Por Luis Escaned
Imaginemos que nos enteramos de que pronto se acaba el mundo. Imaginemos que sabemos la fecha exacta. ¿Cuántas películas han hablado de esto? Pero la realidad es que solo podemos especular sobre cuál sería nuestra reacción, porque nuestra especie, hasta ahora, no se ha visto ante un evento de tal magnitud.
Pilar era una mujer común con una vida común, trabajaba en una oficina archivando papeles y respondiendo correos electrónicos, soñando con algo más emocionante. Cada mañana seguía la misma rutina: despertarse, preparar café y encender las noticias mientras desayunaba tostadas. Pero esa mañana en particular, las noticias no eran nada ordinarias.
«Se ha descubierto un asteroide, designado 2024 YR4, con un 2,8% a 3,1% de probabilidad de impactar la Tierra el 22 de diciembre de 2032», anunció el presentador con alegría, como si estuviera hablando del clima de primavera. Pilar casi escupe el café.
—¡Justo a tiempo para la Lotería de Navidad en España! —murmuró para sí misma, riéndose de lo absurdo—. Si me toca la lotería, tal vez compre un búnker, o una nave espacial, o una sombrilla realmente grande.
Mientras conducía al trabajo, la radio seguía con más noticias deprimentes: políticos indultando a otros políticos corruptos, jóvenes incapaces de comprar o alquilar viviendas, y preocupaciones sobre si habría pensiones para cuando ella se jubilara. «Bueno», pensó Pilar, «si no nos mata el asteroide, lo harán los políticos».
Con los años, el asteroide se convirtió en un ruido de fondo constante en su vida. Cada tantos meses había una actualización:
«¡El asteroide 2024 YR4 mide 50 metros de ancho!»
«¡La probabilidad de impacto ha aumentado a 25 %!»
«¡Está hecho de metal!»
Pilar no podía evitar bromear con sus compañeros de trabajo:
—Tal vez está hecho de oro. Si impacta, seré la primera en llegar con un pico.
Como siempre, sacaba de las casillas a algún compañero hipocondríaco que tenía en la oficina; lo hacía a propósito, siempre supo qué botón había de pulsar para provocarlo, era su don.
Para 2032, el asteroide ya no era una broma. Se había confirmado que impactaría sobre la Tierra, específicamente en Bolivia.
El mundo estaba en caos, las empresas cerraban, la gente acumulaba suministros, y los gobiernos se apresuraban a prepararse. ¿Y Pilar? Pilar tenía un plan diferente, estaba cansada de la monotonía, de las malas noticias interminables y de la sensación de que la vida pasaba frente a ella sin color. Si el mundo iba a acabarse, ella se despediría con estilo.
Compró un billete de avión a Bolivia, preparó una maleta pequeña con lo esencial, incluida una botella de su vino favorito, y se embarcó en lo que llamó su «Aventura del Asteroide». Cuando llegó, se dirigió al desierto de de Dalí, en Pampa Jara, solo lo eligió porque leyó en una revista sobre sus paisajes surrealistas y le pareció apropiado. Una vez allí, preparó una hamaca, se tumbó y esperó.
Mientras el cielo comenzaba a brillar con la aproximación del asteroide, Pilar se servía una copa de vino, se recostó y sonrió.
—Bueno, — dijo levantando su copa hacia el cielo— esto definitivamente es más emocionante que las hojas de cálculo.
El asteroide cruzó el cielo, una brillante bola de fuego que iluminó el mundo por un momento impresionante. Y mientras la tierra temblaba y el viento rugía, Pilar cerró los ojos sintiéndose más viva que nunca. Para ella no era el fin del mundo, era el comienzo del espectáculo más grande de la Tierra.
Y en algún lugar, en medio del caos, creyó escuchar a los niños de San Ildefonso cantando su número.