atardeceres? Aquí os ofrecemos una receta sencilla y muy económica para contemplar un atardecer eterno, una puesta de sol para maravillar la vista durante más horas.

El «atardecer eterno» desde la ventanilla del avión sobre nubes medias en el océano Atlántico,
volando de España a las Américas. Noviembre de 2022. Foto de Xema Oncins.

Para disfrutar de una puesta de sol que dure muchas horas, solo debes seguir estos sencillos pasos:

✈ Coger un avión y despegar en el momento de la línea de sombra en ese lado de la Tierra (para noviembre en nuestro país, sobre las 17 horas) e ir en contra del giro de rotación, o sea, hacia el oeste, como se ve en la imagen de más abajo. La X es donde me encontraba en vuelo en la misma línea de cambio.

☀️ Un atardecer suele durar cerca de las 2 horas desde que empieza la hora dorada hasta el final del crepúsculo astronómico que da paso a la noche cerrada.

🌍 La rotación de la Tierra no es igual en todos los paralelos. En este caso, sobrevolaba el paralelo de los 30° N; en esa latitud, el giro de la superficie terrestre es de unos 1.450km/h y la velocidad del avión 850km/h aproximadamente.

↗️ Al contrarrestarse las velocidades, la sensación es como si la Tierra girara a unos 600km/h, por lo tanto, se ralentiza el atardecer, que de 2 horas normales pasa a durar unas 5 horas. Espectacular, atardeceres eternos.

Cielos limpios.

Captura de la app Daff Luna en el momento de vuelo sobre el Atlántico,
en el terminador de luz. Imagen de Xema Oncins.



El eco del silencio

Por Luis Escaned (AAHU)

Un inquietante relato de ficción basado en la misteriosa experiencia del astronauta chino Yang Liwei durante su misión espacial en la Shenzhou 5, el primer vuelo tripulado que lanzó China en octubre de 2003.


Imagen de Mikhail Nilov en Pexels. Dominio público.

Año 2003. Yang Liwei, el primer astronauta chino, flotaba en la inmensidad del espacio a bordo de la Shenzhou 5. Desde la pequeña ventana de su cápsula, la Tierra se desplegaba como una joya suspendida en el vacío. 

A su alrededor, solo el silencio. Un silencio tan inmensurable y absoluto que parecía devorar el tiempo. Para el mundo, era un héroe, un pionero. Para él, en esos momentos suspendidos entre las estrellas, solo era un hombre, solo un latido más en la quietud infinita.

Sin embargo, el silencio no duró. Un sonido extraño rompió la calma. Un golpe seco, sordo, que retumbó en la cápsula. CLONK, CLONK. Yang frunció el ceño. ¿Había imaginado ese ruido? El sonido no tenía lugar en el vacío, no en el espacio. Era como si alguien, algo, llamara desde el otro lado. Un toque insistente, como los golpes de un martillo sobre una puerta de hierro.

CLONK, CLONK.

Era imposible, pero lo escuchaba. La lógica se desmoronaba ante ese eco sin sentido. Yang se quedó inmóvil, aferrándose a la calma que su entrenamiento le había inculcado. Respiró hondo mientras buscaba una explicación. Tal vez los sistemas de la nave, una vibración, una simple anomalía mecánica. Pero algo en el tono del golpe lo inquietaba. Era rítmico, casi... deliberado.

El silencio volvió a caer como un manto, pero el eco de aquel sonido persistía en su mente, reverberando entre sus pensamientos. ¿De dónde venía? ¿De afuera? ¿De adentro? Control de misión seguía preguntándole por su estado, por el equipo, por la misión. Cada respuesta de Yang era precisa, medida, perfecta:

—Todo está en orden.

Pero no lo estaba.

El peso del silencio

Yang recordó entonces una antigua historia de la dinastía Tang, «La historia del pabellón abandonado», de Liaozhai Zhiyi. En ella, un hombre encuentra una casa vacía donde escucha susurros que parecen llamarlo desde las paredes. Voces que, como fantasmas, emergen de las sombras de su pasado, tentándolo. El protagonista, al igual que Yang ahora, decide ignorar esos sonidos. No les da poder. Sigue adelante eligiendo la certeza sobre lo desconocido. Pero siempre queda la duda: ¿Qué habría ocurrido si hubiese respondido?

El eco de los golpes persistía, como si el espacio mismo quisiera comunicarle algo. CLONK, CLONK. Esta vez, más profundo, más cercano. Yang sabía que prestar demasiada atención a lo imposible podría arrastrarlo a una espiral de miedo, de incertidumbre. En el espacio, cualquier distracción podía ser fatal, cualquier duda, una grieta en la armadura mental que tanto tiempo había tardado en forjar.

El héroe no puede dudar. El pionero no puede temer.

Lo que estaba en juego era mucho más grande que él. El destino de su nación, las expectativas de millones: todo lo que representaba la misión descansaba sobre sus hombros. La responsabilidad lo aplastaba, pero no podía permitirse flaquear. No ahora. No aquí. Y así, decidió no informar a control de misión sobre los golpes. ¿Cómo explicar lo inexplicable? Sabía que cualquier indicio de irracionalidad podría empañar su legado. Debía ser fuerte. Debía ser invulnerable.

La culpa del silencio

Pero el sonido no desapareció. Golpeaba en cada órbita, en cada instante de soledad. Yang, como el hombre del pabellón abandonado, eligió el silencio. Sin embargo, el silencio, con toda su inmensidad, también carga un peso propio. Y en la soledad del espacio, donde no hay nada más que uno mismo, los ecos de la mente pueden volverse ensordecedores.

Empezó a preguntarse si el sonido no venía de la nave sino de él. ¿Era el peso de la misión lo que resonaba? ¿Eran los años de entrenamiento, las expectativas, la presión, todo lo que había acumulado que ahora se manifestaba en ese golpe incesante? Quizá el sonido no era más que un eco de sus propios temores, sus propias inseguridades llamando desde lo profundo. Tal vez, en ese momento trascendental, el hombre, no el astronauta, estaba enfrentándose a los fantasmas de su propia mente.

Aun así, no cedió. No abrió la puerta. Sabía que, en el espacio, como en la mente, había lugares a los que no debía entrar. El eco del golpe seguía, pero él lo ignoraba. Como el hombre del pabellón abandonado, decidió no dejarse arrastrar por lo desconocido. Porque, como le habían enseñado, en la oscuridad del cosmos, la incertidumbre podía volverse una fuerza destructiva capaz de quebrar incluso al más fuerte.

Composición de imágenes de Yang Liwei y la misión espacial Shenzhou 5.
@ESA, Licencia CC BY-SA 3.0.

El regreso

Cuando la Shenzhou 5 descendió y tocó tierra firme, Yang Liwei fue recibido como un héroe. Los aplausos, las cámaras, las sonrisas de los líderes de su nación lo envolvieron como una oleada de orgullo. Había cumplido su misión, había sido el primero en llevar a China a las estrellas. Pero mientras las celebraciones continuaban, en su interior, el eco de esos golpes seguía resonando.

Durante los informes post-misión, no mencionó nada sobre los golpes. No habló del sonido que había perturbado su soledad en el espacio. No porque lo hubiera olvidado, sino porque eligió no hacerlo. El silencio había sido su decisión y, como el hombre del pabellón, no quería desentrañar lo que se escondía detrás de ese misterio. Sabía que, al igual que muchos misterios del cosmos, algunos no necesitaban respuesta.

Pasaron los años y, en una entrevista casual, alguien le preguntó si alguna vez había experimentado algo extraño allá arriba, algo fuera de lo común. Yang, con la misma calma con la que había vagado por el espacio, mencionó el sonido.

—Un golpeteo, como si alguien tocara la nave —dijo.

Quienes lo escucharon quedaron perplejos, pero Yang lo relató como si fuera una anécdota más, un detalle insignificante de una misión gloriosa.

Sin embargo, para él, ese golpeteo nunca fue insignificante. En el vacío del espacio, donde no debería haber sonido alguno, algo —o quizá nada— había llamado a su puerta. ¿Qué habría ocurrido si hubiera respondido? ¿Si hubiera permitido que la incertidumbre lo invadiera? Nadie lo sabría, ni siquiera él.

Tal vez, pensó, ese golpe no venía del exterior, sino de lo más profundo de su ser. La carga de ser el primero, la presión de estar solo en la inmensidad del universo, el eco de los millones de personas que esperaban su éxito.

O tal vez, simplemente, hay cosas en el espacio que no pueden ser comprendidas por la lógica humana. Misterios que, como en los antiguos cuentos, están destinados a permanecer en las sombras.


Cuerpos menores del Sistema Solar (Parte II)

Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

En el artículo anterior, hemos hablado sobre dos de los objetos menores de nuestro sistema solar: los meteoroides y los asteroides, y hoy continuamos analizando las particularidades de los cometas, los cuasisatélites y los objetos transneptunianos.

El cometa C/2023 A3 (Tsuchinshan-ATLAS) en su paso durante el mes de octubre de 2024.
Foto de Lluís Romero Ventura, socio de la AAHU, desde Astrotolva.

Cometas

Los cometas consisten en cuerpos celestes constituidos por hielo, polvo y rocas que orbitan al Sol en diferentes trayectorias elípticas, parabólicas o hiperbólicas, de gran excentricidad, lo que hace que se acerquen al Sol y, entonces, sus componentes se sublimen formando la coma o cabellera y las colas de polvo y gas ionizado. Los cometas pueden proceder del cinturón de Kuiper (más allá de Neptuno) o de la nube de Oort (mucho más lejos), donde podría haber miles de millones, o hasta billones de ellos.

Las características de sus órbitas hacen que las perturbaciones gravitatorias del Sol y de los planetas gigantes puedan llevarlos a estrellarse en cualquier planeta o en el Sol, o a que salgan despedidos fuera del Sistema Solar; ambos hechos también pueden suceder con algunos asteroides.

Según sus periodos de traslación, los cometas se agrupan en estas categorías:

P/, cometas periódicos, con un periodo inferior a 200 años (como el Halley). 

C/, cometas no periódicos o con periodo superior a 200 años (como el Boguslawsky, C/1835 H1, o el Tsuchinshan-ATLAS, C/2023 A3, que nos visitó recientemente). 

X/, cometas con su órbita sin precisar o solo conocidos por datos históricos (como el gran cometa del año 1106, X/1106 C1).

D/, destruido o perdido (como el Shoemaker-Levy 9, D/1993 F2).

A/, reclasificado como asteroide porque, primero, se pensó que era cometa.

También se clasifican según su tamaño:    

cometa enano, de 0.05 a 1.5 kilómetros.   

cometa pequeño, de 1.5 a 3 km (como el 103P/Hartley 2).

cometa mediano, de 3 a 6 km (como el 17P/Holmes).

cometa grande, de 6 a 10km (como el 19P/Borelli).

cometa gigante, de 10 a 50 km (como el Halley o el Swift-Tuttle).    

cometa “Goliat”, más de 50 km (como el Hale-Bopp C/1995 O1).   

Varios cometas, generalmente de periodo corto, se consideran «Cercanos a la Tierra» (NEC) cuando se acercan mucho a nosotros (representan alrededor del 0,6% de los NEO); hasta hoy, 20 de ellos han pasado a menos de 0,1 ua.

Cuasisatélites

Los cuasisatélites son objetos que, orbitando en torno al Sol, se encuentran en resonancia orbital 1:1 con un planeta, lo cual hace que mantengan unas órbitas relativamente estables durante mucho tiempo (recordemos que la resonancia orbital es una fracción de números enteros simples en los periodos de las órbitas de dos cuerpos, que muestran una influencia gravitatoria regular).

Un cuasisatélite completa una órbita en el mismo tiempo que lo hace el planeta, pero describiendo una órbita distinta y de diferente excentricidad, sin ser un verdadero satélite, porque no se encuentra en la zona en la que domina la gravedad del planeta sobre las fuerzas gravitatorias externas (esfera de Hill), y, por eso, su órbita puede ser alterada y él puede ser expulsado por perturbaciones gravitacionales externas. 

Hasta hoy se conocen nueve cuasisatélites de la Tierra y uno de Venus; no se han detectado en los demás planetas, aunque podría haber en Urano y Neptuno, y con poca probabilidad en Júpiter y en Saturno.

Se han detectado también algunos cuerpos pequeños que quedan atrapados temporalmente por la gravedad terrestre y que, después, se alejan, a los que se ha denominado “Satélites temporales”. 

Objetos transneptunianos, OTN o TNO (por sus siglas en inglés)

Son los cuerpos del Sistema Solar cuya órbita se sitúa total o parcialmente más allá de la órbita de Neptuno y que no son planetas enanos; los planetas enanos que se hallan más allá de Neptuno se llamarán, también, Plutoides, pero no son cuerpos menores (el conjunto Plutón-Caronte, Eris, Makemake y Haumea, hasta ahora). 

Cinturón de Kuiper, KBO (Kuiper Belt Objects). Disco circunsolar de entre 30 y 55 ua (hasta unos 8250 millones de km) 

Cubewanos son los objetos clásicos del cinturón de Kuiper, sin resonancia con Neptuno (1992QB1, Varuna, Quaoar, Caos; el nombre proviene de la pronunciación inglesa del primero que se descubrió, 1992 /kiubiuán/).

Los que tienen resonancias de algún tipo con Neptuno.

Resonancia 1:1 son los troyanos de Neptuno.

Resonancia 2:3 (realizan 2 órbitas al Sol mientras Neptuno hace 3), también llamados «plutinos»; orbitan a 39,4 ua (Ixion, Orcus, Huya…).

Resonancia 3:5 

Resonancia 4:7, a 43,7 ua

Resonancia 1:2, o «twotinos», a 47,8 ua (two TNO).

Resonancia 2:5, a 55,4 ua

Otras resonancias de orden superior, varios grupos (4:5, 3:7, 5:12, 2:7, 1:3, 1:4 , etc.).


Objetos conocidos del cinturón de Kuiper, derivados de los datos del Centro de Planetas Menores.

Disco Disperso, SDO (Skattered Disk Objects), región hasta unas 100 ua.

Disco Disperso extendido (o exterior) u objetos separados, hasta unas 1020 ua; los sednoides (relacionados con Sedna, que podría ser un planeta enano, pero aún no ha sido clasificado como tal) se mueven entre 50 y 150 ua.

Nube de Oort interior, o de Hills, una esfera hipotética de hasta 3x104 ua (unos 4,5 billones de km).

Nube de Oort, una esfera hipotética de casi un año-luz de radio (unos 9,5 billones de kilómetros). En estas dos últimas, que podrían albergar varios billones de cuerpos, se originan probablemente la mayoría de los cometas, porque, a esas distancias, la influencia solar es muy débil y los objetos sufren perturbaciones exteriores de otras estrellas y de la propia galaxia. 


Imagen artística de un disco protoplanetario, similar al que formó el sistema solar. Se cree que los objetos de la nube de Oort se formaron en el interior de estos discos. Imagen de dominio público.

Hasta el 30 de septiembre de 2016, había unos 1200 transneptunianos catalogados, de los cuales algunos ya tienen nombre: (420356)Pramzius, (385446)Manwe, (174567)Varda, (341520)Mors-Somnus, (148780)Altjira, (120347)Salacia, (66652)Borasisi, (88611)Teharonhiawako/Sawiskera  ̶ un binario ̶ , (53311) Deucalión, (38628) Huya, (38083)Rhadamanthus, etc. Estos se pueden ver en la Lista de objetos transneptunianos (List of Transneptunian Objects- Minor Planet Center). 

Los dos asteroides más exóticos que se conocen hasta ahora son el 2015BZ509, que, al parecer, estudiando su posición y su órbita, procede de otro sistema planetario y fue atrapado por la gravedad de nuestro Sol hace unos 4500 millones de años, mientras se formaba nuestro Sistema Solar; y el Oumuamua, 1I/2017U1, o 1I´Oumuamua, probablemente un pequeño viajero interestelar no ligado por gravedad al Sistema Solar, que lo atravesó casi perpendicularmente en noviembre de 2018 y se aleja para siempre en una trayectoria muy hiperbólica alterada por el Sol (su nombre, de origen hawaiano, quiere decir «llegado el primero desde lejos»). 

Más reciente aún es el primer cometa interestelar confirmado en setiembre de 2019 (segundo cuerpo interestelar, por tanto, ¡y en pocos meses!) y llamado oficialmente 2I/Borisov (que fue el C/2019Q4 de forma provisional; Gennadiy Borisov es el astrónomo aficionado que lo descubrió). Atravesará el plano orbital con unos 40° de inclinación a una velocidad vertiginosa y tampoco se volverá a ver. Una de las consecuencias más importantes de estos hechos es que hemos descubierto que el Sistema Solar es visitado, a menudo, por «viajeros» de otras estrellas.

Un dato curioso que sirve de ejemplo de las complejas y sorprendentes interconexiones de la ciencia con la sociedad humana es que, debido a la tensión y posterior conflicto entre Rusia y Ucrania, Borisov es reconocido como astrónomo ruso en Rusia, pero es ucraniano para el resto del mundo (al margen de la irrelevancia de las fronteras en estos temas). 

Casi todos los meteoritos que tenemos en la Tierra han llegado de los asteroides; sólo unos pocos provienen de la Luna y de Marte, y, algunos, de antes de formarse el Sistema Solar. 

Los asteroides, los cometas y los meteoritos son los vestigios de la formación y evolución de nuestro sistema planetario; a veces son portadores de muerte y destrucción, pero si estamos aquí estudiándolos es debido, con mucha probabilidad, a que también son portadores de moléculas precursoras de la vida. 

Como el propio ciclo de la vida y la muerte, creación y destrucción van unidas en la larga y compleja historia del Universo. Al fin y al cabo, todo lo que observamos, desde una minúscula roca que atraviesa el espacio hasta el mayor planeta, incluso nosotros mismos, es polvo de estrellas.

Cuerpos menores del Sistema Solar (Parte I)

Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Vestigios de la formación y evolución de nuestro sistema planetario, a veces son portadores de muerte y destrucción, pero también de moléculas precursoras de la vida. Hablemos de esos pequeños objetos que estudiamos con afán para saber más sobre nuestro Universo.

La curiosa forma del asteroide próximo a la Tierra (433)Eros,
fotografiado por la sonda NEAR Shoemaker en 2010 (NASA/JPL).

Cuando hablamos de cuerpos menores, nos referimos a los cuerpos celestes que orbitan en torno al Sol y que no son planetas, ni planetas enanos ni satélites. Muchos son los restos o escombros de la formación del Sistema Solar. Entre ellos se encuentran los meteoroides, los asteroides, los cometas, los cuasisatélites y los objetos transneptunianos.

Según recientes investigaciones, habría que añadir, probablemente, varios cientos o miles de cuerpos procedentes de fuera del Sistema Solar pero atrapados en él por la gravedad.

En esta primera parte hablaremos en detalle de los meteoroides y los asteroides, y en la próxima entrega, analizaremos el resto de ellos.

Meteoroides

Los meteoroides son los cuerpos menores con un tamaño comprendido entre 100 micras (0,1 mm) y 50 metros (en algunas propuestas científicas, entre 100 micras y 10 m). En general, menos de 100 micras se considera polvo cósmico, y más de 50 m, asteroide o cometa. En abril de 2017, la Unión Astronómica Internacional adoptó una revisión oficial de la definición y limitó el tamaño a entre 30 micras y un metro, pero permitió incluir cualquier objeto que produzca meteoritos. 

Existen dos fenómenos nocturnos relacionados con la dispersión de la luz solar por el polvo cercano a la Tierra en el plano de la Eclíptica: la Luz Zodiacal, que es una luminosidad muy débil mirando hacia donde se ha puesto el Sol (anillo de polvo que rodea al Sol), y el Gegenscheim, otra luminosidad hacia la parte opuesta (polvo entre la Luna y la Tierra).

Ambos resplandores son menos visibles que la Vía Láctea; por tanto, sólo se ven (difícilmente) en condiciones de mucha oscuridad, pero pueden aparecer más claros en fotos de exposición larga. No se deben confundir con los airglow o resplandores nocturnos verdosos o rojizos causados por la luz en las capas altas de la atmósfera, que tampoco son auroras, porque no están producidos por la interacción electromagnética de las partículas solares.  

Asteroides

Los asteroides son cuerpos rocosos, carbonáceos, metálicos, o una mezcla de ellos, más pequeños que un planeta y mayores que los meteoroides, y que giran alrededor del Sol en órbitas interiores a la de Neptuno. La mayoría lo hacen en el Cinturón Principal, entre Marte y Júpiter. Presentan todo tipo de órbitas: normales, excéntricas, con poca y con mucha inclinación respecto del plano del Sistema Solar (Eclíptica). 

Asteroides Cercanos a la Tierra, NEA - NEO (Near Earth Asteroid - Objet)

Estos, a su vez, se dividen en:

Asteroides Atón, con el semieje mayor de su órbita es inferior a 1 ua (“au” o unidad astronómica = 150 millones de km, la distancia de la Tierra al Sol), es decir, están entre el Sol y la Tierra, y, en algún momento, pueden cruzar la órbita terrestre.

Asteroides Atira o apohele, cuya su órbita no se cruza con la de la Tierra, es decir, interiores entre esta y el Sol.

Asteroides Apolo, con semieje mayor superior a 1 ua y que cruzan la órbita de la Tierra.

Asteroides Amor; perihelio mayor que el afelio terrestre e inferior a 1,3 ua, o sea, más allá de la órbita terrestre.

Asteroides Potencialmente Peligrosos (PHA, por sus siglas en inglés) son los que se acercan a la Tierra a menos de 0,05 ua (unos 7,5 millones de km) y tienen una magnitud absoluta inferior a 22 (en brillo). Aquí entran algunos de los tipos anteriores.

Debido a influencias gravitatorias complejas, las órbitas de muchos de ellos pueden ser alteradas con el tiempo, lo cual cambiaría su lugar y su peligrosidad.

Asteroides del Cinturón Principal (situado entre Marte y Júpiter) - MBA (Main Belt Asteroids)

La masa total de todos los millones de objetos que lo componen no llega al 5 % de la masa de la Luna, por lo que el volumen de la gran órbita que ocupa el cinturón está casi vacío. El cuerpo mayor es el planeta enano (1) Ceres, de 974,6 x 909,4 km (no es asteroide, es el único planeta enano del cinturón y hasta más allá de Neptuno), y los siguientes asteroides mayores son (4) Vesta, (2) Palas, (10) Higia y (3) Juno. Los dos pequeños satélites de Marte, Fobos y Deimos, podrían ser dos asteroides capturados por las fuerzas gravitatorias del planeta, después de haber sido desestabilizados por Júpiter.

Cruzadores de la órbita de Marte (algunos son, a la vez, cercanos a la Tierra).

Familias de asteroides: son agrupaciones de muchos fragmentos de composición y características orbitales similares, seguramente con un origen común procedente de antiguos choques entre primitivos asteroides. Existen más de 30 familias clasificadas (Hungaria, Hilda, Datuna, Karin, Veritas, Coronis, Eos, Temis, Flora, Eunomia, Focea, Cibeles, entre otras). Los grupos de menos ejemplares se llaman cúmulos de asteroides.

Polvo y guijarros procedentes de choques entre asteroides.

En el Cinturón existen órbitas en las que hay muy pocos asteroides o no los hay, llamadas huecos de Kirkwood, y zonas con mayores acumulaciones de ellos, como las familias que se han nombrado. Esto se debe a las resonancias gravitatorias con Júpiter.

La resonancia orbital es una fracción de números enteros simples en los periodos de las órbitas de dos cuerpos, que significa que se ejercen una influencia gravitatoria regular. Así, se dan zonas de inestabilidad gravitatoria donde los cuerpos serán expulsados, y otras de estabilidad donde estos se acumularán.

Órbitas de los asteroides conocidos. Crédito de la imagen: NASA , JPL-Caltech

Asteroides troyanos

Los asteroides troyanos son los que comparten órbita con un planeta, normalmente en dos regiones alrededor de los puntos de Lagrange L4 y L5, de estabilidad gravitatoria (60 o por delante y por detrás del planeta). De momento, se han confirmado dos pequeños troyanos en la Tierra y 17 en Marte; en Venus y Urano se supone que puede haber; Júpiter y Neptuno poseen varios millones, grandes y pequeños, también agrupados en familias, pero Saturno no tiene (al menos, que se sepa hasta ahora), seguramente debido a la influencia gravitatoria de Júpiter. Sin embargo, dos satélites de Saturno tienen dos troyanos cada uno (Tetis tiene a Telesto y Calipso, y Dione tiene a Helena y Pólux). En L4 y L5 de la Tierra se han detectado, además, acumulaciones de polvo, y es posible que haya rocas mayores. 

Asteroides duales

Asteroides tanto del cinturón principal como de afuera de él, entre el Sol y la órbita de Júpiter, que tienen comportamiento cometario en sus órbitas o en presentar coma y cola. No confundir con los dobles o binarios, que se refieren a los que tienen un satélite o a los que rotan sobre un centro de masas común.

Asteroides centauros

Se trata de los asteroides que, teniendo sus órbitas entre las de Júpiter y Neptuno, se comportan como asteroides y como cometas (de ahí su nombre, proveniente de la mitología, seres mitad hombre, mitad caballo), con órbitas inestables (a largo plazo) que cruzan las de los planetas gigantes gaseoso-líquidos, algunas de ellas con grandes inclinaciones.

Asteroides damocloides

Son los asteroides que siguen órbitas cometarias (muy excéntricas y alargadas respecto al Sol) y pueden tener dos orígenes distintos: la nube de Hills o la nube de Oort, en los confines del Sistema Solar. Algunos son asteroides expulsados por fuerzas gravitatorias hasta zonas más externas, y, otros, son cometas “muertos”, que han perdido ya su material volátil tras haberse acercado al Sol en muchas ocasiones. Hasta ahora sólo se han identificado 88 damocloides. Se llaman así por (5335) Damocles.

Tipos espectrales de asteroides

Se asignan a una clasificación según la SMASS (Small Main-Belt Asteroid Spectroscopic Survey), según el estudio de la luz reflejada, del espectro de absorción y del color, aunque resulta dificultoso en la mayoría de los casos.

Los diversos tipos espectrales se encuadran en estos grupos:

Grupo espectral C, de carbono; más de la mitad de los conocidos, y son muy oscuros. Tipos B, C, Cb, Cg, Ch y Cgh.

Grupo espectral S, objetos rocosos con abundancia de silicatos, aproximadamente el 17% de los conocidos. Tipos S, A, R, Q, K, L y Sa, Sq, Sr, Sk, Sl (de transición entre los tipos).

Grupo espectral X, metálicos o en parte metálicos, un poco más brillantes que los anteriores. Tipos X (incluye los tipos M, E y P de la clasificación anterior, Tholen), Xe, Xc y Xk.

Otros tipos menores: T, D (raros y oscuros, entre ellos los troyanos), Ld, O, y V (relacionados con el asteroide Vesta, basálticos).

Varios tipos espectrales se pueden relacionar con tipos de meteoritos: el C con los  condritas carbonáceas, el S con los metal-rocosos, el M con los metálicos, el V con los meteoritos acondritas HED (procedentes de Vesta).


En el próximo artículo, hablaremos en detalle de los cometas, los cuasisatélites y los objetos transneptunianos que habitan y circulan por nuestro Sistema Solar. 


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