Hasta ahora nuestro planeta es
el único mundo conocido que alberga vida. Desde los lugares con climas más
extremos hasta las profundidades del océano, la naturaleza siempre demuestra su
gran poder de adaptación y propagación. Existen chimeneas volcánicas en los
suelos oceánicos rodeadas de agua extremadamente fría, privados de luz y a una
altísima presión, donde viven bacterias gracias al calor y los gases que
emanan; animales como la almeja de Islandia, que puede llegar a superar los 400
años de vida; medusas (como la Turritopsis dohrnil) que no mueren de forma
natural, o lo que es lo mismo, son inmortales. Los tardígrados por ejemplo son
unos microorganismos invertebrados, también llamados osos de agua, que son
capaces de sobrevivir en las condiciones más extremas. Soportan presiones de
6000 atmósferas, temperaturas desde -200º hasta 150 ºC, pueden estar 10 años
privados de agua y son el único organismo vivo conocido capaz de sobrevivir en
el vacío del espacio. En 2013 el microbiólogo británico Milton Wainwright, junto a un grupo de
científicos de la universidad de Sheffield, descubrieron mediante un globo
atmosférico, unos microorganismos a 27.000 metros de altura justo después del
máximo de las Perseidas. La conclusión a la que llegaron es que, dado su tamaño,
no podían proceder de nuestro planeta, por lo tanto, su origen debía de ser
forzosamente extraterrestre.
ESO/M. Kornmesser |
Tenemos una privilegiada posición en nuestro Sistema
Solar, justo en la mitad de la zona habitable. La Tierra posee un campo
magnético que la protege de las peligrosas radiaciones solares y cósmicas.
Tenemos también la cantidad suficiente de agua líquida como para que se genere
un complejo sistema climático y un ciclo del agua, sin el cual no sería posible
tanta diversidad. Es además un planeta «vivo», en constante transformación y
movimiento tectónico, y con historia suficiente como para haber desarrollado
vida inteligente. Pero a pesar de poblar un planeta tan inmensamente rico como
el que usted pisa mientras lee este artículo, desde tiempos inmemoriales estos
animales tan curiosos llamados seres humanos han querido ir un paso más allá.
A día de hoy nos encontramos especialmente interesados en
la búsqueda de vida extraterrestre, pues tras diversos estudios se ha concluido
que un astro no ha de estar necesariamente en la zona habitable para albergar
vida. En nuestro sistema solar por ejemplo se está haciendo especial énfasis
cuatro puntos concretos: el planeta Marte, las lunas Encelado y Titán de
Saturno, y Europa, perteneciente a Júpiter. Cabe destacar que solo Marte está
situado en la zona habitable de nuestro Sistema Solar, pero la intensa
actividad interna de las lunas de los gigantes gaseosos hace pensar que puedan
existir zonas de agua líquida bajo su superficie helada, permitiendo el desarrollo
de ciertos organismos. Desde el descubrimiento del primer planeta exterior al
Sistema Solar en 1995 y los posteriores estudios del telescopio espacial
Kepler, que descubrieron literalmente miles de exoplanetas más, nuestros
horizontes se han ampliado de una forma que no esperábamos. La conclusión es
que la mayoría de estrellas, especialmente las enanas rojas, tienen planetas y
muchos de ellos están en la zona habitable. Se calcula que el 73% de las
estrellas de nuestra galaxia son enanas rojas, y la gran mayoría de ellas
tienen planetas rocosos. Hablando en números, solo en nuestra galaxia podría
haber 60.000 millones de mundos potencialmente habitables, y que podrían
albergar vida. Una de esas pequeñas estrellas rojas es nuestra vecina más
cercana, Próxima Centauri, tan tenue que no se ve a simple vista, y solo
mediante telescopios de cierta potencia puede vislumbrarse un minúsculo punto
rojo. Este pálido punto rojo se ha convertido recientemente en el centro de
atención de todo el mundo. Próxima Centauri está orbitada por un planeta de
tipo terrestre, en la zona habitable y de un tamaño ligeramente superior al
nuestro, llamado Próxima b.
Puede parecer algo sencillo, pues los medios de
comunicación nos vomitan la información a medias. Incluso podría parecer que
una «nave» haya ido a hacerle una foto, o que cualquiera con su telescopio
casero podría ver dicho planeta. Nada más lejos de la realidad. La tecnología
empleada para el descubrimiento de exoplanetas es la misma que hace 20 años, y
ésta es la espectrografía.
Mediante la espectrografía se pueden descubrir
pequeñísimas variaciones en el brillo de una estrella, causados por el tirón
gravitatorio que puede generarle un planeta. Debido al efecto Doppler la
estrella sufre un corrimiento al rojo y al azul causado por el bamboleo.
Gracias al extremadamente preciso espectrógrafo H.A.R.P.S. (High Accuracy
Radial velocity Planet Searcher) del European Southern Observatory situado en
Chile, se han podido observar estas variaciones periódicamente y descubrir, sin
ningún tipo de duda, la existencia de este planeta, al que se ha bautizado como
Próxima b.
Como hemos dicho antes, Próxima Centauri es una enana
roja situada a 4,22 años luz de la Tierra, posiblemente pertenezca a un sistema
estelar triple junto a Alfa Centauri A y B, aunque esto está por confirmar. Su
masa es un octavo la del Sol y su radio un séptimo, lo que la hace mucho más
pequeña (es algo más grande que el planeta Júpiter), pero su densidad es 40
veces mayor. Su radiación en todo el espectro electromagnético es
extremadamente baja, un 0,17% la del Sol, y cae todavía más en lo referente a
luz visible, un 0,0056%. Es además una estrella fulgurante, es decir, que sufre
aumentos bruscos e impredecibles en su brillo y en su radiación en todo el espectro,
lo que la hace peligrosa en sus proximidades.
El descubrimiento de Próxima b orbitando esta estrella ha
despertado la imaginación de todo el mundo. Se trata de un planeta 1,3 veces
más masivo que La Tierra, está situado a 7,5 millones de km de la superficie de
la estrella por lo tanto está en la zona habitable; se calcula que su
temperatura media rondaría los 40 grados (aunque esto depende de muchos
factores como la existencia o no de atmósfera y su composición), lo que
permitiría la existencia de agua líquida; y que tarda en completar una órbita
11,2 días. No presenta inclinación de su eje respecto a la órbita. Dada su
proximidad a la estrella, Próxima b recibe 30 veces más radiación ultravioleta
que La Tierra y 250 veces más rayos X. De no tener una atmósfera adecuada y un
campo magnético fuerte su superficie será un árido desierto infértil por la
radiación. Según los cálculos realizados por resonancias gravitatorias puede
presentar dos tipos de rotación: una mostrando siempre la misma cara a la estrella,
lo cual supondría un hemisferio muy caliente y otro muy frío; y otra en
relación 3:2 (3 rotaciones por cada 2 traslaciones), que suavizaría un poco más
la temperatura media del planeta entero. Presentándose el primer tipo de
rotación no existirían estaciones del año y harían falta como mínimo 0,6 veces
la masa de agua terrestre para que ésta siempre estuviera líquida. Por debajo
de dicho límite toda el agua estaría congelada en el hemisferio nocturno,
creando unos muros de hielo en la zona de penumbra que recordarían a los de
Juego de Tronos. Además, hay que considerar la posibilidad de que la alta
actividad de su estrella en su etapa inicial haya evaporado la mayor parte del
agua.
Todo esto ha sido gracias a un gran equipo de científicos
de todo el mundo liderados por el español Guillem Anglada-Escudé de 37 años de
edad, profesor titular de la Universidad Queen Mary de Londres y astrofísico; y
a la colaboración de diversos centros de todo el mundo: el European Southern
Observatory de Chile, Las Cumbres Observatory Global Telescope Network en
California, Space Observatory de San Pedro de Atacama o el BOOTES del Instituto
Astrofísico de Andalucía; instituciones como la Universidad Queen Mary de
Londres, el Instituto Astrofísico de Andalucía con el CSIC, la Universidad de
Chile, Centro de Astrofísica de la Universidad do Porto, el Instituto de
Astrofísica de la Universidad de Göttingen y la Universidad de Montpellier.
El Dr. Guillem Anglada respondió muy amablemente a una
cortísima entrevista sobre el descubrimiento: «La estrella comenzó a monitorizarse por otros grupos en 2000. Nosotros
(yo y mi colega Mikko Tuomi), combinamos los datos adquiridos con dos surveys
(HARPS y UVES) en 2012. Ahí es cuando la detección preliminar de la señal se
detectó. Hemos estado trabajando en esto desde entonces». Respecto al arduo
trabajo conjunto a nivel global Guillem tuvo la responsabilidad de liderar el
equipo: «Organicé un poco de estructura
con los líderes de cada observatorio. Yo manejé, coordiné y analicé los datos
de HARPS, Cristina Rodriguez del IAA organizó el seguimiento con el telescopio
ASH2, y Yiannis Tsappras (Heidelberg) organizó el seguimiento fotométrico con
LCOGT». Cuando le preguntamos acerca de lo que supuso para el equipo la
respuesta fue la siguiente: «Todos
pusimos muchos esfuerzos. Esta no era una colaboración financiada
explícitamente. La única recompensa era participar en el artículo si es que
había algo a reportar. Todo el mundo puso muchas horas y trabajo rápido para
tenerlo todo a punto para mandar a publicar en menos de un mes. Supongo que
todos lo celebraron a su manera. ¡Nunca nos hemos reunido todos juntos en el
mismo sitio!» Nuestra más sincera enhorabuena al Dr. Guillem Anglada y a
todo el equipo que colaboró.
Próxima Centauri ya era punto de mira desde principios
del 2016 debido al proyecto Starshot, en el que participa Stephen Hawking y que
pretende iniciar la era de los viajes interestelares. Consistiría en una flota
de sondas minúsculas ancladas a unas gigantescas velas y que estarían impulsadas
mediante láseres desde La Tierra. Esta suerte de ingenios parecidos a barcos
veleros llegarían a un 20% de la velocidad de la luz, donde ya se notarían los
efectos relativistas en lo referente al paso del tiempo. Para hacernos una idea
de lo lejos que está hagamos una comparativa: con el proyecto Starshot se
tardarían 20 años en llegar a Próxima Centauri, si usáramos la nave New
Horizons que llegó a Plutón el tiempo empleado sería de casi 20.000 años y si
viajásemos en el Apollo 11 que pisó la Luna por primera vez, nos costaría
llegar nada menos que 202.000 años.
Visto así ya no parece tan fácil... aún quedan muchísimas
tecnologías por descubrir para poder llegar este nuevo mundo, sin embargo, es
lógico pensar que se trate de nuestro primer destino en lo referente a viajes
interestelares. Sea como sea ésta parece la primera misión que iniciará una
generación, pero será la siguiente la que reciba los resultados. La búsqueda de
vida extraterrestre sigue su curso y como decíamos al principio, la Tierra es
por ahora el único mundo conocido. Si descubrimos vida en otros mundos
resultará que ya no somos tan especiales y nuestro concepto de la misma
cambiará radicalmente; nos daremos cuenta de que la vida podría ser la norma en
el universo y que ésta aparece a la mínima oportunidad que tiene. Por otro
lado, si realmente somos el único mundo con vida, o somos los primeros en
aparecer en este aún joven universo, no puedo dejar de sentir una enorme
responsabilidad. Tenemos la obligación de aprender a gestionar nuestra casa que
llamamos Tierra, aprender a vivir todos unidos y en paz con un objetivo común,
prosperar como especie inteligente que somos.
Rubén Blasco – Agrupación Astronómica de Huesca.
Por si fuera interesante para los afiliados de esa Asociación, tengo publicado plantararboles.blogspot.com y yofrenoelcambioclimatico.blogspot.com (MENOS es MEJOR)
ResponderEliminarEl primero es un manual para reforestar, casi sobre la marcha, sembrando las semillas que producen los árboles autóctonos de nuestra región.
Salud, José Luis Sáez Sáez