Por Fernando Sa Ramón (AAHU)
En esta entrada, hablaremos sobre el albedo, qué es, y también sobre las desviaciones orbitales y por qué estos fenómenos son de interés para la Astronomía y las ciencias espaciales.
El albedo es el porcentaje de radiación que refleja cualquier superficie que no emite radiación propia respecto de la radiación que incide sobre dicha superficie (Wikipedia). Las superficies claras y las brillantes tienen albedos superiores (reflejan más y absorben menos energía) a las oscuras y las mates (reflejan menos y absorben más energía). Se expresa con valores entre 0 y 1 (que equivale a valorar de 0 a 100%).
Superficies % de luz reflejada Albedo |
Cuerpo blanco ideal 100 1 |
Cuerpo negro ideal 0 0 |
Hielo
90 0.9 |
Nieve reciente 86 0.86 |
Nubes (promedio) 50 0,5 |
Desiertos terrestres 21 0.21 |
Suelo sin vegetación 18 0.18 |
Océanos 5 a
10 0.05 a 0.1 |
Bosques (promedio) 8 0.08 |
Ceniza volcánica 7 0.07 |
Carbón vegetal y hollín 4 0.04 |
Luna 7
0.07 |
Mercurio
6
0.06 |
Venus (su atmósfera) 70 0.7 |
Tierra 37
a 39 0.37 a 0.39 |
Marte
15 0.15 |
Júpiter
41 0.41 |
Saturno
42 0.42 |
Urano
45 0,45 |
Neptuno
55 0.55 |
Encélado (de Saturno) 99 0.99 (el mayor registrado) |
Fobos y Deimos (de Marte) 6 0.06 |
Cometa Halley 4 0.04 |
Asteroides 2 a
40 0.02 a 0.4 |
El efecto Yarkovsky
La mayoría de meteoroides, asteroides y cometas son muy oscuros y mates, por lo tanto, tienen un albedo muy bajo. En los de tamaños pequeños, este hecho marca algunos comportamientos interesantes, ya que absorben mucha radiación solar y son afectados por el efecto Yarkovsky.
Sobre el año 1900, los científicos Poynting y Robertson calcularon que las órbitas de partículas podían ser alteradas por la absorción y la reemisión de radiación solar (calentamiento y enfriamiento), lo cual crea una fuerza tangencial que reduce el momento angular, y, por tanto, altera levemente las órbitas; todo esto haría que dichos objetos fueran cayendo al Sol gradualmente y en espiral, más pronto cuanto más pequeños, excepto para el caso del polvo (del orden de micras) porque, en este caso, el empuje de la radiación solar es mayor y lo aleja de él.
El ingeniero ruso Ivan Yarkovsky estudió el fenómeno ampliándolo a cuerpos mayores y que rotan, como los meteoroides y asteroides, y encontró varios comportamientos posibles:
• En un cuerpo que rota a velocidad media en sentido contrario a las agujas del reloj (movimiento prógrado), la cara que gira al lado que ya no le da el Sol va irradiando el calor acumulado cuando se calientan, lo cual genera un empuje muy pequeño, llamado presión de radiación, en la dirección de la órbita y un incremento gradual del semieje mayor de la órbita, es decir, una espiral que lo aleja muy poco a poco del Sol.
• En uno que gira en sentido horario (movimiento retrógrado) sucede lo contrario, se genera un pequeño empuje en contra de la trayectoria, un leve frenado, por tanto, una espiral que lo acerca al Sol.
• En uno que siempre presenta la misma cara al Sol, el exceso de radiación en una sola cara hará que la presión de radiación actúe en contra del movimiento y fuerce una paulatina espiral hacia el Sol.
Hay que tener muy claro que estas fuerzas son muy pequeñas, casi imperceptibles, pero constantes, por lo que el efecto a largo plazo durante miles y millones de años orbitando alrededor del Sol es bastante grande. También se notan en cuerpos pequeños, del orden de unos centímetros a unos pocos kilómetros (se supone que hasta unos 10 km), pero no en asteroides grandes. Además, lógicamente, el efecto será un poco distinto en función de otros aspectos propios de cada cuerpo: la forma y la rugosidad de la superficie, el albedo, el regolito (polvo superficial, que puede actuar como aislante), si la órbita es normal o muy excéntrica, o de su rotación, es decir, si gira muy rápido o muy despacio, la distribución de la temperatura no será igual de uniforme.
El efecto YORP
El efecto YORP (por las iniciales de Yarkovsky, O’Keefe, Radzievskii y Paddack) es una variación más reciente y compleja del Yarkovsky que estudia los cambios en la rotación de algunos cuerpos debidos a la radiación recibida, pero teniendo en cuenta su forma. En el trascurso de mucho tiempo, la rotación de algunos se frena, pero en otros se acelera hasta el punto de romperlos, lo que explicaría ciertos asteroides dobles o múltiples (algo que podría ser más común que la rotura por colisiones) y los asteroides duales (porque expulsan materiales al vencer la fuerza de rotación a su débil gravedad).
¿Por qué es importante y nos interesa todo esto?
Estos efectos nos abren la posibilidad, como especie tecnológica, de variar las condiciones de albedo y la órbita de algunos asteroides peligrosos para la Tierra para provocar un leve desplazamiento en su trayectoria con suficiente antelación para alejarlos de la Tierra o para acercarlos al Sol, por ejemplo, pintando una de sus caras o calentándolos más con un láser, o ambas cosas a la vez, o acelerar su rotación, o para forzar el desplazamiento de la órbita anclando algún tipo de cohete impulsor que actúe, también muy poco a poco, pero desde mucho antes de que sea un peligro insalvable.
Son soluciones mucho más realistas y mejores que lanzarles misiles nucleares o romperlos. Ya se han observado cambios naturales en las órbitas de algunos asteroides desde que se comenzaron a estudiar hace años. Por ejemplo, el 1999RQ36, de unos 500 metros de diámetro, mostró una desviación de 160 km en doce años de observación. Se trata del asteroide Bennu, recientemente visitado por la sonda OSIRIS-REx de la NASA, en el que se ha podido fotografiar la expulsión y vuelta a la superficie de polvo y piedras. Puede parecer muy poco, pero ese lapso, en la edad del Sistema Solar, es «nada».
Un PHA (asteroide potencialmente peligroso para la Tierra) que se vaya a cruzar con la Tierra dentro de unas decenas o unos cientos de años (que sigue siendo casi nada) puede ser desviado, desde ahora, unos pocos miles de kilómetros, suficientes para que no impacte sobre la Tierra o la Luna. Si hay voluntad de hacerlo, claro.
En abril de 2013, en el Congreso de Estados Unidos, un político preguntó al astrónomo Michael F. A'Hearn si éramos tecnológicamente capaces de lanzar algo que pueda interceptar un asteroide. Su respuesta fue: «No. Si ya tuviéramos planes de naves espaciales sobre el papel, eso nos llevaría un año, pero una misión típica lleva unos cuatro años desde su aprobación hasta comenzar a lanzar».