En muchas ocasiones,
lo más admirable de la inteligencia del ser humano, no es su capacidad para
encontrar la verdad, sino la de persistir en un error, y desarrollarlo hasta
tal punto que acaba convirtiéndose en verdad. Solo somos capaces de conocer el
mundo en la medida que nos conocemos a nosotros mismos. Cuando la humanidad se
encuentra, ignorante, en uno de esos atolladeros, la observación del mundo
suele estar desajustada con las herramientas de medida, y surgen correcciones
que complican más y más el modelo vigente. Solo alguien con una mente superior,
no solo a la de sus contemporáneos, sino también a la de su propio tiempo,
alguien con una visión más allá de las ideas preconcebidas, es capaz de
cambiarlo todo de forma que el mundo ya nunca vuelva a ser el mismo. En la
historia de occidente solo tres personas han sido capaces de algo tan audaz:
Pitágoras de Samos, Nicolás Copérnico y Albert Einstein; pero si hemos de
nombrar a alguno de ellos como ejemplo de lucha contra los propios prejuicios y
las ideas preconcebidas, sin duda ése es Copérnico.
En una convulsa época donde el
gélido oscurantismo medieval se iba fundiendo con la cálida luz que traía el
tsunami del humanismo italiano en el S. XIV, la concepción del mundo iba poco a
poco resquebrajándose inevitablemente con los mazazos de los nuevos
descubrimientos. El arte demandaba un resurgir de las ideas clásicas griegas;
un genovés llamado Colón, descubría un nuevo mundo; el hombre demandaba
protagonismo frente a Dios; la invención de la imprenta abría una nueva era de
difusión del conocimiento, hasta entonces recluido en monasterios; caía la
orden teutónica, última de las órdenes de caballería medievales; Constantinopla
era conquistada por los Turcos; se creó la iglesia protestante de manos de
Lutero y se demostró empíricamente por primera vez que la Tierra es esférica,
entre otras muchas cosas. Y en todo ese huracán, el menor de los hermanos de
una familia adinerada de Torun, Polonia, ponía la guinda al pastel tras años de
lucha interna, sabiendo que sus nuevas teorías podrían poner el mundo patas
arriba. Por primera vez en la historia aparecía una teoría heliocéntrica
explicada matemáticamente con gran detalle, que sería el principio del fin del
geocentrismo. Estamos hablando del Renacimiento.
Copérnico tuvo acceso tanto a
antiguos escritos como mediciones de anteriores astrónomos como el Almagesto de
Ptolomeo, las tablas alfonsíes sufragadas por Alfonso X el Sabio, o el Catálogo
de las estrellas de Ulug Beg. Ahí encontró interesantes teorías como la de
Aristarco de Samos, que proponía por primera vez el heliocentrismo, pero más a
nivel filosófico que científico, las de Azarquiel, que adjudicaba a Mercurio
una órbita elíptica en vez de circular, o Hicetas y Heráclides que creían que
la Tierra rotaba sobre su eje. Promovido seguramente por el ambiente creativo e
innovador de la Universidad de Cracovia y por su mentor en astronomía Domenico
María de Novara, Nicolás Copérnico se vio imbuido de una curiosidad exacerbada
por descubrir los entresijos de la maquinaria celeste. En el S. XV todavía no
existía el telescopio, los instrumentos de medida eran todavía los mismos que
habían estado usando los griegos muchos siglos antes, como el sextante, el
astrolabio, la esfera armilar o el triquetrum, pero más precisos y más grandes,
lo que permitía obtener datos más exactos. Y tal como decíamos al principio del
artículo, el ser humano es capaz de persistir en un error sin saberlo mientras
no tenga la evidencia suficiente. Copérnico se dio cuenta de que la ciencia
estaba en un callejón sin salida. Había llegado el momento de abrir la caja de
pandora.
Siendo un hombre profundamente
religioso y con una gran admiración por las teorías de Aristóteles y Ptolomeo,
no somos capaces de imaginar la lucha interna a la que debió estar sometido
mientras, año tras año, iba obteniendo nuevos datos y recopilando información
en su observatorio. Iba a ser el artífice de la destrucción del mundo tal y
como había sido conocido durante casi dos mil años. Tenía que estar preparado
para respaldar cualquiera de sus afirmaciones. La Inquisición era
extremadamente dura con todo aquel que cuestionara el sistema preestablecido,
así que decidió dotar a su teoría con el mayor aparato matemático que se conoce
hasta esa fecha.
En su libro Commentariolus hace un resumen y una exposición anticipada de su
visión del cosmos, y pese a haber tenido una aceptación mayor de lo que esperaba,
Copérnico seguía reticente a publicarlo por lo que solo circularon copias entre
sus más allegados. Pero su gran obra, la que le llevó 30 años escribir y
completar, fue De Revolutionibus Orbium
Coelestium (Sobre las Revoluciones de los Orbes Celestes). Una obra que le
perturbaba profundamente por sus implicaciones y por sus consecuencias.
Posiblemente no sería aceptada e incluso podría ser condenado por la iglesia
católica, que lo había nombrado canónigo en la catedral de Fromborg en 1501.
Pero lo que más le preocupaba es que podría cambiar el mundo radicalmente,
incluso, pensaba él, sumirlo en el caos. Pese a todos esos prejuicios, su
determinación a resolver el enigma celeste era tan fuerte que pasaba noche tras
noche estudiando el cielo.
Esta obra monumental consta de 6
libros: en el primero presenta una visión general de la teoría heliocéntrica, y
una explicación corta de su concepción del mundo, en el segundo los principios
de la astronomía esférica y una lista de las estrellas, el tercero está dedicado
a los movimientos aparentes del Sol, en el cuarto se describe la Luna y sus
movimientos orbitales y los dos últimos explican detalladamente el
funcionamiento del nuevo sistema. Copérnico tuvo especial cuidado en los
cálculos matemáticos y fue muy meticuloso a la hora de refutar la anterior
teoría. Sentía un profundo respeto por la genialidad de Ptolomeo (su Almagesto era su libro de cabecera), así
que, punto por punto, fue rebatiendo los inconvenientes que presentaba el
geocentrismo y ofreciendo una alternativa que se ajustaba más a los datos
obtenidos durante las observaciones. Puede considerarse sin ninguna duda la
obra más importante de la historia de la ciencia y el principio del método
científico.
No solo dio al mundo la visión del
cosmos que hoy sigue vigente. También contribuyó a la sociedad con la reforma
del calendario, el establecimiento de una moneda polaca, un precio justo para
el pan y el trigo o elaborando mapas. Fue además afamado médico en toda Europa,
una de esas personas tan admiradas que parecen ir a la vanguardia del mundo,
abriendo un camino entre tinieblas, tan osado que pocos se atreven a seguir
después. Pero una vez plantada la semilla, el árbol acaba por crecer, y a día
de hoy damos gracias a la vida por habernos mandado a un Copérnico.
Rubén
Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca
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