N.A.S.A., 1961. El profesor
James Lovelock, licenciado en química por la Universidad de Manchester en 1941,
en medicina por la Escuela de Londres de Higiene y Medicina Tropical en 1948, y
en biofísica por la Universidad de Londres en 1959, es convocado para el
desarrollo de instrumentación de alta precisión para incorporarla al programa
Viking. Su misión es el estudio de habitabilidad del planeta Marte; y de darse
las condiciones, la búsqueda de vida en el mismo. Cuando llega a las
instalaciones de desarrollo de la N.A.S.A. el panorama que se encuentra es
desolador. Ingenieros mecánicos, inexpertos en el campo de la biología, son los
encargados de crear detectores de vida. El profesor Lovelock se interesa por una
especie de ingenio cubicular parecido a una trampa. Cuando pregunta acerca de
su funcionamiento, el ingeniero padre de la criatura le responde: “Es un atrapa
moscas, según nuestras observaciones Marte es un planeta completamente cubierto
de desiertos. Todo el mundo sabe que en los desiertos viven camellos, por lo
que estoy seguro de que mi dispositivo será capaz de atrapar alguna de las
numerosas moscas que vuelan a su alrededor”. James Lovelock vaticina el fracaso
absoluto de la misión, aun cuando el planeta estuviese rebosante de vida. En
colaboración con Carl Sagan, determinan que la mejor forma de estudiar la
habitabilidad y la existencia de vida en Marte es mediante el análisis de su
atmósfera. Fue a partir de aquí cuando, en la mente del brillante profesor
James Lovelock, empezaron a germinar las semillas de la que sería su aportación
científica más controvertida: La Teoría Gaia.
Los análisis de la atmósfera de Marte determinaron
que se trataba de un planeta inerte, pues se encontraba cerca del total
equilibrio químico, con una gran mayoría de dióxido de carbono en su
composición y apenas oxígeno. Carl Sagan barajó la posibilidad de que todavía
albergara oasis de vida, quizás donde quedase algo de agua, pero finalmente se
descartó esta opción. Fue durante este periodo cuando James Lovelock se percató
de la enorme influencia que la vida tiene en la química de un planeta. Gracias
al ciclo del agua, los nutrientes fluyen por todo el planeta, y gracias al aire,
los gases emitidos por las diferentes formas de vida se extienden a lo largo y
ancho del planeta. La gravedad se encarga de trasladar los materiales de arriba
hacia abajo, pero la vida lo hace lateralmente, e incluso de abajo hacia
arriba. La teoría Gaia propone que todas las formas de vida y las no vivas de
un planeta, forman un complejo sistema en interacción que puede ser considerado
como un solo organismo vivo. De esta manera, la biosfera ejerce una influencia
tal sobre el planeta, que mantiene una regulación de las condiciones aptas para
la propia vida. El planeta al completo así, se convierte en un sistema
autorregulado. Sin teologismos, sin divinidades, simple acción y reacción.
James Lovelock desarrolló esta teoría en su época de
científico independiente. Gracias al desarrollo de ciertos inventos, cuyas
patentes le proporcionaron ingresos de por vida, no necesitó de financiación de
gobiernos ni universidades. Fue el inventor del detector de electrones, tan
sensible (a día de hoy sigue siendo el método de detección química más sensible
que existe) que fue capaz de detectar en partes por millón la existencia de
compuestos clorofluocarbonados en la atmósfera (o CFC’s) que hoy sabemos son
tan perjudiciales para la capa de ozono; de hecho, James Lovelock vaticinó su
desaparición completa si no se regulaba el uso de fertilizantes y pesticidas.
Si bien en principio se rieron de él, con el paso de los años se demostró que
tenía razón. En 1952 también realizó aportaciones, que luego fueron cruciales,
en el campo de la criogenización de células. Sus investigaciones demostraron
que el daño celular se produce cuando el hielo se separa en cristales como
sustancia pura de otras como sales y soluciones. En esa misma década participó
en el desarrollo de soluciones para el resfriado común y para otras infecciones
respiratorias. Es también inventor del detector de Argón, importantísimo para
la cromatografía de gases. Todas estas aportaciones le permitieron ser uno de
los pocos científicos que, a día de hoy, con casi 99 años, pueden considerarse
autofinanciados.
El no verse sometido a voluntades comerciales de
multinacionales o intereses políticos de gobiernos e instituciones, pudo
dedicarse a lo que realmente le interesaba: la química planetaria. Durante los
primeros 25 años (y aún a día de hoy) sus ideas fueron fuertemente criticadas,
tildándolas de religiosas más que de científicas. James Lovelock entonces
volvió al ataque con un modelo computerizado y matematizado al que llamó el
planeta de las margaritas. Este demuestra que, ante la variación en la emisión
de energía de una estrella, un planeta con vida ejerce una resistencia al
cambio, siempre y cuando sigan existiendo condiciones de habitabilidad. El
modelo consiste en un planeta cubierto de margaritas de diferentes tonos desde
blanco hasta negro. Una baja emisión de energía estelar favorece la existencia
de margaritas negras, las cuales absorben calor y mantienen una temperatura
constante; por el contrario, un aumento de emisión energética favorecería el
crecimiento de margaritas blancas, que reflejarían gran parte de esa energía,
manteniendo de nuevo una temperatura constante. Aplicándolo a nuestro planeta
podemos decir que la vida, mediante su interacción con el medio ambiente,
mantiene con enorme fuerza unas condiciones de temperatura y química planetaria
aptas para sí misma.
Hoy la teoría está no solo aceptada sino ampliamente
demostrada, y sus resultados se extrapolan al estudio de otros planetas, como
por ejemplo la terraformación (convertir en habitable un planeta), o la
búsqueda de vida en los miles de exoplanetas que hemos descubierto, mediante en
análisis de su composición atmosférica. Se puede decir sin temor a equivocarnos
que James Lovelock es uno de los mayores precursores del ecologismo durante el
siglo XX y uno de los más influyentes científicos en el avance de la
exploración espacial. Hoy no conserva esperanza en que la humanidad, con
nuestro nivel de tecnología actual, sea capaz por sí misma de sanar el daño que
hemos hecho en la atmósfera y el océano. Por eso propone macroproyectos de
geoingeniería, como el bombeo de agua rica en nutrientes desde las
profundidades del mar, y así favorecer el desarrollo masivo de microorganismos,
que reducirían los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera. Es también un
acérrimo defensor de la energía nuclear como alternativa a los combustibles
fósiles.
Con casi un siglo de existencia, el profesor Lovelock
sigue siendo un científico independiente, más cercano al artista renacentista
que al mercenario a sueldo de los intereses de un gobierno. Hoy uno ya no sabe
si la ciencia está al servicio de la humanidad o del interés de las
multinacionales, pero es más necesaria que nunca la existencia de este tipo de
investigadores.
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