Por: Romina Navarro (AAHU)
Seguimos homenajeando a las grandes astrónomas de nuestra historia antigua y reciente
Hoy el mundo de la Astronomía reconoce los inmensos aportes de grandes científicas sin las cuales mucho de lo que se ha logrado no hubiese sido posible. El artículo anterior fue un tentempié con algunos datos sobre las astrónomas y científicas más conocidas, y los obstáculos que tuvieron que superar para abrirse paso en esta disciplina.
Pero hay muchas más, algunas más reconocidas que otras, continuaremos hablando sobre ellas y aprovecharemos el #8M como excusa para homenajearlas, aunque en nuestra comunidad se las tiene
siempre presentes.
Una bruja en la Antigua Grecia
Wikimedia Commons
En la Grecia del siglo II a.C., hubo una genial astrónoma conocida como Aglaonice de Tesalia, quien calculaba a la perfección los ciclos de los eclipses, por lo que era capaz de predecirlos con precisión casi exacta. Sin embargo, se la tildaba de hechicera o sacerdotisa que «hacía desaparecer la luna» a voluntad. Pues claro, en aquel momento, era más razonable atribuir su habilidad a un don sobrenatural que a sus conocimientos científicos, y esto fue, en gran parte, culpa de Aristóteles y sus teorías sobre la inferioridad intelectual (entre otras) de las mujeres.
Entre los siglos III y I a.C., hubo muchas mujeres de esa
región que estudiaron con dedicación los astros y calculaban los ciclos de
los eclipses; llegaron a ser conocidas como las brujas de Tesalia,
y les atribuyeron vínculos con Hécate, una deidad
mitológica conocida como la diosa de las encrucijadas, reina de los muertos y
reina de las brujas.
«Pero sí hay que temer, querido amigo, que no nos ocurra,
lo que se dice sucede a las mujeres de Tesalia cuando hacen descender la Luna(…)». (Platón)
Astronomía divina y una leyenda española de la Edad Media
No existen registros sobre astrónomas durante la Edad Media, seguramente debido al oscurantismo que predominó en esa época y que frenó el avance y la divulgación del conocimiento y las ciencias. No obstante, hubo quienes desafiaron esas limitaciones. Una de esas personas fue Santa Hildegarda de Bingen (1098 – 1179), abadesa benedictina y polímata alemana.
Escritora, compositora, filósofa, médica, científica,
naturalista, mística y profetiza, desde muy temprana edad, Hildegarda tenía visiones desde las
cuales plasmó teorías sobre el universo en algunas de sus obras literarias y
escritos. Llegó a ser una de las mujeres más influyentes de la Edad Media, y la
única a quien la Iglesia permitió predicar al clero y al pueblo en templos y
abadías.
Hace exactamente cien años (1924), la enciclopedia Espasa Calpe
habló por primera vez de una astrónoma madrileña del siglo X llamada Fátima de Madrid, hija del célebre astrónomo Ahmad al-Mayrity, con quien colaboró en
la redacción de numerosos trabajos, entre los cuales se destaca el Tratado
del Astrolabio. Se decía que pasó la mayor parte de su vida en Córdoba, capital
del Califato, y que colaboró en el calendario, en el cálculo de las posiciones
de varios cuerpos celestes y en el cálculo de eclipses.
No obstante, hay un «pero»: no existe un solo documento histórico
que deje constancia de la existencia de Fátima. Ni una sola fuente antigua habla de ella
ni de las obras que le atribuyó el artículo de la enciclopedia. Al parecer,
solo se trata de una bonita leyenda que se ha ido esparciendo durante las
últimas décadas con ayuda de internet.
Estrellas que brillaron con luz propia
A partir de la llegada de la Ilustración, resurgió la Astronomía y, con ella, muchas figuras femeninas de la ciencia. En el siglo XVI, por ejemplo, se destacó la
danesa Sophia Brahe (1556 – 1643), astrónoma autodidacta que trabajó en conjunto con su famoso
hermano Tycho Brahe desde que tenía 17 años. Procedentes de la alta
nobleza danesa, tuvieron muchas riñas con la familia para defender su pasión
científica. Juntos elaboraron un amplio catálogo de movimientos y posiciones
planetarias.
Conocida como la «Palas de Silesia», Maria Cunitz (1610 – 1664) fue una prominente astrónoma polaca que perfeccionó las teorías de posicionamiento de los planetas corrigiendo errores matemáticos que había cometido Kepler en sus Tablas rudolfinas, y además, simplificó dichos cálculos. Es la autora del libro Urania propitia, escrito en alemán y en latín, donde brindaba la simplificación de estos cálculos y agregaba nuevas tablas planetarias. Esta obra le valió una gran reputación a lo largo de Europa, y llegaron a compararla con Hipatia de Alejandría por sus aportes a la cultura y la ciencia.
Por su parte, Maria Clara Eimmart (1676 – 1707) fue una astrónoma y dibujante alemana, hija y ayudante del astrónomo Georg Christoph Eimmart. Gracias a su educación en bellas artes, se destacó especializándose en ilustraciones botánicas y astronómicas muy precisas. Hizo mas de 350 dibujos de las fases lunares a través de las observaciones con el telescopio de su padre. Estas ilustraciones fueron la base para la elaboración de un nuevo mapa lunar.
La astrónoma y matemática francesa Nicole-Reine Lepaute
(1723 – 1788) predijo el regreso del cometa Halley, calculó el momento exacto
de un eclipse solar y creó un catálogo de las estrellas. En 1761 fie reconocida
como miembro honorario de la Academia Científica de Béziers.
A pesar de no haber recibido educación formal ya que se pensaba que solo debía prepararse para ser ama de casa, la joven alemana Caroline Herschel (1751 – 1848) logró alejarse de su familia e irse a vivir con su hermano, el célebre William Herschel, en Inglaterra, para escapar del destino que su madre le tenía deparado. Con él construyó los mejores telescopios de su época y pasó horas interminables tallando lentes y observando el cielo.
En 1787 le reconocieron su condición de astrónoma por
derecho propio: ¡La primera astrónoma profesional de la historia! A los 78 años,
recibió la Medalla de Oro de la Royal Astronomical Society. Entre ella y su hermano descubrieron
más de 2500 objetos del cielo profundo, como nebulosas, galaxias y cúmulos
nebulares.
Al otro lado del Atlántico, la estadounidense María Mitchell (1818 –
1889), oriunda de un pequeño pueblo pesquero de Massachusetts, fue la primera
astrónoma en trabajar profesionalmente tras haber aceptado un puesto en el Vassar
College. En 1847, descubrió el cometa C/1847 T1, que posteriormente sería
llamado Miss Mitchell's Comet en su honor.
También fue la primera mujer miembro de la Academia de Artes
y Ciencias de Boston y de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia.
Además, fue la primera mujer que entró al Observatorio del Vaticano.
Al margen de la Astronomía, Mitchell era también una
luchadora humanista. Se involucró en el movimiento contra la esclavitud y, a
modo de protesta, dejo de usar ropa hecha de algodón sureño. También fue
activista por el sufragio y la educación de las mujeres.
También de Massachusetts, Henrietta Swan Leavitt
(1868 – 1921) trabajó en el Observatorio del Harvard College. Era una de las calculadoras
o computadoras humanas del llamado harén de Pickering, nombre desafortunado
que se dio a las mujeres del laboratorio de cálculos. En el Observatorio estudió
las estrellas variables Cefeidas, cuyo brillo varía con periodos regulares. Su
trababjo quedó eclipsado al ser atribuido a sus superiores, Edward Pickering y
Edwin Hubble.
La también estadounidense Annie Jump Cannon
(1863 – 1941) fue otra de las «computadoras» del Observatorio de Harvard, donde
se destacó por su capacidad para clasificar las estrellas con gran rapidez y
precisión. Publicó su primer catálogo de espectros estelares en 1901, fue
nombrada conservadora del archivo de fotografías astronómicas de Harvard en
1911, y en 1914 llegó a ser miembro honorario de la Royal Astronomical Society.
Estableció un sistema de clasificación de estrellas que se
usa hasta hoy en día, el OBAFGM. Fue una de las primeras mujeres en recibir un
doctorado honorario de la Universidad de Groningen y la primera en recibir el
doctorado honorario de la Universidad de Oxford. Además, fue la primera mujer a
quien se concedió la medalla Henry Draper, y en 1933, se estableció el Premio Annie
Jump Cannon de la Sociedad Astronómica Americana.
Sin embargo, no fue hasta 1938 que la nombraron profesora
regular de Astronomía. Se jubiló en 1940, pero siguió investigando hasta su
muerte. Su catálogo llegó a tener 400.000 estrellas.
Fuentes:
NOTA: Todas las imágenes cuentan con licencia de uso libre de Wikimedia Commons
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