Meteoritos, ciencia colectiva, maldad y serendipia

Por Fernando Sa Ramón (AAHU)

Estela del bólido de Cheliabinsk (2013) desde Ekaterimburgo.
Foto de Svetlana Korzhova (CC BY-SA 3.0)

Hoy en día, resulta de vital importancia la «ciencia ciudadana», «ciencia colectiva» o «ciencia colaborativa», términos que se refieren a la colaboración de la gente común y de las personas aficionadas con la comunidad científica y experta en diversos temas a través de la observación, el descubrimiento, la recopilación y el análisis de numerosos datos de fenómenos naturales, biológicos y migratorios, astronómicos, tecnológicos, entre otros, y que ponen datos y aplicaciones a disposición de profesionales y aficionados en general.

Entre todos esos asuntos podemos destacar aquí el de los meteoritos, ya que, a la creciente red de cámaras panorámicas que escudriñan constantemente el cielo día y de noche, tanto públicas como privadas, hay que añadir los datos de testigos directos de caídas, en muchos casos, con la inestimable ayuda de las cámaras de sus teléfonos móviles. Con todos esos datos —fotos, vídeos, incluso las posibles piezas que se hayan podido recoger— se puede extraer información muy valiosa sobre la masa, velocidad y trayectoria de los objetos y, en la mayoría de los casos, se podrá establecer su procedencia (asteroides, planetas o cometas), su edad o el tiempo que llevaban vagando por el espacio.

El aporte especial de una niña a la Astronomía

En España tenemos un caso interesante y muy curioso en el que, hace pocos años, se pudo analizar el meteorito de Ardón, cerca de León, caído en 1931. Se trata de un fragmento de poco más de 5 gramos que recogió una niña en una calle del pueblo y lo guardó en una pequeña caja. 83 años después, Rosa González, que ya era una ancianita, y su sobrino, pensando que podría ser algo importante, pusieron el meteorito a disposición de especialistas del CSIC, en perfecto estado de conservación por haber estado tanto tiempo guardado.

Con la trayectoria contada por algunos vecinos, la propia Rosa y los diarios publicados en la época, junto con el análisis de laboratorio, se clasificó como una Condrita ordinaria L6 y grado de choque S3, probablemente proveniente del asteroide (1272)Gefion (como muchas otras condritas). Ahora, un corte en sección del meteorito se expone en la sala de meteoritos del Museo de Ciencias de Madrid (MCM) y el resto se ha devuelto a la familia. Se da la interesante circunstancia de que, pese a haber caído hace casi 90 años, se considera oficialmente una Caída (reciente) y no un Hallazgo, ya que la niña lo guardó en una caja desde el día en que cayó y no se ha visto alterado por la intemperie. Además, se cuenta con los relatos de quienes lo vieron.


El meteorito de Ardón junto a un cubo de escala (CSIC).

Las casualidades y la rebuscada condición humana

Otro caso más reciente y más espectacular es el del bólido de Cheliabinsk, el 15 de febrero de 2013, del cual, tras explotar en la entrada atmosférica con una energía 30 veces mayor que la bomba atómica de Hiroshima, llegaron al suelo entre 4 y 6 toneladas de meteoritos de tamaños comprendidos desde guijarros hasta uno de 650 kg, el mayor encontrado hasta ahora.

Sin embargo, en la observación de este evento confluyeron otros factores inesperados: la serendipia y la oscura condición humana. La palabra «serendipia» todavía no figura oficialmente en el diccionario español (RAE), aunque se puede usar como sinónimo de «casualidad».

«SERENDIPIA: descubrimiento o hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental o casual, o cuando se está buscando una cosa distinta, relacionada, o no, con aquel».

Casualidad, descubrimiento accidental, coincidencia, revelación, chiripa, chamba, carambola. Podría decirse que define la demostración natural de que todo está relacionado. Esta graciosa palabra proviene de un antiguo cuento persa sobre la isla de Serendib, la actual Sri Lanka.

En Rusia y en otros países, hace ya unos años que muchos vehículos llevan cámaras de grabación para evitar los diversos fraudes y engaños que algunas personas tratan de hacer simulando accidentes o atropellos para cobrar indemnizaciones.

Esa mañana de febrero, la extraordinaria entrada en la atmósfera del meteoroide fue grabada de manera fortuita por miles de cámaras de los vehículos y de seguridad. Al margen de los graves problemas y de la confusión inicial que generó el suceso, resulta que, a las pocas horas, ya había en Internet, al alcance de todo el planeta, cientos de videos que recibieron varios millones de visitas (acompañadas también de numerosas informaciones falsas). Se podría decir que esto es ciencia colectiva inesperada e instantánea.

Captura del bólido de Cheliabinsk por una cámara vehicular (2013). Video de Wikimedia Commons.

Existen relatos de numerosas caídas a lo largo de la Historia, pero ésta fue la primera vez que se pudo observar en directo y con repercusión mundial e inmediata. Hechos similares han dado en otros momentos y en diversos países, varios de ellos grabados con cámaras o móviles particulares, pero no de la misma potencia ni trascendencia (de momento, porque es cuestión de tiempo).

De todas formas, no es la única manera en que la maldad humana sirve para otros propósitos más interesantes sin habérselo propuesto. Con todo el horror que conllevan, las guerras impulsan avances científicos y tecnológicos. El hecho de tener uros en la actualidad —los casi extintos ancestros de los toros— se debe a que a los nazis de la II Guerra Mundial les apeteció «des-extinguirlos» y criarlos para sus cacerías partiendo de razas antiguas de bóvidos europeos.

Hace años, debido a la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, y a la proliferación de armas nucleares, se creó una red de estaciones distribuida por todo el planeta capaces de detectar infrasonidos, ondas sonoras no habituales, hidroacústicas y sísmicas para vigilar posibles pruebas atómicas no autorizadas (Organización del Tratado de Prohibición Completa de Ensayos Nucleares, OTPCE). 

Lógicamente, los eventos de meteoroides que producen fuertes explosiones al entrar en la atmósfera, como los de Cheliabinsk, Cochabamba, Zambia y el mar de Bering, son detectados por estos aparatos y hasta se puede estimar su tamaño, velocidad, movimiento y energía liberada.

Hoy en día, la comunidad científica de todo el mundo busca meteoritos por diversos rincones del planeta, sobre todo en desiertos y en los polos, que es donde mejor se distinguen del terreno. Pero no hay que olvidar que una buena parte de los meteoritos más famosos y de los más grandes han sido encontrados fortuitamente por poblaciones campesinas, indígenas o por senderistas, y que eso sigue sucediendo, aunque es extraordinariamente difícil. Lo habitual es tener que invertir mucho tiempo, dinero y estudios. Además, pensemos que aún hay algunos olvidados o desconocidos en casas particulares y otros escondidos por miedo a que se los quiten las autoridades, hecho que solo perjudica a la Ciencia. 

No existe un sitio de la Tierra donde caiga más cantidad o menos de meteoritos, su distribución es aproximadamente uniforme. El problema es que encontrarlos en zonas como selvas o campos de cultivo es más difícil; y más aún en los océanos, de donde no se ha sacado ni uno (hasta ahora, pero ya veremos en el futuro).

No obstante, en cuanto a los océanos, habrá que prestar mucha atención cuando comience la «era de la minería submarina», ya que la idea de la industria minera es recolectar los numerosos nódulos y concreciones metálicas que descansan en los fondos por su importancia geoeconómica, y a buen seguro aparecerán meteoritos con ellos, al menos los que no lleven mucho tiempo alterándose. Sin entrar en más detalles, esas pequeñas rocas submarinas se van formando con el paso de miles y millones de años por diversos procesos físico-químicos (hidrotermales, de precipitación, etc.) y, de momento, parece convenir una división en tres grupos principales: nódulos de manganeso, costras de ferromanganeso con alto contenido en cobalto y sulfuros polimetálicos. 

El hecho de buscar información en Internet también tiene sus sorpresas: existe un grupo mexicano llamado Zilder Beatman que ha publicado un disco-demo titulado Serendipia, y uno de sus temas se llama «El meteorito triste». ¡Qué cosas!

«El aspecto más triste de la vida, en este momento, es que la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne la sabiduría».

Isaac Asimov, científico, escritor y divulgador

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