Sobre la caída de meteoritos en la Tierra

 Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Existen muchas ideas erróneas que generan confusión sobre los meteoritos, esos trozos que llegan a la Tierra y que podemos recoger y, a veces, coleccionar. Aquí vamos a ahondar en una de las ideas más comunes que alimentan las fantasías de ciencia ficción.

Ilustración comparativa del meteorito Hoba, el meteoroide de Cheliábinsk y el que causó el cráter Barringer, con un Boeing 747. Imagen con licencia Creative Commons CCO 1.0 (dominio público).

Contrario a lo que se suele pensar, los meteoritos no hacen cráteres ni llegan con mucha velocidad. Esta es una de las creencias más extendidas e interesantes. La realidad es que, si acaso, dejan agujeros o cráteres muy pequeños. Para formar un buen cráter, el meteorito tendría que ser demasiado grande y tendría que llegar a gran velocidad. Los que cumplen estas condiciones son los verdaderamente peligrosos y se desintegran casi por completo al impactar; eran asteroides y dejan pocos restos (y esos restos sí son meteoritos). Los meteoritos normales han seguido otros comportamientos (en nuestro planeta) y vamos a ver el porqué.

En la ilustración que encabeza esta nota, el punto más pequeño a la derecha es el meteorito más grande encontrado en la Tierra, el Hoba, localizado en Namibia; pesa unas 60 toneladas y mide 2,7 x 2,7 x 0,9 metros. El del medio representa el tamaño aproximado del meteoroide de Cheliábinsk, localizado en Rusia, antes de entrar en la atmósfera, y del que, tras su explosión, grabada por miles de cámaras el 15 de febrero de 2013, con una energía de unos 500 kilotones (30 veces la bomba de Hiroshima), llegaron al suelo unas pocas toneladas en miles de fragmentos, de los cuales el mayor encontrado pesaba unos 650 kg. Estas piezas ya se venden y exhiben por todo el mundo.

Y el «pedrusco» más grande a la izquierda, ya en la divisoria entre meteoroide y asteroide, pues mediría más de 50 metros, representa el que creó el famoso cráter Barringer en Arizona, Estados Unidos, de 1190 m de diámetro (y, por tanto, no visible desde el espacio sin la ayuda de teleobjetivos). La enorme explosión que produjo desplazó 175 millones de toneladas de roca, pero vaporizó casi por completo el impactador, y sus pequeños restos se encuentran por miles en los alrededores; se los conoce como los meteoritos Meteor Crater o Diablo Canyon.

Aquí comienza el problema con la velocidad de entrada: cuando tienen este tamaño o más, poco o nada puede hacer la atmósfera para protegernos, ya casi no puede frenarlos ni romperlos, y la energía del choque será máxima y devastadora. 

Sin embargo, los habituales tamaños menores forman bólidos brillantes en el cielo, con temperaturas de varios miles de grados. Las «estrellas fugaces» (un nombre inapropiado, por cierto) son los fenómenos luminosos que dejan los trozos de algunos gramos o menores al desintegrarse en las capas superiores de la atmósfera (más o menos, entre 110 y 80 km de altitud).

Meteoritos de la colección de José Vicente Casado y Ana María Ordóñez expuestos para la venta durante las XXIII Jornadas de Astronomía «Estrellas en el Pirineo» de la AAHU (2024)

Los meteoros, más brillantes y con más estela dejada, los crean piezas de algunos kilos que se desintegran un poco más abajo (entre 80 y 50 km de altitud). Los bólidos los generan los meteoroides del orden de toneladas y a menor altitud (entre 50 y 13 km), y esto provoca un brillo superior al de Venus, y en ocasiones, si son grandes, superior al de la Luna y al del Sol; además, dejan estelas grandes y duraderas, como los de Skihote-Alin, Cheliábinsk, Villalbeto de la Peña, Dinamarca y Detroit.

Estos meteoros estallan a gran altura por el brusco cambio de temperatura durante el rozamiento y frenado en las capas altas de la atmósfera hasta velocidad casi nula, lo que da lugar a una lluvia de fragmentos pequeños en vuelo oscuro (denominado así porque ya no provocan fenómenos luminosos), en caída libre con algo de inercia, o sea, como si fuesen lanzados desde allí. Así se forma en el suelo la llamada «elipse de dispersión o distribución» (strewnfield, en inglés), es decir, una zona con forma de elipse alargada de unos cuantos kilómetros en la que van cayendo los pedazos según su peso, inercia, rozamiento con el aire, etc., y que, en algunos casos, es ligeramente desviada por la fuerza del viento.

La mayor parte de ellos se vaporiza, muchos trozos quedan tan pequeños como arenilla y polvo, una de las maneras en las que se forman los esquivos micrometeoritos, que serán indistinguibles del terreno y de los que sólo unos cuantos fragmentos se pueden recoger. Esos fragmentos están calientes, pero no queman: la caída los enfría porque en la alta atmósfera sólo da tiempo de fundirse una capa exterior, que se vuelve a solidificar y es conocida como «costra de fusión». En muchos casos, esta costra muestra espectaculares rastros del vuelo de entrada. Algunas se han recogido con escarcha en su superficie, ya que su temperatura interior aún es muy baja por haber procedido del frío espacio.

Lo anterior constituye la mayoría de los meteoritos que se recogen; y los de varias toneladas de peso sólo han hecho grandes agujeros (no son cráteres, propiamente). En definitiva, los cráteres sólo los producen los cuerpos peligrosamente grandes, y estos no son los más frecuentes. Por tanto, esas formas de impactar que presentan en tantas películas son irreales e imposibles, excepto para los objetos de gran tamaño, con los que sí se acercan a lo probable.

Eduardo Jawerbraum (Argentina) con parte de su inmensa colección de meteoritos.

Naturalmente, todo lo que hemos analizado son generalizaciones: las caídas varían mucho en función del ángulo de entrada, la velocidad del objeto en el espacio, su densidad, si irrumpen en la misma dirección de translación de la Tierra en su órbita solar (menor velocidad) o en la contraria (frenado más violento), si son rocosos, muy cohesionados o poco, o si son metálicos (más resistentes y con mayor energía potencial).

Por estos mismos motivos, la media de cantidad de masa que llega al suelo no es muy precisa, pero podríamos establecerla en un kilo por cada cuatro mil que tuviera en el espacio. El resto se desintegra (es decir, el 99.97%), es otra de las funciones protectoras de la atmósfera.

La mayor parte de los meteoroides impactan por el lado matutino de la Tierra, ya que coinciden con su sentido de avance en la órbita alrededor del Sol, así que, en realidad, es la Tierra, con nosotros en ella, la que arremete contra ellos. Por el lado contrario también impactan meteoroides, pero son menos.

Ya sea que produzcan fenómenos visibles o no, en nuestro planeta caen constantemente polvo y fragmentos de materia espacial, se calcula que más de 20 toneladas diarias, aunque la gran mayoría se vaporiza en la alta atmósfera o cae lentamente debido a su diminuto tamaño. Una vez en el suelo, y transcurrido mucho tiempo, los meteoritos que no se recogen y las pequeñas partículas se degradan poco a poco y pasan a formar parte de la propia corteza terrestre.

Pero no nos fiemos: si el bólido de Cheliábinsk, o uno similar, cayera encima de una gran ciudad, las consecuencias serían catastróficas. Y ni hablemos de uno mayor; la sola probabilidad hace que ocurran en zonas poco pobladas porque son más abundantes. En los pueblos y ciudades de los alrededores de la explosión de Cheliábinsk hubo más de 1500 personas heridas, sobre todo a causa de los vidrios rotos por la onda expansiva, y hubo 7200 edificios dañados, y eso que sucedió a decenas de kilómetros.

Cabe destacar que existen bastantes cráteres de antiguos impactos asteroidales que son visibles desde el espacio, algo normal si pensamos que suelen ser grandes, aunque también hay muchos pequeños que no se ven (como el antes nombrado caso del cráter Barringer). Para que se vean, han de medir entre 2,5 y 3 km o más, y destacar del entorno. Por eso, donde más se aprecian es en Canadá y en la parte desértica de África.

Los fenómenos antes descritos solo rigen para la Tierra, porque el resultado depende mayormente de nuestra atmósfera. En otros planetas y satélites, ese resultado será diferente en función de sus características. En la Luna también impactan asteroides y meteoroides a menudo, fenómeno muy estudiado en la actualidad gracias a los grandes avances en Astronomía y en los aparatos tecnológicos que la observan. Lógicamente, algunos producen un fenómeno luminoso que la comunidad científica denomina TLP (fenómeno lunar transitorio) o LIOT (impacto luminoso transitorio lunar). En la Luna, los cráteres durarán millones de años casi sin sufrir transformaciones, puesto que no hay viento, ni erosión, ni vegetación que los afecte.

A quienes nos llaman la atención estos temas, el hecho de poder tener en nuestras manos un pedazo del Universo que no es de la propia Tierra y, además, conocer su origen, su formación, su composición y la cantidad de información que atesoran sobre nuestros propios orígenes nos produce una sensación muy emocionante, más aún si es de uno que hemos visto caer, sea en la parte del mundo que sea.

«Pensamos que los meteoritos viven poco. Para nosotros ellos nacen en el momento que empiezan a quemarse».

Valeriu Butulescu, escritor


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