“Debemos ver
en los instrumentos científicos una prolongación de nuestros sentidos”.
Esta sencilla y reveladora frase define a la perfección a una de las más innovadoras y creativas mentes de la historia de la ciencia, una mente que podría considerarse, sin miedo a equívoco, la primera puramente mecanicista y empírica de la historia, dejando a un lado misticismos o creencias religiosas. Estamos hablando del gran científico del S. XVII Robert Hooke, al que los registros, por fortuna o por conspiración, se han empeñado en mantener olvidado y menospreciado.
Nacido
en el seno de una familia humilde, aunque de cierta posición social, Robert
Hooke siempre fue considerando como un científico de segunda por sus compañeros
de profesión, al que relegaron casi desde el principio, aun habiendo aportado
algunos de los conceptos más innovadores de la época, al simple puesto de
ayudante en la Royal Society, de la fue cofundador y llegó a dirigir hasta el
día de su muerte. Estamos hablando de una de las mentes más abiertas y
privilegiadas que la ciencia ha visto en relación a su época que le hicieron
adentrarse en mundos hasta el momento desconocidos.
A
la temprana edad de 10 años fue capaz de reproducir pieza por pieza un reloj
que él mismo talló en madera y hacer que funcionara, a partir de otro desarmado
que encontró. Fue también con esa edad, gran sorpresa de un pintor que
casualmente se alojó en su casa, al ver la extraordinaria habilidad con la que
el pequeño Robert copiaba a la perfección unos cuadros presentes en la casa,
pese a que era la primera vez que tocaba unos utensilios de pintura artística.
Así, auspiciado y recomendado por el propio pintor, saltó a Londres para
iniciar sus estudios y recibir formación en pintura, aunque Robert se decantó
por la ciencia, dado que dominó el arte del dibujo en muy poco tiempo y la
técnica ya no tenía secretos para él.
Su
prodigiosa habilidad para construir ingenios mecánicos le valió para rescatar
del olvido y potenciar enormemente el microscopio. Esto, sumado a su don innato
para el dibujo, le permitieron crear una de las obras de biología más
importantes del S. XVII, “Micrographia”, donde por primera vez en una obra
científica se incluían detalladísimas ilustraciones del mundo de lo diminuto
realizadas por él mismo, en una época en la que la mayoría de científicos
tenían la vista puesta en el cielo. Fue también precursor de conceptos que aún
a día de hoy resultan abstractos, como la relación directa entre energía
vibrante y materia. Robert Hooke ponía de manifiesto una teoría que para
entonces resultó tan absurda que no fue digna de consideración por sus
contemporáneos, la idea de que la materia es realmente una manifestación sólida
de la energía. Fue también, gracias a sus estudios del péndulo cónico y
extrapolando de idea de fuerza centrípeta ejercida por el cordel del mismo, el
que originó la idea de la gravitación como fuerza a distancia (cosa que Newton
jamás reconoció). Y no acabó aquí, fue también creador de la teoría de la capilaridad,
creó el concepto de partículas como elementos finales e indivisibles de la
materia, inventó el primer telescopio cassigrin (a día de hoy unos de los más
potentes del mundo), el resorte de muelle como mecanismo de relojería, que
permitió la creación del reloj de bolsillo, la primera cámara de vacío junto a
Robert Boyle (quien se llevó todo el mérito del invento), el diafragma gris,
que sigue siendo a día de hoy muy utilizado en muchísimos instrumentos ópticos
o diversos utensilios de medida de meteorología.
Sin
embargo, y de forma muy desmerecida, la única razón por la que conocemos y
recordamos hoy a Robert Hooke, es gracias a la ley que lleva su nombre y que
estudia la elasticidad de los cuerpos en estado estático y que todos estudiamos
en edad más o menos temprana una vez llegados a los estudios secundarios. La
ley de Hooke establece que “la fuerza que devuelve un resorte a su posición de
equilibrio es proporcional al valor de la distancia que se desplaza de esa
posición”, y cuya expresión matemática es:
F=-k·Δx.
Esto abrió, como ya había hecho
en otros campos antes mencionados, la puerta al estudio de la elasticidad de
los materiales, tan importante a día de hoy (y también entonces aunque en menor
medida) para sectores tan importantes como el de la industria y la
construcción.
Y
es precisamente en la arquitectura donde mayor contribución hizo Robert Hooke.
Fue nombrado supervisor de la reconstrucción de Londres tras el incendio que
arrasó la ciudad en 1666, y no contento con reconstruir lo que ya había, elevó
nuevos edificios como el Raggley Hall o el Bethlehem Royal Hospital, de
extraordinaria belleza en la época y hoy sustituido. Bien podría haber pasado a
la historia además como uno de los arquitectos con más talento de la historia,
pues introdujo el arco de catenaria como medida de sustentación perfecta,
siendo así pionero y absoluto precursor en el uso de la matemática hiperbólica
aplicada a la arquitectura, tan extendida a día de hoy y cuyo máximo exponente
contemporáneo ha sido Antoni Gaudí, famoso por el uso de superficies
hiperbólicas como elementos estructurales.
Abrió
las puertas también para los científicos futuros a un concepto totalmente
impensable para la época. La evolución de las especies. Robert Hooke, tras
estudiar diversos fósiles, llegó a la conclusión de que no eran caprichos de la
geología sino seres de hace miles o tal vez cientos de miles de años que por
algún proceso químico desconocido llegaron a petrificarse, y que por lo tanto
podrían tener descendencia en el presente aunque tal vez con formas diferentes.
Solo
una mente completamente abierta y libre de prejuicios podría materializar tal
variedad de ideas, tan diversas y tan adelantadas a su tiempo. No obstante,
ninguno de sus contemporáneos llegó a valorar su trabajo de la manera que se
merecía, llegando incluso a plagiarle, ignorarle o (dicen las malas lenguas)
robarle parte de sus trabajos. Trataron de borrarle de la historia, extraviando
retratos suyos (hoy no se conoce la existencia de ninguno), documentos, estudios
o incluso robándole inventos y atribuyendo a otros obras arquitectónicas suyas.
Tal es el castigo que sufre una mente demasiado adelantada a su tiempo. La
fuerza del trabajo de Robert Hooke ha acabado hablando por sí misma, haciendo
imposible su boicot, y a día de hoy una biografía suya cayó en las manos de
este humilde aficionado a la ciencia, que se ve en la obligación de darle el
homenaje que se merece.
Rubén Blasco –
Agrupación Astronómica de Huesca.
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